El cine iraní, griego, palestino y brasileño gana en el Festival de El Cairo
Una oportunidad de oro para ver otro cine, alternativo y de mucha calidad. Ese que escapa a los patrones de las multinacionales de la producción y la distribución. El largometraje Melbourne, opera prima del iraní Nima Javidi, sobre un matrimonio que debe enfrentarse a un terrible suceso a noventa minutos de cerrar su vivienda en Teherán para emigrar a Australia, se ha alzado con la Pirámide de Oro del 36 Festival Internacional de Cine de El Cairo, que celebró esta semana la gala de clausura en el complejo histórico de las pirámides de Giza.
Javidi no pudo acudir a recibir el premio al negarle el visado las autoridades egipcias para entrar al país a las pocas semanas del festival. Para el director del festival, Samir Farid, este premio es prueba de la independencia del certamen.
El palmarés se completó con el premio a la Mejor Dirección para la griega Margarita Manda, por su filme Forever; premio de la Crítica (Fipresci) para la dominicana Laura Amelia Guzmán y el mexicano Israel Cárdenas, por Dólares de Arena; Pirámide de Plata al Mejor Actor para Khaled Abol Naga, por Eyes of a Thief (Palestina); Pirámide de Plata a la Mejor Actriz, Adele Haenel por Les combattants (Francia); Pirámide de Plata al Mejor Guión, Âle Abreu por O Menino e o mundo (Brasil); Pirámide de Plata a la Mejor Contribución Artística, Zaki Aref por The Gate of Departure (Egipto). Al festival acudieron en torno a 20.000 espectadores en diez días de proyecciones, lo que para la organización es un “gran éxito”.
Así vivió el festival el único periodista español acreditado este año:
¿Cosas que pueden verse en El Cairo? A dos trotando a lomos de un camello adelantando coches en medio de un atasco. ¿Cosas que no se ven en El Cairo? Gente haciendo footing por las calles.
La dinner party con 250 invitados para conmemorar los 65 años de la productora egipcia Dollar Film (hoy la marca es Century Films) se celebró en la segunda planta del hotel Marriott El Cairo, con presencia de celebridades locales. Compartimos espacio con los catalanes Pere Herms y Raül Corominas (Rusky), que vinieron a defender su documental Els homes que volien pujar una muntanya de més de 8.000 metres.
A las nueve salgo a conocer el Creativity Cinema con una preocupante noticia de Las Palmas que recibo por whataspp. Es curioso que la mano que mece la vida me haga ver aquí otra vez en pantalla grande el filme Hiroshima Mon Amour (Alain Resnais,1959), proyectado en El Cairo como un tributo al cineasta fallecido el 1 de marzo de este año. Veinticinco años antes, el guión de Marguerite Duras había sido de los primeros que compré.
La bella fotografía en blanco y negro del filme de Resnais sigue atrapando. «¿Qué filmar en Hiroshima sino una película sobre la paz?», pregunta la joven actriz francesa (Emmanuele Riva) a su amante arquitecto japonés (Eiji Okada). Resnais parece haber respondido él mismo: una película sobre el amor, que también será siempre un filme sobre la paz. Un funesto 6 de agosto de 1945 murieron en Hiroshima 200.000 personas, 80.000 de forma instantánea, por la deflagración de la bomba H lanzada desde el B-29 Enola Gay norteamericano. En el filme de Resnais, ella se afana por superar catorce años después la trágica muerte de su joven novio, soldado alemán, en su Nevers natal durante la Segunda Guerra Mundial. Coser las heridas de su alma de mujer casada desgarrada, preparar el cuerpo para su despliegue en un nuevo amor, es reconstruir a la vida lo que significó la destrucción de Hiroshima. Nevermore Nevers, nunca jamás Hiroshima.
Una de las citas más esperadas del cine egipcio del festival era Dècor, un drama psicológico -igualmente filmado en blanco y negro- dirigido por Ahmad Abdalla sobre una regidora de cine en grave crisis existencial.
Maha (Horeya Farghaly) vive en Dècor dos vidas, la de la estresada regidora que trata de sacar adelante una película comercial en solo dos semanas de filmación y la del personaje de la esposa en esa misma película. Sin comprender lo que le sucede, pasa de una a otra vida en perfecta solución de continuidad. “Alucinaciones por el exceso de trabajo,” piensa su novio, a su vez director de arte de la película (Khaled Abol Naga). El filme se desarrolla en dos planos de realidad y el espectador llega a no saber cuál es el verdadero, ni cuál el que prefiere, si hubiera alguno. Lo cierto es que su marido en el segundo plano de realidad (Maged El Kedwany) la ama de forma incondicional. El interesante filme se lastra por una puesta en escena demasiado esquemática y unas interpretaciones al límite de lo veraz, pero crece al final, con una secuencia de cierre que sería digna de relatarse en detalle. El juego que propone Ahmad Abdalla es este: la vida no es más que un relato que cada cual se construye y sobre el que tiene la capacidad (la obligación) de decidir. Maha decide no vivir ninguna de las dos vidas sino una propia. El filme se abre al color. Se chocan dos coches en un atasco. ¡Bravo!
Court, de Chaitanya Tamhane, es la propuesta india –que no indie– de la sección Festival of Festivals. Viene avalada por los premios Luigi De Laurentiis y Horizontes del pasado festival de Venecia. En Mumbai, un cantante popular callejero de 65 años es acusado de incitar al suicidio a un trabajador del ayuntamiento muerto al inhalar gases en una fosa séptica. El periplo del sexagenario por los juzgados se ensambla con las vidas privadas del abogado defensor, la fiscal y el juez que dirige el proceso. Hay algo en la narrativa del filme que produce extrañeza, uno no sabe si es intencionado o que en otros países funcionan códigos narrativos diferentes. Es decir, hay momentos en los que la cámara ni está donde debería estar, ni donde debería no estar, no sé si me explico. Pero el filme tiene unos interesantes trabajos de dirección y fotografía y una estructura de guión solvente que permite recordar eso que Völker Schlondorff demandó en la inauguración: que se fabriquen más pantallas para llenarlas de todo el cine que se hace en el mundo. Court es, además, un retrato de Mumbai y de cosas derivadas de la pobreza extrema que aunque se intuyen impresionan al verlas de nuevo. Por ejemplo, el momento en que la mujer del fallecido declara como testigo. A la pregunta del secretario del juzgado sobre qué edad tiene, contesta que lo desconoce. Cuando le pregunta la edad con la que se casó con su marido, responde que a los siete años.
Dólares de arena es el cuarto filme de la pareja formada por el mexicano Israel Cárdenas y la dominicana Laura Amelia Guzmán, y el segundo que ruedan en la República Dominicana. La propuesta es abierta en lo narrativo, pero lo que cuenta está perfectamente claro. Una sexagenaria (Geraldine Chaplin) vive una relación de tres años con una veinteañera dominicana, Noelí, en la zona turística de Las Terrenas. Ella se prostituye con hombres y mujeres y está embarazada de su novio, que a duras penas consiente los intercambios forzados de su novia. La Doña, como llaman los chicos en la película al personaje interpretado por Chaplin, tiene la intención de llevársela a París a empezar una nueva vida; Noelí parece feliz con la idea de partir.
La extraordinaria suma de talentos de Cárdenas y Guzmán presentó otra película en la sección Film on Films del festival: el documental Carmita, sobre la estrella cubana del cine de los años 50 Carmita Ignarra, que dejó su carrera en la veintena tras casarse con el famoso productor mexicano Santiago Riachi, descubridor de Cantinflas. “Entonces no había ni un solo latino en Hollywood. No fueron celos, como suele decirse. Como mi marido le dijo en una cena a Salmuel Goldwyn, presidente de la Metro Goldwyn Mayer, lo que él no podría soportar es oírle decir a nadie: “Mira, por ahí pasa el esposo de Carmita”. Carmita vive sola en Monterrey al borde de la ruina. No ha perdido el acento cubano, es un torrente que sigue participando en programas de televisión. Los directores se cuelan en su intimidad para hacernos su retrato. No lo hacen de forma convencional, ella ejerce de asistenta de Carmita, él casi se oculta detrás de la cámara, robándole planos a la octogenaria. “¿Sabes lo que me gusta tanto de tu marido, Amelia? ¡Que no se nota que está! Esa capacidad suya para pasar desapercibido es lo que me arrebata de él”. Para acabar el filme, Cárdenas elige leer la última voluntad de Ignarra, expresada en una carta: “Quiero que quede claro que si yo no dejé de ser una estrella, si me aparté de todo aquel mundo, fue por mi culpa y de nadie más. Ya mi madre lo decía: el peor enemigo de Carmita Ignarra es Carmita Ignarra. Siempre he andado buscándome defectos, con lo bella que yo era”. Las lágrimas se le saltan a la vieja cuando recuerda las vista del mar tras el malecón de La Habana de joven, con los tornados levantando las aguas al cielo.
El documental del alpinista y cineasta catalán Pere Herms, el filme Els homes que volien pujar una muntanya de més de 8.000 metres, es la crónica íntima de un viaje al Himalaya, un sueño forjado en 2009 con el también alpinista Pëp Corominas, Rusky, que aquí ejerce de jefe de expedición. El filme se proyecta en El Cairo justo un año después de su estreno en el Festival Internacional de Cinema de Muntanya de Torelló y al mismo tiempo que la catalana TV3 realiza la primera emisión del mismo. El viaje lo prepararon durante un año entero y duró cinco meses. El documental demuestra, además, que sigue existiendo la posibilidad de tener la oportunidad de que te seleccionen en festivales destacados como este sin necesidad de intermediarios.
¿A qué sabe el hielo? La pregunta de la joven egipcia en el coloquio tras la proyección sonó a realismo mágico latinoamericano. No lo es; quería de verdad conocer la respuesta después de ver a los alpinistas catalanes echando hielo del Himalaya en sus cazos de comida. El filme es el trayecto de los dos alpinistas de Avinyo (Barcelona) acompañado de la voz en off del director que informa y expresa reflexiones y emociones en primera persona. El sentido de un ejercicio de alpinismo extremo como este siempre tiene que ver con probarte en tus límites. Herms se propone poner al espectador a patear con ellos, como si fuéramos el tercer compañero de viaje. No es más que mera ilusión, pero lo consigue. El pico era el Manaslu, a 8.163 metros. Ellos abandonaron a 500 metros de la cima. Como explicó el director en el coloquio posterior, “la esencia es perseguir los sueños; la vida es lucha y el sueño es el camino”. Dedicarse al cine también tiene algo de escalar pronunciadas montañas.
Las proyecciones del festival son de gran calidad, la mayoría de las salas cuenta con butacas cómodas. Otra cosa son las costumbres locales a la hora de ver cine. No son proyecciones silenciosas, se habla por el móvil con frecuencia, se entra y se sale en cualquier momento del metraje, se consultan las pantallas, se oye hablar al fondo a los muchos que parecen encargados de la sala. La situación te devuelve por momentos a las proyecciones vespertinas en los cines de barrio en la infancia.
Melbourne, de Nima Javidi, la propuesta iraní de la Sección Oficial, recuerda a Nader y Simin, una separación (2011), ganadora hace dos años del Oso de Oro en la Berlinale. Está protagonizada, además, por el mismo actor (Payman Maadi), acompañado aquí de Negar Javaherian en el papel de su mujer. Desde el prinicipio, este trabajo olía a premio. Como así fue. El día en que un matrimonio empaqueta sus cosas y se dispone a cerrar su vivienda para emigrar a Melbourne ocurre un terrible suceso en la casa con un bebé que le habían dejado en custodia esa misma mañana. No gestionar la circunstancia a tiempo los va llevando a un callejón sin salida. Filmada casi íntegramente en la vivienda de la pareja, con interpretaciones sobresalientes y una eficiente puesta en escena que juega con los distintos espacios y muebles de la casa antes y después de que la vacíe la mudanza, el filme de Javidi transcurre en el mismo lapso temporal que la historia que narra. En este tiempo, veremos a los personajes pasar de los nervios lógicos por el largo viaje a la perplejidad por lo que les ha sucedido y la consternación por el rumbo que van tomando los obstáculos que el excelente guión del filme les pone en el camino.
En el lado contrario, a la propuesta norteamericana en la Sección Oficial de largometrajes le falta poco para ser un telefilme de sobremesa. Five Stars es una de gánsteres que se desarrolla en el barrio de Fort Greene de Brooklyn (Nueva York) en época actual. Trata de la relación de un portero de bar afroamericano, Primo (James Grant), a la vez capo de una banda de gánsteres de barrio, y un adolescente de origen latino, John (John Diaz), al que inicia en el mundo de los bajos fondos. Con un desarrollo más de melodrama que de cine de género, algunas escenas recuerdan a películas ya vistas. Fue galardonada con el Mejor Montaje en el festival de Tribeca.
Un filme sobre «la supervivencia y la familia», explicó la directora letona Signe Baumane antes de lanzar piedras de papel maché al público en la presentación de su filme de animación Rocks in my Pockets, que obtuvo el premio de la crítica en el pasado festival de Karlovy Vary (Praga) y es la candidata de Lituania para los Óscar. Las piedras a las que se refiere Baumane son las taras psicológicas de las que a su juicio deben desprenderse las personas para vivir libremente sus vidas. La simpática chaladura de la directora lituana antes de empezar (las piedras darían veintipico años de felicidad y amor a los tres afortunados que las capturaran) es fiel espejo del filme. Una voz en off en primera persona, la de la propia directora, cuenta con entonación de cuento infantil, como un río imparable de principio a fin de la película, la historia de una familia desde la abuela, a principios del siglo XX, hasta hoy. Letonia fue rusa, después independiente, soviética, nazi, otra vez soviética hasta su independencia en 1991. Los distintos miembros de la familia (abuelos, padres, tíos, primos) que describe permiten entender las rémoras heredadas por el persona que narra el filme, que bien podríamos entender como el trabajo de fin de terapia de la cineasta. La animación es lo más brillante de la película, con una mezcla de originales dibujos animados con técnicas mixtas donde destaca el stop motion con objetos elaborados en papel maché.
La alemana The Chambermaid Lynn presentó un lleno total en la sala El Hanager Theater. Venía avalada por el premio de la Crítica en el festival de Montreal y el premio al Mejor Nuevo Talento Alemán del festival de Munich a la protagonista, Vicky Krieps. «Lo más bonito de limpiar es que todo vuelve a estar sucio otra vez», es la frase que le dice la joven Lynn a su madre en la película alemana más destacada de las vistas en el festival. Ni el prestigioso Schlondorff con Diplomacy, ni el consagrado Akin con The Cut. El hamburgués de 43 años Ingo Haeb construye un filme pequeño e intenso que atrapa por su extraña perversidad. La solitaria Lynn Zapatek quiere saber cómo es de verdad la vida desde que descubrió de niña que el rumor del mar podía esconderse en una caracola. «Entonces descubrí que todo es mentira», confiesa a su psicoanalista. Lynn es una limpiadora especialmente concienzuda con su trabajo en el hotel Edén. Además de eso, se oculta los miércoles debajo de la cama de los clientes para espiarlos. La joven quiere vivir mas vidas que solo la suya. El filme da un salto cuando la limpiadora descubre un día a Chiara (Lena Lauzemis), dominatrix de rasgos felinos en sesión con un cliente. Roba su tarjeta, quiere llamarla.
Cuando el festival va tocando a su fin, El Cairo empieza a echarse de menos. En el camino a la Ópera intento capturar lo que se me ponga al alcance. Parejas de jóvenes rumbo a los institutos, ellas con la hijab, pasean entre coches destartalados, militares y funcionarios aguardan delante de algunos edificios sentados en butacones de mimbre con cojines roídos. La suciedad se respira. Cinco miembros de una familia sobre una misma motocicleta, padre, dos hijos y madre con bebé en brazos, todos sin casco. El orden y concierto de los personajes que habitan El Cairo es entrar y salir de cuadro allá por dónde mejor les parece. Operarios riegan el césped marchito en los jardines de la Ópera. El Cairo vuelve a ser luz. Niebla y polución multiplican la potencia de Ra. Recuerdo la extrañeza que me produjo en la egipcia Dècor, desarrollada en época actual, la pervivencia de platos de vinilo y equipos de VHS en todas las casas donde transcurría la acción.
El virtuosismo apabullante de la fotografía de Timbuktu, dirigida por el cineasta africano más reconocido internacionalmente, Abderramahne Sissako, destaca sobre los demás elementos de este filme que narra la llegada de soldados islamistas armados hasta los dientes a la mítica ciudad en el centro de Mali a orillas del Níger. El suceso remite a un suceso similar ocurrido dos años antes. Los fundamentalistas toman la ciudad de casas de adobe e imponen su ley. Las mujeres deben llevar pañuelos y guantes, se prohíbe la música y el fútbol, también que nadie aguarde sentado delante de sus casas, se imponen bodas. En las afueras de la ciudad un pastor que también es músico vive en calma con su esposa y su hija. La mujer es pretendida por uno de los jefes del Ejército. La tragedia se masca y se cumple. Pero Sissako huye de los previsible de esta historia que arranca con unos guerrilleros en pickups persiguiendo una gacela. El filme es bello en fotografía, sin que esto perturbe la terrible historia que cuenta, pero también preciso en el montaje y luminoso en la puesta en escena. Secuencias como la del asesinato en el río o la del partido de fútbol sin balón parecen estar rodadas en estado de gracia. Ganó el Premio del Jurado Ecuménico en el festival de Cannes de 2013. El filme cerró las proyecciones de la sección Perspectivas del cine árabe.
Me lo dice en el desayuno del último día el director mexicano Jorge Pérez Solano, director de La tirisia: “En mi país decimos con frecuencia que hacer cine es de gente terca”. España suena bien en Egipto. Despierta simpatías. Al menos la reacción siempre que te presentas a gente del país es una amplia sonrisa. Había interés por parte de la dirección del festival por que una película española estuviera en la Sección Oficial. La señora brackets, la niñera, el nieto bastardo y Emma Suárez, de Sergio Candel, arranca con una violación y continúa, inmediatamente, nueve meses más tarde con el fruto de ella. La madre (Pilar Alonso), empleada en un bar, trata de escapar de las garras de su totalitaria madre (Cruz López-Cortón). La niñera (Laura Díaz) es aspirante a actriz y una amiga suya (Carla Suárez), una enferma del trabajo y el sexo. Dejo que Candel hable en un vis a vis en la terraza de este hotel que de alguna manera también es un tipo de cárcel para turistas: “La película es la historia dibujada a pinceladas de cuatro mujeres. No me gustan las películas donde me lo cuenten todo. En mis cuatro películas anteriores he trabajado siempre improvisando. De hecho, esta es la primera en que tengo un guión. Tardamos tres años en hacerla. Costó 30.000 euros”. Es cierto eso de que nunca sabes cómo va a ser recibida tu película hasta que la proyectas. En El Cairo, en la rueda de prensa, hubo quien le preguntó a este valenciano que se arrancó en el cine con 29 años en la madrileña escuela TAI de la mano de Paco Lucio, si esas relaciones entre madre e hija que muestra la película ya no se daban en Europa y si tenía algo en contra de los hombres por mostrarlos siempre con tan rasgos negativos en su filme. Una joven asistente confesó que ese acoso a las mujeres que también muestra en el filme es habitual en este país.
Un colega iraquí que vive en Gotemburgo (Suecia) y viaja por festivales por todo el mundo, colaborador de cine de los principales medios árabes, me asegura durante la gala que el de referencia por calidad es Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos), que hasta el más glamouroso de Dubai (en el mismo país) pasa ahora por problemas económicos, con sus cerca de 20 millones de petrodólares de presupuesto. También que en Marruecos hay 52 festivales, ¡uno por semana!
Desde hace 20 años, la fiebre de festivales en el mundo es cosa que no se puede aguantar. Por eso, solamente haber estado en festivales y recibir premios no basta. Pero haber estado en 75, ganado más de 15 premios, entre ellos el Premio al Mejor Director Emergente en el prestigioso de Locarno, va poniendo los talentos en su sitio. Costa da Morte, de Lois Patiño, inscrito en la sección Semana de la Crítica del festival, es un documental descriptivo de la geografía y costumbres de esta zona de Galicia a través de la yuxtaposición de planos generales fijos acompañados en ocasiones por las voces de las conversaciones de los personajes que aparecen lejanos. El filme del director gallego seduce dando a cada una de las bellas imágenes que registró el tiempo que merece. Percebeiros, pescadores, cazadores, leñadores, bomberos, ganaderos, senderistas locales, gente de los pueblos. Todo tienen su hueco para contar su historia del lugar donde viven. Una característica de este tipo de documental contemporánea es que son radicalmente políticos aunque parezca que estén mirando para otro lado.
Estreno el Hanager Cinema el último día del festival para la proyección en 3D del filme de Jean-Luc Godard Goodbye to Language. La sala es pequeña y la demanda superior a la oferta. Se arma un tumulto de padre y señor nuestro en la entrada, con invitados y público general elevando al cielo entradas y acreditaciones al encargado de recibirlas, que se ha erguido sobre una banqueta para tratar de controlar la situación. Godard estaría orgulloso de ver cómo la gente se da codazos y empujones en El Cairo por ver su último filme, que obtuvo el premio del Jurado el pasado festival de Cannes. Similar punto de partida que la de Resnais, la del pope vivo de la Nouvelle Vague francesa también es el encuentro de dos amantes. 55 años después, la ruptura de la linealidad es casi total, aunque siempre se puede ir más lejos. En el filme, la poesía en lo visual es libre. ¿Cómo pensar que Godard iba a dar un uso convencional al 3D? Aquí provoca a ratos unas distorsiones en la imagen que parte del público interpreta como un fallo de las gafas.
Imposible seguir un discurso que se abandona a los flashazos, Godard aborrece la emoción. A él le ponen los códigos, los signos. Y para muchos podría parecer puro onanismo revolucionario. Hitler, Che Guevara. Pronunciados en francés los nombres parecen recubiertos del oropel que no tienen. Lo cierto es que Godard profesa una legión de seguidores provenientes del mundo de la historia del arte más que del cine. Lo peor son los imitadores. ¿O hay algo menos revolucionario que remedar a Jean-Luc Godard? Uno de los momentos más innovadores del filme es cuando usa el sonido en off de un gran pedo para encabalgar los dos planos de una escena. Menos mal que el filme de Godard solo era en 3D y no también con odorama, el sistema que intenta reproducir en la sala los olores de la escena que ocurre en pantalla. Interrumpe estas reflexiones la llamada a la oración del muecín a las 11.40 de la mañana. Eso sí es puntualidad. En el Cairo hay cientos de mezquitas. La voz amplificada parece una gran sombra que se extiende elevándose hasta cubrir con un velo al mismísimo Ra.
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