El día más triste del año y el fin del mundo en un thriller ecologista
Un lunes tal como hoy ha sido ‘declarado’ el día más triste del año. Buena fecha para recomendaros esta novela en torno a lo más bajo y triste de la condición humana. Un grupo de jóvenes investigadores viaja a la Antártida para analizar los efectos del cambio climático. En un territorio hostil, confinados y aislados, los científicos asisten a un desazonador futuro para el planeta y para su pequeña comunidad, atizada por lo más despiadado del ser humano. ‘Los gatos salvajes de Kerguelen’: primera, minuciosa, heladora…, excelente novela de Marta Barrio García-Agulló. Entre el thriller psicológico y la literatura ecologista.
En ocasiones, la infancia y la adolescencia son dos enfermedades terminales que nos persiguen hasta hacernos agonizar, hasta convertirnos en otros. A veces la maternidad acaba por convertirse en un mal oficio que estigmatiza a los hijos y los envuelve en una herida que la sociedad con su buenismo convierte en invisible. La sociedad siempre condenará a Medea, pero jamás señalará a aquella madre que en privado y sin dejar marcas sobre el cuerpo de sus hijos e hijas ejerce con su absentismo emocional un daño irreparable sobre la felicidad de sus vástagos. Y de eso sabe mucho Olivia, la protagonista de Los gatos salvajes de Kerguelen, primera y sorprendente novela de Marta Barrio García-Agulló:
“Hay amores maternales que son prisiones, intimidades mal entendidas”
Olivia es una superviviente perversa, impulsiva y fría como el tuétano de uno de esos icebergs con los que se cruzará es su viaje hacia la nada, y que se convertirán en improvisados y totalitarios gurús de esta entomóloga de mente brillante y rápida.
Y Los gatos salvajes de Kerguelen es un viaje rutilante hacia la regeneración estética desde la aniquilación extrema que supone siempre una revolución emocional. Una novela cuya narración concreta, valiente, aséptica, feroz e inteligente, entrega al lector un inusual y salvaje desafío, enamorarse de su protagonista (a pesar de sus pesadas y escabrosas sombras), de una mujer de lengua indestructible a pesar del peso que encierra sobre su musculatura y sus papilas gustativas:
“El estar a salvo (un techo, comida caliente, hoy y mañana) se compra con dinero, con la incertidumbre y la miseria de otros”
Olivia es brutal de palabra y obra, pero, aun así, página a página se convierte en un personaje que atrapa porque, a pesar de sus pequeñas y cruentas victorias, es imposible no empatizar con el final que se prevé para ella. La fragilidad es sin duda su seña de identidad, su maravilloso talón de Aquiles, ese aliento que la lleva a salvaguardar lo importante:
“Daría un brazo por un mando a distancia con el que poder bajar el volumen del mundo”.
Olivia es esa protagonista inimaginable para una primera novela y, sin embargo, su energía narrativa es un prodigio. Marta Barrio García-Agulló ha situado sus reflexiones en las antípodas de la especulación y ha dispuesto para ella pensamientos tan concretos y crueles que son capaces de acabar de un plumazo con las verdades a medias con que equilibran sus índices de audiencia los telediarios. García-Agulló solo trabaja con verdades desnudas. Solo amamanta personajes sin límites:
“Olivia acuna un cuerpo inerte. Querría convertirse en una serpiente para poder deglutirlo; o en una planta carnívora y apresarlo en sus fauces. Resiste la tentación de la necrofilia”.
Pequeños héroes en cuyas casas jamás serían nombrados con esa palabra.
Y para ello se apoya en una narración tremendamente visual. Resulta espléndida la elección de cada imagen. Deslumbrante la manera en que va construyendo las tremendas aristas de sus viajeros, de sus supra-cualificados, y sin embargo falibles, científicos; de Martine, Quentin, Emma, Edo y sobre todo de Olivia. La intensidad de cada uno de sus gestos hace más grande, y jugoso, el desbordante perfil del paisaje que va acogiendo el múltiple y contradictorio exilio de cada uno de ellos.
Olivia será la que primero se mimetice con la agresividad acechante del camino. La primera que deseará la soledad de una forma maquiavélica y excitante. La primera en descubrir ese objetivo que aparece en lontananza y que la volverá cada vez más poderosa, más peligrosa, más irresistible. La primera que se despereza de esa forma atroz en que se despereza la boca de un iceberg antes de abrir en canal las entrañas de un barco. Olivia es una mantis religiosa con ropa de abrigo.
Tiene además García-Agulló una perseverancia incuestionable por lo concreto que hace que su conocimiento documental forme un potente microclima de lirismo que hace única la estética profesional de su novela:
“Las plantas de estas islas no aguantan el estrés hídrico”.
“La sequía estival y los fuertes vientos originaron en los años sesenta una erosión eólica imparable que en un par de décadas acabó formando un desierto”.
García-Agulló vive en esta novela para habitar en el contraste, para documentar la denuncia hasta convertirnos en fervientes defensores de la naturaleza. Agulló nos marca la cara con el aire con el que castiga la piel de sus protagonistas, nos hiela las manos con el frío que asola la cubierta del barco en el que buscan su promoción vital. Convierte el baile desgarrador de los icebergs en una coreografía que nos abre los ojos de par en par y expone la necesidad de cuidar lo que jamás miramos como la más sólida tabla de salvación para el planeta:
“Olivia ha viajado hasta el fin del mundo para estudiar una mosca sin alas detritívora, la más conocida de las moscas sin alas: la Anatalanta aptera… Mantener las alas es costoso e implica poseer unos músculos poderosos en la espalda. Estas moscas han economizado esos preciados recursos y han destinado ese espacio y parte del abdomen a guardar reserva de grasas”.
Y practica la entomología emocional al más alto y despiadado nivel.
Oliva es pragmática no vengativa, sabe aprovechar las oportunidades, pero detesta el oportunismo, por eso mientras avanza y sobrevive al filoso aliento de los errantes bloques de hielo, no duda en reivindicar su libertad como mujer, su derecho a decir que no, su derecho a gozar de la atención sexual de mujeres y hombres, a ejercer como voyeur, a amar en silencio, a maldecir sin que un solo músculo de su cara cambie de lugar. Porque, sin duda, ofrecerse como voluntaria para habitar el fin del mundo le da derecho a todo.
Los gatos salvajes de Kerguelen es sin duda un libro exento de vanidad narrativa. Un texto conmovedor que hibrida sin tapujos y sin gazmoñería el bien y el mal.
Es también un texto venturosamente inmune a las tragedias cotidianas, una apuesta serpenteante y peligrosa sobre el relieve más abrupto de la naturaleza humana.
En Los gatos de Kerguelen nada es casual, aunque la casualidad y, sobre todo, la causalidad parezcan mecer sus mimbres argumentales.
Sin duda, ha sido para mí uno de los hallazgos literarios del nocivo 2020 por su integridad, por la importancia de lo que cuenta y por la importancia de cómo se cuenta este viaje de entrañas herméticas que hace volar por los aires cualquier expectativa que tenga el lector.
Los gatos salvajes de Kerguelen es un enigmático diario, el caro precio que siempre hay que pagar por la acepción biológica de la palabra endogamia. Y es sobre todo un tesoro de diversión, de intriga, de empatía y de concienciación para quien llega hasta sus páginas. Resulta un ejercicio magnífico adentrarse bajo su piel y quedar atrapado por el vigoroso calor que emite su rara y gratificante musculatura.
‘Los gatos salvajes de Kerguelen’. Marta Barrio García-Agulló. Altamarea. 175 páginas.
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