Ed Van der Elsken, retratista del amor, la soledad y la alegría de la calle
Al finalizar la retrospectiva que la Fundación MAPFRE dedica al fotógrafo holandés Ed van der Elsken (Ámsterdam, 1925 / Edam, 1990), tras la sala que exhibe las fotografías y el audiovisual sobre Tokio, hay una pantalla que proyecta la última película que filmó: Bye, donde él mismo es el protagonista en distintas escenas cotidianas en las que se va despidiendo de la vida. En una de ellas aparece en primer plano, enfrentado a la cámara como a un espejo, y se tira de los pelos de la cabeza y la barba; “tengo el pelo muy largo, debería cortármelo”, dice con una extraña sonrisa. Llevo un rato absorta en la película, y de pronto me asalta la sensación de que mientras él se mira también me observa, y es como si mirándome se burlara de sí mismo.
Esa sensación de desdoblamiento es la que debieron de sentir muchos de sus retratados, a los que llamaba “mi gente”, porque el tipo de la cámara que les apuntaba con su objetivo lo que enfocaba en realidad era el reconocimiento de sí mismo en la instantánea que les tomaba. Por eso en muchas de ellas aparecen tan relajados, casi felices, pese a que el momento que habitan sea el de un mundo que ha sido atravesado por dos terribles guerras. Ed van der Elsken no retrata la ciudad sino que ésta le retrata a él, y sus primeras imágenes en Ámsterdam y París en los años cincuenta resultan tan modernas que podrían haber sido tomadas ayer mismo. En sus instantáneas todo adquiere un volumen físico, todo tiene movimiento y está sucediendo sin detenerse: los comunistas en la manifestación del 1 de mayo en la plaza de la Bastilla, la mujer que empuja un cochecito de bebé lleno de gatos, esa pareja que se besa en el café Chez Moineau tan apasionadamente. Y cuando el artista dispara su cámara, lo que aparece en el cuadro es el enigma que gobierna las vidas de sus personajes: el amor, la soledad, la alegría, la incertidumbre. Son breves historias urbanas en color o blanco y negro, donde el fotógrafo abandona el objetivismo característico de su tiempo y matiza la realidad con su mirada cómplice, indulgente.
París marcó profundamente los primeros años como fotógrafo de Van der Elsken. Había dejado Ámsterdam para trabajar en los laboratorios de la agencia Magnum de París positivando para algunos grandes de la época como Cartier-Bresson o Robert Capa. El cambio de la pesada Rolleiflex a la Leica había afirmado aún más la intimidad entre él y los modelos casuales que captaba en las calles, en los cafés, o en su propia casa mostrando su vida con la fotógrafa Ata Kandó, su primera esposa. El mundo de la bohemia, al que entró de la mano de su musa Vali Myers, dio tema a su primer libro: París & Una historia de amor en Saint-Germain-des-Prés . En el volumen, que está presente en la muestra y plasma su tema recurrente de la juventud, juega con la maquetación y el diseño para organizarse a modo de largo flashback cinematográfico donde él mismo participa. La novedad de su composición, que huía del estereotipo documental para insertar ficción en la realidad retratada, y además incluirse en ella, supuso un éxito inmediato cuando apareció el libro en 1956.
A Van der Elsken le interesaba cualquier formato que sirviera de soporte a sus fotografías: fotolibros, películas, montajes con diapositivas, porque su mirada no era la del mero registrador de lo cotidiano, sino la de un contador de historias, implicado emocionalmente en ellas. Así sucede en la película donde los niños se bañan en los canales mientras responden a sus preguntas; o en la instantánea de las tres chicas con minifalda que cruzan una calle de Ámsterdam y le sonríen; o en el misterio que rodea a la mujer con vestido de seda, sorprendida en ocho tomas en diferentes puntos de Hong Kong, como si el fotógrafo la persiguiera. Igual que un narrador que impregna todo lo que cuenta con su punto de vista, Van der Elsken siempre está presente en sus fotos, ya sea en un espejo o fuera de plano. Sus fotografías sobre el mundo del jazz, reunidas en el libro Jazz, de 1959, contienen el ritmo y la música y también la emoción del fotógrafo descubriendo a Chet Baker, a Miles Davis, a Lionel Hampton, a Ella Fitzgerald, entre vapores de alcohol, sudor y humo de cigarrillos.Se diría que, a medida que el mundo que él observaba pisaba el acelerador, Van der Elsken también necesitaba movimiento para lo que quería contar. En el audiovisual Tokyo Symphony, compuesto por grabaciones de audio y diapositivas en color sincronizadas, expresa la fascinación por los contrastes de la cultura nipona que ya había plasmado tras los quince viajes que realizó a Japón a lo largo de su vida. En sus últimos años se volcó aún más en las posibilidades que le ofrecía la cinta cinematográfica para seguir retratando la vida e incluir en el plano su propia mirada sobre ella. En 1982 retrató por última vez a su ciudad en la película Un fotógrafo filma Ámsterdam, donde, como hacía siempre, vuelve a intimar por un momento en las calles con cualquiera que llame la atención de su objetivo: punkis, pijos, yonquis, chicas, roqueros, mendigos. Con todos los que Van der Elsken llamaba su gente.
Ed Van der Elsken. Sala Fundación MAPFRE Bárbara de Braganza, Madrid. Hasta el 20 de mayo.
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