David Trueba se estrena en teatro con el reencuentro de ‘los guapos’
El cineasta y escritor David Trueba debuta como dramaturgo y director con ‘Los Guapos’, una historia que aborda los temas más esenciales del creador: la amistad, el amor (o la falta de él), la justicia… y que nos transporta a uno de sus escenarios más frecuentes: el barrio de clase media.
Faltaría más, el estreno como dramaturgo de un autor como David Trueba sólo podría ser en la sala grande del María Guerrero. No merece menos el autor de novelas tan perfectas –si es que eso existe– como Saber Perder, el director de películas tan bien proporcionadas como Vivir es fácil con los ojos cerrados, o la más reciente Saben aquell. En su debut teatral tenía que tocar un tema tan capital en su carrera como es la amistad. Ni podía ser en otro marco que no fuera el barrio, su barrio, la vuelta al barrio. Quizá aquí este espacio se configure como un lugar seguro para Trueba, en lo que significaría aterrizar en el teatro de nuevas, sí, pero desde su escenario habitual.
Para hablar de Los Guapos lo mejor sería, quizá, empezar a comentar precisamente eso, el marco. Los dos personajes, Pablo y Nuria, se reencuentran después de 20 años en un bar del barrio que les vio crecer y en el que, por distintos motivos, ya no residen. Él es ahora un abogado reconocido, ella hace sustituciones en un franquiciado que vende plantas. Se vuelven a ver, como no podría ser de otra manera, en un bar.
Cuando eran chinorris –siempre en ese habla callejera que tan bien retrata el autor– el barrio alojaba a una clase media cercada por las drogas: ahora es un lugar para inmigrantes. Sabemos que sus calles no son el centro de Madrid, y que bajo su suelo vibra la línea 1 del Metro. No nos lo dicen, pero intuimos que el barrio es Estrecho. El mismo en el que Trueba vivió su infancia y adolescencia. Sabemos también que la diferencia entre los personajes es evidente desde que apreciamos cómo visten, desde que escuchamos cómo sus dicciones difieren: uno ha logrado salir del barrio porque ha medrado; la otra, aunque ya no viva allí, de alguna forma no ha salido de él. Precisamente eran ella y su hermano a quienes hace más de 20 años llamaban “los guapos”, esos adolescentes de belleza imposible que levantan amores, pero también los odios de los más privilegiados, incapaces de alcanzar ese nivel de hermosura gracias, o a pesar, del dinero.
“Con David hablamos bastante de los personajes” comenta Anna Alarcón, que da vida y matices a una Nuria en cuya entonación, cuyos movimientos, leemos su pasado “porque para mi personaje, Pablo (Vito Sanz) es un rechazo más, él es uno de los pocos que han salido del barrio. Por eso el fracaso de que ella lo perdiera en el pasado se hace mayor, lo vive de una manera más frustrante, porque él podría haberle ayudado a salir del barrio”.
El conflicto que les vuelve a unir viene por parte de Nuria; ella necesita justicia y, por tanto, de un abogado que la ayude desinteresadamente, porque su situación económica no le permite otra salida. La pieza arranca como un drama, efectivamente, pero basta un giro de guión para desestabilizar la trama, para sorprender al espectador cuando es demasiado tarde. Llega a destiempo. El argumento pierde su sencillez, al fin y al cabo, pero había resultado imposible anticipar esta complejidad, intuir la lectura correcta desde el principio. Aquí, la estela de Anatomía de una caída es alargada y el texto falla donde la película acierta: la ambigüedad de lo ocurrido no llega en el momento exacto, el público se queda con ganas de más, saciada sólo a medias su curiosidad. Lo que no evita que los temas subyacentes estén igual de brillantemente tratados como siempre lo hace Trueba. “Hay un tema fundamental que es el amor y su falta”, confiesa Anna Alarcón. “Hay un momento esencial, cuando Nuria dice que solo ha querido a un tipo en su vida, y es su hermano. Esa falta de amor es muy importante, habla mucho de los vínculos, de la culpa, habla mucho de la venganza, de la relación con la familia, esto es algo que también está muy bien dibujado, tiene un valor muy importante. El texto habla de todo lo que nos rodea y cómo eso condiciona nuestras decisiones. También se habla de la justicia, de cómo puede mirar hacia un lado”.
El bar como terreno común universal, el bar como punto de encuentro. Llama la atención entonces lo evidente de la escenografía que impide darle nuevos significados más allá de los obvios, muy alejada de aquel prodigio que fue El bar que se tragó a todos los españoles (Alfredo Sanzol), donde este espacio se modificaba y colmaba de matices. Quizá una sala más pequeña hubiera ayudado, también en este aspecto.
“A veces los directores quieren poner su sello, su imprenta, y con David es todo lo contrario, deja que las cosas sucedan, que los personajes se desarrollen, es un lenguaje muy particular”, explica Alarcón; por eso sobra la escenografía y gracias a eso el público ansía saber más de los personajes, buscar los capítulos de una novela que no existe, porque estamos frente a las tablas “Es muy gratificante notar en escena cómo el público escucha, eso lo consigue David gracias a su forma de dirigirnos”.
Los guapos levantan entonces el telón para enseñarnos, en definitiva, los grandes leit motiv de Trueba. Quien le siga lo reconocerá y, por supuesto, lo disfrutará. Irá detrás de él, gozosamente, disculpando las curvas del camino. El texto rezuma su estilo, el preciosismo de su prosa, algo que en el escritor y cineasta siempre es imposible cortar incluso si su ritmo se ve truncado. También en el teatro hay que saber ganar. Y saber perder.
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