Cuatro desconocidos cuentos que Miguel Hernández escribió a su hijo en la cárcel

Montaje de la exposición ‘Miguel Hernández: El poeta que hacía juguetes’, en la Biblioteca Nacional (BNE).

Antes de morir, el poeta Miguel Hernández, que no dudó en tomar las armas para defender a la Segunda República cuando llegó el momento, había dejado un escrito en 13 carillas de papel higiénico, con dibujos suyos en el reverso de una de ellas. Están cosidas por un hilo de color ocre en la parte superior, por lo que forman un cuadernito. Son cuatro relatos infantiles que Miguel Hernández dedicó a su hijo Manuel Miguel Hernández Manresa. En torno a ellos, la Biblioteca Nacional de España (BNE) ha organizado una pequeña exposición, íntima ante todo, en la Antesala del Salón de Lectura María Moliner, que se podrá visitar hasta el 7 de enero de 2024. Toda una alegoría de la libertad ansiada.

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Ni siquiera cuando se moría en la prisión dejó de escribir a su hijo. El poeta sabía bien que en los nuevos retoños y la infancia se escondía el porvenir de un nuevo mundo que traería más luz y fuerza a un país que comenzaba una travesía que duraría cuatro décadas. Eso no lo sabía, ni tampoco lo vivió. Miguel Hernández fue asesinado por el régimen franquista de una forma pasiva, silenciosa, tenue. Solo tuvieron que no hacer nada. Solo tuvieron que dejarle morir de tuberculosis en la prisión de Alicante, en marzo de 1942.

El cuadernillo contiene cuatro relatos infantiles con los títulos de El potro oscuro, Un hogar en el árbol, El conejito y La gatita Mancha. Estos cuatro cuentos son seguramente los últimos textos que escribió, y en ellos el poeta crea una metáfora continua de la libertad, una alegoría narrativa cuyos personajes, sobre todo del mundo animal, viven situaciones de las que ansían liberarse, explican desde la propia Biblioteca.

José Carlos Rovira, profesor emérito de la Universidad de Alicante, ha sido el encargado de comisariar la muestra. Él es quien apunta que estos escritos llegaron a los fondos públicos de la BNE en 2013. Pero vayamos al llamativo diseño de la exhibición. “Remite al periodo final de la cárcel en el que Miguel Hernández y Josefina Manresa se comunican a través de una lechera, donde ella mete alimento y donde él saca mensajes hechos bolitas de papel. De ahí surge la propuesta del diseño de Rocamora Estudio, configurado en más de 200 lecheras que parten del camastro central hacia arriba, ascensionales”, explica el comisario.

De hecho, el catedrático opina que la poesía de Miguel Hernández de sus últimos cuatro años con vida se podría considerar “ascensional”, donde la liberación hace frente a las sombras, lo oculto, precisamente donde él se encontraba, en el mundo carcelario. La exposición se denomina Miguel Hernández: el poeta que hacía juguetes. Ausencias y últimos cuentos para su hijo, con una clara intención: no olvidar que esos cuentos que enviaba a su hijo estaban acompañados de pequeños juguetes que él mismo confeccionaba desde la cárcel.

Los libros que se hicieron de los cuentos, en la exposición ‘Miguel Hernández: el poeta que hacía juguetes. Ausencias y últimos cuentos para su hijo’.

“Incluso en sus peores momentos, cuando le habían condenado a muerte, pero no conmutado la pena, Miguel Hernández siguió enviando juguetes a su hijo”, explica Rovira. Así sucede con un caballo, por ejemplo, que todavía se conserva en Jaén y cuya réplica está expuesta en esta exposición. En este sentido, todo está detallado, porque él mismo lo hacía en las misivas que se intercambiaba con Josefina Manresa. Así sabemos que Miguel Hernández envió varios caballos, un carro y hasta un Popeye. Con gran acierto, el comisario se ha valido de esta correspondencia entre el poeta y su mujer para trazar una línea temporal que vertebra el hilo narrativo de la exhibición.

En cuanto a los textos, llegan a nosotros a través de Eugenio Oca, quien los guardó durante toda su vida sin darlos a conocer. Él es quien atiende a Miguel Hernández en el periodo final de su vida y a quien el poeta le entrega los cuatro cuentos. Finalmente, Eugenio Oca confeccionó un librito con dos cuentos que entregó al hijo de Miguel Hernández, y lo tituló Dos cuentos para manolillo para cuando sepa leer. En esta suerte de antología estaban contenidos El potro oscuro y El conejito.

Pasó el tiempo y muchos años más tarde, Julio Oca, hijo de Eugenio, localizó a Rovira. Así llegaron a exponerse en la muestra monográfica que la BNE dedicó a Miguel Hernández en 2010. “Desde entonces, la directora de la Biblioteca, Ana Santos, ha hecho todo lo posible por conseguir el manuscrito”, apunta el comisario.

Rovira, por otra parte, recuerda que Miguel Hernández llegó a decir que esos cuentos eran traducidos del inglés. “Me lo contó Buero Vallejo, y algunas personas más también me dijeron que estudiaba inglés”, atestigua. Él ha buscado esos originales y no los ha encontrado, lo que le lleva a pensar que el poeta pudo decir eso para superar el férreo control  al que estaba sometido en la cárcel.

Además, la actual exposición de la BNE recorre la escritura poética de Miguel Hernández en prisión a través de un manuscrito que también atesora la Biblioteca. Se trata de dos poemas incluidos en el Romancero y cancionero de ausencias, obra que nunca terminó el poeta. “Para mí, el Cancionero es uno de los libros poéticos más trascendentales del siglo XX español, y es algo que llegaron a pensar personalidades como Buero Vallejo o Jorge Guillén”.

De esta forma, Rovira ha pretendido enfrentarse a un gran reto que él mismo aceptó: transmitir el preciado y alto significado que unas hojas de papel higiénico cosidas tienen para saber mejor la tragedia que supuso la Guerra Civil y la represión que trajo consigo la victoria franquista. En definitiva, poner en el lugar que se merece este documento inigualable, fiel espejo de la memoria de un país.

En la escena se puede apreciar también un camastro central en el que uno se imagina las penosidades que tuvo que afrontar Miguel Hernández durante su presidio, pero también la cama añorada por un poeta que quiso defender la Segunda República. “La exposición”, ”, finaliza Rovira, “puede no ser apta para aquellos que niegan la Memoria Democrática de este país”.

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