Descubrimientos para el verano de ‘literatura de lo pequeño’
“La mayor manifestación de libertad es el descubrimiento”, nos dice el poeta y ensayista Javier Sánchez Menéndez. Aprovechemos, pues, el verano para descubrir y leer nuevos libros. Tal vez así seamos un poco más libres. Aquí van unas cuantas pistas hacia la libertad (la de verdad; no la del liberalismo): Desde un compendio de la poesía de José Hierro (‘Hierro Ilustrado’) para celebrar el centenario de su nacimiento hasta ‘Cuadernos perdidos de Japón’, de Patricia Almarcegui, y el ‘Atlas de literatura latinoamericana. Arquitectura inestable’, con edición de Clara Obligado.
Emily Dickinson nos enseñó hace tiempo que para viajar y volar solo hace falta un buen libro. La voz íntima y universal de la poeta norteamericana, que pasó gran parte de su vida recluida voluntariamente en la casa de su padre, en Amherst, es hoy una presencia ineludible de quien busca en la “literatura de lo pequeño” (Dickinson fue una gran ornitóloga y jardinera) la respuesta a los grandes preguntas de todos los tiempos y una clave para salir del atolladero en el que se encuentra hoy la Humanidad. Hay numerosas versiones y con traducciones muy sólidas, pero para quien desee aproximarse a su obra recomiendo la muy dickinsoniana edición de El viento comenzó a mecer la hierba, ilustrada por Kike de la Rubia y publicada por Nórdica.
Esta editorial celebra los 100 años del nacimiento de otro poeta, José Hierro, con un libro ineludible, Hierro ilustrado. En este volumen se reúne la obra esencial de uno de los grandes referentes de la generación de la posguerra, esa que algunos se empeñan en olvidar. Cuenta además con ilustraciones y dibujos del propio autor. Artista polifacético, Hierro fue también un gran melómano y colaboró durante mucho tiempo con Radio Clásica de RNE. Esta emisora le rindió un homenaje , que recomiendo escuchar, pues la música y la poesía siempre han ido de la mano.
Quien quiera adentrase en la vida del autor de Cuaderno de Nueva York debería leer Hierro fumando, también en Nórdica, de Jesús Marchamalo y con ilustraciones de Antonio Santos. Como han hecho con otros escritores, el tándem Marchamalo-Santos logra captar en muy pocas páginas (qué devoción tengo por los libros mínimos) el espíritu de Hierro, a quien Marchamalo describe así: “Llamaba la atención, allí sentado [en el bar donde iba todos los días a escribir y a beber su chinchón], su aspecto de guerrero de opereta, de forzudo de circo: cuerpo fibroso, un bigote opulento y esa cabeza suya de caudillo otomano, rojiza y prominente”. Estas biografías de Marchamalo, lo he contado alguna vez, son absolutamente chejovianas, tal y como lo entendió Natalia Ginzburg en el retrato que hizo del maestro ruso.
Perdonen que insista con Nórdica, una de las editoriales más exquisitas del panorama actual, pero no se pierdan su Atlas de literatura norteamericana. Arquitectura inestable, con edición de Clara Obligado e ilustrado por Agustín Comotto. La buena literatura siempre es periférica, está en los márgenes, como muchos de los autores que recoge este mapa de mapas. Escritores latinoamericanos que nos acercan a su propio canon, si es que existe tal cosa. No está Borges, no, pero sí Rodolfo Walsh, por ejemplo, en mi opinión uno de los escritores que más influencia ha tenido en la narrativa de no ficción, tan pujante en la actualidad.
Como el español Chaves Nogales, Walsh se adelantó a Truman Capote al trabajar con herramientas de la novela los hechos reales, como en Operación Masacre. Junto a autores menos conocidos como Walsh o Elena Garro, quien se anticipó al realismo mágico, hay otros nombres que han tenido mayor recepción en España, como Bolaño o Nicanor Parra. Si tuviera que poner alguna pega a este atlas, quizás sería la de haberlo estructurado en torno a la literatura de cada país (claro que, si no, ya no sería un atlas, eso es verdad, al menos un atlas al uso), pues quizás deberíamos empezar (también en España) a desterrar la idea de una literatura “nacional” para hablar de la que crece en torno a un idioma, que por otro lado es el espíritu que se respira en esta obra oportuna, arriesgada y a contracorriente.
Creo que precisamente es ese el espíritu que recorre Todo lo que crece (Páginas de Espuma), de la propia Clara Obligado, en el que la autora retoma algunos de los temas que ya trató en Una casa lejos de casa, en el que a partir de su experiencia vital Obligado nos proponía una literatura mestiza y migrante. El Sur (Argentina, donde nació), el Norte (España, donde vive desde hace más de 40 años) aparecen también en Todo lo que crece como una frontera en la que se mueve la autora, como el Leer y Escribir de Las palabras, de Sartre. El hilo conductor de este nuevo ensayito (palabra que le gusta utilizar a Obligado para referirse a estos ensayos de espíritu dickensiniano, pequeños pero intensos y universales) es el vínculo entre la naturaleza y la escritura, que ya encontramos desde el Génesis. “Vasos comunicantes entre escribir y plantar: el mayor atributo de un jardinero es la paciencia, no entendida como pasividad, sino como una insistencia que se nutre de sorpresas. También tiene paciencia en su búsqueda quien escribe, no hay mejor abono para un texto que la espera”, escribe Obligado, en un hermoso texto que mezcla lo autobiográfico, la reflexión y que, sobre todo, es un homenaje a la literatura y al libro, como un jardín que llevamos en el bolsillo, según dice un proverbio árabe que recoge la autora.
Y es que leer nos puede llevar muy lejos sin salir de casa, por ejemplo a Oriente, si uno se adentra en Cuadernos perdidos de Japón (Candaya), de Patricia Almarcegui, escritora de viajes, un género con no demasiada tradición en España pero que en los últimos años goza de vitalidad gracias, entre otros, a nombres como el de la propia Almarcegui. Que nadie espere de este libro la típica guía para turistas apresurados que buscan los sitios emblemáticos donde hacerse un selfie. Este cuaderno fragmentario, sedimentado a partir de varios viajes, es pura literatura, en la que la autora nos lleva con su mirada a lugares, personajes, lecturas, vivencias, reflexiones en torno a Japón. “La cultura japonesa se caracteriza porque atiende a la fragilidad del mundo cambiante, se entrega a él y se identifica con la hermosura variable del universo”, dice una de las anotaciones.
“Humor, humus, humildad, hombre. Palabras emparentadas. Un alfarero nos creó con barro. / Todo es regreso”, escribe Obligado en Todo lo que crece. Y eso, regresar, es lo que ha hecho el escritor Andrés Ortiz Tafur. Desde hace varios años, vive en la Sierra de Segura, una atalaya excepcional para contemplar la vida, el tiempo y el sentido de lo que de verdad importa. En Los últimos deseos (Sílex) –con un lúcido prólogo de Ernesto Calabuig–, Ortiz Tafur ha reunido 80 piezas publicadas previamente en una columna en un diario jienense en las que se mezcla lo cotidiano, el análisis de la actualidad, lecturas y la necesidad de transmitir todo eso a través de la escritura, en una apología de la vida simple, tan necesaria en el mundo de hoy. Muñoz Molina suele repetir que en los periódicos se hace muy buena literatura y este libro de Ortiz Tafur es una buena muestra.
Creo que una vida más sencilla nos acarrearía enormes beneficios, y no solo a nosotros, también a otros seres vivos. Esta vida consumista y enloquecida, omnívora de petróleo y carne animal, es el caldo ideal para que se muevan los virus y las bacterias, han alertado científicos y naturalistas como Jane Goodall. Desde luego, no se habría expandido el covid, la pandemia con la que mal convivimos desde 2020. A finales de ese año, el 24 de diciembre de 2020, el editor de Sílex, Ramiro Domínguez, fue ingresado en la UCI de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid a causa del virus y estuvo 14 días en coma con la vida pendiente de un hilo. Mientras estuvo intubado, Domínguez viajó a través de un sueño en el que se mezclaba la vida real con el lado más onírico y fantasioso. Ya nos dijo Shakespeare que estamos hechos de la materia de los sueños y, por suerte, la vida regresó, y Domínguez pudo volver a su casa. Fue allí donde el escritor Recaredo Veredas escuchó la historia de su amigo e, inmediatamente, tuvo la certeza de que allí había un libro, que se publica ahora, Vida después del sueño (Sílex). Lejos del optimismo de quienes pensaban que la pandemia iba a cambiar nuestra forma de vida y del pesimismo de quienes piensan que los humanos no tenemos remedio, este libro original, escrito a dúo, es un canto a la vida y a la necesidad de recomenzar de nuevo. Y hace suya la frase de Samuel Beckett cuando decía: fracasar de nuevo, fracasar mejor.
Lo simple, lo breve, lo intenso, como un aforismo. Como los que ha reunido Javier Sánchez Menéndez en Mundo intermedio (Ediciones Trea). Fundador de la editorial Isla de Siltolá, poeta y ensayista, con este libro Sánchez Menéndez demuestra que es un consumado aforista y sabe manejar muy bien las distancias cortas de la reflexión maridada con la poesía y la fulguración. “La mayor manifestación de libertad es el descubrimiento”, nos dice. Aprovechemos, pues, el verano para descubrir y leer nuevos libros. Tal vez así seamos un poco más libres.
Comentarios
Por Enrique Llopart Buisán, el 10 julio 2022
Me interesa vivamente los artículis y opiniones de J. Mirales. Por est y pod aquello….
Gracias
Por M. Elena Casas Serrste, el 10 julio 2022
Me gusta y me aporta su artuculo