Dos soledades, dos Américas: García Márquez y Vargas Llosa
En septiembre de 1967, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa sostuvieron un diálogo en la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, donde los dos autores hablaron del oficio del escritor y de su función dentro de la sociedad latinoamericana de entonces. La conversación ‘La novela en América Latina’, recogida en ‘Dos Soledades’, recientemente editado por Alfaguara, se ha convertido en un libro lleno de valiosas perlas sobre el oficio del escritor en una América Latina plagada de contradicciones; fuente rica e inagotable de material para ambos autores.
En la universidad, en Lima, solía reunirme con un grupo de muchachos imberbes que soñábamos con convertirnos algún día en escritores y vivir en Europa. Entre nosotros siempre había una pregunta que nos hacíamos frecuentemente: ¿Vargas Llosa o García Márquez? ¿A quién prefieres?
La respuesta era complicada porque cada uno tenía sus preferencias, y poner la obra de uno por encima de la del otro era difícil. Eran finales de los años noventa, el muro de Berlín había caído y las discusiones literarias siempre terminaban en políticas, y en cómo ambos autores representaban esos dos lados del muro que acababa de desplomarse. García Márquez seguía apoyando al régimen cubano, mientras que Vargas Llosa parecía defender esa nueva América Latina que parecía desburocratizarse.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que estuvieron del mismo lado. En septiembre de 1967, apenas cuatro meses después de la publicación de Cien años de Soledad, ambos escritores sostuvieron un diálogo en la Universidad Nacional de Ingeniería en Lima, donde los dos autores hablaron del oficio del escritor y de su función dentro de la sociedad latinoamericana de entonces. Ambos autores se habían conocido en Caracas ese mismo año, pero ya habían mantenido correspondencia previa y se habían leído mutuamente.
La conversación La novela en América Latina recogida en el libro Dos Soledades, recientemente editado por Alfaguara, generó una gran expectativa entre los jóvenes peruanos de la época, que se agolparon en el campus universitario para oír a quienes, para entonces, a pesar de su juventud, ya eran dos celebridades literarias en la lengua castellana. El conversatorio, donde Vargas Llosa funge más como entrevistador y García Márquez como entrevistado, es un libro lleno de valiosas perlas sobre el oficio del escritor en una América Latina plagada de contradicciones; fuente rica e inagotable de material con la que ambos autores alimentan su vocación. Como los buitres carroñeros, los dos autores reconocen nutrirse de los desperdicios en descomposición que las sociedades latinoamericanas producen constantemente y son el germen de sus novelas, novelas que buscan abarcarlo todo; eso que se ha venido a llamar la novela total.
Mientras que Vargas Llosa confiesa que la sociedad latinoamericana es una especie de cadáver con la que los escritores de la región sienten una especie de excitación, ya que los proveen de fascinantes temas para sus historias y hacen que los lectores tomen conciencia de la realidad de América Latina, García Márquez afirmó aquello de que en la América de habla hispana se está escribiendo una sola novela a múltiples manos, donde él mismo está escribiendo el capítulo de Colombia, Vargas Llosa el de Perú, Fuentes el de México y así con todos los escritores de la región.
Lo anecdótico y lo valioso del diálogo es que se da en pleno auge del boom. Los autores están hablando en tiempo real de lo que pasa con su literatura, sin la distancia del tiempo. Ellos mismos son protagonistas y testigos de algo que está pasando en ese momento y esto le da un valor agregado al carácter testimonial de la conversación. Ambos parecen estar teorizando, sobre la marcha, acerca de lo que para ellos mismos es inédito y sorprendente: la manera cómo la novela latinoamericana está alcanzando un estatus que antes no tenía. Las referencias a Borges también son constantes: ¿era Borges, a pesar de ser argentino, un escritor latinoamericano? El debate, por su puesto, estaba servido.
El aire de los tiempos también está presente en la conversación. Han pasado apenas ocho años de la revolución cubana que ambos escritores apoyaron fervorosamente y eso se pone de manifiesto en muchas de sus palabras: García Márquez le pregunta a Vargas Llosa si su obra le parece reaccionaria, ya que un crítico le había dicho que su más reciente novela, Cien años de soledad, lo era. El peruano responde que no, y, a pesar de que ambos autores parecen muy preocupados por la situación política de sus países y del compromiso que debe tener su obra frente a la realidad latinoamericana, García Márquez termina por rematar diciendo que, a la postre, el único compromiso que debe tener un escritor, el más importante, es el de contar una buena historia.
Hoy en día los tiempos, por su puesto, han cambiado y ese mundo sobre el cual hablaban ya no es el mismo: los militares dando golpes de Estado ya no son el denominador común en los países latinoamericanos, el muro de Berlín se deshizo y ahora en la región las dictaduras que predominan son las ideológicas, que se hacen llamar a sí mismas revolucionarias, es decir, de izquierdas.
En todo caso, vemos que en ambos autores hay una admiración mutua, tal es así que pocos años después, en 1971, Vargas Llosa publicaría García Márquez: historia de un deicidio, un ensayo sobre su obra que el autor peruano presentaría como tesis doctoral. El libro que acaba de ser también reeditado y puesto en circulación junto con el diálogo Dos soledades, analiza la obra de García Márquez, utilizando la hipótesis de que el autor colombiano ha conseguido eso que todo escritor debería aspirar: matar a Dios y suplantarlo. El libro es un ensayo agudo e inteligente, rico en planteamientos teóricos y críticos, pero filtrado por la mirada de un creador, lo que eleva el texto y le da otra dimensión, convirtiéndola en una delicia para cualquier escritor o aspirante a escritor que se sentirá identificado con muchas de las tesis expuestas en el libro. Las fuentes que alimentan la vocación del escritor provienen de los demonios personales, los demonios históricos y los demonios culturales, se cuenta en el libro. En García Márquez, dice Vargas Llosa, estos demonios parecen más equilibrados que en Borges, por ejemplo, en el que predominarían más los demonios culturales, o Alejo Carpentier, donde predominan más los históricos. En todo caso, concluye Vargas Llosa, el escritor no elige sus demonios, ni tampoco los temas que va tratar, sino que éstos lo eligen a él.
La tesis del autor como deicida, aquel que mata al Dios creador para construir un mundo propio hecho de palabras, había dejado de imprimirse tras el incidente en un cine mexicano, donde el peruano noqueó al colombiano de un puñetazo en 1976, dando así por finalizada su amistad y comenzando una especie de guerra fría entre los dos que no acabó con la caída del muro de Berlín, pero sí con la muerte de García
Márquez en 2014. Por eso, el libro había estado circulando casi de manera clandestina por América Latina en una primera edición muy difícil de encontrar. Recuerdo cuando cayó entre mis manos con 19 o 20 años, y el asombro que me causó leerlo. Era todo lo que necesitaba oír para reafirmar esa vocación de la que tanto se habla en el libro. Releyéndolo hoy, es muy difícil no volver a sentir lo mismo.
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