Diez años sin Sara Montiel, ¿era realmente un icono de libertad?
Hoy se cumplen 10 años del fallecimiento de Sara Montiel (Campo de Criptana, Ciudad Real, 10 de marzo de 1928 – Madrid, 8 de abril de 2013). Nos detenemos en la biografía ilustrada ‘Saritísima’ (Varietés Ediciones), escrita por Daniel María y dibujada por Carlos Valdivia. Y nos hacemos la pregunta: ¿Era Sara Montiel realmente un icono de libertad y una aliada LGTBI? Nada mejor para este Sábado de Gloria.
Orgullosamente barroca y excesiva, a lo largo de su vida Sara Montiel hizo méritos más que suficientes para ser considerada como un referente camp. Basta con echar un vistazo al arquetipo de los personajes que interpretó, la mayoría estrellas de la canción que vive su melodrama dentro y fuera del escenario. “Hay un derroche de joyas, vestidos y complementos, expresión travesti, pose exhibicionista… que encarnan todo un estandarte tanto de la alta cultura, que exige reconocer su filmografía y cancionero, como de la cultura popular, que la toma como un mito viviente”, asegura Daniel María en la biografía ilustrada Saritísima (Varietés Ediciones). “Si a ello sumamos, además, su anecdotario personal, su inagotable presencia en el imaginario televisivo y en las hemerotecas rosas y valoramos su carácter anacrónico, a la vez que la leemos como un clásico que une a nuestras abuelas con sus nietas mariquitas, que encuentran un nexo de nostalgia y fascinación en las películas, canciones e intervenciones de la manchega, entonces es fácil considerar que Sara Montiel es una diva camp”.
Además de un recorrido vital por un legado extraordinario, el libro (ilustrado por Carlos Valdivia) ofrece un sensacional tributo al mito manchego desde una mirada disidente, queer y camp. De hecho, recoge la influencia de Sara y su iconografía pop en obras como la novela del chileno Pedro Lemebel Tengo miedo torero (2001), que es el verso de una canción que interpretaba la gran estrella del cine hispánico, o La reina del cuplé, una novela de Álvaro Retana en cuya cubierta aparece una recreación ilustrada de una escena de Sara en La reina del Chantecler.
Aunque el autor literario con el que Sara tuvo mayor vinculación fue Terenci Moix, quien llegó a señalar que la fascinación de la manchega en el público marica se debía a la “selección de historias que halagan en todo momento el gusto de la mayoría” y a un “público fiel que forma parte de la minoría homosexual y se dirige hacia su ídolo con el mismo espíritu de adoración que el de los Estados Unidos lo haría con Mae West, Ethel Merman o Judy Garland”.
Saritísima analiza también el papel que jugó en su carrera alguien como Juan de Orduña, uno de los directores de cine más destacados durante el franquismo. El madrileño se empeñó en contar con Sara para protagonizar la película musical El último cuplé (1957), que homenajeaba a las olvidadas divas del cuplé y permitió a la manchega, que ya había triunfado en el cine mexicano e incursionado en Hollywood, regresar al cine español tras siete años de ausencia. Daniel María considera injusto que muchos tachen de melodramas insustanciales las tramas de esos filmes y, sin embargo, apenas se hable de lo que significó para la sociedad española de los años 50 y 60 contar con tantas cintas que mostraran otro modo de existir. “Una vez al año”, señala el autor canario, “el público de la Montiel iba al cine motivado y esperanzado por ser testigos de una superación, de una posibilidad no normativa de amar, de vivir el cuerpo y de relacionarse con él. Una vez al año, un público conformado por muchas mujeres cishetero, muchas maricas y bollos, muchas personas trans y muchas travestis encontraba inspiración y aliento en el cine, se sentía reconfortado y se reflejaba en una sucesión de primerísimos planos que desafiaban a la aristocracia, la burguesía y la Iglesia”.
A partir de El último cuplé, Sara se consagró como el primer gran mito sexual del franquismo. Pero además de granjearle una enorme popularidad a la actriz, la cinta de Orduña llevó a que, cada vez con más frecuencia, tanto la sociedad como la industria sacaran a pasear sus prejuicios y emplearan descalificativos al referirse a una mujer que tuvo unos cuantos amoríos y se casó cuatro veces.
Con su primer esposo, el director Anthony Mann, hijo de emigrantes judíos alemanes en los Estados Unidos, se casó por lo civil en el país del Tío Sam cuando hacerlo se consideraba un pecado capital. Al segundo, el empresario industrial José Vicente Ramírez Olalla (Chente), lo mandó a paseo cuando intentó doblegarla para convertirla en ama de casa. “Sara encarnó siempre comportamientos y decisiones rupturistas con la España del momento”, reflexiona María en el libro. “El aparato de la censura no pudo, pese a sus decididos intentos, abolir a la mujer libre e independiente que, aun con sus matices sentimentales y emocionales, representó Sara. Nadie podía interpretar a los personajes de la Montiel como ella y de hecho nadie los interpretó, porque se diferenciaban, con mucha distancia, del arquetipo sumiso de los personajes femeninos del cine español de la época”.
También está fuera de toda discusión la condición de icono LGTBI de Sara, por la que siempre han sentido devoción los artistas transformistas que imitan a cantantes españolas. La propia Sara, que en la década de los 90 encontró en la televisión un nuevo espacio donde seguir derrochando arte y labrando su leyenda, se encargó de llamar personalmente a los transformistas Boro y Nino para que participaran en uno de los programas de Ven al Paralelo, emitido por La 2 de Televisión Española entre 1992 y 1993. Ya en ese momento, Sara llevaba varios lustros normalizando de forma pública la homosexualidad. “El cariño hacia mí es, aparte de la posible admiración por la artista, una cuestión de reciprocidad”, respondió cuando la revista Party le preguntó por su complicidad con el colectivo. “Yo soy una persona muy receptiva, y enseguida aprecié y valoré el calor y la sensibilidad de esas personas, y les abrí mis brazos. Fijaos, hablo de una época en la que cualquier manifestación de homosexualidad estaba como mínimo mal vista. Hoy han cambiado un poco las cosas, queda bien socialmente, como snobs, tener amigos gais, pero el motivo de su fidelidad a lo largo de mi carrera puede ser ese, mi afecto y cariño hacia ellos es ‘de los de antes’, y he procurado siempre no defraudarles, ni artísticamente ni humanamente”.
Su buen amigo el peluquero Manuel Zamorano ha corroborado en alguna que otra entrevista que Sara ayudó a los homosexuales con sus obras y su apoyo. Él mismo sintió su cariño incondicional cuando le confesó que algunos vecinos de su pueblo se estaban dedicando a meterse con él y escribían insultos como ‘Saritísimo maricón’ sobre la pared de su casa. «[Sara] Me dijo que me iba a ayudar a ser el peluquero más famoso y que iba a salir en la tele”, contó a una revista. “Un día la acompañé a Tómbola y les dijo que le preguntaran por la peluca que llevaba. Cuando lo hicieron, Sara me pidió que entrara en plató para que la peinara y demostrar así que lo que llevaba era su pelo, que no estaba calva. En el pueblo algo cambió después de eso».
La arrolladora personalidad de nuestro mito cinematográfico más universal dejó una profunda huella en Zamorano. También lo hizo en los corazones de todos los que tuvieron ocasión de mantener una conversación con ella.
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