Necesitamos una Declaración Universal de los Neuroderechos Humanos

Foto: Pixabay.

Reclamar una nueva Declaración Universal de Derechos Humanos que proteja nuestro cerebro y su actividad se ha convertido en un movimiento planetario encabezado por el neurobiólogo español Rafael Yuste, al frente de Neurorights. Esta fundación ha hecho un análisis comparativo de todos los derechos humanos existentes, incluyendo la Declaración Universal, los convenios internacionales, las comisiones de la ONU de las últimas décadas y ha llegado a la conclusión de que ninguno de estos marcos jurídicos nos protege del mal uso de unos avances neurocientíficos que ya están aquí. Ahora se le puede cambiar la personalidad a un ser humano y no hay ninguna ley a la que pueda acogerse. Ninguna ley protege nuestra intimidad mental. Y, si no podemos protegernos en ese nivel, ¿para qué sirven el resto de los derechos humanos?

Cualquier iniciativa dirigida a poner límites éticos y jurídicos a las tecnologías vinculadas con la neurociencia es una magnífica noticia. Chile, el primer país del mundo en consagrar la protección de los neuroderechos en un nivel supralegal (cerró el año 2021 modificando su Constitución para que incluya la protección de “la actividad cerebral, así como la información proveniente de ella”) acogió del 17 al 21 de enero una nueva edición de Congreso Futuro, un evento de divulgación científicohumanista de referencia en Latinoamérica y el hemisferio sur.

En este encuentro se dieron cita numerosas personalidades de diferentes ramas del conocimiento dispuestas a reclamar la redacción de una nueva Declaración Universal de Derechos Humanos que proteja nuestro cerebro y su actividad. Más que una reivindicación es, a estas alturas, un movimiento planetario encabezado por el neurobiólogo español Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia (Nueva York), al frente de la fundación Neurorights. 

La citada fundación ha hecho un análisis comparativo de todos los derechos humanos existentes, incluyendo la Declaración Universal, los convenios internacionales, las comisiones de la ONU de las últimas décadas… y ha llegado a la conclusión de que ninguno de estos marcos jurídicos nos protege del mal uso de unos avances neurocientíficos que ya son una realidad. Ahora se le puede cambiar la personalidad a un ser humano y no hay ninguna ley a la que pueda acogerse. Estas voces, sus reflexiones y reivindicaciones permiten que no sólo las instituciones políticas, científicas o económicas presten atención a esta nueva dimensión del ser humano sino que la ciudadanía reflexione y se movilice en línea con una nueva conciencia de sí misma.

¿Quién lleva el timón aquí?

Las empresas privadas están invirtiendo enormes cantidades de dinero, en muchos casos de forma encubierta, y tienen potentes programas de investigación debido a las infinitas aplicaciones comerciales de la neurotecnología. Los rápidos avances de Facebook, Microsoft y Google ya tienen departamentos de neurotecnología. Están surgiendo nuevas empresas especializadas en el desarrollo de estas tecnologías, como Kernel (fundada por el multimillonario Brian Johnson) o Neuralink (del magnate Elon Musk). El pasado abril Neuralink mostró a un mono controlando un videojuego a través de un chip implantado en su cabeza. El metaverso y las gafas capaces de leer el movimiento del globo ocular anuncian la llegada de artefactos y sistemas de inteligencia artificial que pueden recoger datos del comportamiento y decisiones de las personas sin la intermediación de una pantalla, directamente de su cuerpo.

¿Qué tipo de ser humano queremos ser?

Ya hay métodos ópticos, eléctricos, magnéticos, acústicos, informáticos y químicos que utilizan la estimulación cerebral en pacientes de párkinson, depresión, bipolares… para aliviarles el temblor o los episodios depresivos que pueden llevar al suicidio, pero hay evidencias de que a algunos pacientes les cambia la personalidad. Es más, según reconoce Yuste, “a veces los familiares del paciente van al médico y le preguntan qué le están haciendo al abuelo, porque cada vez que se enciende el dispositivo se convierte en otra persona. Y hay casos muy complicados en que al paciente le gusta más su nuevo yo”.

Las nuevas tecnologías permitirán leer incluso aquello que ni siquiera una conoce de sí misma porque existe por debajo del umbral de la conciencia. Con estos escáneres y algoritmos de inteligencia artificial se abren las puertas a la posibilidad de que cualquiera pueda leer lo que nos pasa por la cabeza. Aparece en nuestro horizonte inmediato el concepto de intimidad mental que ninguna ley protege en este momento. Si no podemos protegernos a estos niveles, ¿para qué sirven el resto de los derechos humanos?

NeuroRights Foundation ha analizado 21 productos comerciales neurológicos y ha constatado que en las condiciones del contrato de todos ellos se especifica que los datos que obtenga el dispositivo pertenecen a la compañía, no al usuario. Y pueden hacer lo que quieran, analizarlos, venderlos… Merece la pena recordar el caso de Cambridge Analytica. Esta compañía recopiló de forma indebida información sobre 50 millones de usuarios de la red social Facebook. Por esta causa, Mark Zuckerberg se vio obligado a reconocer que Facebook cometió errores en medio del peor escándalo enfrentado por la red social. Estos datos fueron luego utilizados para manipular psicológicamente a los votantes en las elecciones de EE UU de 2016, en las que Donald Trump resultó electo presidente.

Por eso es necesario que los tribunales internacionales garanticen ya que cualquier dato obtenido de la medición de la actividad neuronal deba mantenerse en privado. Si se almacena, deberían garantizar nuestro derecho a pedir que se elimine esta información y debería controlarse la venta, la transferencia comercial, marketing…

Nuevos relatos, nuevas identidades

Entre las personalidades que defienden el reconocimiento de esta nueva categoría de derechos humanos se encuentra el cineasta Werner Herzog, quien está elaborando desde hace meses un documental sobre la neurociencia y los neurodatos, que prestará atención al proceso abierto por el Senado chileno. “Lo que está pasando en Chile es único, revolucionario y muchas naciones seguramente van a seguir el ejemplo. Es fascinante”, ha asegurado el cineasta, quien también participó en el Congreso Futuro 2022.

Otro de los nombres relevantes en línea con la protección de los neuroderechos es el de Timnit Gebru, la científica etíope que fue codirectora del equipo de investigación Inteligencia Artificial ética de Google hasta que fue despedida por la compañía. Sus investigaciones ponían de relieve los algoritmos racistas y los dilemas éticos de los proyectos de minería de datos y la IA. “Los métodos actuales de recopilación y anotación de datos para el aprendizaje automático están plagados de sesgos capaces de causar daños en el mundo real”, mencionaba en un artículo escrito meses antes de perder su puesto de trabajo.

“Cuando estaba escribiendo sobre estas cosas es porque estaba alarmada sobre lo que veía. Ahí fui despedida de Google. Es por eso que necesitamos decirle al mundo cuáles son los principales issues en torno a la tecnología. Los parlamentos y congresos deberían orientarse al empoderamiento del trabajador con leyes”, afirmó durante el congreso. Gebru citó el caso de Frances Haugen, el denunciante de Facebook que aseguró que el crecimiento es la máxima prioridad para la compañía y que no tiene en cuenta el impacto de las propuestas de Inteligencia Artificial del Metaverso sobre la neuroplasticidad infantil.

Se llama neuroaumentación

Se están creando interfaces cerebro-computadora que nos permitirán escribir con el pensamiento, conectarnos a Internet directamente para aumentar nuestra actividad cerebral. La aparición de gafas, diademas, pulseras y cascos que se conectan directamente con el cerebro es inminente y aún no existe una normativa que impida que se vendan como electrónica de consumo sino como aparatos médicos precisamente por su impacto. La aparición de estas tecnologías genera realidades complejas. El acceso a estas sofisticadas y caras tecnologías puede convertirse en un privilegio que permita a una parte de la población ampliar indefinidamente sus capacidades mentales frente a las de menor capacidad adquisitiva y otras minorías.

En apenas diez años estaremos planteándonos situaciones que hoy parecen de ciencia ficción. Por ejemplo, una persona que haya aumentado su neurocognición ¿de qué tipo de culpa responderá en un contrato?, ¿podría ser una eventual causal de divorcio cuando esa “neuromejora” deja de existir?, ¿qué tipos de indemnizaciones podrían darse en este caso?, ¿tendrá mejores habilidades parentales un progenitor?, ¿será una nueva forma de acreditar la idoneidad de una persona en juicio?

Por eso este movimiento internacional de personas vinculadas con la ciencia se apoya en la iniciativa legislativa que está desarrollando el parlamento chileno para definir cuanto antes qué tipo de ser humano queremos ser y dejarlo por escrito.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.