Derrumbando una columna jónica
A Paco Tomás esta columna se le ha ‘descojonificado’. Porque quería hablar de la fraternidad rayana en lo homo de los hombres heteros, en determinadas situaciones. Pero, como le ha hecho tanta ilusión un regalo, se ha deslizado hacia el consumismo: «Justifico mi materialismo sin alabarlo. No descubro nada nuevo si apunto que detrás de ese afán por cumplir deseos hay un placebo para combatir la inseguridad que ha caracterizado mi vida».
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En ocasiones me asalta el dilema cuando escucho a alguien repudiar a otra persona con el argumento del materialismo. No hablo de la corriente filosófica; hablo de esas personas que disfrutan colocándose en los extremos de la vida, como si fuesen atalayas desde las que contemplar la despreciable existencia de todos aquellos que no comulgan con sus teorías, y prejuzgan a los demás por su capacidad de disfrutar de bienes materiales. A veces me resulta ofensivo que alguien me hable de la belleza de una puesta de sol o de la sonrisa de un niño cuando estoy explicando la ilusión que me haría viajar a Las Vegas o mi repentina necesidad de renovar mi MacBook. Como si comprarte un ordenador nuevo te impidiese ver el sol.
Es cierto que vivimos en una sociedad que genera necesidades absolutamente prescindibles. Supongo que a eso se le llama capitalismo. Ya expliqué en una ocasión que soy un consumidor implacable. Me gusta consumir. Estoy tan insertado en el mecanismo del sistema que a veces creo que soy una tuerca. Me gusta comprarme películas en dvd cuando ya nadie compra películas. Me gusta adquirir discografías completas, libros, merchandising de mis series de televisión favoritas, camisetas serigrafiadas, material de papelería, muebles, cuadros, chucherías japonesas… Trabajo no sólo para dignificarme a mí mismo sino para que me paguen por ello y, así, poder consumir. No hablo de pagar el alquiler, la luz, el agua, el gas… Eso no es consumir, eso es vivir. O sobrevivir.
Me gusta el capitalismo porque gracias a él dispongo de cosas que deseo. Eso no significa que no crea que los sistemas se puedan mejorar. Y el capitalismo debe hacerlo. Aunque en su ADN esté la desigualdad social, deberíamos impedir que esa brecha afecte a los productos de primera necesidad y, a su vez, mejorar el poder adquisitivo de las familias para, en palabras torpes, darle al sistema lo que desea: consumidores. Sé que acabo de hacer una lectura simplista de un razonamiento macroeconómico, pero lo único que pretendía visibilizar es que las personas que disfrutamos comprándonos un libro enorme de Mark Ryden o coleccionando muñequitos Monskey no somos el enemigo. Que en los tiempos que corren, en este universo polarizado, en ocasiones lo parece.
Justifico mi materialismo sin alabarlo. No descubro nada nuevo si apunto que detrás de ese afán por cumplir deseos hay un placebo para combatir la inseguridad que ha caracterizado mi vida. Incluso hay estudios psicológicos que afirman que las personas muy dependientes de los bienes materiales tienen más dificultades para recuperarse de una experiencia negativa (léase crisis, por ejemplo). Y me parece lógico. Todo eso ya lo sé. Y de verdad que soy capaz de disfrutar de una maravillosa puesta de sol en Cádiz y hacerlo con un iPhone en la mano. De hecho, no existe smartphone capaz de captar los colores de ese cielo con la nitidez y espectacularidad con la que lo hace el ojo humano.
A veces los artículos son como novelas; tienes clara la idea argumental pero, de repente, los personajes cobran vida propia y deciden el rumbo de la historia sin que tú puedas hacer nada por evitarlo. Eso me acaba de suceder con esta columna jónica. Quería hablar de la camaradería entre hombres heterosexuales y cómo, en ocasiones, esa fraternidad roza límites homoeróticos. Y ustedes se preguntarán: si esa era la premisa, ¿por qué lleva cuatro párrafos hablando de materialismo y capitalismo? Pues porque mi personaje ha decidido tomar ese camino y no he sido capaz de detenerlo.
La idea era empezar manifestando lo sencillo que es hacerme feliz. No soy un tipo complicado de esos que sus amigos nunca saben qué regalarle porque tiene gustos peculiares o “ya tiene de todo”. Soy bastante evidente y de gustos heterogéneos. Debe ser lo único hetero que tengo. Y explicaba que la editorial Taschen me había hecho feliz enviándome una estupenda edición del libro My Buddy, recopilación de fotografías de soldados, durante la II Guerra Mundial, en las que vemos cómo la guerra modifica la percepción de homosexualidad y heterosexualidad. Un trabajo estupendo del fotógrafo Michael Stokes –él se encargó de rastrear y compilar esas imágenes- acompañado de textos de Gore Vidal, James Jones o Scotty Bowers, el autor y protagonista de Servicio completo, sus memorias sexuales en el Hollywood de los años 40. Y al final, ya ven dónde he acabado. O mejor dicho, cómo he empezado.
No me lo tengan en cuenta. La semana que viene prometo escribir de las relaciones masculinas en tiempos de guerra. Es que hay días en los que las columnas crecen sin control.
Comentarios
Por Inadaptado, el 25 junio 2014
Pues a mí los consumistas no me caen nada bien.
Por El Manolo, el 25 junio 2014
Pues sea feliz con sus compras hombre,disfrute de ellas y no se sienta culpable por ello…Espero con veradadera impacienza el mencionado articulo sobre las relaciones masculinas en tiempo de guerra,la homosexualidad viríl le llamo yo.y que aún perdura en este tiempo y en tiempos de paz.
Por jose luis, el 25 junio 2014
Oigan!!! ¿Porque los comentarios son tan «bordes»? ¿Es que no se puede escribir y criticar, lo escrito, sin necesidad de inhalar tanta condescendencia insultante?
Por Nely García, el 01 julio 2014
La naturaleza es rica en comportamientos, tendencias, actuaciones etcétera, y todos tienen la misma importancia.
Bellos desnudos masculinos.