Cuatro mujeres geniales que han hecho a la naturaleza protagonista de sus novelas
Una de las áreas más perjudicadas por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es la protección ambiental. Hoy, Día de la Mujer, la obra de cuatro autoras –Annie Proulx, Margaret Atwood, Grace Paley y Alice Munro–, situadas en el Olimpo de las letras de habla inglesa, tanto de Estados Unidos como de Canadá, sirven de contrapunto a los mensajes que nos llegan del otro lado del Atlántico. En mayor o menor medida, la naturaleza recorre las novelas y cuentos de esas cuatro grandes de las letras norteamericanas, nacidas en los años veinte y treinta del siglo pasado, y herederas de una tradición que hunde sus raíces en Thoreau o Emerson. Por eso las traemos hoy aquí y les rendimos homenaje.
“¿Se definiría a sí misma como una ecologista cuyo instrumento de denuncia es la palabra escrita, los cuentos, las novelas?”, le preguntaba hace poco a Annie Proulx (Norwich, Connecticut, EEUU, 1935) una periodista española. “No, no soy una ecologista, sino una persona que creció admirando profundamente la naturaleza y sus infinitas maravillas. Soy una observadora más que una luchadora por una causa”, respondió la autora.
Proulx acaba de publicar El bosque infinito (Tusquets), una novela ambiciosa de casi mil páginas que narra la historia de dos pioneros que llegan a la Nueva Francia del siglo XVII. Proulx sigue el linaje de estos madereros, enfrentados a duras condiciones naturales, para hablarnos del bosque, el verdadero protagonista de la obra, y de su pérdida por el afán de lucro y la falta de escrúpulos. El bosque no solo son los árboles que lo conforman, también los animales que lo habitan. Y los humanos nos olvidamos que también los necesitamos para vivir, que con cada bosque extinguido se evapora un poco de nosotros mismos, parece decirnos esta autora irreverente, necesitada de una soledad que no pueden darle los grandes espacios urbanos.
“Lamento amargamente la pérdida de los bosques y de los ríos, del aire y el agua puros, del cielo nocturno. A menudo, en mis novelas hay un tema subyacente que va más allá que el de la gente insatisfecha. El bosque infinito trata de la desaparición de los bosques del planeta; y así sucesivamente. Lo que me interesa es la pérdida y el cambio a gran escala”, asegura.
Proulx se ganó la vida durante muchos años como colaboradora de revistas. Publicó bajo seudónimo sus primeros libros, sobre la producción de sidra o el cuidado de los jardines, y se estrenó como escritora literaria pasados los cincuenta. Tardó poco en alcanzar la fama mundial, que le llegó después de la adaptación cinematográfica de su novela Atando Cabos, donde el mar tiene un papel fundamental en la historia. Años después, volvería a repetir el éxito con la adaptación de uno de sus cuentos, Brokeback Mountain, donde la naturaleza salvaje y abrumadora de Wyoming (donde vivió hasta que cumplió 79 años, en un rancho que ella misma cuidaba y mantenía) es el escenario en el que se desarrolla el amor entre Ennis Del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal).
Entre avatares vitales (una mudanza entre otros) y la documentación necesaria para escribir la novela (es asombroso el detalle con el que describe los animales y los árboles), Proulx tardó más de diez años en terminar El bosque infinito, un título que da la medida de su preocupación por lo salvaje. La escritora ha contado que el origen de esta historia radica en una de sus aficiones, recorrer Estados Unidos de un lado a otro. En uno de estos viajes, hace muchos años, a la altura de Michigan, se encontró con el siguiente cartel: “En este lugar creció el mayor bosque de pinos blancos del planeta”. A su alrededor no veía nada. Esa desolación fue el origen de la novela.
Aunque las etiquetas no importen demasiado, la canadiense y eterna candidata al Premio Nobel Margaret Atwood (Ottawa, 1939) sí que se considera una ecologista. Premio Príncipe de Asturias en 2011, escritora versátil donde las haya (su obra abarca la poesía, el relato corto, el teatro, la televisión, la novela…), Atwood es una conocida defensora de las aves. Miembro de BirLife International, en 2010 donó el dinero del Booker Prize para causas medioambientales. En sus novelas, de una forma u otra, siempre hay un guiño a la naturaleza y a sus amenazas, no exenta a veces de un ácido sentido del humor. Así por ejemplo, en una de las últimas novelas traducidas al español, Nada se acaba (Lumen), quizá una de las más importantes de su obra (publicada originalmente en inglés en 1979), no puede dejar de pasar el interés por la ecología. Estamos a finales de los años setenta del siglo pasado y, aunque la historia bascula entre el imaginario y las posibilidades del amor, los sueños rotos y el desgaste del matrimonio a partir de los dos protagonistas, Ethan y Elisabeth, Atwood retrata con ironía a uno de los personajes secundarios por su excesiva conciencia ambiental, un científico preocupado las 24 horas del día por lo que come, lo que respira y el futuro del planeta. En cierta forma, un adelantado a su tiempo, porque fue en esa época, años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando empezó el despertar ambiental en todo el mundo. Otras veces, el abordaje de la crisis ambiental es más directo, como en la distopía, El año del diluvio (Bruguera). En esta novela, Atwood predijo el colapso del capitalismo financiero e incluso la llegada de un personaje como Donald Trump. Imagina un mundo apocalíptico que se salda como una condena (que inevitablemente recuerda al Antiguo Testamento), por la desmesura de los humanos, confiados siempre a la salvación de la tecnología.
Al otro lado de la frontera, en EE UU, otra activista y escritora, Grace Paley (Nueva York, 1922-2007) nos deja en sus Cuentos Completos (Anagrama), pero sobre todo en la recopilación de ensayos La importancia de no entenderlo todo (Círculo de Tiza), su particular visión del mundo y de cómo cambiarlo. En un bonito «epitafio» de Grace Paley, a la que dedicamos recientemente otro artículo en El Asombrario https://elasombrario.publico.es/latigazo-feminista-grace-paley-necesario, que recoge en su introducción Elvira Lindo, leemos: «La idea de que me iré de un mundo que está cada vez peor no me gusta, porque siempre pensé que era mi deber dejar al mundo mejor de como lo había encontrado. Pero si se tiene el hábito de ver cada día como una jornada completa, envejecer es interesante. Todos los días se conoce una persona nueva, una puesta de sol nueva. Todos los días pasan cosas hermosas». Tampoco Paley tiene problemas en calificarse como ecologista. Pasó varias veces en la cárcel, para protestar contra el militarismo, la guerra nuclear, la guerra de Vietnam, el maltrato y la discriminación de las mujeres y la destrucción del Planeta. Hija de dos inmigrante ucranianos, judíos y socialistas, Paley representa como nadie la fusión de los distintos movimientos que eclosionaron en el siglo XX, entre otros la ecología.
Si volvemos a cruzar la frontera, nos encontramos con la Premio Nobel de Literatura en 2013 Alice Munro (Wingham, 1931), maestra del cuento. Muchos de sus relatos los atraviesa el paisaje de su Ontario natal. Su defensa de la naturaleza no es explícita, como en el caso de Proulx, Atwood o Peley, sino implícita. Su retrato de la naturaleza no es idílico, es un medio contra el que sus personajes tienen que enfrentarse a veces, sobre todo los pioneros. En La vista desde Castle Rock (RBA), por ejemplo, uno de sus libros más autobiográficos, Munro narra el advenimiento de sus antepasados desde Edimburgo a Nueva Escocia, en Canadá. Paisajes nevados, un frío extremo que hace difícil la agricultura, la supervivencia, bosques infinitos y abrumadores, conquistadores en busca de un hogar donde establecerse y salir adelante. El Nuevo Mundo como promesa. Y es que uno de los atractivos de ese Edén fue la inmensidad de la naturaleza virgen que acogía. Una naturaleza amenazada y esquilmada por el supuesto desarrollo, más en peligro ahora que nunca por la llegada del nuevo inquilino a la Casa Blanca.
La literatura cumple ese doble papel de ampliar nuestro mundo interior y remover nuestras conciencias.
Comentarios
Por Pedro, el 08 marzo 2017
Ese «cuatro» es con letra, no con cifra.