Cuentos de Reyes: ‘El brindis definitivo’
No queremos perder las tradiciones. Como en años anteriores, ‘El Asombrario’ os ofrece un ‘Roscón literario’ como regalo de Reyes. Por haber sido buenos…
***
«Arriba, abajo, al centro y ¡adentro!…
Un momento, un momento, por favor. Quietos todos, no bebáis aún, queridos míos. Disculpadme. Quizá no sea así. Quizá sea ‘arriba, abajo, al centro y al cuajo’. Disculpadme. Disculpad mi torpeza. No consigo recordar ahora bien si la rima la hacía vuestra adorada abuela con centro o con abajo. Disculpadme. Me resulta imperdonable este olvido. Pero sabréis disculparme».
«¡Qué más da, tío Miguel, con lo que rime! Lo importante es que estamos todos juntos la víspera de Reyes y que brindemos por la salud y por el amor y por la vida y por las vacaciones en China que estoy organizando… y… y… ¡y por reunirnos un año más! Qué más da el cuajo o el adentro o el hígado o el corazón, tío Miguel, ¿verdad, mamá?».
«Sí, querido hermano, no hagas dramas donde no los hay. Mamá sólo quería vernos feliz, reunidos sus hijos y sus hijas y sus nietos y sus nietas y sus bisnietos y sus bisnietas y sus yernos y yernas y nueros y nueras…, en torno a la mesa de nogal y a su sopa de remolacha, su pollo con ciruelas y su licor de avellanas».
«Pero tío Miguel, ¡no llores! A Andrea y a Ricardo y a Jimena y a Rebeca y a Elena y a mí nos da igual la exactitud del brindis… De verdad, tío Miguel, créenos».
«Es que no puede ser, no puede ser tamaño olvido… Dejad, dejad que seque mis lágrimas… Permitidme mostrarme compungido. Y mirad, mirad la mesa engalanada. Mirad al pollo con sus ciruelas. Tan doradito él. He sacado lo mejor para todos vosotros, esta noche he dado lo mejor de mí, mis queridos hermanos y hermanas, mis queridísimos sobrinos y sobrinas y resobrinos y resobrinas… La abuela, cuyo corazón no cabía ni en una caja de zapatos de invierno, me dejó en herencia todos estos cubiertos y mantelerías. Los he guardado como si fueran oro, en el mejor armario del mejor de los cuartos orientados al Este de esta casa. Como lo más preciado. Sin mostrárselos a nadie. Ni siquiera a las urracas. Observad esos tenedores y esos cuchillos tan afilados como el primer día… Para qué los quiero conservar, decidme. Uno se va haciendo ya mayor y ha de disfrutarlos. ¿Para qué quiero cucharas y cucharones en cajones a buen recaudo? Comamos con ellos. Chupémoslos, lamémoslas, relamámonos… Observad esa costosísima mantelería bordada y almidonada. ¿Para qué preservarla más de la luz del día y de la luz eléctrica? Manchémosla con la alegría del vino y del cava, del Pedro Ximénez y el zumo de arándanos con licor de mandarina. Que sus bodoques rían con las burbujas de la sidra y la gelatina de las viandas. ¿Para qué quiero esas copas finamente talladas alineadas en la alacena, ajenas a todo y a todos, en la infeliz inopia? Que vivan vuestros labios. Chupadlas, besadlas. Escanciad los más lujuriosos y sublimes licores de frambuesas y escaramujos en ellas. Bebed, bebed en la copas con espigas de la abuela hasta caer rendidos hasta amaros a gusto hasta agotaros».
«Queridos míos, uno va cumpliendo años y ha de aprovechar la vida y las oportunidades, lo que le sale en el camino como un lebrato, sin reservar nada para mañana por la mañana ni por la tarde. Por eso he querido reuniros hoy, aquí, así, conmigo, en fecha tan señalada, quinto día del Año Nuevo de Nuestro Señor Jesucristo, para comunicaros mi decisión de usar a diario la vajilla, la cristalería y la mantelería de las fechas importantes. No, no me miréis así, no me he vuelto loco. Os digo que quiero disfrutar de todo lo que me rodea sin guardar nada en los oscuros cajones de los rancios armarios. Y no penséis que no voy a hacer otro tanto con las sábanas y las toallas de riquísimos bordados a mano. Dormiré con ellas y derramaré en ellas líquidos, desde los más prosaicos a los más íntimos, de madroños, leches, ron y miel. Qué mejor homenaje a la abuela que darle el aliento de la vida a esas telas con olor a naftalina camuflada en lavanda. Que vivan, por dios, que vivan. Es más, los pañitos que con tanto mimo trajo de Portugal cuando se casó y durante décadas recogió en el fondo de los más angostos cajones, ajenos incluso a las miradas de las urracas, los usaré para las fiestas con paella de conejo y alcachofas. Qué mejor uso que manchar de alcachofas tanto organdí».
«¡Ay, queridos míos! Noto que me va llegando la hora y quiero rodearme de cosas bellas día a día. No desaprovechar ni un solo minuto de placer. Observad, observad esa mantelería de pastorcillas correteando entre los trigales. ¿Acaso no merecen ser mancilladas con la grasilla del cordero y el salmón? Ay, queridos míos, ¿qué mejor recuerdo para la abuela que secar a mis amantes con sus toallas de triple capa de algodón del bueno?».
«No me juzguéis con esas caras tan adustas. No me juzguéis, por dios y por san Pedro y por favor. Os esperan esos platos de porcelana que la abuela trajo de Londres en uno de sus pocos viajes fuera de España, con clavelinas pintadas a mano. Disfrutad, disfrutad, Jimena, Ricardo, Andrea y Javier, mi querida hermana Sonsoles y mi querido hermano Alfonso. Dentro del armario las sábanas se apolillan. Necesitan conocer el semen y el sudor. Necesitan saber de pieles y de abrazos. Como las servilletas necesitan saber de los labios y la lengua y la saliva. Como los platillos se estremecen con el tacto caliente de los huevecillos de codorniz recién cocidos. Bendecid estos panes y estos langostinos, comed todos de ellos, porque de ellos y vuestro será el reino de la Tierra. Tomad todos de él. Perseguid vuestros sueños, por raros que les parezcan a otros y a los periódicos de papel. Amad, amad al prójimo como al vecino del quinto. Y no toméis vuestras ilusiones en vano».
«Y ahora, tocad… Tocad la tersura de su acabado. ¿Qué queréis que haga con esta sopera de San Claudio? ¿Tenerla como adorno inservible aprisionada entre cristales? ¿No será mejor que naden en ella almohadilladas almejas y berberechos y mejillones?».
«Y ahora posad, posad vuestros dedos sobre la fuente de los postres. Recorred cada uno de sus grabados de líneas circulares y quebradas, y acercaos, acercaos, sin miedo, a los bombones y a los pastelillos de hojaldre y a las trufas de nata y al gran Señor, al Roscón. Postraos, potrillos, todos ante él, don Roscón. Ay, queridos míos, qué mejor homenaje a la abuela Casilda, decidme, que emborracharnos todos hoy con sus copas y su tazas con carajillos, y caer rendidos entre sus sábanas… Me hacéis feliz. Me hace feliz contemplaros aquí reunidos, en torno a esta mesa rectangular de nogal tan elegantemente engalanada».
«Ssssssh… Silencio, por favor… Están a punto de llegar. Escuchad. Guardad silencio. Escuchad. Escuchad, queridas hermanas y sobrinas, ni siquiera rocéis con los pezones vuestras blusas de seda, no vayan a salir despavoridos los camellos. No, Ricardo, que te conozco, deja de deslizar tus dedos en torno al prepucio bajo el pantalón, que Melchor podría sentirse ofendido… No temáis, ellos están aquí, al llegar…. Son los Reyes Magos. Son sus Majestades, que vienen a celebrar con nosotros esta Epifanía rodeados de todos los lujos del pasado, y de la plata y del fino cristal y la porcelana. No, queridos sobrinos, no estiréis vuestros cuellos de pavo con granos, no es necesario que oteeis; ellos entrarán por esa puerta… Majestuosos. Para felicitarnos… Para brindar por mi decisión de aprovechar cada minuto de la vida y cada copichuela de la vajilla…. Escanciad, escanciad chupitos de ron, incienso y mirra, antes de cenar. ¡No temáis a nada! La abuela está con nosotros materializada en ese cucharón y esa monería de salsera con guirnaldas de rosetas de pitiminí».
«Mamá, los Reyes… Los Reyes, mamá…».
«Brindad, brindad, por mí, por dios, y por la abuela. No, no hace falta que lo hagáis por el Espíritu Santo. Las palomas no beben alcohol. Y tomad, tomad todos de mí. Pero con cuidado. Porque soy la sangre de vuestra sangre, querida Andreita, querido Ricardo».
«Tío Miguel, puedo ausentarme un rato, ¿para ir al baño?».
«Por supuesto, mi adorada y adorable Elena, por supuesto. Y límpiate con la toallita del bidé; esa de flecos y bordados de cervatillos brincando y gaviotas y álamos y barquitas y molinos de viento y abetos y ríos y riachuelos, que también es de la abuela. Sí, ya sé, ya, que resulta un poco abarrocada, pero es linda la toallita para el bidé… ¿O no?… A mí me resulta ideal para el bidé… ¿O no?… Quizá demasiado fina… ¿O no? Pero, no te demores, Elena, en el baño, pues tengo algo muy importante que comunicar a todos vosotros, mi querida y numerosa y nunca suficientemente ensalzada familia»…
«Queridos, queridas… Antes de cerrar este brindis y pasar a cenar, quiero comunicaros mi última decisión respecto al ajuar que me legó la abuela. He decidido sacar provecho al límite de cada uno de mis días y cada una de mis circunstancias y de mis virtudes y de mis debilidades. He decidido hacer de la vajilla de San Claudio una virtud. Le guste mi postura a las almejas o no. Por eso es mi deseo que la urna donde descansaban sus cenizas sirva de gran chocolatera para esta noche. ¡Qué mejor homenaje para nuestra idolatrada abuela Casilda que festejar su ausencia de corazón y con chocolate con al menos un 70% de cacao del bueno y de comercio justo! Tomad y bebed todos de ella hasta la alborada. No durmáis, reíd, reíd, queridos míos, disfrutad, alborozaos hasta caer por los suelos de madera flotante, mis queridos, porque ella está entre nosotros. Y estará por siempre jamás. Arriba, abajo, al centro… y al cuajo, sí, queridos míos, sí, al cuajo. No os lo he querido decir hasta ahora, pero rimaba con abajo… Con baño y con abajo».
Comentarios
Por Esther, el 10 enero 2015
me encanta el cuento, la idea y el mensaje, muy bonito, felicidades!
Por Belem T, el 23 mayo 2015
Muy bueno el cuento de Reyes.