Cuarón sale estrellado de su entrada en televisión con ‘Disclaimer’

Cate Blanchett, en una imagen de ‘Disclaimer’ / Imagen promocional de Apple TV.
Cate Blanchett, Kevin Kline, Sacha Baron Cohen brillan, muy a pesar de uno, en ‘Disclaimer’, la serie con la que se ha estrenado en televisión el director mexicano de ‘Gravity’ y ‘Roma’ Alfonso Cuarón, una muesca más de la atracción irresistible que suscita entre los cineastas un medio del que llegó a decirse, en una de esas hipérboles delirantes que hizo furor a principios de siglo, que producía mejor cine que el propio cine. No es, desde luego, el caso de ‘Disclaimer’ ni de tantas series que se estrenan abusivamente cada año en cadenas televisivas y plataformas.
Ya parece algo sanada la fobia a la televisión que padecen los directores de cine. Los imagina uno preguntándose si claudican al firmar el cheque que le extiende una gran plataforma a cambio de una serie, no importan los capítulos ni las temporadas. O agitándose inquietos esperando que otra plataforma les llame interesada por la reluciente sonoridad de sus nombres, por su atestada vitrina de premios y, secundariamente, por sus estilos. La lista no es excesivamente larga, pero sí lo suficiente para consignarla por extenso. Vengan, no obstante, algunos nombres: Martin Scorsese, Paolo Sorrentino, Michael Mann, David Lynch, Luca Guadagnino, Steven Soderbergh y, el que interesa ahora aquí, Alfonso Cuarón.
Tomados uno por uno, no se aprecia sombra de claudicación. La televisión no ha abducido el valor por el que los han contratado. Ennoblecen la televisión; pero a la vez señalan sus límites: la mayoría de las series que se lanzan desde las pequeñas pantallas en una sucesión imparable forman parte de un engranaje industrial que exige producción masiva y recortadas ambiciones. Atrayendo a estos cineastas, las grandes plataformas parecen imitar a las grandes corporaciones del libro, en las que los best-sellers pagan la literatura que tal vez permanezca. Sin embargo, Alfonso Cuarón ha declarado que él no sabe hacer televisión, de modo que concibió Disclaimer como una película de casi siete horas. Y así es. No hay cortes abruptos entre un capítulo y el siguiente: la escena con la que termina la mayoría de los episodios es la misma con la que comienza el posterior. Podría verse de una tirada si no fuera por lo agotadora de una experiencia como esta, que tanto vale para las películas de duración desmesurada (Soah, unas nueve horas; Satantango, ocho).
Disclaimer empieza en el desconcierto: tres historias sin aparente conexión se suceden a lo largo de los primeros compases. Pero uno ya está adiestrado para entender que acabará concertando ese trío narrativo que lleva en sí las vidas de una periodista documental y su familia, la de un maestro retirado y viudo y la de un joven de vacaciones en Italia.
“Atentos a la narrativa y a la forma”, cuyo poder “puede ser un arma para manipular”, nos advierte una voz narradora de Disclaimer. Soltada ahí la advertencia, cuando la serie apenas lleva tres minutos de los alrededor de 330 que duran sus seis episodios, corre el peligro de perderse. Porque lo que va a ir desvelando el manipulador Cuarón (y hay que llegar hasta el último capítulo para conocerlo, si uno no es perspicaz) es que el pasado es un territorio parcialmente invisible y quienes lo traen al presente no son del todo fiables, lo que puede inducir a otros a errar cuando se dejan llevar por ellos. Es decir que lo que muestra la serie de ese pasado no ocurrió exactamente tal y como uno lo está viendo; que las imágenes de esa Italia de 20 años atrás, donde un joven británico mantiene una relación con una periodista de vacaciones con su hijo pequeño y muere accidentalmente, esconden un engaño.
Estos hechos emergen desde el secreto, oculto en las páginas de una novela escrita por la madre del joven, muerta posteriormente. El marido, el maestro, halla en un mueble el manuscrito, en el que, amparándose en la ficción, se culpa a la periodista del fallecimiento del joven. Y con ese manuscrito se vengará de la pérdida del hijo: una destrucción, la de su familia, por otra destrucción, la de la familia de la periodista.
Sí, Cuarón demuestra que él hace cine en televisión y Disclaimer proporciona cierto placer visual, que procede justamente de la mirada de un cineasta. Sus imágenes elaboradas no componen una sucesión de planos pegados uno detrás de otro rutinariamente como sucede en tantas series actuales. Maneja con pericia la cámara, la mueve para mostrar la zozobra de sus agitados personajes cuando corresponde y la mantiene firme cuando quiere enfatizar momentos intensos en los que estos intercambian miradas y palabras.
Pero llegados los momentos finales, ¿no resulta excesiva la acumulación –erótico-sentimental-dramática– de sucesos que componen el relato? ¿No se derrama la cohesión cuando Cuarón debe desatar los nudos de la trama y añade, como capas de una cebolla, nuevos argumentos que parecen el pago de un peaje al presente que acontece en los medios de comunicación, en las redes sociales, en la propia sociedad, antes que una necesidad narrativa exigida por el propio relato? Por ejemplo, las redes sociales (que utiliza el maestro viudo para manipular y dañar al hijo adolescente de la periodista), la cancelación de las personas de cierta fama o la reconsideración de las relaciones entre hombres y mujeres a partir del impacto que supuso el movimiento feminista Me too.

Un momento de la serie de Alfonso Cuarón. / Imagen promocional de Apple TV.
Por ahí se va debilitando la serie y los personajes van perdiendo algo de su entidad y asoman los rasgos antipáticos de los clichés (el maestro viudo sicópata, la periodista inconsecuente, el marido alelado, el adolescente problemático…).
En una imagen que un taurino entenderá a la primera, Cuarón mete un bajonazo cuando decide resolver Disclaimer (para un no taurino, pongamos que a Cuarón se le caen los botes de pintura y arruina el lienzo que estaba pintando en el suelo). Entre el sexo y la violencia, entre la belleza y la podredumbre, entre la contención y la desmesura, no sabe (o no es capaz) equilibrar su argumento y cae víctima de él. ¿Uno ve un relato de terror? ¿De suspense? ¿Un melodrama guiñolesco? ¿Una sabia reflexión sobre el poder destructivo de los secretos? No es la enseñanza moral de una ficción un valor en sí mismo sino la capacidad que tienen las imágenes y las palabras para hacer olvidar lo demás mientras uno las ve, las escucha. Y Disclaimer acaba sacándole a uno a empujones cuando deja entrar con esos gruesos brochazos un sensacionalismo, una truculencia, que arruina su verosimilitud.
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