‘El ángel de fuego’: los brutales demonios del abuso infantil
El Teatro Real recupera ‘El ángel de fuego’, ópera de Serguéi Prokófiev que se representa por primera vez en España. Supone el debut del director Gustavo Gimeno al frente de la orquesta del Teatro Real. La producción firmada por Calixto Bieito traslada la trama satánica a los demonios mentales de una mujer que fue abusada desde su infancia.
El Teatro Real cumplió el martes una deuda con el público y sobre todo con el compositor Serguéi Prokófiev al estrenar por primera vez en España su ópera El ángel de fuego, una obra que, pesea haber concluido en 1927, nunca llegó a estrenarse en vida del compositor, que falleció en Moscú de una hemorragia cerebral en 1953. El propio Prokófiev firma el libreto de esta inquietante ópera basada en una novela de mismo título del escritor simbolista Valeri Briúsov, al parecer todo un experto en nigromancia y ocultismo. La grotesca y brutal historia de una mujer, Renata, perturbada por fantásticas apariciones desde niña y que más tarde mantendrá una relación amorosa con un conde al que cree la encarnación del demonio como hombre. El amante, superado por las locuras de Renata, la abandona. Ella recluta a un viajante para que la ayude a reencontrar a su ex amante a base de todo tipo de conjuros. En el periplo se les aparecerán hasta el doctor Fausto y Mefistófeles en una especie de broma macabra que terminará con Renata sometida a un exorcismo y quemada en la hoguera.
El ángel de fuego no es una ópera fácil, no. Tras bajarse el telón en la función de estreno, algunas personas del público abandonaban el teatro quejándose de no haber entendido gran cosa. “Esa manía de cambiar de época las cosas termina por hacer que no se entienda nada”, se quejaba una pareja enfilando las escaleras del Teatro Real. Un clásico, vamos. Y es que Calixto Bieito, responsable de esta coproducción del Teatro Real y la Opernhaus de Zúrich, desplaza la acción de la Alemania oscurantista preluterana a los años 50 del siglo XX y convierte la trama satánica en algo mucho más tangible y real: la brutal mella que produce en la salud mental de la protagonista haber sido abusada desde la más tierna infancia.
Lo fácil habría sido mostrar a una Renata echando espumarajos por la boca, con giros de cabeza de 360 grados, como si fuera la niña del exorcista. Fácil y probablemente irrelevante. Lo que hace Bieito es escarbar en el texto para desentrañar un mensaje universal y mostrárselo a un público actual. De tal manera que lo que vemos sobre el escenario es una especie de resonancia magnética o escáner cerebral de la protagonista. Una mujer que ha tenido que lidiar con sus demonios internos desde que en la más tierna infancia recibiera las lúbricas visitas de un adulto, probablemente su padre, en su habitación de niña.
El efecto dramatúrgico es potentísimo y de él tiene la culpa la espectacular e inteligente escenografía de Rebecca Ringst, una intrincada y gigantesca construcción de metal y madera con habitaciones y recovecos conectados entre sí por escaleras, puertas y pasadizos. Un artefacto que no para de girar y de ensancharse y encogerse durante toda la representación y en la que se van iluminado espacios como se iluminarían partes del cerebro estimuladas por los impulsos eléctricos de la memoria.
Vemos la habitación de la Renata niña, con las paredes de papel pintado con motivos infantiles y su pequeña cama en la que, a veces, al girar vemos acostado a ese hombre que empezó a abusar de ella cuando tenía ocho años. También se nos enseña una clínica en la que se lleva a cabo un aborto y un salón en el que cinco hombres acompañados por un perro gran danés someten a la protagonista a abusos psicológicos y físicos. En el centro de esa construcción, en las sombras observamos a otros hombres que probablemente han pasado por la vida de la protagonista. En ocasiones todo tiene lugar en espacios claustrofóbicos o de arquitecturas imposibles. En resumen, asistimos en directo a la degradación del cerebro de una mujer herida de muerte desde niña. Observamos el mecanismo mental por el que la semilla plantada por el demonio en su infancia desemboca en una vida que no es más que una huida hacia la autodestrucción. Pero no solo eso. También hace Bieito que nos enfrentemos a la facilidad con la que la sociedad estigmatiza a la víctima culpabilizándola de su propio destino; muchas veces en una turba que condena la enfermedad mental sin el menor atisbo de empatía.
El director musical de esta producción es el aclamado director valenciano Gustavo Gimeno, en el que supone su debut en el podio del Teatro Real al frente de la orquesta del teatro. Ambos fueron sonoramente vitoreados por el público en la función de estreno. Durante dos horas sin descanso, Gimeno llevó las riendas de esta violenta y complicada partitura que supone todo un maratón para su protagonista, la soprano lituana Ausrine Stundyte. La cantante interpretó el extenuante papel de Renata con una escalofriante entrega que fue recompensada por el público con una gran ovación. El barítono inglés Leigh Melrose le dio la réplica en el papel de Ruprecht. Ambos lograron una conexión musical y teatral impresionante con momentos de altísimo voltaje, tanto musical como dramatúrgico.
En resumen, este Ángel de fuego es una ocasión única para enfrentarnos a una de las óperas menos representadas de uno de los grandes autores del siglo XX, con la dirección musical de uno de los directores de orquesta españoles más aclamados internacionalmente y una dirección de escena que probablemente sea uno de los mejores espectáculos de teatro que se pueda ver estos días en la capital.
Puedes consultar aquí las fechas de las 10 funciones y cantantes hasta el 5 de abril.
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