Echar vecinos y traer turistas: el caso de Tribulete 7, Madrid
El otro día estuve en casa de mucha gente. En el edificio de Tribulete 7, Lavapiés, Madrid (muy cerca de la famosa Corrala) que la sociedad Elix Rental Housing, de nombre siniestro, pretende comprar para quitar la vida misma de los hogares normales y corrientes, para hacer, probablemente, pisos de lujo o apartamentos turísticos. Y así, la ciudad se va muriendo, cuando se sustituye la vida por la especulación y el turismo.
El otro día estuve en casa de mucha gente. Vi pantuflas, recuerdos de cumpleaños pasados, botellas de licor cubiertas de polvo, platos sucios en el fregadero, bocadillos en preparación (con jamón, queso y rodajas de tomate, todo lleno de migas), fotos de no sé qué vacaciones familiares bajo el sol playero, sofás que, con el paso de los años, ya se habían adaptado a los cuerpos de sus dueños, mantas, mesas camillas, televisiones puestas sin sonido, con magazines matinales. La vida misma en los hogares normales y corrientes. Era en el edificio de Tribulete 7, Lavapiés, Madrid, que la sociedad Elix Rental Housing, de nombre siniestro, pretende comprar para quitar la vida misma de los hogares normales y corrientes, para hacer, probablemente, pisos de lujo o apartamentos turísticos. Y así, la ciudad se va muriendo, cuando se sustituye la vida por la especulación y el turismo.
Elix Rental Housing tiene como objetivo principal, según se lee en su página web, “generar valor para sus clientes, a través de un proceso íntegramente definido que empieza por la localización de oportunidades únicas de inversión y su posterior reposicionamiento como viviendas diferenciales, que combinan la innovación, la funcionalidad y el diseño, preservando los elementos arquitectónicos originales”.
Uff, el texto, pretendidamente oscuro y empresarial, y con el toque cool de palabras asépticas como “diferencial”, “innovación”, “oportunidad única” o “funcionalidad”, viene a significar que esta empresa se dedica a rastrear edificios a buen precio y a reformarlos para ganar dinero. Nada malo, en principio (incluso “preservan los elementos arquitectónicos originales”), si no fuera porque actividades como esta, con el afán de “generar valor para sus clientes”, están destruyendo la ciudad contemporánea, que pasa de ser un crisol de personas que conviven con más o menos éxito a una suculenta tarta en la que cada uno compite por sacar la mayor rentabilidad. Por el camino se destruye la vida de mucha gente, como pasa en Tribulete 7.
El sábado 3 se juntó un buen número de vecinos a protestar y se colapsó la calle, que aunque no es grande, sigue siendo calle: actuaron Alberto San Juan, Soleá Morente, Celia BSoul, Piluka Aranguren o Fetén Fetén. El que esto firma colaboró recitando con el dúo polipoético Los Peligro (y en compañía de la poeta Paula Carrillo, en un espectáculo de Poesía o Barbarie), dentro de la casa de una familia afectada.
Llevaban allí 20 años, ahora con un niño pequeño, y no saben dónde se podrían meter si les echan. El sábado hubo un ambiente envidiable, con las esencias combativas del viejo Lavapiés, la confraternización y la lucha social. Lo que no se entiende es que un problema tan transversal como el de la vivienda y la precarización generalizada no levante tantas pasiones como, yo qué sé, el independentismo catalán y otros asuntos que afectan muy levemente a nuestra vida cotidiana. Una pregunta clásica de la filosofía política de taberna: ¿Por qué no está la gente quemando contenedores? (Igual es porque en España la clase media se levantó mediante la adquisición de vivienda).
En este edificio hay más de 50 familias (o sea, notable rentabilidad), muchas de las cuales llevan aquí toda la vida y no se les ocurre otro lugar donde ir si les mandan a la puta calle. Ahí fuera hace mucho frío y los alquileres están por las nubes, porque la vivienda ya no es un sitio para vivir sino una cosa para invertir, y los gobernantes no acaban de actuar para garantizar la vivienda digna, como dice la Constitución. Unos porque no quieren y otros porque dicen que no pueden.
Un país sin casa es un país fallido. Buena parte de la ciudadanía madrileña, y española, vive en un estado de terror por si les expulsan de su hogar: es muy difícil encontrar un nuevo espacio donde vivir, en el centro de las ciudades y cada vez más en la periferia. “Que se vayan al campo, que hay espacio”, dicen los tuiteros anónimos de la fachosfera. No, que se vayan a la mierda.
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