El 4 de Mayo en Madrid también votamos Cultura
Los diferentes líderes políticos madrileños dirán que es un asunto importante, pero seguro que en la campaña electoral en la que ya estamos sumidos –y más allá de unas páginas o párrafos en los programas electorales de sus partidos y algún tuit ocasional– apenas le dedicarán tiempo a este tema en sus intervenciones públicas, como tampoco escucharemos preguntas desde los medios de comunicación al respecto. Por si les ayuda a unos y a otros, ahí van algunas reflexiones a considerar. El 4 de Mayo en Madrid también votamos Cultura.
La cultura vincula a las personas que comparten coordenadas geográficas, sociales y políticas. Con el fin de su consolidación y desarrollo, y para que el resultado colectivo sea más que la suma de nuestras individualidades, las administraciones públicas han de fomentar, entre otros aspectos, la creatividad, el espíritu crítico, el diálogo y el debate entre sus ciudadanos. Lo que en ningún caso ha de hacer la gestión cultural pública es determinar una identidad, unos valores, prácticas y comportamientos, que excluya a todo aquel que no cumple su patrón y discrimine al que no actúa como fiel cumplidor, altavoz y adulador de los principios promovidos desde el falso e hipócrita pensamiento único.
Y si la cultura es la manifestación de quién y cómo somos, la educación es el vehículo que sienta la bases de quién y cómo somos. Terreno en el que debe haber libertad, sí, pero antes incluso, igualdad. En un estado de derecho como el nuestro, la Comunidad de Madrid ha de promover que todos los ciudadanos de su territorio tengan acceso al conocimiento resolviendo los límites, faltas e impedimentos que se lo ponen difícil, o hasta imposible, a muchos. Su labor es apoyar, por encima de todo, esa igualdad para que, posteriormente, cada uno de nosotros podamos ser creadores y partícipes del sistema cultural en el que vivimos y nos relacionamos.
La base humanista de la cultura exige que su gestión pública se rija por criterios de sostenibilidad (económica, medioambiental y social), y no por los de la productividad y rentabilidad económica (como sucede con las prácticas turísticas centradas en lo cuantitativo más que en lo cualitativo). Los números han de cuadrar, pero con una visión amplia en la que se busque y considere tanto el efecto directo como el indirecto, el corto y el largo plazo, así como la transversalidad.
Asimismo, el diseño y puesta en marcha de toda política cultural institucional pasa por contar con la participación, con la voz y el voto, de la ciudadanía y de los trabajadores y empresarios del sector. Las programaciones que se diseñen y las actuaciones que se ejecuten han de ir más allá del tradicional espectador pasivo que se sienta en una butaca o se pasea por un espacio expositivo, y han de considerar lugares y citas en los que se promueva la participación activa y la libertad de expresión como medio con el que –tanto a nivel amateur como profesional– darse a conocer, encontrarse y vincularse.
Por último, la gestión cultural no son solo discursos cargados de afirmaciones grandilocuentes, eslóganes aspiracionales y sentencias auto complacientes. La cultura ha de rendir cuentas. Para ello ha de estar liderada por personas con formación, experiencia y habilidades que les avalen. Siguiendo calendarios que marquen tiempos de ejecución. Definiendo objetivos –a partir de los recursos humanos, técnicos y presupuestarios disponibles– que se midan cuantitativa y cualitativamente. Y dando a conocer el alcance de sus competencias, así como el día a día y de manera clara y comprensible, con transparencia máxima, de sus planteamientos, decisiones y resultados.
¿Es esta la gestión cultural que ha llevado a cabo el actual gobierno de la Comunidad de Madrid? ¿Será la que tengamos a partir del próximo 4 de mayo?
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