El arte que surgió de la marginación a los enfermos de VIH/sida

Andrea Galaxina, autora del ensayo ‘Nadie miraba hacia aquí’.

‘Nadie miraba hacia aquí’ es un ensayo fresco y muy bien documentado en el que Andrea Galaxina nos habla sobre la confluencia entre el VIH/sida –la última gran pandemia del siglo XX–, lo queer y el arte contemporáneo. A lo largo de sus páginas, la autora nos explica, de una forma didáctica y con ejemplos visuales, cómo la marginación y el abandono que sufrieron las personas con VIH/sida desencadenaron una corriente de denuncia que cristalizó en algunas de las propuestas artísticas más políticas y radicales de la contemporaneidad.

Andrea Galaxina (Muriedas, Cantabria, 1986) es licenciada en Historia del Arte, con máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual por la UAM, la UCM y el Museo Reina Sofía. Es conocida por crear la editorial Bombas para Desayunar, desde donde reivindica e investiga sobre el fanzine como medio de creación, resistencia y empoderamiento feminista y la edición contracultural. Algunos de sus fanzines más conocidos son ¡Puedo decir lo que quiera! ¡Puedo hacer lo que quiera! (2017) y Chelo García-Cortés Appreciation Zine (2021).

En Nadie miraba hacia aquílibro originalmente autopublicado por la autora en 2022, y rescatado este año por la comprometida editorial Continta me tienes–, Andrea se acerca al corpus artístico contemporáneo y nos habla sobre todes aquelles artistas del último siglo que lucharon contra el VIH/sida y contra la LGTBfobia utilizando el poder transformador del arte.

Tu libro es un ensayo instructivo y didáctico sobre la genealogía del VIH/sida y su intersección con lo queer y el arte. ¿Hasta qué punto es posible hablar de un arte surgido del virus y de la enfermedad sin hablar del movimiento LGTB+? ¿Existiría uno sin el otro?

Creo que en este caso hay que distinguir entre el arte más activista y el arte que hacen los artistas que vivían con VIH/sida. El primero es, sin duda, el resultado de una tradición activista del colectivo LGTBIQ+, pero también de otros movimientos sociales, políticos y culturales como el feminismo, la lucha por los derechos civiles, el pacifismo, el Situacionismo, etc… Este está inscrito en esta genealogía y utilizará recursos que se habían utilizado previamente como las tácticas del arte de guerrilla, el Agitprop… Pero en el caso del arte que no está necesariamente enmarcado en el activismo quizás una cosa y la otra no estén tan relacionadas. Muchos de estos artistas no creaban su obra con el objetivo de cambiar nada, sino de contar una vivencia particular que era la de su existencia como personas que vivían con VIH, que desde luego esto en sí mismo es un statement político, pero no era la intención principal.

¿Crees que, de forma más o menos generalizada, les artistes que mencionas en tu libro eran conscientes de estar creando arte? Teniendo en cuenta el desalentador contexto en el que vivían, con personas allegadas falleciendo todas las semanas a su alrededor, ¿piensas que existía una clara intencionalidad artística o se trataba más bien de utilizar de la forma más inteligente posible los diferentes soportes artísticos para hacer llegar más lejos sus denuncias?

Sí, ellos eran 100% conscientes de estar creando arte, sabían lo que hacían y conocían muy bien el lenguaje y las estrategias del arte para llevar a cabo su trabajo. El arte en el caso de la crisis del sida tendrá un carácter utilitario: valdrá para denunciar y dar visibilidad a la situación de las personas que vivían con VIH/sida, pero los trabajos que se harán en este contexto tendrán también una importantísima dimensión estética, que los artistas nunca descuidarán y que en buena medida también es la culpable del éxito y de la efectividad de estos trabajos. No debemos caer en el error de que estos artistas hacían arte por accidente, no, la mayoría eran artistas profesionales, diseñadores, publicistas, etc… Y utilizaron el arte conociendo profundamente sus mecanismos. Hacer un cartel que sea efectivo, que cause un impacto en el que lo mira, que se convierta en un icono y que trascienda incluso al motivo, época y contexto concreto por el que se realiza no puede ser fruto de la casualidad, sino de un conocimiento profundo de cómo funciona el arte y la cultura visual.

Vistas desde hoy, no hay duda de que las obras de arte surgidas de la corriente de rabia y tristeza frente a la enfermedad son especialmente originales e ingeniosas, muy políticas y comprometidas, con un alto valor artístico. Muchas de ellas son tremendamente radicales, tanto en forma como en contenido. No obstante, ¿crees que han logrado traspasar los conservadores estándares del arte contemporáneo y ser consideradas obras de primera, o crees que todavía existe un cierto menosprecio hacia este tipo de obras?

Sin duda estas obras han pasado a formar parte del canon de la Historia del Arte. Es verdad que nacen con una clara vocación antisistema, rompen con los estándares de la autoría, la unicidad, la originalidad, etc… que sustentan el arte (contemporáneo y no contemporáneo), pero el paso del tiempo las ha acabado situando dentro del relato oficial del arte: forman parte de las colecciones de los museos más importantes de Occidente, los libros de Historia del Arte las citan, son trabajos más o menos cotizados dentro del mercado…

¿Cómo crees que ha influido en el imaginario social el hecho de que las obras audiovisuales sobre la enfermedad con más calado en el público no tengan una perspectiva LGTB+ o directamente estén dirigidas y protagonizadas por gente heterosexual? ¿No resulta paradójico que, a pesar de ser el colectivo más maltratado por la enfermedad, nunca hemos tenido ningún control sobre el relato de la crisis?

Precisamente lo que muchos artistas buscarán con su trabajo será tener ese control sobre el relato. Es cierto que a nivel mainstream, sobre todo en los años 90, las –pocas–producciones culturales que había sobre el tema lo trataban desde una posición dirigida a no incomodar al público mayoritario presuntamente heterosexual. Sin embargo, ya en esa época había trabajos muy interesantes que desmontan ese relato amable y cómodo y presentan personajes que no sienten culpa, que no se esconden y que no pretenden mostrar esa imagen del “buen homosexual que ha cometido un error que está pagando muy caro”. El arte del que hablo en el libro es un buen ejemplo, pero tenemos otros en el cine (todo el movimiento del New Queer Cinema por ejemplo), la fotografía, la música… Quizás no es lo más famoso, pero sí es lo más interesante.

¿Crees que a día de hoy se ha superado la narrativa de la ‘plaga gay’, o seguimos inmersos en los mismos prejuicios que hace 40 años?

Lamentablemente, creo que siguen existiendo los mismos prejuicios en general. Sí es cierto que un pequeño sector del colectivo y quizás de la sociedad en general están bien informados y que la información es la herramienta que tenemos para despojarnos de esos prejuicios. Pero más allá de esta porción diminuta, la gente o bien no tiene ni idea del tema o piensa que es algo del pasado o sigue anclada en los mismos tópicos de los 90 respecto al virus y a las personas que viven con él. 

¿Qué crees que habría cambiado –si es que habría cambiado algo– en la gestión pública de la pandemia del VIH/sida si hubiera ocurrido en nuestros días? ¿Crees que las cosas habrían sido diferentes a nivel de compromiso político?

La verdad es que no sabría decirte si hubiese cambiado algo, probablemente no, viendo cómo se trató desde los medios y las instituciones públicas la viruela del mono hace un par de veranos. Creo que mientras una crisis afecte a una minoría, que además choca con la agenda de los sectores más conservadores de la sociedad, la forma en la que se gestionará no cambiará mucho respecto a cómo se gestionó en los 80. Además, ahora mismo el contexto político global es muy similar al de los 80, si no peor. 

¿Piensas que el arte LGTB+ creado en los últimos 20 años tiene un componente tan rompedor y tan radical como el de los años 80 y 90?

Por supuesto siguen existiendo propuestas radicales, artistas y colectivos que plantean cuestiones que en un mundo como el que habitamos son de primera necesidad. Hay multitud de artistas que reflexionan en su trabajo sobre lo que supone ser una personas LGTBIQ+ en el capitalismo, sobre cómo les afectan otras opresiones como pueden ser el racismo, el capacitismo, el clasismo, etc… Está claro que estos trabajos ya no están atravesados por la urgencia del arte del sida de los 80 y 90, pero siguen siendo igualmente rompedores y radicales. Por citarte algunos nombres que me vengan ahora a la cabeza nombraría a Boudry/Lorenz, Wu Tsang, Zanele Muholi, Cabello/Carceller…

En la misma línea que la pregunta anterior, y utilizando el argumento que Christo Casas esgrime en su ensayo ‘Maricas malas’, ¿crees que el colectivo LGTB+ ha caído en una quimera de la normalidad, de la acomodación y del asimilacionismo, llevándonos a un activismo de mínimos?

Una parte sí, claro. Pero ya desde los orígenes del activismo ha habido sectores que han apostado por la integración y la normalización, no es algo nuevo. También durante la crisis del sida muchas organizaciones LGTBIQ+ se desligaron de la lucha contra la epidemia, porque no querían que sida-homosexualidad se convirtiese en un binomio inseparable y además también se querían desligar de aquellas cuestiones tópicamente relacionadas con el contagio del sida (vida promiscua, prácticas sexuales no normativas, etc…) que consideraban que no definían al colectivo. Ahora, igual que antes, hay organizaciones que apuestan por esa asimilación, pero también existen otras que plantean una lucha más radical y transformadora.

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