Edgar Borges: adicto a la libertad auténtica y el ‘surrealismo mágico’

Edgar Borges publica ‘Los expulsados’.

Tres personajes inolvidables se extravían en un laberinto gestionado por un guardián de los espacios, un profesor, un dj que pincha a Bowie y un camarero, todos empleados de una estructura diseñada para hacer de la vida un orden circular. Fiel a su línea de insobornable lealtad a la ruptura de formatos y esquemas, el escritor Edgar Borges (Caracas, 1966; radicado en España desde 2007) nos entrega un nuevo libro, ‘Los expulsados’ (Berenice Libros), en continuidad con sus anteriores mágicas novelas, ‘Enjambres’ y ‘Figuras’  . Todo un alegato sobre la libertad (la auténtica, no la que manosea ahora el ultraliberalismo), contra las sociedades tan estructuradas, las dictaduras de cualquier tipo y los individuos formateados. Podemos decir que Borges –qué bien le sienta este apellido– ejerce una literatura verdaderamente revolucionaria desde lo que podríamos llamar ‘surrealismo mágico’. Bienvenida sea la cultura, la lectura, la posibilidad auténtica de ser libres.

En todos los últimos libros de Edgar Borges vemos un irreductible deseo de libertad, de escapar de prisiones. Por algo los niños escapan hacia el Bosque. Por algo la Escuela se concibe como reclusión que formatea a los individuos para que sean piezas que encajen bien en la sociedad. Expulsados del Paraíso como territorio de libertad a los espacios marcados, delimitados, gestionados por guardianes.

Leemos:

“En la parte externa, hacia el fondo, más allá de donde corría Andreu, había un terreno cercado por una reja de baja altura; tenía tres puertecillas, dos cerradas y una abierta. Dentro había un columpio; nada más. Andreu corría en torno a la escuela; era su intento de lograr un círculo huracanado. La velocidad era un juego inconsciente de viaje temporal. Su deseo era algún día correr en sentido recto, a una velocidad salvaje, más allá de la escuela y en dirección al bosque”.

Y ya hacia el final: “Volver a la Escuela significaba seguir intentando la fuga cientos de veces, hasta que algún guardián futuro los regrese, como ahora mismo les ocurría a los ancianos de las filas. Intentar hasta envejecer no podía ser la solución”.

Escapar, escapar, escapar de la realidad mezquina y manipuladora. Y entrar en una canción de David Bowie o en un libro de Kafka o en una película de David Lynch o de Lars von Trier.

“Al niño le gustaba sumergir la cabeza en el lago. Él sospechaba que en el fondo había un pasadizo secreto que lo llevaría al universo. Más de una vez la madre tuvo que sacarlo a la fuerza, antes de que fuera demasiado tarde. El pequeño gritaba indignado que él no había pedido ayuda; culpaba a la progenitora de no haberlo dejado entrar al infinito”.

Inventarse, reinventarse, ser libres. Edgar Borges apuesta decididamente por el surrealismo mágico y los diálogos que nos llevan al absurdo de Ionesco o del país de las maravillas de Alicia: Leemos:

“–¡La adolescencia  es terrible, incluso se podría decir que los adolescentes dan asco!

–Ah, ¿sí? ¿Y eso por qué?

–¡La adolescencia es una enfermedad!

–No me digas.

–¡La enfermedad de no tener la gracia de un niño ni la madurez de un adulto!

–Eso me parece exagerado y hasta cruel.

–¿Te parezco cruel?

–Tú no lo sé, pero tu opinión sí.

–¿Te ofende mi opinión?

–No, yo sólo bailo.

–Debería ofenderte, eres una adolescente.

–¡Te equivocas!

–¿Acaso qué eres?

–¡Una cebolla!

–¿Una cebolla?

–¿Tan mal tienes el olfato que no te has dado cuenta?

–De acuerdo, eres una cebolla.

–Ya no. ¡Ahora soy una naranja!

–Te estás burlando de mí.

–¿Cómo se va a poder burlar de ti una pobre fresa?

–Ya, entiendo el juego.

–La verdad que no creo que lo entiendas”.

No comparte la realidad, pero comparte un existencialismo onírico a lo Beckett.

“La aceptación de un hecho material podía ser la negación de una probabilidad. Estar ante la constatación de lo existente conlleva a sellar el acceso a lo invisible. O no, pues entre las cuatro paredes había un espacio vacío. Eso también era cierto. Algo, o mucho, él podría imaginar dentro de la nada iluminada. Situaciones, cosas, experiencias. Sin embargo, después de tres intentos, la búsqueda resultó forzada. El exceso de blanco le fragmentó toda forma creativa. La saturación de lo real asfixiaba la consolidación de cualquier idea”.

Aquí, como en Figuras, el escritor juega continuamente a destrozar los límites de la realidad, representados en el rigor de las arquitecturas; de ahí su obsesión constante con los espacios.

“Tras el impacto visual, Andreu dudó de la veracidad de las paredes; pensó en tocarlas, pero se aguantó. También dudo de la autenticidad del silencio, aunque prefirió detener cualquier comprobación en lo inmediato. Si quería mantener los nervios en equilibrio, lo más sensato era no hacer en minutos todo lo que se suponía tenía que hacer el resto del tiempo de su permanencia en ese espacio”.

La realidad casi nunca es cierta, es castradora.

“Andreu se encogió de hombros. Marta subió las cejas con desagrado. Los tres fugitivos se detuvieron frente a la plaza con cautela: después de tantos intentos no era fácil confiar en ningún entramado, en aquel camino la realidad casi nunca era cierta”.

Deseo irrefrenable de inventarnos lo que queramos ser, más allá también de edades y especificaciones físicas de prospecto de medicamento (ay, los hombres-hombres; las mujeres-mujeres). Leemos:

“–¡Andreu!

–¿Qué?

–¿Andreu?

–¿Sí? ¡Dígame, profesor!

–Abra los ojos, usted no está preso.

–¿No?

–Sólo se encuentra atrapado en la terrible fantasía de negar la vida adulta.

–¿Qué dice?

–Lo que oyó, retenga las indicaciones y aprenda a vivir”.

Pero ahí, duro e impertérrito, aparece el Guardián de los Espacios que te propone la seguridad de la inercia en vez de la libertad. Ahí está el Guardián de los Espacios para destrozar nuestros ideales, nuestras carreras, nuestras ansias de libertad. Decirnos que todo fue un sueño y dejar la partida, el libro, el juego, la surrealidad inventada, en tablas.

“Estás sentado, todo el tiempo estuviste sentado en esa silla, tu silla. Nunca corriste; en realidad ni siquiera llegaste a caminar. Todos tus movimientos fueron una simulación de tus captores; una forma de tenerte esperanzado en la idea de un continuo adelanto. Se trataba de un avance ficticio; los pasos que creíste dar sólo fueron un deseo de tu mente. Estás en el punto de partida de tu intento individual. La velocidad de tu carrera sólo fue una percepción, la puedes llamar angustia, vértigo o crisis circular. Pero tranquilo, la velocidad no existe en tu vida, tampoco la angustia. Igual no te desanimes, la inercia es el estado más seguro de la perfección”.

Por algo Enrique Vila-Matas ha llegado a decir: “Edgar Borges entiende la literatura como un complot contra la realidad”.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.