Eduardo Lago: «La novela negra se ha convertido en refugio de los mediocres»
Eduardo Lago, catedrático de Literaturas Hispánicas en el Sarah Lawrence College (Nueva York) con plaza desde 1994, premio Nadal y uno de los novelistas más ‘sinceros’ de la literatura española contemporánea, habla del oficio de escribir, de ciudades, de candilejas y, de una forma muy crítica, también de basura en los suplementos literarios de los periódicos.
Han pasado diez años desde la publicación de ‘Llámame Brooklyn’, mirando en retrospectiva, ¿en qué momento se encuentra hoy en día el escritor Eduardo Lago?
Ahora me encuentro en el mismo punto en el que me encontraba antes de la publicación de Llámame Brooklyn, un momento en el que puedo volver a vivir la escritura como secreto, como actividad íntima, que es la escritura que para mí tiene verdadero sentido. Ahora, como entonces, escribo alejado de las candilejas y de aquel mundo que rodea la literatura. Me alegro de haber vuelto a ese estado inicial, siento que estos diez años han sido un regreso a los orígenes, sobre todo porque no me interesan las candilejas, por no decir que, por lo general, encuentro literariamente lamentables aquellos que actualmente están en el centro de atención, ya sea en una escala muy grande sea en una escala menor. El mundo que rodea la literatura me parece un espectáculo en el que se da importancia a formas de literatura que no tienen nada que ver con el sentido verdadero de lo que es el artista.
Habrá excepciones.
Evidentemente, hay buenos escritores, pero no necesariamente son los que tienen más fama. Sin embargo, en líneas generales, lo que destaca y lo que sale en los suplementos de los periódicos es basura.
Sus palabras me hacen pensar en el discurso ‘El futuro’ que dio recientemente Enrique Vila-Matas en Guadalajara y donde decía que…
Vila-Matas es un amigo del alma y como escritor es una completa anomalía dentro de la literatura en cuanto mantiene un nivel de pureza y de autenticidad que no han impedido que alcance las alturas de la fama. Vila-Matas es un hombre extremadamente prudente, nunca hace declaraciones ofensivas contra nadie y, sin embargo, se lee entrelíneas en sus declaraciones esa percepción de un momento literario bastante lamentable. Yo no sé si el futuro no ha llegado, más bien creo que siempre ha sido así, basta pensar en Van Gogh y en todos aquellos que murieron sin el reconocimiento merecido. Sin embargo, como te decía antes, hay buenos escritores, siempre ha existido una línea de autenticidad en la literatura, una autenticidad que encuentro en autores como Joseph Roth o Heimito von Doderer, un autor que acabo de descubrir y que era un auténtico genio y, como él, son muchos los autores relativamente desconocidos y que representan la literatura más auténtica. Es muy interesante, a este respecto, Estados Unidos, que es un auténtico volcán para descubrir autores.
Usted que vive en Estados Unidos, ¿ve mucha diferencia entre el mundo literario norteamericano y el español respecto a la consolidación de autores literarios?
El mundo literario español es un pálido reflejo de la realidad editorial estadounidense en el sentido en que se han mimetizado las costumbres y se están exportando los elementos más salvajes del mundo editorial norteamericano, empezando por la figura de los agentes y terminando por el sistema de premios. En España el mundo editorial no es todavía tan salvaje como en Estados Unidos, donde, sin embargo, se han consolidado y han llegado a la fama grandísimos escritores, como puede ser John Irving. Y, precisamente por este motivo, considero a Vila-Matas una excepción, un caso singular en el panorama español.
Vila-Matas, junto con Rodrigo Fresán, son autores que comparten con usted el interés por la hibridación de géneros, por proponer una narrativa que, más allá de la trama, se define por ser una reflexión sobre el acto de escribir.
Efectivamente, creo que esto nos acomuna a todos los autores que has mencionado y añadiría también a Andrés Ibáñez. Hace poco tiempo, Rodrigo Fresán, justamente después de haber leído Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, me envió un correo que era como un signo de reconocimiento de esa concepción compartida de la literatura. Si bien todos nosotros, Fresán, Ibáñez, Vila-Matas o yo mismo somos muy diferentes, creo que nos enmarcamos en una literatura, de la que también participan otros autores, que se define por ser híbrida y trasatlántica. Y el carácter trasatlántico es, al menos para mí, un elemento esencial; siempre he creído que dentro de la literatura en castellano es necesario borrar la distancia entre las dos orillas.
¿El hecho de vivir en Nueva York ha influido en su percepción de esta distancia que menciona y a la que se opone?
Nueva York es un planeta distinto del sistema solar, es un planeta ajeno a todo. Es una ciudad portentosa en todos los sentidos, con una energía que quema. He hablado en varias ocasiones con Salman Rushdie sobre la dosis de talento tan brutal que se concentra en Nueva York y que te obliga a reaccionar; como dice Rushdie, en Nueva York no se puede ser perezoso. Y esto no sólo es válido en el ámbito literario, sino también en el mundo de la música, del arte y de la creación en general, porque en Nueva York es tanta la gente y el talento que se reúne, es tanta la fuerza creativa que se condensa que es imposible quedarse inmóvil frente a todo ello, es una ciudad que al ofrecerte tanto te obliga a devolverle algo. El nivel de competitividad aquí es muy fuerte en todos los ámbitos y, en este sentido, retomando tu pregunta, lo que hace esta ciudad con los artistas es incomparable.
Nueva York, además, es una ciudad que le obliga a cohabitar con el inglés, a adoptar una lengua que no es la propia ni en la que usted escribe.
Llevo mucho tiempo estudiando lo que pasa con los escritores latinos, a quienes conozco bastante bien, y me estoy dando cuenta de que aquello que observaba en ellos empiezo a observarlo en mí mismo. He dejado bastante de escribir para la prensa y me estoy centrando en la escritura privada, escribiendo en cuadernos personales, algo que por otro lado llevo haciendo desde siempre, tengo alrededor de 500 cuadernos.
¡Supera incluso a Ricardo Piglia!
Es una absoluta locura lo de los cuadernos, los conservo todos, en toda mi vida he perdido sólo dos: uno que me tiró mi novia durante una pelea al mar y el otro que olvidé hace algo más de un año. Yo no sé lo que hay exactamente en estos cuadernos, sólo puedo decir que hay una escritura bruta, una escritura que, ahora mismo, es en inglés. Soy muy amigo de escritores americanos, en especial de David Holland, que es el que revisa lo que escribo en inglés, corrige lo que está mal. Como aquellos escritores hispanos de los que te hablaba, estoy trasladándome al inglés y esto implica un proceso bastante duro, pues si bien nunca podré abandonar el español, creo que sin duda este proceso de cambio de idioma que por ahora se plasma en la escritura de mis cuadernos, tendrá sin duda su reflejo en mi próxima novela, que es un enorme magma que tengo ahora mismo en mi cabeza
Ahora que habla del cambio de idioma, pienso en Joseph Brodsky, que pasó del ruso al inglés, manteniendo sin embargo el ruso para la poesía. Brodsky decía que en él convivían las dos lenguas y que dependiendo de lo que escribía recurría a una o a otra.
Creo que la experiencia de Brodsky ejemplifica perfectamente lo que implica este proceso que lleva a la convivencia de las dos lenguas. El idioma es un mapa de la realidad y hay zonas de la realidad que un determinado idioma no cubre, mientras que el otro sí. De tal manera que aquellos que vivimos en Nueva York entre dos lenguas cambiamos continuamente de código, somos conscientes de que hay determinadas cosas que sólo se pueden decir en español y otras que sólo pueden ser dichas en inglés. Es fascinante ver en el metro a madres hispanoamericanas cambiando continuamente del inglés al español al hablar con sus hijos o a parejas hispanoamericanas que discuten entremezclando los dos idiomas.
Un autor paradigmático en cuestiones de cambio de lengua es Nabokov, al que en ‘Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee’ coloca como pretexto inicial de la obra y que en ‘Llámame Brooklyn’ es criticado por sus opiniones literarias.
Nabokov es un genio absoluto. Lo primero que leí fue El Ojo, posteriormente Lolita, que es una de las mejores novelas de todos los tiempos, y luego leí Pálido fuego, que me gustó incluso más que Lolita, aunque no tiene el peso histórico de esta. Todo lo que escribe Nabokov es brillante, lo que sucede es que este hombre tenía opiniones contundentes y se mostraba muy crítico con autores como Dostoievski o Cervantes, opiniones con las que discrepaba completamente.
Más allá del cambio de percepción de Nabokov, entre esas dos obras suyas hay un elemento común: la presencia de manuscrito que debe terminarse de escribir. Podemos decir que las dos son novelas que narran el proceso de escritura del manuscrito.
Es así, pero es algo inconsciente, porque en el fondo nadie elige lo que hace y lo que escribe. Los artistas plásticos, los músicos y, evidentemente, también los escritores expresan el espíritu del tiempo en el que viven. Nadie es completamente dueño de su poética, expresamos lo que vivimos y esto explica esa coparticipación de una idea de literatura entre autores como Vila-Matas, Fresán e Ibáñez de la que hablábamos antes, autores a los que podríamos sumar también César Aira y Alejandro Zambra, autores todos que están cambiando el destino de la literatura. Tardé 15, incluso 20 años en escribir Llámame Brooklyn; es una novela de alguien que no tenía ninguna prisa en publicarla y que, como digo en el prólogo, se publicó casi por milagro después del Nadal. Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee tiene el mismo argumento que la anterior, pero podríamos decir que es menos personal, es la escenificación de un teatro de marionetas donde quien debería mover los hilos ha perdido el control. Es una novela que contiene muchos teatros y la novela rota de Nabokov es solamente una excusa.
Sin embargo, podría decirse que aquello que distancia ‘Llámame Brooklyn’ de ‘Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee’ es la parodia; la segunda, a diferencia de la primera, se define en parte por la parodia y el humor explícito.
En parte podríamos decir que sí en cuanto en Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee hay una investigación acerca de los modos de escritura; incluso el género negro, que es la gran plaga, el desastre estructural de la literatura de nuestro tiempo, aparece en esta investigación y en clave positiva. Esto se debe a que, si bien por lo general me parece que la novela negra es el refugio de los mediocres, autores como Pynchon o Dennis Johnson están haciendo a su manera novela negra; esto demuestra que el problema no es el género en sí, sino la manera en que se hace. Y, más allá de la novela negra, el tema de los géneros me parece muy interesante y el hecho de parodiarlos significa reproducirlos con humor para que la gente los vea.
Y en cuanto al género, tus dos novelas, más allá de referencias a la literatura norteamericana como Foster Wallace, Pynchon o Salinger, son muy cervantinas. Si no recuerdo mal, tú mismo decías que ‘Don Quijote’ era una novela esencial para ti.
El bueno de Harold Bloom, de quien me río algo en la novela pero a quien adoro, acaba de publicar The Daemon Knows: Literary Greatness and the American Sublime, un libro donde regresa una vez más a Shakespeare, a Dante y a Cervantes. En la lengua inglesa nadie ha llegado ni puede llegar más allá de Shakespeare; si uno lee a Moby Dick observará que la novela de Melville, siendo la mejor novela de la historia norteamericana, es Shakespeare puro, en la prosa y en la estructura. Y con Cervantes pasa lo mismo, porque en Cervantes está todo, y lo demás son sólo variaciones: el Tristram Shandy es una variación, la metaficción, que en verdad no existe, está ya en Cervantes…
¿La metaficción no existe?
No, es una tontería. En una entrevista hace tiempo, con el humor que lo caracteriza, decía Vila-Matas: “Yo no sé por qué la gente dice que hago metaliteratura, yo hago literatura, porque con las palabras se hace literatura”. Lo de los meta son idioteces.
Retomando la figura de Cervantes, recuerdo que en una ocasión Rodrigo Fresán me comentaba el peso que supone para los autores españoles tener que enfrentarse a una novela como ‘El Quijote’.
Los argentinos, sin embargo, tienen un problema enorme que se llama Borges. El peso de Borges es tan contundente como el de Cervantes y no creo que en ninguno de los dos casos sea un problema, más bien creo que es una bendición. Piensa en cómo Melville fagotiza a Shakespeare, que todavía hoy sigue produciendo cosas, es como una estrella negra que todavía emite luz. Un caso similar al de Cervantes es el de Joyce: el Ulises, como El Quijote, es como una farmacia donde están todos los recursos, todos los géneros, todo aquello que un escritor pueda necesitar. La novela nace y muere en cierto sentido con Cervantes, lo que sucede es que llega hasta Joyce, que no tiene una conexión directa con Cervantes y que la lleva desde Ulises hasta Finnegans Wake.
Me habla de la continuidad de la novela a partir de ‘Ulises’, que es de 1922.
El Ulises tiene casi cien años, efectivamente. Lo que sucede con la mayor parte de estas novelas que se llevan premios es que son novelas absolutamente planas, son novelas sin investigación y sin sentimiento. El poeta Wallace Stevens decía que la ficción nace directamente de un sentimiento, no puede nacer de un programa de marketing.
Dice usted que Shakespeare sigue iluminando; sin embargo, si pensamos en la propuesta teórica de Harold Bloom en ‘La angustia de las influencias’, esta iluminación provocaría una constante angustia, aquella que sufre el poeta joven ante lo imponente del poeta fuerte.
Claro que sí, pero lo más interesante de esta teoría reside en cómo, a partir de ella, Bloom, que es un clasicista, relaciona todo el canon, al menos dentro del ámbito anglosajón, pues no tiene ninguna idea de lo que sucede, por ejemplo, en ámbito hispano. El tema del desarrollo de las ideas en literatura me parece muy interesante. Ezra Pound sostenía que debíamos entender la historia de la literatura como la historia de los descubrimientos científicos, idea que también podemos aplicar en pintura, por ejemplo: de repente alguien inventa la perspectiva y este invento supone un cambio real. En literatura, lo que sucede con los escritores es que se deben pelear con su agon, con quien los precede para superarlo; La Regenta de Clarín es un claro ejemplo de este continuo proceso de superación. Clarín escribe a la contra de Galdós.
La historia de la literatura se presenta por tanto como un gran diálogo.
La evolución de la literatura es como una reacción química entre autores de una misma tradición. Como decía Eliot, escribimos dentro de la tradición y no podemos salirnos de ella; todos los escritores mediocres terminarán siendo fagocitados por la tradición, tendrán una vida media de meses, lo que dure la novela de turno.
Hemos hablado de canon y de tradición, sin embargo son cosas distintas y, en el caso de la tradición, ésta no debe implicar una demarcación geográfica o nacional, la tradición literaria de un autor puede ser transgeográfica.
Y esto es lo que me sucede a mí, yo me encuadro en una tradición transgeográfica, me muevo entre dos idiomas. Cuando concedieron a Llámame Brooklyn el Premio Ciudad de Barcelona, el jurado justificaba el premio diciendo que la novela introducía en la literatura española las técnicas norteamericanas. Cuando yo le hablé a mi editora francesa de Aurora Lee, le dije que no había ningún elemento español y su respuesta fue clara: “Evidentemente, ¿de qué vas a hablar tú que no sea de Nueva York, donde vives desde hace más de 20 años?”.
¿Le resultaría complicado escribir sobre y a partir del contexto español tras tantos años en Estados Unidos?
No sabría qué contestarte, lo que sí siento es la literatura española como mi literatura, pero como sucede con toda literatura, resulta muy complicado juzgarla en bloque. La literatura española, comparándola con la literatura americana, durante muchos años ha estado muy por debajo, no teníamos autores que pudieran compararse con Borges, Cortázar o con los autores del boom. Sin embargo, la presencia de autores trasatlánticos, autores hispanos que viven en Estados Unidos, está cambiando las cosas y está enriqueciendo la literatura en castellano en su totalidad. Y digo en su totalidad porque me niego a diferenciar entre literatura peninsular y literatura del continente americano.
Y respecto a este punto de inflexión del que habla, ¿en qué momento temporal lo sitúa?
Creo que a partir de Bolaño empezaron a cambiar las cosas al establecerse como autores de manera transnacional. Hoy en día, este carácter transnacional lo representa perfectamente Alejandro Zambra, que con su literatura rompe los moldes regionales.
Se suele decir que Roberto Bolaño ha representado un nuevo boom de la literatura hispanoamericana, pero en Estados Unidos.
Esta es una idea bastante interesante. Bolaño es un escritor de un talento inconmensurable, no hay duda al respecto; lo que sucede es que al ser manipulado por la industria norteamericana, que lo ha convertido en lo que lo ha convertido, hace mucho daño a muchos otros autores que, sin embargo, no tienen su fama. Bolaño cambia las cosas históricamente, pero es dañino por el hecho de que impide el reconocimiento de muchos otros. Algo parecido sucede con Junot Díaz, que no es ni mucho menos el único y tampoco el mejor de los autores, más bien es uno más. Veinte años antes que Díaz, está Óscar Hijuelos, que ganó el Premio Pulitzer y cuyas novelas tienen un peso que no tienen las de Junot Díaz que, sin embargo, tiene como gran mérito el talento de cambiar las cosas de una forma muy curiosa a través de la hibridación del inglés y el español. Pero más allá de esto, también creo que, de la misma manera Bolaño supuso un antes y un después, ahora estamos en una nueva fase, posterior a Bolaño.
Y cómo definiría esta nueva fase o quién representaría este nuevo momento.
Es siempre peligroso dar nombres, pero creo que Enrique Vila-Matas, aunque tampoco creo que sea el único, pero sí representa la voluntad de cambiar. Junto a Enrique, también citaría a Alejandro Zambra; César Aira es un autor interesante; Fresán y otros autores que no conozco tan bien pero que están ahí. Creo que esta nueva fase se define, además, por un grupo de autores muy jóvenes que todavía no tienen una gran obra detrás pero que tienen una voluntad de cambio, en concreto por una nueva generación de escritoras muy jóvenes hispanoamericanas, a las que precisamente dediqué parte del último curso de literatura que di en la universidad y cuya presencia es importantísima, pues ya era hora de quitar la caspa machista a ese boom.
Comentarios
Por Erasme, el 31 enero 2016
Muy buena entrevista. Es cierto que “lo que sale en los suplementos de los periódicos es basura”.
Empecé a notar la “decadencia” de “El País” precisamente por algunos artículos aparecidos en “Babelia”. Hace una años dejé de comprar este periódico. Actualmente no merece la pena perder tiempo leyéndolo, salvo alguna excepción.
Por Pacou, el 31 enero 2016
Me encanta cómo flipan los españoles con lo de los cambios de lengua. Yo como catalán lo tengo todos los putos días, jajaja. Os llevamos siglos de ventaja.
Por Georges Rurba, el 03 febrero 2016
Me falta en este artículo una mirada a la precariedad de respaldo para autor@s noveles de calidad, la tiranía de las RRSS para darse a conocer, el objeto de manipulación que subyace latente en ellas y una severa crítica a los premios monotorizados que se dan en la actualidad. Frente a todo esto queda: no ya hablar de sellos independientes sino de editoriales de riesgo para manuscritos valientes .