Un diario y un libro de haikus para apreciar la naturaleza más cercana
En estos primeros días de primavera, en ‘Área de descanso’ nos detenemos en ‘El diario del naturalista’, de Nahaniel T. Wheelwright y Bernd Heinrich, y ‘Paseo’, de Jesús Aguado. Dos libros para reencontrarnos con la naturaleza más cercana, esa que fluye entre el ruido y el tráfico de las grandes ciudades, de la que no nos percatamos, pero que está ahí. Reparar en ella, en los detalles, nos puede aportar instantes de serenidad y felicidad.
Como en la literatura y en el arte, lo importante de la vida son los detalles. En una de las escenas más bellas de American Beauty, de Sam Mendes, vemos cómo el viento mece y arrastra una bolsa de plástico, la bolsa crece y danza en el cielo, bajo la mirada atenta del joven e inadaptado Ricky Fitts (interpretado por Wes Bentley). Rick lo graba en su cámara de vídeo y se lo muestra más tarde a su vecina, Jane Burnham (Thora Birch), la hija adolescente de Kevin Spacey y Annette Bening. La música de Thomas Newman contribuye a que nos dejemos llevar por eses bello instante que el chico ha sabido ver y captar. Aprender a mirar, ver lo que otros no ven, es lo que nos convierte en artistas.
Algo que está ahí y que no solemos ver es la naturaleza, sobre todo en las grandes ciudades, donde nos hemos ido acostumbrando a que el tiempo no lo marquen las estaciones sino el calendario, que ahora está en el móvil. Miramos a la pantalla para todo, dejamos escapar por ahí la vida. Nos movemos al margen de los ciclos de la naturaleza. Por ejemplo, en una ciudad contaminada y ruidosa como Madrid, en algunos barrios donde se han plantado es posible contemplar la breve floración de las acacias y los perales, algo parecido a lo que está ocurriendo estos días con el cerezo en flor, en el Valle del Jerte. En el centro está el Retiro, para mí uno de los corazones de la ciudad, por su biodiversidad (también humana), y basta alejarse de la almendra central a los barrios periféricos para que nos demos cuenta de cómo la naturaleza le intenta plantar cara al cemento: un conejo corre por un descampado, oímos el canto de un mirlo, una mariposa pliega las alas y se posa en un ciruelo pruno.
Creo que ese vivir de espaldas al medioambiente es una de las razones por las que no lo valoramos ni lo cuidamos. Claro que no es el único motivo del desastre ambiental, que tiene más que ver con nuestro modo de producir y de consumir, pero el hecho de apreciar los detalles de la naturaleza más cercana, la de los parques y jardines, nos ayudaría a pensar más antes de destruir nuestro hábitat. Ese alejamiento es parecido a lo que ocurre con los animales que comemos, que nos llegan en bandejas de plástico, como si fueran un derivado del petróleo y no algo que un día tuvo vida y sintió.
Para salir de este letargo, o más bien para estimular la observación de lo que nos rodea, estos días he releído un par de libros. Uno es El diario del naturalista (Errata Naturae), de Nathaniel T. Wheelwright y Bernd Heinrich, del que ya hablé en El Asombrario hace tiempo. Un libro que más que un libro es una llamada a la acción y el hedonismo, nos anima a observar y dar cuenta de la naturaleza más cercana para disfrutar de ella. El otro es tan breve como los haikus que contiene, Paseo (Luces de Gálibo), de Jesús Aguado. Este poeta, tal vez uno de los que más y mejor han practicado el haiku en España, nos regala instantes de la vida cotidiana, de la naturaleza más cercana, atento a los pequeños detalles. Como asegura el traductor del japonés y especialista José María Bermejo, “en el haiku encontramos la totalidad de la vida”. Aguado ha sabido captar imágenes que nos interpelan y nos devuelven la belleza y el sentido de lo que nos rodea: “Qué haces paloma / tan lejos de los parques / y los ancianos”. “Procesionaria / mi mente se parece / un poco a ti”. “Mirar los pasos / no dados que a lo lejos / son tan felices”. “Si les pregunto / las briznas dicen sí / y dicen no”. “Al dar la curva / se termina el camino. / ¡Comienza el mundo!”. “El caracol / inscribe su espiral / en quien lo mira”. “Mil pensamientos / disolviéndose en uno / y éste en la nada”. Un libro mínimo, Paseo, donde habitar durante mucho tiempo.
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