Dos libros clave de 2019: ‘El Gatopardo’ y Cataluña, ¿es preciso que todo cambie?
A pesar de mis reticencias con las listas al terminar el año, vaya aquí la recomendación de dos libros que considero claves para mí en 2019 y que recupero ‘in extremis’: ‘El Gatopardo’ y ‘Ensayo general de una revuelta. Las claves del proceso catalán’. La famosa frase de Lampedusa planea sobre nuestras cabezas: “Es necesario que todo cambie…’.
Me pongo en guardia ante las listas de libros recomendados. No porque no aprecie a quien las propone. Al contrario. Pero mi problema con los libros no remite a la falta de propuestas, sino al exceso de obras que me gustaría leer y no podré leer por imposibilidad material y temporal. No obstante, como asiduo visitante de ese universo de paradojas y contradicciones que es el de los libros, al finalizar el año siempre siento el impulso de hacer balance literario, de ordenar tímidamente todo el caudal de novelas, ensayos, poemarios o memorias que he leído, o que he traducido. Por eso, he vuelto a hacer una breve lista con algunos de esos libros leídos a lo largo de 2019 y de los que no he hablado con más o menos detalle en otros artículos. Son una novela y un ensayo que, por alguna razón, han sido importantes para mí, de los que querría haber hablado más extensamente, pero que por alguna razón se fueron quedando en medio del tráfago de libros que va ocupando mi casa.
Novela: ‘El Gatopardo’, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Anagrama)
Se ha dicho ya todo de esta novela del aristócrata siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, publicada en 1958 y llevada al cine por Luchino Visconti en 1963. Transcurre en la segunda mitad del siglo XIX, en Sicilia, durante la unificación de Italia impulsada por un Garibaldi que trastoca un universo cerrado y que se tenía por eterno en la isla mediterránea. Más allá de las lecturas políticas que se han hecho sobre la vida y las reflexiones del príncipe de Salina y su familia, o del retrato del ascenso de la burguesía frente a una aristocracia decadente, me interesaron mucho dos aspectos quizá menores, o tangenciales, pero de plena actualidad en los albores de otro cambio de época como el que ahora vivimos. El primero es el estoicismo y la clarividencia con la que el propio Salina asume que el mundo que conoció y creyó inalterable para siempre está en trance de desaparecer. Pese a ello, el príncipe no opone ninguna batalla que sabe perdida de antemano. Se limita a observar y dar cuenta de esa transición, sin aceptar ninguna de las propuestas ni para luchar contra el cambio ni para sumarse a él. Es, desde este punto de vista, un personaje contrario a los reaccionarios de su tiempo, y quizá lo sería también del nuestro.
Aunque quizá todo se debiera –y este es el segundo aspecto que llamó mi atención– a que estaba secretamente fascinado por el mundo que venía. No obstante, presa de los fardos de su linaje, Salina se sabía parte de un mundo previo al que, de alguna forma, debía seguir rindiendo pleitesía. Su única concesión a ese fascinante mundo que atisba es el telescopio que tiene en su palacete, y que le permite explorar el espacio y publicar en prestigiosas revistas científicas, entonces incipientemente globales. Un libro inolvidable, y que nos enseña a observar el mundo en un momento de transformaciones políticas y tecnológicas aceleradas como el que ahora vivimos.
Nos guste o no, la vida política española girará alrededor de Cataluña en los próximos años, por no hablar de la década. Quizá nos parezca pesado, o antiguo, hablar de independencia, de naciones, de nacionalidades. Seguramente querríamos muchos estar hablando de construcción europea, de políticas públicas distributivas para luchar contra la desigualdad, de cómo crear empleos de calidad en la nueva revolución digital, o de cómo mejorar y extender la ley de dependencia. A mí, he de confesarlo, el debate territorial español me producía una pereza infinita, pero uno ha de asumir y analizar su país por lo que este es, antes que por lo que nos gustaría que fuera o por el molde en el que nos gustaría que encajara.
Las comunidades políticas, su realidad, su mutación y su simbología siguen siendo esenciales en estos años en que nos dimos cuenta de que nos precipitamos al arrumbar como asuntos del pasado palabras como «nación», «soberanía» o «Estado». Con ese espíritu, aturdido tras los sucesos del otoño de 2017 comencé a leer bastante sobre Cataluña, de su relación histórica con el resto de España, sobre el nacimiento y el auge del catalanismo, y sobre las tensiones territoriales durante la Segunda República y la Guerra Civil, y, cómo no, del procés y la estrategia unilateralista.
En Ensayo general de una revuelta, el profesor y columnista de La Vanguardia Francesc-Marc Álvaro hace un llamamiento contra las simplificaciones, tanto independentistas como centralistas. El problema catalán es de una complejidad tal, y tiene unas raíces históricas tan profundas, que los análisis de brocha gorda, hechos más con el estómago que con la cabeza, no han hecho sino empeorar la situación, creando dos falsas impresiones: la de que la independencia está cerca y la de que la solución pasa por abolir las autonomías o negar el carácter diverso de España. El libro de Álvaro –que no esconde su filiación con el nacionalismo más moderado o analítico, aunque es crítico con su estrategia de dolor de los últimos años– es muy sólido en su repaso histórico –y el desconocimiento de dicha historia dificulta la búsqueda soluciones duraderas–.
Nos cuenta el nacimiento del catalanismo político pero también de las irreconciliables luchas internas del nacionalismo catalán, que siempre ha tenido un alma pactista y otra más radical y ultramontana. Asuntos que son carne de titulares a diario en nuestra prensa. Su repaso a los años del pujolismo y a su figura son demasiado benévolos –habla de la herencia no declarada de Pujol, asumiendo así su versión, sin mencionar la versión más creíble y contrastada del origen corrupto de su fortuna–, y no se aparta de cierta corriente general que sitúa el origen reciente del unilateralismo en la sentencia del Estatut del Constitucional y, previamente, en una supuesta estrategia recentralizadora de Aznar que tendría en la bandera de la plaza Colón el símbolo mayor de sus intenciones neoimperiales. Asuntos ambos muy matizables, y que llevan a Álvaro a extraer conclusiones precipitadas y análisis retrospectivos dudosos, como la de que España era un país nacionalista antes del procés. Aznar quizá lo fuera; España en su conjunto, no. Éramos un país refractario a simbología nacionalista, una realidad cuya pérdida es quizá uno de los mayores daños del procés en el resto del país. Como también es más que discutible su insistencia en llamar «exiliados» a Puigdemont y compañía. Pero, más allá de estos disensos –algunos de fondo–, Ensayo general de una revuelta tiene la virtud de ampliar el foco y situar el procés en el marco histórico desde el que hay que interpretarlo, y que va más allá del Estado de las autonomías o los gobiernos centrales y catalanes de estos años, siendo estos muy importantes. Su llamamiento a la concordia y a la asunción de la complejidad del asunto –por un lado y por otro– son más necesarios que nunca, y hacen de este libro un conjunto de enfoques, reflexiones e ideas con los que es grato incluso disentir en muchos puntos.
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