Cuando rompes las convenciones y ves a tu abuela como una termita
En ‘Termita’ (Galaxia Gutenberg), Garazi Albizua (Santurtzi, Bizkaia, 1985) rompe todos los estereotipos sobre lo que se espera de una mujer cuidadora y sobre la relación entre una abuela y su nieta. Dice de ella Edurne Portela: “Es toda una impugnación a las convenciones sociales y familiares, a las obligaciones laborales y afectivas del capitalismo”. Dice la autora de la protagonista de su novela: “Tiene claro que su abuela es una termita o un demonio, y necesita verla así para no compadecerse de ella. Porque la compasión, en este caso, le parece igual a admitir la derrota. Y ella no es una víctima, tampoco lo es su abuela”.
El comienzo de la novela deja claro cuál es la naturaleza y cuáles las extraordinarias facultades de su narrativa. Las metáforas que exhibe son paralizantes y, al mismo tiempo, tan enérgicas que son capaces de alimentar a todos aquellos lectores que huyen de lo establecido, de lo normativo, de lo de siempre. El arranque de su novela es épico: “La madre reúne a los que puede en la cocina: que coman calor”. ¿No temió que este comienzo tan personal y estéticamente tan duro pusiera en guardia a los lectores hasta hacerles creer que su novela iría perdiendo fuelle; ya sabe que la regla general es que lo extraordinario contado al inicio suele dejar novelas vacías?
No fui consciente de estar contando lo extraordinario al comienzo. Creo que la voz desde el origen es muy cruda, y el tono, en consecuencia, también lo es. Al ser un texto breve, me parece que la tensión constante funciona bien.
Sus breves exposiciones emocionales deslumbran al lector. Lo que ofrece impacta. Hay una musicalidad áspera en cada frase. Parecen alimentadas con azufre. Chisporrotean, queman y, aun así, al lector le resulta imposible no adorar lo que ofrece. Hace usted de lo políticamente incorrecto un paraíso. ¿Fue plenamente consciente mientras escribía del efecto que iba a causar la perfecta distribución de la violencia que hay en cada una de sus páginas?
Cuando escribo me cuesta ponerme en el rol de lectora, porque la historia que voy a escribir exige toda mi atención como escritora. Por eso, no tengo a los lectores presentes en el proceso de escritura. Más tarde, cuando termino el primer texto y empiezo el proceso de corrección, sí voy preguntándome distintos temas, y ahí es cuando entra la atención por la persona que vaya a leer la novela, pero casi siempre me centro en si soy demasiado críptica o he marcado el camino, por lo que no he sido consciente del efecto que me comentas. Sí busco una voz que pueda narrar la suciedad de manera brutal y lírica. Creo que el equilibrio que consigo entre esas dos cualidades del día a día se lee fácil. A veces, puede incluso molestar pasar por ciertos temas inadecuados con ligereza, ya que la narradora nos lleva a ello: a ver momentos espinosos con la misma naturalidad con la que vemos llover.
Su novela es una sofisticada cacería. Su protagonista no se cansa de perseguir a su abuela, Termita, pero tampoco deja de perseguirse a sí misma. El lector contempla un virtuoso juego de espejos y el poder que tiene la letra pequeña de cada vida. Hay un dramatismo extremadamente virtuoso en su novela. La consecuencia de la huella que deja un secreto. Este párrafo habla de ello a la perfección: “Escucho el cuerpo de la Termita. Se ha despertado. Le cruzan el rostro dos rendijas amarillas que simulan ser ojos humanos, pero la gente que se atreve a pasar por aquí cree que pertenecen a un demonio. Les doy la razón. Es mi abuela”. ¿Le resultó muy costoso cohabitar con la poderosa dualidad que marca el verdadero corazón de su novela, la bellísima protección con que la nieta cubre a su abuela para que por una vez pueda permanecer intacta en la dura batalla que es la vida?
Para mí es evidente que en la base de la relación entre nieta y abuela está el amor que sienten la una por la otra. Pero no hablo de ello. Es un amor que cuesta, porque no transcurre como ellas querrían. Se ve violentado por una rutina que las destruye. Por eso, cuando aparece es de refilón, un destello que brilla en algún momento poco adecuado. Es decir, no vamos a detectar ese amor en escenas reconocidas ni patrones normalizados, ahí no tiene existencia. De manera que el trabajo que realicé fue encontrar los momentos propios y sinceros que compartían ambas y ver qué imágenes, tonos, anécdotas o gestos hablaban de esa protección y amor que se profesan la una a la otra.
Hay una frase de su novela que es una herida para quien lee: “Es increíble la cantidad de cosas que la tele sabe que quiero”. Una frase que engloba a todo aquel al que no han dejado ser inocente, a todo aquel cuya inocencia es una subasta en la que todo el mundo puja. No ha debido resultar cómodo dar vida a su protagonista, perseverar en su exactitud para que no se convirtiera en un estereotipo débil, en un juguete ajado, en un estrambote ahíto de venganza verbal. ¿Se apoyó en las metáforas iniciales para dotar de verosimilitud a una novela en la que casi todo nace para ser inverosímil?
Creo que la mitología juega un papel importante en el tema de la verosimilitud. Teniendo ese componente mágico que vertebra la historia, el resto se vuelve creíble. Las metáforas que utilizo funcionan como vía para trasladar la emoción que me interesa en cada momento, la mitología para absorber el rastro de lo extraño, y el resto es una narrativa que abofetea porque incomoda, precisamente, por lo real que es.
En la tragedia impuesta que recorre su libro, ¿es indispensable el pragmatismo formal de sus capítulos, tan breve tan y directo, para reivindicar la feroz mutación de la abuela, para librarla de la animalidad que subyace en ella?
Pocas veces la Termita deja de ser un bicho a ojos de la nieta. Pero eso no significa que no tenga momentos de respiro. Por ejemplo, cuando queda con Carol y pasean, o cuando se sienta al lado de la cama de la nieta o prepara buñuelos para una de sus hijas. El dolor la recorre, sí. Pero esa animalidad que comentas la vemos siempre desde el punto de vista de la nieta. Que no hace ningún tipo de concesión por toda la rabia que la habita. Sí pienso que los capítulos breves funcionan bien para precisamente limitarnos a ver a la abuela a través del discurso de la nieta. Si completase con más información y con más lenguaje el relato, seguramente la nieta tendría que salir de su propia casilla para ver más allá. En ocasiones, lo hace. Pero con la abuela, no. Tiene claro que es una termita o un demonio, y necesita verla así para no compadecerse de ella. Porque la compasión en este caso, le parece igual a admitir la derrota. Y ella no es una víctima, tampoco lo es su abuela.
‘Termita’ habla con fruición de la privatización de la inocencia. Es un cuento en ocasiones macabro que alimenta biografías de esa forma salvaje en que el capitalismo engorda a las ocas hasta reventarlas. La abuela de su protagonista deja de ser una abuela que huele a Nivea y a colonia para convertirse en la Termita. Un personaje que le permite a su protagonista disfrutar de una independencia emocional extraordinaria, a la hora de narrar, pero también le permite pelear por el arraigo frente a ese misterio en que se ha convertido su abuela. Su protagonista es intuitiva, voraz, imprevisible, un alter ego impensable para esa abuela desecada por el cruel lametazo con que siempre castiga la lengua de una guerra. Hay dos extraordinarias velocidades en su narración, dos monólogos que dialogan hasta hacer que la historia sea un puzle perfecto. ¿Qué palabras quemaron más sus dedos, la ardiente carne que exhala la memoria de la abuela o las feroces reflexiones de la nieta?
El personaje de la abuela es el que más me ha intrigado. Al estar más alejada de ella en lo que respecta a edad y vivencias, me ha permitido retratarla con un aura de misterio del todo sincera. ¿Cómo continúa su día a día después de haber sobrevivido a la guerra? ¿Qué interioriza de la vida de su nieta y a qué se aferra para no perder pie en su rutina? ¿De qué tiene miedo? ¿Qué le gusta? Me hago muchísimas preguntas para poder construir a Termita. En cambio, con la nieta detecto muy fácil cuál es la respuesta a su malestar. Las dos mujeres llegan a mí desde vías muy distintas y por eso las trabajo de manera diferente. Pero no sabría decirte qué personaje me ha conmovido más.
En su novela hay muchas versiones de la maternidad y en ninguna de ellas ni madres ni hijas salen indemnes. Su historia es dura y coherente. En ella, unas madres pierden a sus hijas en contra su voluntad y en otras lo hacen por capricho envueltas en una rebelión que las encarcela cada vez más. ¿No pensó que esa visión de la maternidad haría de usted una escritora incómoda para un amplio espectro de lectoras? ¿Le resultó sencillo olvidarse de lo políticamente correcto?
Creo que cada vez existen más versiones de madres. Que se ha roto con el referente de madre políticamente correcta y que precisamente por eso tenemos más espejos en los que asomarnos, tanto para reconocernos en ellos como para todo lo contrario. Pienso que permitir que versiones de madres incómodas llenen la literatura, cine y arte es una manera de libertad.
En su novela usted aboga más por la genética de la violencia que por la caprichosa voluntad del ADN. El lector quiere imaginarse que esta historia es fruto de su privilegiada imaginación, pero no puede evitar imaginar que es fruto de una palpable realidad por la manera en que está contada, por esa necesidad de metáforas perfectas con la que está puesta en pie. ¿Hay algo de autobiográfico en ‘Termita’ o es tan solo un alarde de observancia generacional lo que hace de ella una narración tan valiosa?
No es una novela autobiográfica, tampoco he hecho autoficción. En cambio, está repleta de sensaciones reconocibles. Me he esforzado mucho por encontrar esos lugares comunes que podemos reconocer cualquiera. La rutina que aparece es sencilla, no tiene ninguna característica extraordinaria, no hablo de gente especial. Y creo que por eso es tan honesta.
Es ‘Termita’ también una magnífica radiografía de la amistad y de ese falso fondo donde sin esperarlo va creciendo el enemigo. El último párrafo de la página 59 de su libro da buena cuenta de ello. También es un tema impopular y, sin embargo, nos nombra a todos y nos hace amar esa verosimilitud con que usted lava nuestras heridas abiertas. ¿Flaqueó a la hora de nombrar los vicios de ese lugar al que todos acudimos como moscas a la miel o tuvo claro que había que nombrarlos todos para alcanzar la perfección emocional que alcanza su personaje en esta delgada novela?
En esa página describo la situación de sus amigas antes de poder reunirse para acudir a un concierto. De nuevo, me centro en ver qué tipo de persona somos, cómo nos relacionamos según con quién y qué cualidades nos asemejan y diferencian entre nosotras. Me quedo corta. Desde luego, existen más formas de amistad y tipos de mujer. Pero solo podemos llegar a conocer a esas amigas desde el prisma de la narradora, desde su conocimiento. Ella lleva consigo un enfado y resentimiento que lo nubla todo, y que seguramente, destaque aquello que duele por encima de lo que no. Pero necesita enumerarlo, identificarlo y manifestarse en contra de todo lo que le provoca esa rabia. Por eso no duda en nombrar todo lo que asiste a esa reunión, emociones y maneras de ser.
Acabo de hablarle de perfección, para poner de manifiesto que la perfección jamás tiene que ver con lo perfecto. Suena a Perogrullo, pero es esta contradicción la que lleva al éxito a su personaje. Su libérrima fragilidad administrada por un apabullante cinismo conmueve y enamoran al lector. Ella ama lo imperfecto, aquello que permite a su abuela avanzar y sobrevivir a ese dolor que la devora. ¿Escogió las poderosísimas metáforas que arropan el andamiaje de su novela por que fue consciente de que serían ese poderoso desinfectante capaz de dejar que las heridas de ‘Termita’ hablasen?
Creo que el uso de distintas metáforas nos acercan a la Termita. A través de las emociones que desprenden ciertas imágenes, conocemos a esta mujer vieja y poco accesible. Y supongo que ella también se comunica así. Varias veces a lo largo de la novela, se cuestiona la capacidad comunicativa del lenguaje. Como si las propias palabras cortasen parte de lo que cuentan, y precisamente la Termita se compone de eso que ha quedado desechado. De la vivencia fuera de lo normativo.
Después de leer su novela, al lector le queda claro que usted no tiene miedo a la brutalidad estética de sus párrafos. Sus palabras golpean sobre la mirada del lector hasta hacerle comprender su propia biografía. Su novela es un ejercicio de legalidad vital, ¿es consciente de ello?
Ja, ja, ja. No, no soy consciente de ello. Sí me gustan las novelas que no te dejan indiferente y que, incluso, te molestan bastante. Quizá, de hecho, la palabra no sea gustar. Pero es cierto que busco cierta incomodidad en muchas de las novelas que leo. Eva Baltasar, Brenda Navarro, Miriam Toews, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda… Son algunas de las autoras con las que disfruto leyendo sobre lo incómodo, lo sucio, incluso la realidad más bestia.
Usted convierte al lector en un sparring complaciente y complacido que encaja los golpes que exhalan sus párrafos. ¿Imaginó que la dura imaginería emocional que ofrece causaría este efecto en quien leyera su historia?
No. Creo que es un texto que no deja indiferente, que, guste o no guste, se queda un rato dando vueltas por la cabeza. De manera que quien vaya a leerlo se encontrará más o menos disgustado o interpelado. Pero lo veo como una lectura íntima entre texto y persona, no creo que yo esté ahí.
Usted ha construido su novela con secretos que se retroalimentan, que hacen alarde de una inteligencia fresca y arrolladora. El episodio de la Guerra civil que marca para siempre el porvenir de Termita es desolador, una de esas verdades que convierten al lector en un improvisado Sísifo. Su novela pesa como pesa la lluvia sobre el cuerpo de un caminante solitario en cuyo horizonte solo hay vacío. ¿Fue esa confesión de Termita el principio de todo o llegó más tarde como una deslumbrante revelación capaz de otorgarle a su novela la poderosa columna vertebral que la articula?
Los hitos que iban a definir la trama de La Termita los identifiqué al principio de la historia. Sí sabía qué había sucedido en la Guerra civil con la abuela y sus hijas, pero lo sabía como quien lee un periódico de sucesos. Necesitaba indagar en todo lo demás para poder armar la historia. Y hacerlo, además, desde la perspectiva y conocimiento de la nieta. Como alguien que ve una película y quiere preguntar para qué ha hecho tal persona tal acción, pero no encuentra el modo de llegar a la actriz. Aunque, claro, en este caso era más sencillo porque nieta y abuela habitan el mismo lugar físico y sociopolítico. Y aprenden una forma de hablar entre ellas, aunque sea por medio de notas dobladas y escondidas que se dejan la una a la otra.
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