Dokushô Villalba, maestro zen: “Estamos al final de un ciclo civilizatorio”

El maestro zen Dokushô Villalba.
A pocos kilómetros de la localidad valenciana de Requena, atravesado ahora el altiplano por las obras, se encuentra en una apertura del monte el templo budista Luz Serena. Allí vive su fundador y director, Dokushô Villalba, el primer español en obtener el reconocimiento como maestro zen. Su nuevo libro, ‘Atención plena. Mindfulness basado en la tradición budista’ (Kairós), es un protocolo que devuelve a este estilo de meditación, tan extendido en Occidente, sus principios originales de la tradición budista. Recibe a ‘El Asombrario’ en la pequeña casa que tiene en el templo.
Villalba fue discípulo de Taisen Deshimaru, el maestro japonés difusor del zen en Europa, quien le ordenó monje en 1978. Tras la muerte de Deshimaru en 1982, Villalba regresó a España, donde fundó varios centros. Uno de ellos por Arturo Soria, en Madrid.
En la década de los 80 viajó a Japón para completar su formación. En 1987 recibió la transmisión del dharma (en el zen es fundamental la relación entre el discípulo y el maestro), el reconocimiento como maestro zen y la autorización para fundar templos y centros de su segundo maestro, Shuyu Narita. “Desde entonces, mi vida entera ha estado dedicada a la práctica, el estudio y la enseñanza del budismo zen, en particular la meditación zen, que es la clave del dharma tal y como se enseña en la tradición”, escribe en Atención plena. Mindfulness basado en la tradición budista (Kairós), un protocolo que devuelve a este estilo de meditación, tan extendido en Occidente, sus principios originales de la tradición budista.
Nacido en Utrera en 1956, Villalba estudiaba Magisterio cuando una crisis personal le llevó al zen. Se sentó por primera vez en la postura de meditación en 1977, cuando aún no había cumplido 21 años. La decepción con los movimientos políticos del momento (entre otras cosas, le llamaba la atención la discriminación hacia las mujeres) y el encuentro con un monje zen español, discípulo de Deshimaru, le llevaron hasta allí. Por el templo Luz Serena han pasado miles de personas para seguir algunos de los cursos que se imparten. Entre otros hilos, me llevó hasta Dokushô Villalba la lectura del poeta Gary Snyder, uno de los padres de la ecología profunda, practicante zen y de los pocos supervivientes del movimiento Beat.
Lejos de vivir al margen de la realidad, Dokushô Villalba trata de cambiarla desde este bosque donde decenas de personas, hombres y mujeres, unen su energía para pedir el fin del sufrimiento de todos los seres vivos y una mayor empatía y compasión. Se unen bajo la convicción budista de que la vida es interdependiente, como también sostiene la ecología, muy presente en uno de sus libros más conocidos, Zen en la plaza del mercado (Kairós), donde carga contra el dios del dinero, la mercantilización de la vida, y muestra que el camino interior es imprescindible para la revolución social y para evitar el colapso ambiental.
Me recibe en la pequeña casa que tiene en el templo, aquejado de un fuerte lumbago después de trabajar durante horas moviendo piedras para armar un nuevo jardín zen. El trabajo físico es fundamental en esta tradición budista que busca enraizarnos. Es seguidor de la escuela soto zen, una de las dos más extendidas en Japón. La otra es la rinzai, con unos postulados más rígidos.
El ‘mindfulness’ (atención plena en castellano) está de moda, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. Por un lado, se ha convertido en una herramienta liberadora de una sociedad un tanto enferma, estresada y ansiosa, pero al mismo tiempo se ha perdido la esencia de lo que es la meditación, ¿no?
Lo que se llama mindfulness es un programa que creó el doctor John Kabat-Zinn, pensado sobre todo para personas que padecen un estrés recurrente. Quería crear un protocolo que fuese avalado por la comunidad científica y, para ello, despojó los principios de la meditación de sus connotaciones religiosas o espirituales. Y eso estuvo bien, en principio, porque consiguió llevar la meditación al gran público, al centro del sistema. De hecho, el doctor fue portada de la revista Time. ¿Pero qué se perdió en el camino? Mucho. Hay una diferencia entre el contexto étnico-cultural y el ético-cognitivo. Y lo que ha sucedido es que el mindfulness ha confundido ambos.
El lado ético ha desaparecido.
Tampoco es que fuese la intención de Kabat-Zinn, pero la práctica del mindfulness se ha convertido en una especie de aspirina. Si un empresario lo utiliza para que sus empleados estén menos estresados, lo que en realidad está haciendo es culpabilizar al trabajador, no a las condiciones laborales. Quizás la respuesta a ese estrés en la empresa sería pagar mejor, que los empleados tuvieran jornadas que permitieran la conciliación familiar, aliviar de ese modo el malestar que han creado. Al desvincular el propósito de la técnica de la meditación del objetivo, el mindfulness se ha pervertido, se ha deteriorado.
En todo caso demuestra cómo ha cambiado la sociedad y la percepción que se tiene del zen, de la meditación, desde que fundasteis el templo a finales de los 80 hasta ahora, ¿no?
Es paradójico porque en los años 80 no había nada, pero sí muchas ganas de hacer cosas, quizás porque estábamos saliendo de la dictadura. Nuestra comunidad tenía más vitalidad y demanda en los primeros 15 años que ahora. Antes había lista de espera para los retiros, por ejemplo. Es cierto que siempre ha habido mucho movimiento, pero ahora, después de la pandemia, ha cambiado todo, ha sido un palo. La gente se ha acostumbrado a lo online y cuesta volver a lo presencial. Por eso a raíz de la pandemia potencié el Campus Zen, que está funcionando muy bien, pero lo presencial todavía no se ha recuperado. También es verdad que en los años 80 la oferta era muy reducida y ahora no, se ofrecen cursos por todos lados.
¿El tipo de gente ha cambiado también?
Sí, porque cuando empezamos había muchos veinteañeros y treintañeros, era más o menos mi generación, y con esa fuerza de la juventud es como hemos levantado esto. Porque hace falta fuerza física también para emprender una aventura así. Ahora ya no llegan tantos jóvenes, tenemos un problema generacional. La media es de 50 o 55 años.
¿Crees que en esa desafección influyen las condiciones laborales de los jóvenes o hay otros motivos?
La precariedad tiene que ver, cómo no. En España, el 45% de los jóvenes vive aún con sus padres. Si un joven no se independiza, si no busca su propio sentido, está como aletargado en casa de sus padres. Pero creo que ha influido más el cambio cultural, el paso de lo analógico a lo digital. ¿Qué noto yo? A mí me encanta el trabajo físico, me siento realizado. Puedo aprender cualquier cosa. Pero los jóvenes no saben hacer nada con el cuerpo. Les das un rastrillo y no saben qué hacer con él. Todo está en la cabeza, todo es intelectual, virtual. La conexión con la madera, con la piedra, no existe. Son generaciones que están como desencarnadas. No están enraizadas. La práctica del zen se hace con el cuerpo. La exactitud de la postura cuando te sientas a meditar es una tecnología muy precisa, del despertar, de una existencia armoniosa.
Un aspecto muy interesante que señalas en ‘El zen en la plaza del mercado’ es que la ciencia, la física cuántica, avala algunos de los principios que el budismo lleva manifestando desde hace 2.500 años.
Así es. El diálogo que se está produciendo en Occidente entre la última ciencia y el budismo es muy importante, es una de las claves de la gran cultura que tendremos en el futuro. El dalái lama está muy comprometido con este diálogo entre ciencia y budismo. Hasta ahora ciencia y religión (la cristiana básicamente, precisa Dokushô Villalba) han chocado. La religión negaba la ciencia y la ciencia ha negado la religión. El hecho de que una tradición espiritual y religiosa como el budismo tenga ese diálogo con la ciencia es muy importante puesto que la ciencia hoy es un tótem, y que ese tótem acepte una cierta espiritualidad le abre la puerta a mucha gente. Pero a la vez, muchas personas creen que para que algo sea auténtico tiene que ser certificado por la ciencia. Y eso no es así. El budismo no necesita a la ciencia para certificar verdades que han sido experimentadas a lo largo de 2.500 años. Hay que ser precavidos, porque la ciencia tiende a tener una visión reduccionista de las cosas, trata de meter los estados de conciencia, la espiritualidad, dentro de las categorías científicas y eso es imposible. En realidad, la ciencia no está demostrando nada, sino mostrando ciertos correlatos.
Fíjate que ocurre algo parecido a la evolución de la ciencia respecto a los animales. Durante las últimas décadas, un sector de los científicos está saliendo de su antropocentrismo y la etología animal está demostrando capacidades de nuestros compañeros animales a las que hasta ahora no se le prestaba atención. Y desde ahí quería preguntarte qué piensa el zen del sufrimiento animal.
Hay que distinguir varias cosas. El sufrimiento y el dolor forman parte de todos los seres vivos. Aunque en el budismo se distingue entre el dolor, que es algo puntual, y el sufrimiento. El dolor puede llevar al sufrimiento si nos obsesionamos, si lo redimensionamos. Los animales no hacen eso. En el budismo se considera que ningún ser vivo quiere el dolor ni el sufrimiento. En general, casi todos los países budistas son vegetarianos. Te hablo de los monjes, el público en general, no. Hay una cierta sensibilidad hacia la vida de los animales. En el templo Luz Serena, en los retiros, se sirve una dieta vegetariana, pero por una razón práctica, porque conviene más para la meditación. En la vida cotidiana, al menos un día comemos carne y otro pescado. Ahora, en todas las comidas hacemos las bendiciones, recogemos la vida, la transformamos y damos las gracias. Tenemos en cuenta que todo forma parte de un circuito. Y el ser humano está dentro de ese circuito. El animal también, que ha comido plantas u otros animales. Lo entendieron muy bien los indios pieles rojas. Daban las gracias antes de arrebatarle la vida a un animal porque sabían que formaban parte de un ciclo. Lo que está sucediendo ahora es que estamos fuera de todo orden y armonía. Matamos más de lo que necesitamos. Convertimos a los animales en puro producto. Esa industrialización se debe a que somos diez mil millones de humanos, ¿cómo alimentar a tanta gente?
Bueno, puedes ser vegano, al menos en el mundo rico.
Sí, es verdad, puedes salirte un poquito.
El zen tiene mucho que ver con el ecologismo, ¿no?, como demuestran escritores como Gary Snyder. Tanto el ecologismo como el zen hablan de la interdependencia de todos los seres vivos.
Para mí una de los grandes acontecimientos que han ocurrido en las últimas décadas ha sido el paradigma ecologista. Como dices, se basa en el principio de la interdependencia, una idea que aún no ha penetrado en el tejido social. Hasta que esta realidad y lo que implica llegue a la gente va a tardar. La interdependencia es también una de las enseñanzas del Buda. Si se distingue por algo es por mostrar esa interdependencia.
¿Qué puede hacer el zen por la sociedad, aparte de por el individuo?
No hay diferencia entre el individuo y la sociedad. Así como sean los individuos, así será la sociedad. Y viceversa. Hay una influencia mutua. Si de lo que hablamos es de una transformación, hay que hablar de las dos ámbitos, el interno y el externo. Pero lo primero es la transformación individual. ¿Por qué?, ¿qué pasa cuando no hay transformación individual? Pasa la URSS, pasa China o pasa Podemos en España. Lo que está destruyendo a la izquierda en este país es el personalismo. Un individuo, cuando se sienta a meditar en un valle, está conectado con el todo por el principio de la interdependencia. Si a través de la meditación uno deja de ser un egocéntrico, a ser más empático y solidario, eso ya es una transformación. Si actúa así en la vida diaria, supondrá un cambio en su entorno.
Estás atento a la situación política actual. ¿Cómo la ves?
Como cualquiera que la siga, muy deteriorada. A veces me da un poco de miedo la manera en que se hablan los políticos en el Congreso, me da la impresión de que estamos en un ambiente de pre guerra civil. Yo creo que eso puede pasar en Estados Unidos. Que este país va a implosionar desde dentro, no por China. Estamos al final de un ciclo civilizatorio, muy cerca del colapso ecológico, ambiental. No quiero ser pesimista, pero lo veo así.
¿Cómo has percibido los efectos del cambio climático desde que llegasteis aquí?
En muchos sentidos. Lo estamos sufriendo. Por ejemplo, cuando llegamos había una fuente y un pozo artesano con una gran profundidad. Conforme han pasado los años, la capa freática ha ido disminuyendo.
¿Cómo habéis solucionado el problema del agua?
Haciendo un aljibe y comprando el agua en camiones cisterna. Antes hicimos un pozo de sondeo, vino un zahorí y todo. Salió mucha agua, pero un agua malísima, calcárea, no se podía consumir, ni siquiera se podía regar porque rompía los capilares de las plantas. Al final hicimos el aljibe. El pozo se fue secando porque arriba, la zona de Requena, es un altiplano. Requena está a seiscientos y pico metros y el templo está un poco más abajo. Arriba hay muchas viñas, y la viña, de siempre, ha sido una planta de secano. Nunca en la vida se ha secado y esa adaptación a la escasez de agua es lo que permite que se concentre el azúcar en la fruta. Pero hace años, alguien, un listo, convenció a los agricultores de que instalaran riego por goteo. La uva iba a va a ser más grande y les iban a pagar más, les prometieron. Empezaron a hacer pozos, de hasta 300 metros, en medio de la viña. Y después el sistema de riego por goteo. Los agricultores se tuvieron que entrampar con los bancos. Los bancos contentísimos. ¿Qué pasó? La uva era más grande, sí, pero tenía menos azúcar, y por tanto les pagaban menos. Se arruinaron muchos. A nosotros nos dejaron sin agua porque tomaron algún venero que llegaba hasta ahí y el agua dejó de llegar. La capa freática en toda la Comunidad Valenciana está bajando muchísimo, tanto que se está empezando a filtrar el agua del mar y saliniza las fuentes.
¿Cómo os organizáis dentro del templo?
Hemos creado un programa de entrenamiento zen, un periodo de uno a cuatro meses, que iremos renovando. Dentro de ese programa, nos levantamos a las seis y media de la mañana, hacemos meditación, luego una ceremonia, recitaciones de textos, desayunamos. Luego tenemos cuatro horas de trabajo (limpiar, cocinar), comemos, y una hora de descanso mínimo. A las cinco hay dos horas de estudio, prácticas, enseñanza, seminarios, mindfulness en la tradición budista. A las siete hay un descanso, luego meditación, cena, y a las diez y media a dormir. Los fines de semana el horario es distinto. Los residentes están a disposición de los grupos.
En el zen, las tareas domésticas forman parte del proceso, ¿no? ¿Qué reacción tiene la gente cuando se pone a fregar?
Hay un poema de Vicente Gallego (Rayos de luz serena, La Garúa), que dice: “Barrer, fregar, / más fatigas, ¿no vine / yo a ser un Buda?”. Pero es una característica del zen.
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