Dian Fossey vuelve con sus gorilas a las librerías
Si la humanidad progresa en algún sentido, creo que en parte será gracias a dos movimientos que en estos albores del siglo, y de distinta manera, empiezan a calar en la sociedad: el feminismo y el animalismo. El primero lucha por la igualdad de las mujeres y el segundo por los derechos de los animales. Una de la mujeres que mejor simboliza ambos movimientos –no tanto desde la teoría sino por una vida fuera de los cánones marcados a sangre y fuego a las mujeres y por su compromiso con los animales– es la primatóloga norteamericana Dian Fossey. Coinciden en las librerías una breve biografía sobre esta mujer rebelde y su libro más famoso, ‘Gorilas en la niebla’.
“Las posiciones morales de Fossey hacia los seres eran idénticas al actual animalismo. Sentía un genuino interés por el bienestar de cada individuo y un fuerte rechazo hacia su sufrimiento. Esto la apartaba del enfoque más frío de los conservacionistas o los gestores de la naturaleza, cuyo interés se orienta hacia la protección de los espacios y de las poblaciones en general, si bien no se preocupan necesariamente por las circunstancias particulares de cada individuo. Fossey no entendía la muerte de un gorila como la pérdida de un valioso ejemplar de una especie amenazada, sino como algo más íntimo, el asesinato de un miembro de su familia”, sostiene Pedro Cáceres, autor de Dian Fossey. Una mujer en la niebla (Prisanoticias Colecciones).
Después de leer esta biografía (no autorizada), narrada con agilidad y empatía hacia el personaje, el lector tiene la sensación de conocer un poco a esta mujer contradictoria, de estar ante uno de esos seres humanos que han cambiado nuestra manera de ver el mundo. La vida de Fossey (San Francisco, 1932-Ruhengeri, Ruanda, 1985) fue de película. No en vano fue llevada a la pantalla hace años con una interpretación inolvidable de Sigourney Weaver, quien supo captar muy bien la personalidad de una mujer valiente, tenaz y comprometida, pero con un carácter volcánico, como los volcanes reales de la cadena de los Virunga, en África, donde pasó 13 años de su vida estudiando la vida de los gorilas de montaña.
Terapeuta de profesión, ya desde niña mostró una fascinación singular por los animales. Soñaba con viajar a África y para cumplir su sueño pidió un préstamo. En 1963 se embarcó en un safari para conocer a los gorilas de primera mano, esta primera vez (la única) como una turista. “ Nunca olvidaré mi primer encuentro con los gorilas. El ruido precedió a la visión y el olor antecedió al ruido en forma de una abrumadora mezcla de olor humano y tufo almizclado. A continuación, el silencio quedó rasgado de pronto por una serie de ruidosos gritos seguidos de un rítmico rondó de golpes secos en el pecho, ejecutado por un macho de dorso plateado oculto tras lo que parecía un muro de vegetación impenetrable. […] La impresión más fascinante de este primer encuentro con el más grande de los simios antropomorfos fue su personalidad, unida a la cautela de su comportamiento. Abandoné Kabara a regañadientes, pero con la absoluta certeza de que, de una forma u otra, volvería para aprender algo más sobre los gorilas de las neblinosas montañas”, escribe en Gorilas en la niebla, su obra más conocida y que ha retomado en español la editorial Pepipas de calabaza.
Tenaz como era, a pesar de no contar con ninguna formación científica, regresó pocos años después a la selva africana para estudiar el comportamiento de los gorilas de montaña (diferentes a los gorilas de las llanuras, más abundantes), de los que apenas se sabía nada hasta ese momento. Y se quedó allí 13 años, viviendo en unas condiciones durísimas, muy alejadas del confort de una urbanita norteamericana de los años sesenta.
El doctor Leakey y “la chica de los gorilas”
El sueño fue posible gracias al doctor Leakey, quien estaba convencido de que el estudio de los gorilas (como había sucedido con el realizado antes por Jane Goodall con los chimpancés; otra mujer apadrinada por Leakey con la que Fossey presenta muchas coincidencias, aunque el temperamento de esta era más tormentoso) arrojaría luz sobre los antepasados de los humanos. Para que el lector se haga una idea del arrojo y la determinación de Fossey, la primatóloga relata en Gorilas en la niebla su encuentro con Leakey en Louisville. “Louis Leaky, que me recordaba vagamente como la torpe turista de tres años atrás [en la visita se torció el tobillo y tuvieron que llevarla unos porteadores nativos en parihuelas], mostró interés por algunas fotografías y artículos que había publicado desde mi retorno a África. Tras una breve entrevista, sugirió que me convirtiera en “la chica de los gorilas” que él había estado buscando para llevar a cabo un estudio de campo a largo plazo. Finalizó la conversación afirmando que era absolutamente necesario operarme del apéndice antes de aventurarme en las remotas soledades del hábitat de los gorilas. En aquel momento habría accedido a casi todo, y arreglé con presteza los trámites para la apendicetomía”.
Unas semanas más tarde, de vuelta ya del hospital, encontró una carta del doctor Leakey. Empezaba así. “En realidad, la extracción del apéndice no es una necesidad imperiosa. Es solo la forma que tengo de probar la resolución de los aspirantes”. “Este fue mi primer contacto con su peculiar sentido del humor”, escribe Fossey en Gorilas en la niebla sobre Leaky, alguien fundamental en su carrera y con el que llegaría a tener una aventura amorosa. El libro, escrito con el fin de recaudar fondos para su proyecto cuando Fossey ya había alcanzado la fama y era reclamada por las universidades, está narrado con honestidad, nervio, chispa, mucho detalle y sentido del humor. En él relata su estudio sobre los gorilas, las vicisitudes por las que tuvo que pasar, el enfrentamiento constante con los furtivos (un conflicto que fue en aumento), su lucha contra la burocracia, contra la soledad, contra la incomprensión y la desidia de las autoridades ruandesas, por lograr fondos para el proyecto, su oposición al turismo como reclamo para salvar a los gorilas de la extinción.
Al final pagó el precio de su pasión
El libro alcanza cotas de una gran intensidad cuando habla de los gorilas, con momentos muy tristes, como el ocurrido con Coco y Pucker, dos ejemplares jóvenes capturados por un guardia del parque nacional de los Virunga –con la ayuda de uno de los furtivos más conocidos– para entregárselos a un zoo de Colonia a cambio de un coche y de un viaje pagado a Alemania. Este episodio, o la muerte sangrienta y cruel de Digit (un macho joven de uno de los grupos de estudio) a manos de los furtivos pueden explicar algunas de las reacciones intempestivas y radicales de Fossey, quien luchó con obcecación y contra todo lo que se interponía en su camino para salvar a los gorilas de montaña, a veces con métodos poco convencionales.
“Si alguien puede decir que salvó a una especie creo que es ella. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a los gorilas y, si alguna persona se interponía en su camino, peor para ella. Esta no es la forma de hacer amigos e influir en la gente, y al final pagó el precio”, asegura David Attenborough, una cita que recoge la biografía de Pedro Cáceres en el epílogo, donde evalúa el legado de Fossey y de cómo ha sido visto por la posteridad.
Fossey murió de forma violenta en 1985 en su campamento de Karisoke. Aunque aún existen dudas sobre quién fue el autor, todo apunta a los furtivos o a las propias autoridades ruandesas, incómodas ante una mujer como ella, que ponía en riesgo la explotación turística del parque.
En la última anotación de su diario, encontrado en la cabaña donde la mataron, escribió Fossey: “Cuando te das cuenta del valor de la vida, empiezas a preocuparte menos de discutir sobre el pasado y te concentras más en la conservación para el futuro”.
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