Dioses africanos en el estreno de le autore Akwaeke Emezi
En su ópera prima, ‘Agua dulce’ (Consonni, 2021), Akwaeke Emezi ha creado un personaje inolvidable: Ada, una niña que habita entre dos mundos y en cuyo interior conviven deidades ancestrales de la cultura africana. A través de su proceso de madurez, la novela nos enfrenta a temas como la fragmentación del yo, la identidad de género, el racismo o el trauma.
Cuando nació, atendiendo a los rezos de un padre desesperado –quién sabe por qué a los suyos sí y a los de otros no–, antiguos dioses a los que ya casi nadie venera se conjuraron para traer al mundo a una niña extraordinaria. Le llaman el Ada, y es que su nombre auténtico no podemos saberlo porque es poderoso y salvaje como la diosa pitón de la que el Ada es hija.
El día de su alumbramiento, las puertas entre los dos mundos, el mundano y el de los dioses, se abrieron de par en par. Esto ocurre muchas veces, y dioses menores semejantes a diablillos, los ogbanje, atraviesan las puertas y hacen el camino de ida hasta el interior del niño. Lo normal es que las puertas se cierren tras su paso, pero las del Ada se quedaron abiertas. Impidieron que los dioses de su cabeza olvidaran su condición de dioses, que se fundieran con la carne, los huesos y la sangre humana permitiendo a la criatura llevar una vida medianamente normal.
Los dioses que habitan en el interior del Ada recuerdan, son caprichosos, volubles y excesivos, un “parásito divino de múltiples cabezas”, y la niña, que se ha quedado con un pie en cada mundo, es perfectamente consciente de que hay muchos yoes habitando su frágil mente.
Dos mundos enfrentados
Con un lenguaje casi lírico, fresco y feroz, desbocado, Akwaeke Emezi (Umuahia, Nigeria, 1987) ha logrado convertir una novela sobre el muy trillado tema del paso de la infancia a la madurez en una historia totalmente nueva y original cuyo principal protagonista –con perdón de ese personaje tan complejo que es el Ada– es el confrontamiento entre la tradición igbo y la cultura occidental, así como la contraposición de las religiones paganas con el cristianismo colonizador.
Le autore de Agua dulce (Emezi es una persona no binaria, y en este artículo se utilizará el lenguaje sin marca de género tal y como se hace en la novela, traducida por Arrate Hidalgo para Consonni) coloca tanto la historia como a su protagonista en un frágil equilibrio entre dos mundos enfrentados: Nigeria, el país en el que nace el Ada y en el que pasa toda su infancia; y Estados Unidos, donde se marcha en los últimos años de su adolescencia para estudiar en la universidad.
Del primer lugar son originarios los ogbanje, una clase de dioses menores de la cosmología igbo. La multitud de mentes individuales que se han reencarnado en el Ada despiertan a la vida durante la celebración de una antigua ceremonia, entre el fuego y el baile. Cuando se marche a Norteamérica, dos de estos ogbanje, Asughara y San Vicente, se impondrán sobre todos los demás –ese Nosotres que narra gran parte de la novela– y también sobre la propia Ada para tomar las riendas de su vida.
Cuando la chica se resguarde en un rincón de la cámara de mármol que es su mente, ellos la llevarán por caminos de sexo peligroso y desenfrenado, consumo excesivo de alcohol, autolesiones y parejas tóxicas. Si el Ada se destruye, los ogbanje podrán regresar al lado al que verdaderamente pertenecen, aunque, después de tantos años reencarnados en ella, también le han cogido cariño al Ada y sienten la necesidad de protegerla.
La fragmentación del Yo
Emezi se sirve de estos antiguos dioses de la mitología africana para explorar un tema actual tan complicado y polémico como es la fragmentación de la personalidad. El Yo del Ada está fracturado en muchos pedazos –Asughara, San Vicente y todos los demás–, y se rompe a causa de un trauma. Al poco de llegar a la universidad, es víctima de una brutal agresión sexual por parte de un chico que aseguraba quererla. Le autore retrata y denuncia una realidad –la de las agresiones sexuales en los campus universitarios– a la que estamos tristemente acostumbradas.
Después de esto, el Ada se ve incapaz de seguir adelante, de que nadie vuelva a tocarla. Todo en ella es dolor y se oculta dentro de su propia mente. Es en ese momento cuando otro de sus yoes, la salvaje Asughara, emerge a la luz para hacer frente a todas las situaciones a las que el Ada no puede enfrentarse por sí sola. La diosa utilizará y consumirá a hombres y mujeres para su propio disfrute, manipulará sus deseos sin importarle lo más mínimo sus sentimientos, se alimentará de su tristeza, su odio y su dolor, igual que hicieron con el Ada.
Los trastornos disociativos de personalidad múltiple –aunque no toda la Medicina está de acuerdo con su existencia– suelen aparecer como consecuencia de un trauma terrible. El Yo se convierte en un grupo de personalidades totalmente diferentes que, emergiendo de forma alternativa a un primer plano de la consciencia, descargan la mente del enfermo del dolor y del miedo. Lo vimos en la película de superhéroes Múltiple, de M. Night Shyamalan, y lo hemos visto recientemente en una maravillosa novela de terror cuyo título no os vamos a desvelar porque la personalidad múltiple es la gran sorpresa de la trama.
La originalidad de Agua dulce radica en que nos presenta a estas múltiples personalidades desde un principio, en el momento del nacimiento de la niña, como reencarnaciones ancestrales. Además, no son resultado de un proceso químico, de una enfermedad de la mente, sino que le autore introduce en su novela el elemento fantástico al convertir a los yoes en dioses paganos. Aunque sean la agresión sexual y el consecuente trauma los desencadenantes de que las otras personalidades tomen el control de la protagonista, Emezi parece querer decirnos que dentro de cada uno de nosotros conviven una multiplicidad de yoes –a veces, en armonía, y otras veces, enfrentados–, y que este mosaico de pulsiones, anhelos, temores y afectos es lo que nos convierte en nosotros mismos.
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