Así nos empobrece la ‘dictadura’ digital del hemisferio izquierdo del cerebro
Desde hace 500 años la civilización occidental está cada vez más dominada por el hemisferio izquierdo del cerebro. En contraste con el derecho, que se entiende como parte de algo conectado al mundo y al universo, el hemisferio izquierdo se ve aislado, desconectado, enfocado en los detalles y sin poder observar las cosas de forma global. Al hemisferio izquierdo le encanta descuartizar las cosas, deconstruirlas y categorizarlas, verlas como blanco o negro, o esto o aquello, o sí o no… En este ‘atraso’ civilizatorio, la invasión de lo digital y las pantallas está dándole tanto poder al hemisferio izquierdo que estamos perdiendo muchas sensaciones y capacidades que ayudan a construir los recuerdos y una memoria más sólida.
Llevo casi un año enamorado de la fotografía. La cámara (o mejor dicho, una cámara, ya que ahora tengo unas cuantas) me acompaña constantemente: cuando voy de paseo, cuando voy de compras, en el jardín, sentado en la mesa cenando con mi familia y amigos, etcétera. Mi fascinación por las fotos ha llegado a tal nivel que me siento prácticamente desnudo si salgo de casa sin algún aparato fotográfico: ¿Qué demonios voy a hacer si veo algo bonito/curioso/interesante y no lo puedo capturar? Me imagino que algunos lectores reconocerán la condición…
No es que antes no sacara fotos; lo hacía a ratos, pero nunca llegaba a estar tan apasionado por la fotografía. Es más, estaba tomando cada vez menos fotos en un período de mi vida – la infancia de mis hijos- cuando se supone que estás agobiando a tus queridos, metiendo el objetivo en sus narices sin cesar. Lo que hizo que todo cambiara para mí fue la adquisición de una cámara nueva, o mejor dicho, de segunda mano, específicamente una Leica III fabricada en 1936.
Podría hablar de las cualidades especiales de una Leica, pero eso no es lo que quiero destacar aquí. Lo realmente importante, desde mi punto de vista, es que es una cámara no-digital. Poco después de comprar el aparato (por un precio muchísimo más económico del que hubiese imaginado) construí un pequeño cuarto oscuro en el garaje y me puse a aprender todo el proceso – desde el decisivo clic hasta la producción mágica de la foto en sí. Y fue es ese momento que me enamoré -de los olores de las químicas, del tacto del papel, de la preparación de los carretes, del momento alquímico cuando aparece la imagen en la bandeja- y empezaba a darme cuenta de qué era lo que me faltaba con la fotografía digital.
Sacas una foto con tu teléfono o tu cámara moderna, y aunque puedas hacer maravillas con ella, pasándola por filtros, efectos y creando algo realmente interesante, siempre se queda ahí -en tu aparato o como mucho en el ordenador. Capturar el momento es rápido y fácil, tanto que no es nada complicado grabar cada instante de tu vida. Pero luego, ¿qué? Necesitarías otra vida entera para verlo todo, otra vida sentado delante de una pantalla, cosa que todos llevamos años diciendo que queremos evitar.
Pero el problema va más allá del mero hecho de tener discos duros llenos de fotos (y vídeos) que jamás tendremos tiempo para mirar. Las únicas fotos que guardo de un largo período de mi vida son las digitales, y aunque sé que existen… es como si no existieran -no en realidad. Sin embargo, lo que tienen las fotos no-digitales es una complejidad que hacen que sean una verdadera presencia en mi vida. Existen para todos los sentidos -el olfato, el tacto…-, no sólo para la vista. No es un proceso ni rápido ni fácil sacarlas: unos cuantos carretes enteros se han estropeado por varios fallos, con la pérdida de todas las imágenes que tenían. Es sumamente frustrante en el momento, pero hace que luego aprecie mucho más las fotos que sí consigo sacar. Y la sensación de satisfacción que viene con la producción de una foto realmente especial es de las más profundas que he experimentado en mi vida.
Todo esto subraya un problema esencial con lo digital: que promete mucho, e incluso lo consigue la mayoría de las veces, pero con todo lo que hemos ganado en los últimos años también hemos perdido algo. Y quizás más de lo que nos damos cuenta.
Intuía algo sobre esto hace ya unos diez años, cuando empezaba a usar Wikipedia para buscar información. Estaba todo ahí, desde lo más básico hasta lo más esotérico y extraño. ¡Qué maravilla! Y por supuesto pasaba horas buceando por sus rincones más curiosos. Pero poco después veía que los datos que tan fácilmente cosechaba de esta fuente luego no se me quedaban. Ese detalle que tanto me había impresionado sólo días atrás, luego no era más que la sombra de un recuerdo. O sea, su misma facilidad de uso me llevaba a retener muy poco de lo que había leído. Antes, para sacar esa misma información, hubiese tenido por lo menos que levantarme de mi silla, acercarme a la estantería, buscar el libro apropiado, sacarlo, encontrar la página necesaria… Y eso si ya tenía el libro. Si no, habría que buscar una biblioteca donde se encontrara o, a falta de eso, hablar con alguien que me pudiera ayudar en lo que buscaba. El acto, entonces, existía en muchísimos niveles, un conjunto de lo físico, lo sensual y lo intelectual (e incluso lo social). Comparemos eso con el mínimo movimiento de un sólo dedo en el ratón de ahora.
Esta complejidad de sentidos es la clave, creo, para empezar a entender lo que falta con el mundo digital, y por qué crece mundialmente una sensación de decepción con él, no sólo en los márgenes sino desde el mismísimo centro, con altos ejecutivos de Silicon Valley cargando contra los efectos no deseados de un mundo cada vez más digitalizado, y un rechazo creciente en contra del surveillance capitalism (capitalismo de vigilancia, o de control) del que Facebook, Google, Apple y Amazon son los verdaderos maestros.
Y la raíz de todo esto puede que exista a un nivel realmente profundo. Iain McGilchrist argumenta (en su obra maestra The Master and his Emissary, de 2009, todavía sin traducir al español) que desde hace 500 años la civilización occidental está cada vez más dominada por el hemisferio izquierdo del cerebro. En contraste con el hemisferio derecho, que se entiende como parte de algo más grande, conectado al mundo y al universo, el hemisferio izquierdo se ve aislado, desconectado, enfocado en los detalles y sin poder ver las cosas en su totalidad. Al hemisferio izquierdo le encanta descuartizar las cosas, deconstruirlas y categorizarlas, verlas como blanco o negro, o esto o aquello, o sí o no…
¿Acaso no suena a los ceros y unos que forman los ladrillos básicos de construcción del mundo digital?
Comentarios
Por Pablo Domenech, el 17 marzo 2018
Bernard Stiegler, filósofo francés, ahonda en la cuestión que aquí se plantea. En su obra magna de ‘El tiempo y la técnica’ establece ´como la evolución del cerebro humano es incomprensible sin atender a las herramientas manuales y SIMBÓLICAS que hacen de soporte externo de la memoria. Siguiendo esta línea, habla cómo el cine, la televisión y las tecnologías digitales forman según qué códigos de formación de la memoria y, por tanto, de construcción de la subjetividad.
Por c, el 17 marzo 2018
meditar es bueno para «equilibrar-armonizar» los hemisferios del cerebro
–
ver la tele paraliza el cortex frontal del cerebro con el que pensamos
Por c, el 17 marzo 2018
para ver la tele uso gafas estenopeicas y ademas d eproteger los ojos
creo que no me afecta tanto el daño al cerebro que produce ver la tele respecto a bloquear el pensamiento
es como si se estableciese una barrera, que aun fisica es efectiva