Ecologistas y pescadores buscan puntos en común para proteger mares y flotas

Cientos de pescadores del Mediterráneo europeo se manifestaban en Bruselas para protestar contra las medidas de la Comisión Europea de reducir la pesca de arrastre. Foto: Antoni Font Gelabert.

El año termina con una sorprendente fisura abierta por pescadores y ecologistas en esa lógica del mercado que cree que la competencia de opuestos facilita el equilibrio. El 9 y 10 de diciembre, cientos de pescadores del Mediterráneo europeo se manifestaban en Bruselas para protestar contra las medidas de la Comisión Europea de reducir la pesca de arrastre de tal modo que los pescadores sólo podrían salir a la mar 27 días al año. El simple hecho de ver a tantos hombres de mar frente al Parlamento Europeo reconociéndose como sujetos políticos y parte de una voz común resultaba impactante para cualquier persona que se pregunte por el pescado que consume y cómo se puede sostener la vida de los fondos marinos.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Se habían vuelto locos los 32 expertos de los 14 países miembros del Comité Científico Técnico y Económico para la Pesca (CCTEP) a la hora de proponer esta solución a la Comisión Europea? Sus investigaciones demuestran que el Mediterráneo Occidental no puede garantizar la vida de especies como la merluza europea, que la mortalidad por pesca sigue siendo superior a los niveles sostenibles para muchas poblaciones de peces debido a la falta de medidas más decididas por parte de los Estados miembros y que nuestro mar no puede seguir siendo sobreexplotado.

Del abanico de medidas disponibles para reducir la mortalidad de las poblaciones objetivo de las flotas se optó únicamente por recortar los días de pesca, por lo que era necesario un recorte muy importante, igual para todas las flotas. Como si las cifras fueran propietarias de la verdad. Sin contemplar que hay países o zonas que han implementado con mayor disciplina que otras las medidas que había propuesto la Unión Europea hasta ese momento. Sin tener en cuenta que la vida no obedece a operaciones matemáticas, pues los ecosistemas pueden responder de diferentes formas a las medidas de gestión. Sin poner sobre la mesa las graves consecuencias socioeconómicas que eso implicaría para las flotas, los puertos y las comunidades costeras. Esa es solución a la que es capaz de llegar la lógica político-administrativa cuando procesa el conocimiento científico sin considerar los impactos económicos y sociales.

El asunto podría haberse convertido en una guerra sin cuartel. Sin embargo, no ha sido así. Sorprendentemente, el incendio provocado por Bruselas ha generado alianzas hasta ahora inimaginables, llenando de nuevo sentido la obligación ética y vital de practicar la frugalidad también en nuestra relación con los fondos marinos, no tanto (y no sólo) a la hora de consumir, sino también a la hora de reducir el impacto del sector pesquero.

Entre quienes protestaban había personas que se atrevían a mirar el mar con esperanza. No sólo estaban reivindicando sus derechos, sino la sostenibilidad de ese mar que les da de comer a ellos y a millones de personas. En estos momentos, en estas fechas, esas personas están creando nuevas soluciones en alianza con quienes tradicionalmente han considerado sus principales detractores: los ecologistas.

Tres días antes de sus protestas, la organización ecologista Oceana, considerada tradicionalmente el azote de los arrastreros, se atrevía a lanzar un comunicado que sorprendía al sector pesquero y a los políticos de la Comisión Europea: se oponían a que el peso de la solución ecológica recayera de tal manera sobre los pescadores sin considerar las consecuencias sociales y económicas. Y no sólo eso, ofrecía una alternativa: “Un enfoque doble para reducir la mortalidad por pesca, combinando reducciones significativas pero menos drásticas de los días de pesca con la  implementación de medidas correctoras obligatorias. Este enfoque contribuiría a mitigar los impactos socioeconómicos al tiempo que garantizaría la recuperación progresiva de las poblaciones de peces”.

Fue el principio de la caída del castillo de naipes. Se hacía evidente que la brecha entre ecologistas y pescadores carecía de sentido. Hay personas en ambos lados que reconocen que la solución no está en seguir en la falsa batalla de opuestos, sino en admitir y honrar lo que en ambas partes hay de razonable. El paso dado por Oceana no llovía del cielo, forma parte de un proceso que se ha ido gestando desde los márgenes, frente a aquellos afincados en la tradicional oposición entre el saber científico y el conocimiento no reglado de los pescadores. Mentes y corazones dispuestos a escuchar están asumiendo en estos días que tienen intereses comunes, que pueden conseguir entre todos que el mar salga ganando y, de este modo, también las partes se vean beneficiadas.

El cuidado de los fondos marinos es poliédrico y, por tanto, necesita soluciones que contemplen decenas de facetas.

Tras las protestas en Bruselas, en algunos puntos de España los pescadores de arrastre están dando en estos días un paso adelante: estarían dispuestos a avanzar en la solución mediante procedimientos de cogestión con ecologistas, administración y ciencia. Entre las soluciones que empiezan a ponerse sobre la mesa están las de aumentar el tamaño de las mallas de modo que se reduzcan las capturas de los peces más jóvenes, establecer vedas permanentes o temporales, la instalación de puertas de arrastre de bajo impacto… Empiezan a considerar posibles soluciones que hasta este momento eran percibidas como anatema, como la que aporta el científico César Bordehore en la Revista del Sector Marítimo: la sostenibilidad de la pesca se puede alcanzar no sólo por la reducción del esfuerzo, sino con la creación de reservas marinas de interés pesquero orientadas a optimizar y asegurar su actividad. Su propuesta es doblemente valiosa, pues procede de un científico que atesora el conocimiento de una familia de pescadores de arrastre de Denia (Valencia) que cesó su actividad cuando él tenía 15 años y lo combina con el conocimiento científico.

Mantener vivo este Planeta Azul puede ser abordado no como imperativo, sino como un deseo compartido, un horizonte común. Para ello es necesario que cada parte modifique sus marcos de referencia, y parece que ya está sucediendo. No es la primera vez que el sector primario y los ecologistas se tienden la mano y caminan juntos, pero el hecho de que suceda entre pescadores de arrastre y defensores de los fondos marinos era inimaginable para la mayoría hasta hace unas semanas.

El rol de las asociaciones ecologistas ha estado instrumentalizado hasta el punto que para algunos actores son los principales responsables de la inviabilidad de la pesca debido a que toman sus decisiones “por ideología”. Pues bien: Ya hay personas dispuestas a demostrar que la satanización de su relación es un gran error. En este área de la vida también empieza a escucharse “se acabó”.

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