Diez reglas para ser mejores personas en un mundo narcisista
El politólogo y catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) Víctor Lapuente propone en su libro ‘Decálogo del buen ciudadano’ (Editorial Península) diez reglas para ser mejores personas en un mundo narcisista: “Según algunos psicólogos, el nivel de narcisismo medio en algunas sociedades occidentales, como EE UU, ha aumentado un 30% desde finales del siglo XX hasta la actualidad”. Es el invitado hoy a nuestra serie de ‘entrevistas emocionales’.
El autor de El retorno de los chamanes y articulista de El País cree que nos hemos endiosado porque la derecha ha eliminado a Dios y la izquierda a la patria. “La derecha ha matado a su freno moral, el dios cristiano, lo vemos por la sustitución de políticos democristianos por Melonis, Trumps y Boris Johnsons; mientras la izquierda es también responsable, porque ha matado a su equivalente progresista de dios, que era la patria. La izquierda no reclama deberes a los ciudadanos, sino que se ha convertido en una dispensadora de derechos”, explica en esta entrevista, donde asegura que en las Elecciones Generales de este domingo veremos más “chamanes” (políticos que ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos) que “exploradoras”, políticos que apunten soluciones sólidas a los problemas acuciantes de España.
En tu libro ‘El retorno de los chamanes’ reflexionas sobre dos formas opuestas de entender la política: la del chamán y la de la exploradora. ¿Quiénes son unos y quiénes son otros?
Por chamanes me refiero a los políticos (y a los intelectuales que los jalean) que ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos. Se aprovechan de una debilidad de la naturaleza humana por la cual, cuanto más grande es el problema que nos azora (como una crisis inflacionaria global, una pandemia o una guerra en Europa), más necesitamos explicaciones fáciles, narrativas en las que haya un culpable definido (como los miembros de una tribu rival, mujeres a las que alguien califica de brujas, la internacional socialista o los capitalistas de Davos). El chamán actúa de forma deductiva, aplicando una teoría preestablecida (sea un dogma religioso o el dogma de la economía neoliberal) a los problemas. A ese personaje contrapongo a la exploradora, que se aproxima a las políticas de forma opuesta: no deductiva, sino inductiva, partiendo del problema concreto, en lugar de una teoría abstracta. A diferencia del chamán, la exploradora no identifica un culpable, sino que se centra en buscar soluciones. La exploradora compara una política concreta (como establecer peajes a los coches para reducir las emisiones) con alternativas factibles (como limitar la circulación o establecer máximos de velocidad o carriles bici).
El pico de la civilización occidental lo sitúas, citando al escritor Ross Douthat, el 20 de julio de 1969, cuando la misión Apolo llegó a la Luna. “Ese día la humanidad alcanzó su cénit. Fue un momento de euforia en todo el planeta, la culminación del esfuerzo colectivo”, aseguras. ¿Qué empezamos a hacer mal para convertirnos en esta sociedad de hoy, siempre angustiada, desencantada, individualista, egoísta e insatisfecha?
Desde mi punto de vista, creo que hay una genealogía política que explica, al menos parcialmente, este fenómeno. Creo que la izquierdista Revolución del 68 nos liberó de muchas cosas, pero también desató un individualismo feroz en lo cultural: abajo las tradiciones y el compromiso con la patria (incluyendo el servicio militar). Se pasó del patriotismo al escepticismo de los jóvenes con el destino de su nación –un cambio que cristalizó en la guerra de Vietnam–. A esa conocida Revolución del 68 en la izquierda le siguió una paralela Revolución del 69 en la derecha (se llama del 69 porque es el año oficioso de inicio de la neoliberal Escuela de Chicago). Ambas revoluciones alimentaron el individualismo, la falta de ligazones de las personas con sus familias, patrias y empresas. Un relativista “todo vale” que ha desencadenado un narcisismo acentuado. Según algunos psicólogos, el nivel de narcisismo medio en alguna sociedades occidentales, como EE UU, ha aumentado un 30% desde finales del siglo XX hasta la actualidad.
Hablando de narcisismo, en su libro ‘Decálogo del buen ciudadano´ escribes: “La derecha ha matado a Dios y la izquierda a la patria, desatando el Narciso que llevamos dentro”. Los dioses somos ahora nosotros…
Sí, creo que nos hemos endiosado porque la derecha ha matado a Dios y la izquierda a la patria. La derecha ha matado a su “freno moral”, el dios cristiano (o de otra denominación religiosa). Lo vemos en la sustitución de políticos democristianos (la última gran representante fue Angela Merkel) por Berlusconis y Melonis, Trumps y Boris Johnsons; es decir, por políticos que, en lugar de predicar (además de con el ejemplo) una vida de compromiso social y cierto ascetismo, defienden el enriquecimiento individual sin más límite que la legalidad –y en algunos casos ni tan siquiera eso–. Por ejemplo, tenemos a políticos de derechas encantados de transformar, por un puñado de dólares para las arcas públicas, un desierto en la Meseta en el mayor casino y prostíbulo de Europa.
Y creo que la izquierda también es responsable, porque ha matado a su “freno moral”, el equivalente progresista de dios, que era la patria –no entendida como un cúmulo de leyendas y glorias pasadas, sino vista como una nación no acabada, como un proyecto común en el que todos podemos colaborar–. La patria, la “fe común” del filósofo John Dewey y el “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país” del presidente John F. Kennedy, era algo consustancial a la izquierda. Y ahora lo hemos perdido. La izquierda no reclama deberes a los ciudadanos, sino que se ha convertido una dispensadora de derechos. En el libro cito, como ejemplo, que Pedro Sánchez mencionó 35 veces la palabra derechos en su discurso de investidura como presidente del Gobierno en enero de 2020. Pero es un fenómeno de toda la izquierda: olvidemos los deberes hacia la patria y simplemente ésta debe proporcionarnos derechos.
Señalas que en la actualidad carecemos de un propósito de vida y que hemos abandonado los viejos códigos morales que servían de dique a nuestro endiosamiento y facilitaban nuestro bienestar y nuestro progreso. Los japoneses tienen el concepto ‘Ikigai’ para referirse a esa necesidad que todos tenemos de explorar y encontrar un sentido a la vida, una razón de ser. La gente que ha encontrado su ‘Ikigai’ tiene más bienestar y vive más tiempo, como vemos en una de las zonas azules (donde habitan más personas centenarias) de nuestro planeta: Okinawa, al sur de Japón. Tener un motivo nítido para levantarnos cada mañana nos alarga la vida…
Creo que es así. Experiencias terribles como los campos de concentración nazi parecen atestiguarlo también. Muchos de los que sobrevivieron creían que tener un propósito había sido esencial para resistir. Como decía Nietzsche, aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo. En todo caso, es difícil encontrar ese porqué.
Una de las razones por la que estos centenarios viven más tiempo, además de una buena alimentación y de permanecer siempre activos, es gracias a la red de relaciones comunitarias que forjan entre familiares y amigos, que les permite ayudarse unos a otros. La escritora Hannah Arendt explicaba que la soledad y el vacío espiritual eran dos de los rasgos psicológicos de aquellos que se dejaron engatusar por la ideología nazi. ¿Quiénes somos sin los demás?
Somos menos y vivimos menos años. La soledad tiene un efecto sobre la salud similar a fumar varios cigarrillos al día. Los seres humanos estamos hechos para vivir en comunidad y solos no sobrevivimos, porque ni gozamos de estabilidad emocional ni desarrollamos la creatividad necesaria para vencer las dificultades. Hay una teoría que explica la extraña desaparición de los neandertales –que eran más fuertes que nosotros y quizás tan inteligentes o más– tras la llegada de los Homo sapiens: los neandertales vivían en grupos más pequeños y aislados. La soledad relativa les impidió que los inventos viajaran de un grupúsculo a otro a la velocidad en la que lo hacían entre los grupos humanos.
Entre las diez reglas que propones para una vida ética y para ser un buen ciudadano está el cultivo de las siete virtudes capitales: coraje, templanza, prudencia, justicia, amor, fe y esperanza. ¿Y qué más hace falta para cambiar nuestras vidas?
Creo que con las siete es más que suficiente. Me daría por satisfecho con dedicarle un poquito a cada una. Y creo que eso que nos hace falta más reside precisamente ahí: en equilibrar las virtudes y evitar centrarnos en una. Priorizar una virtud es el peor de los vicios.
Vivimos tiempos de retos, adversidades y desafíos colectivos de primer orden, entre ellos el cambio climático y el colapso ecológico. ¿Qué podemos hacer para afrontarlos con garantías?
Primero, pensar qué podemos hacer individualmente. Me llama la atención la diferente aproximación al cambio climático en los países nórdicos, en los que cada empresa, cada administración, universidad, cada uno de los platones en los que se divide la sociedad, está poniendo en marcha planes para reducir las emisiones. En cambio, en España, como de costumbre, confiamos en Papá o Mamá Estado. Y, sí, viva el Estado. Pero también podemos hacer algo los demás.
Aceptar la vida como viene, aceptar nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, aceptar que todo siempre está cambiando, mutando, y que somos efímeros, nos devuelve a la tierra, al espacio de lo humano. ¿La humildad derrotará la soberbia?
Eso espero, aunque no sé si en este mundo o en el otro… El reto supongo que está en eso, en luchar sin pensar en si se vencerá o no, en la actitud del marinero de las novelas de Joseph Conrad que se encuentra solo frente a las olas gigantescas de la tempestad. Seguir luchando aun a pesar del futuro poco halagüeño.
Este domingo tenemos Elecciones Generales en España. ¿Cómo cree que van a discurrir estos comicios?
Me temo que, con la polarización y el bibloquismo de la política actual en España, estamos viendo en campaña más chamanes, que acusarán al bando contrario de romper el país, que exploradoras que apunten soluciones incrementales, pero sólidas a los problemas acuciantes que tiene el país.
¿Cómo es hoy la salud de la democracia en España?
Es imposible desligarla de un contexto global donde los sistemas democráticos o bien están perdiendo o bien están estancados ante el resurgimiento de movimientos autoritarios de corte populista. Pero, en esa dura batalla frente a regímenes iliberales, España está relativamente bien posicionada. Los valores y actitudes de los españoles se encuentran entre los más liberales y democráticos del mundo. Confiemos en ellos.
No hay comentarios