Día del Libro: ¿Qué leen los científicos?
Hoy, Día del Libro, nos detenemos en algo distinto: ¿qué leen los científicos? Hemos hablado con seis investigadores de muy diversas disciplinas –una matemática, un geógrafo, una paleontóloga, un biólogo, un informático y una química– para que nos revelen cuáles son sus lecturas preferidas. Y nos encontramos desde Amin Maalouf a Susan Sontag, desde Machado a Antonio Damasio, desde ‘Los Pilares de la Tierra’ de Ken Follett a Yuval Noah Harari y su ‘Sapiens’. ‘Spoiler’: gana la historia sobre la ciencia.
Se pasan el día entre fórmulas matemáticas, microscopios y fósiles, pero, aun así, entre visitas al laboratorio, clases universitarias o expediciones al fin del mundo, encuentran espacios en blanco para sumergirse en la lectura, casi siempre en busca de horizontes literarios distintos a los que son sus pasiones profesionales, salvo excepciones, que haberlas haylas.
Una de ellas es la del geógrafo y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid Eduardo Martínez de Pisón: “Me pillas leyendo las noticias en Internet”, me dice al descolgar el teléfono. “Bueno, las primeras líneas, porque ahora todo es con suscripción y a mí me gusta ver varios medios”. Martínez de Pisón, a sus 85 años, es de esos jubilados incombustibles. Si no está dando una conferencia, anda inmerso en la escritura de un nuevo libro o de un prólogo o de un artículo. “¿Si leo? Yo siempre he sido un ratón de biblioteca, pero si me preguntas el tema de los libros que tengo en casa, la mayoría son de Geografía y de todo lo que tiene que ver con los paisajes y con la montaña”.
Entre sus autores favoritos, que confiesa releer una y otra vez, Antonio Machado, otro amante del paisaje, y casi todos los de la Generación del 98: “Son escritores de una calidad extraordinaria, como la lumbre que nos acompaña y nos da luz. Y destacaría también a Pío Baroja; me encanta su forma de pensar y de transmitir cómo ve a las personas”. Martínez de Pisón reconoce que a menudo la preparación de las charlas y conferencias, a las que es invitado asiduamente, le llevan a lecturas y descubrimientos inesperados. “Ahora estoy leyendo libros sobre la pintura de Sorolla y el doctor Simarro por una conferencia reciente. La última novela que cayó en mis manos, en Navidades, fue de George Simenon, Maigret tiene miedo, una novela negra. En realidad, la cogí al azar y me entretuvo mucho”, confiesa el geógrafo, escritor a su vez de referencia sobre cultura geográfica, muy especialmente de nuestras montañas y montes.
A casi 3.000 kilómetros de distancia, otro científico español varias décadas más joven, pasa su día entre microchips y robots. Es Pablo Lanillos Pradas, experto en inteligencia artificial. Su proyecto actual en el Instituto Dongers de Nimega (Holanda) trata de aplicar capacidades del cerebro humano a la robótica; en concreto, busca cómo dotar a las máquinas de la capacidad de entender los impactos de sus actos, como lo hacemos los sapiens. También anda liado con otro proyecto para crear chips que ayuden a controlar mejor los robots. Total, que no anda sobrado de tiempo para la lectura, un mal de nuestro tiempo. “Cuando tengo sobrecarga mental, lo que me llama es olvidarme de las letras y escaparme a la naturaleza”, reconoce.
Aun así, de cuando en cuando, cae en sus manos un libro de divulgación científica, a ser posible relacionado con la Física –reconoce ser “un físico frustrado”– y nos recomienda títulos como La partícula de Dios, escrito por el premio nobel Leon M. Lederman y el escritor Dick Teresi en 1993 sobre el origen del Universo, o el gran éxito de Yuval Noah Harari, Sapiens: de animales a dioses. “Como vivo inmerso en el mundo de la ingeniería, esa parte de nuestra historia humana la tengo más perdida y me resulta fascinante saber de dónde venimos, cómo surgió la consciencia, nuestro desarrollo evolutivo. Me atrae mucho esa visión no reduccionista en la que no todo se puede medir como en los robots”. Pero su obra de cabecera científica es El error de Descartes, del neurocientífico americano Antonio Damasio, cuya lectura asegura que le animó a estudiar el cerebro humano.
Cuando su mente informática quiere escapar de la ciencia, su lectura va por otros derroteros, desde novelas como Lectura fácil, donde Cristina Morales nos recrea la vida de tres discapacitados, a la novela de fantasía épica El nombre del viento, del estadounidense Patrick Rothfuss . “Es de esas historias tipo Tolkien que te atrapan; soy de los que están esperando el último de la trilogía desde hace tiempo”. Todo en papel, eso sí, “porque bastantes pantallas tenemos ya todo el día”.
La matemática Ana Justel, catedrática en la Autónoma de Madrid, es una experta en transformar en datos estadísticos los recabados en la naturaleza, un paso fundamental para llegar a conclusiones y conseguir modelos. Ese trabajo le lleva a realizar largos viajes por este planeta –Ana es una de las investigadoras polares españolas que más veces han visitado la Antártida– y, en su caso, los ebook le ayudan a aliviar peso. De esa parte de su vida se le ha quedado prendido el interés por todo lo que tiene que ver con la gran aventura de la exploración polar. “Me he leído casi todos los libros de Javier Cacho: sobre Nansen, Shackleton, Amundsen y Scott… Son vidas apasionantes que te ayudan a comprender lo que fue el pasado de ese continente”. Cacho, además de escritor, fue también científico polar y es buen conocedor de un continente que aún visita de cuando en cuando, la última vez en 2020, pese a estar jubilado.
Dos espacios especiales en su librería tienen el libro de Emilio Salgari Al Polo Austral en velocípedo, escrito cuando aún se desconocía casi todo de la Antártida, y otro que aún tiene entre las manos, Aventura de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, diario de viaje de un marino que naufragó en su viaje al Polo Sur.
“A veces tengo dos y tres libros empezados a la vez, alguno siempre con cierto trasfondo político internacional, como El ruido de las cosas al caer, del colombiano Juan Gabriel Vázquez. Lo que dejo de lado es la divulgación científica, sobre todo si tiene que ver con matemáticas o universidades, porque es como volver al trabajo. Como suelo leer por las noches y en los viajes, lo que busco es desconectar”.
¿Y a qué lecturas dedica su tiempo libre un biólogo? Cada persona es un mundo, pero elegimos preguntar al también catedrático, de Ecología en este caso, Javier Benayas, experto en gestión ambiental y sostenibilidad. “La verdad es que leo poco a diario por falta de tiempo, como unos 10 libros al año de media. Y soy de autores fijos”, explica. “Uno de los últimos que he leído relacionado con la ciencia es el que escribieron juntos Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga (La vida contada por un sapiens a un neandertal) y también Sapiens, de Harari. Pero mis favoritos para el ocio están en la literatura, con Amin Maalouf o Ken Follett en primer lugar. Me atraen novelas en las que me sumerjo totalmente y estos autores me ayudan a comprender la vida en la Edad Media o en otras épocas y lugares”.
Ahora, sin embargo, acaba de terminar el primer libro del joven Olayo Reynaud, Por donde el Sol se esconde, último premio Desnivel, que narra la historia del viaje que Olayo hizo en 2015, con sólo 17 años, por Asia en bicicleta. Benayas confiesa que cuando escoge un libro lo lee hasta el final, aunque no sea lo que esperaba. “Ahora, si me atrapa no puedo dejarlo, como me ocurrió con el de Olayo; me encantan las historias de aventuras en la naturaleza o de expediciones y viajes, porque es como estar en ese lugar”.
El gusto del biólogo por algunos auténticos best seller lo comparte la química Ethel Eljarrat. Ethel trabaja en el IDAEA –Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (CSIC)– en el estudio de los contaminantes químicos relacionados con el reciclaje, ya sea de plásticos, electrónica o neumáticos. “Aunque escasea el tiempo, me gustó mucho leer Los Pilares de la Tierra, de Follett, y también El Italiano, de Arturo Pérez-Reverte. En general, me atrae la historia y, como judía que soy, también relatos que hablan del holocausto o el nazismo. Pero lo que no hago es seguir con un libro si no me gusta. Lo abandono. Y, como ves, también me gustan que sean gordos, de esos que llevan días y días y en los que te familiarizas con el protagonista, hasta que al final da pena que se acabe”.
“¿Cuándo leo? Siempre leo en la cama. Es lo último que hago, como una manera de lavarme la cabeza antes de dormir, aunque cada vez aguanto menos despierta”. Nos lo reconoce María Martinón-Torres, paleontóloga y directora del Centro Nacional de Investigación en Evolución Humana (CENIEH). María, que nos descubre que en el pasado fue librera, se suele dormir con una novela –a ser posible de ciencia-ficción o de realismo mágico– o con un ensayo. “Me gusta mucho la narrativa breve, desde Medardo Fraile a Eloy Tizón, pasando por Ray Bradbury y también los cuentos. De hecho, entre 2008 y 2011 estuve al frente de una librería en Madrid, en el barrio de Malasaña, Tres rosas amarillas, especializada en literatura breve. Teníamos cuentos y relatos de todas las épocas y estilos, desde clásicos como Chéjov a contemporáneos como Raymond Carver”.
Estos días, Martinón-Torres se acuesta unas noches con Las gratitudes, de Delphine de Vigan, y otras con La enfermedad y sus metáforas, el ensayo que Susan Sontag escribió mientras se trataba un cáncer. “Suelo tener abiertos esos dos tipos de libros al mismo tiempo, uno más científico o de ensayo y otro que nada tiene que ver con lo que hago. Según lo despejada que esté, o el humor que tenga, alimento el cerebro con uno o con otro”. Además, recientemente ha presentado como autora un nuevo libro de divulgación titulado Homo imperfectus: ¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución? (Ed. Destino).
¿Y qué importancia tiene la lectura en tu vida? “Es un salvavidas. Los libros sanan, consuelan, entretienen, enseñan, acompañan… Aprender a leer tendría que ser un derecho universal. El que no sabe leer está desprotegido”.
Qué mejor epílogo para esta crónica y para un día como hoy, el Día del Libro.
Comentarios
Por Uxi, el 25 abril 2022
Muy interesantes tus/sus recomendaciones.
Me aportan mucho tus reportajes.
Gracias inmensas, Rosa.