¿Dónde están los cuadros de Rosario de Velasco, pintora de ‘Adán y Eva’?
La labor de recuperación para dar visibilidad a la obra de Rosario de Velasco no deja de generar sorpresas. El lunes, 17 de junio, se presentaba la primera retrospectiva de la artista en este siglo en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y al día siguiente salía a la luz otro de sus cuadros, una maternidad muy moderna y de gran originalidad. Toya Viudes de Velasco, sobrina nieta de la artista y comisaria de la exposición, vuelve a utilizar la red X para dar la noticia. Tras el exitoso llamamiento en redes para localizar cuadros en paradero desconocido, su aparición y cesión de algunos de ellos han posibilitado esta exposición, que reúne una treintena de pinturas de los años 20 a los 40 del siglo pasado. Toya recuerda que todavía no se sabe donde están algunos, como los titulados ‘El Baño’ y ‘El Circo’.
¿Quién tenía las obras? Según otro de sus comisarios, Miguel Lusarreta, lógicamente la familia y coleccionistas particulares. “Se buscaron pistas de su obra a través de las casas de subastas y de las galerías que pudieron vender su obra”. En manos de colecciones particulares se encontraban cuadros como Cosas (1933), Maternidad (1933), Gitanos (1934) y Pensativa (1935), más algunas obras de las que no se tenía noticia, como Bodegón con peces (hacia 1930) o Niñas con muñeca (1937).
Toya Viudes de Velasco contempló durante toda su infancia el bello cuadro de las Lavanderas (1934) en el salón de la casa familiar. Regalo que la pintora le hizo a su hermano Luis de Velasco, cuyo retrato realizado por la artista también se puede ver en esta exposición. A Toya, ya de estudiante de Periodismo en Madrid, le dijeron que fuera al Museo Reina Sofía a ver otro de sus cuadros, el espléndido Adán y Eva (1932), expuesto en sus salas. Ver este lienzo al lado de Dalí y Maruja Mallo le hizo preguntarse: ¿por qué había caído su tía abuela en el olvido? En ese museo nacional está también el Cuarto de los niños.
No toda la obra de Rosario de Velasco estaba sin localizar. En la exposición se pueden ver los Maragatos, que pintó a tamaño natural en 1934 y presentó al Concurso Nacional de Pintura; ganó el segundo premio compartido y estaba expuesto en el Museo del Traje. También Carnaval, que se encuentra en el Centro Pompidou de París, o el magnífico La matanza de los inocentes, en el Museo de Bellas Artes de Valencia.
La historia de Rosario de Velasco es, como poco, peculiar. De gran reconocimiento antes de la Guerra Civil, su recuerdo se fue diluyendo hasta casi desaparecer de la memoria colectiva. Fue una pintora que tuvo una excelente formación a cargo de Fernando Álvarez Sotomayor, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su obra se abrió a las vanguardias de la época y se relacionó con creadores como Maruja Mallo, Rosa Chacel y María Teresa de León; entre sus amistades se encontraba Concha Espina o Lili Álvarez. El retrato de la tenista se puede ver en la muestra.
También obtuvo reconocimientos. Su cuadro Adán y Eva consiguió una segunda medalla en 1932 en la Exposición Nacional de Bellas Artes y se expuso en el Palacio de Exposiciones del Parque del Retiro. Gitanos fue seleccionado para participar en el Carnegie Museum of Art de Pittsburgh, compartiendo espacio con grandes pintoras y pintores. Este cuadro ha sido una de las gratas sorpresas al aparecer en una colección privada que lo ha cedido para ser expuesto. En 1944 fue seleccionada para el II Salón de los Once, organizado por la Academia Breve de Crítica de Arte, impulsada por Eugenio d’Ors para dar a conocer el arte de la primera posguerra. Pero a pesar de todo ello, su obra, que conjugó tradición y modernidad, se convirtió en una gran desconocida para el público general.
Al estallar la guerra, esta madrileña se instaló, tras pasar por Valencia, en Barcelona, y vivió algunos sucesos dramáticos, como su paso por la cárcel Modelo y el fusilamiento de una compañera. Lo recuerda María del Mar, la única hija de Rosario, y recoge en una biografía su nieto Víctor Ugarte: “Mi madre reprochaba a Franco haber desvirtuado totalmente el falangismo. De hecho, consideraba a Franco un gobernante poco capacitado y torpe”. Víctor Ugarte recuerda a su abuela como una mujer culta, amante de los deportes, la montaña y el cine, que pintó casi hasta el final de sus días, además de ferviente católica, que es lo que le llevó a militar en la Falange.
En la presentación de la muestra, Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-Bornemisza, consideró que en alguna de sus fases su obra podría entroncar con lo que se denominó Nueva Objetividad. Una corriente que propugnaba el regreso a los cánones figurativos frente al auge de la abstracción y de escuelas rompedoras como el Dadá, pero que, al mismo tiempo, estaba influenciada por modernas tendencias como el cubismo y la pintura metafísica. Tal como recogen las paredes del museo, ella misma se calificaba así: “Soy moderna sin exageración y sin ismos. Me atrae el Quattrocento italiano”.
Añadió Guillermo Solana: “Es una experiencia muy grata para un museo ver surgir de nuevo la obra de esta pintora y ofrecerle la visibilidad que se merece”. También puso en valor el gran trabajo realizado por los conservadores durante el corto tiempo empleado para organizar esta exposición. El equipo de restauración comprobó el estado de las obras. “A muchos lienzos hubo que retirarles el barniz oxidado para devolverles la luz y el color”, comentó la restauradora Elena García.
Sin embargo, para esta especialista sus dibujos e ilustraciones se encontraban en estado óptimo; así, una de las salas está dedicada a la magnífica y versátil ilustradora que fue. Las ilustraciones originales realizadas para Cuentos para soñar, de María Teresa León, se conservaban en perfecto estado en la editorial Hijos de Santiago Rodríguez, en Burgos, lo que permite apreciar sus acuarelas, técnicas mixtas y tinta sobre papel. El pájaro azul (1927), dibujo para la cubierta de Cuentos para soñar, resalta y enfatiza la modernidad de la época. Con María Teresa León, Rosario volvió a colaborar en las ilustraciones de La bella del mal amor, en 1930; en 1932 ilustró Cuentos para mis nietos, de Carmen Karr, periodista, feminista, escritora, musicóloga y publicista española.
Recuerda Víctor Ugarte, en estos momento director del Instituto Cervantes de Londres, en su biografía: “A partir de los años 60, su estilo se vuelve cada vez más personal y libre. Ya en los 70, su técnica habitual, el óleo sobre lienzo, poco a poco dará paso al óleo sobre papel, en el que desarrollará de forma aún más personal su obra de la última etapa. El mar y la luz mediterránea cobrarán también un gran protagonismo”.
Toya Viudes de Velasco ve muy posible una segunda gran exposición en el futuro, ya que queda mucha obra por salir a la luz. Esta exposición recoge cuadros solo hasta los años 40 del siglo pasado; pero Rosario de Velasco siguió pintando hasta los años 80, cuando rozaba los 80 años. Nació en Madrid en 1904, falleció en Barcelona en 1991.
La exposición ‘Rosario de Velasco’ permanecerá en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 15 de septiembre. Posteriormente viajará al Bellas Artes de Valencia, donde se podrá visitar entre el 7 de noviembre y el 16 de febrero de 2025.
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