“El contacto diario con la naturaleza es tan necesario como las pantallas”
Biólogo de formación, escritor e impulsor de la Fundación Tormes, podríamos ver en Raúl de Tapia a un hombre del Renacimiento, alguien que no ha caído en la trampa de considerar las ciencias y las letras como campos separados. ‘Alcanduerca’, el seudónimo con el que Raúl de Tapia nos habla desde Radio 3 en ‘El bosque habitado’, es un naturalista y poeta que cultiva los bosques y las letras, consciente de que todos los seres vivos formamos parte de un mismo entramado y lenguaje natural. Con ‘Arboreto sonoro’, su último libro, ha recibido el IV Premio Tundra de Literatura de Naturaleza. “Es fundamental tener siempre proyectos en la cabeza y en las manos, es lo que nos hace seguir vivos, tengamos la edad que tengamos. Hay que seguir con la ilusión, dejarse sorprender, aprender cada día y crear para compartir”, me dijo en esta ‘entrevista circular’.
¿Qué es un “Arboreto sonoro”?
Es el conjunto de árboles que me he encontrado –y sigo encontrándome– en mi vida. Escribo en un cuaderno de viaje tanto las provocaciones científicas y emocionales que interiorizo con ellos, como los relatos de los paisanos y paisanas que viven a diario a su sombra. Todo ello narrado en formato de guion destinado a la radio, para el programa El Bosque Habitado de Radio 3, de María José Parejo. Hace ya más de diez años… En síntesis, árboles para vivir que se juntan ahora en el libro del mismo nombre. Una búsqueda a la vez tratando de reflexionar si la ciencia es poesía demostrada.
¿Crees que por fin la naturaleza se ha convertido en un tema para escritores y lectores?
Si nos aproximamos en la respuesta gracias al número de publicaciones, el SÍ es rotundo. Hay además una tendencia creciente tanto en la temática como en el estilo de los libros. Es probable que exista una mayor sensibilidad hacia lo natural desde la pandemia, pero, aun así, al compararlo con publicaciones de otro tipo sigue siendo un tema minoritario. Donde más se han elevado los libros de naturaleza es en la temática vegetal. Por fin la botánica y su historia, los árboles, bosques o las herbáceas tienen una propuesta de pensamiento que provocar en el lector. Y desde puntos de vista diferentes, ya sea desde la divulgación científica, el ensayo, el relato corto o la novela. Creo que también es necesario decir que hay autores excelentes y necesarios que no vienen del mundo de la literatura de naturaleza, pero llevan mucho tiempo escribiendo en esta línea. Por ejemplo, Antonio Colinas con La llamada de los árboles, Ida Vitale con su recopilatorio De plantas y animales o Juan Carlos Mestre con su Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo o Clara Obligado con Todo lo que crece.
La Fundación Tormes – EB ha demostrado que la naturaleza es más resiliente de lo que podemos pensar, ¿no? Cuéntanos brevemente el proyecto.
Se hace complejo contar brevemente 30 años de restauración de un paisaje. En el año 1996 comenzamos a restaurar las antiguas graveras situadas en Almenara de Tormes (Salamanca). Después de algunos parones en el año 2000 se reinicia este proyecto que ya no ha parado de crecer hasta la actualidad. Estas graveras fueron explotadas durante más de 25 años y dejaron un escenario desolado, donde los huecos de excavación se fueron cubriendo de agua, al estar situados en la ribera del río. Durante varios años catalizamos el proceso de sucesión a través de plantaciones de arbolado y matorral dirigidos a facilitar la revegetación, pero también la vuelta de la fauna (todo este aprendizaje los hemos transferido a 30 explotaciones en 10 comunidades autónomas). El paisaje ha cambiado mucho en este tiempo. Ha pasado de una escombrera tras el abandono de la explotación a un conjunto de lagunas junto a la estepa cerealista, que en la actualidad conforman un humedal de bosque húmedo. El mejor indicador de esta recuperación es su atmósfera sonora. En un paseo de una hora llegas a escuchar el canto de más de 40 especies distintas. Y en paralelo se ha desarrollado una gran labor de educación y comunicación ambiental. Todo ello ha sido posible gracias al impulso constate de la familia Espinosa Barro, que ha ejercido y sigue ejerciendo de mecenas.
¿Cuál crees que es ahora mismo el principal reto ambiental?, ¿el que más te preocupa?
En palabras del paleontólogo Eudald Carbonell, la estupidez humana. Esta característica de nuestra especie es la que nos ha llevado hasta aquí (también la cooperación, a la que debemos apelar para resolver tantos problemas). Se tiene como sociedad una visión equivocada de nuestro papel en el mundo. Un pensamiento en el que la naturaleza necesita ser salvada, cuando en realidad somos nosotros los que tenemos esa necesidad.
Si focalizamos en temas en concreto, el clima cambiado en el que vivimos es el reto global, de interdependencia de unas culturas y países con otros. Vivimos ya veranos de cuatro meses y entramos en la secuencia de amplitud de los cinco meses. Esto es una realidad, de consecuencias económicas y sociales, no contada con claridad en los medios de comunicación habituales para los ciudadanos. Y como detalle me preocupa el déficit de la naturaleza en todas las escalas de edad. Hemos reducido las múltiples posibilidades de los bosques, ríos, montañas, cielos y mares a la doble dimensión de una pantalla táctil. Se ha creado una urbanidad y ruralidad que no huele, no degusta, ni siquiera ve, acaricia o escucha.
¿Qué prácticas ambientales pones en marcha en tu día a día?
Al margen de las comunes de usar transporte público, separar residuos en origen, hacer un uso sensato del agua y demás hábitos coherentes, trato de aprender de todo aquello que sucede en los bosques, jardines, ríos o mares. Analizar la naturaleza para interpretarla y conocer las soluciones basadas en su funcionamiento. A la hora de restaurar paisajes o gestionar la biodiversidad, creo que es clave esta predisposición constante. Y, por supuesto, la contemplación, entendida como observación atenta y reflexiva. Al igual que debemos dormir ocho horas, hacer ejercicio físico o tener una alimentación saludable es necesario salir todos los días 30 minutos al espacio verde que tengamos más cercano a nuestra casa. Repito que nuestro cuerpo ha evolucionado para vivir en contacto con el medio natural y no para encerrarnos a diario numerosas horas delatante de pantallas. La tecnología es necesaria para la vida actual, pero salir al campo lo es, al menos, en igual medida.
¿Quién despertó tu conciencia ambiental?
Mi familia y mi hermano son el origen. Mis padres nos sacaban mucho al campo de pequeños. Acampábamos todos los años y, en esa época de infancia, toda aquella inmersión constante en los bosques generó necesidad y entendimiento. Seguí saliendo al monte dentro del asociacionismo juvenil y ello asentó hábitos y comportamientos. Pasar tiempo en soledad entre robles y bosques de ribera me permitió aprender mucho, sobre todo del ejercicio de la paciencia. Una virtud en peligro de extinción hoy en día. La conciencia vino de la mano de un libro Todavía Vivo, si no recuerdo mal la primera publicación de mi amigo y maestro Joaquín Araujo. Me llamó mucho la atención su manera de escribir y contar. A partir de entonces ha sido la persona que más me ha enseñado/inspirado y lo sigue siendo a día de hoy. Pero no quiero dejar fuera de este sentimiento a otros amigos y maestros como Carlos de Hita, del que tanto he interiorizado sobre la dimensión de sonido y el silencio verde; Fernando Fueyo, el gran pintor que me enseñó a ver los árboles bajo “otros cromatismos” y me aconsejó una docena de libros necesarios que compartimos en largas conversaciones; el gran Ignacio Abella, ejemplo de cronista de la tradición asociada a los árboles o María José Parejo, mi directora en El Bosque Habitado, ejemplo de vocación y compromiso desde la radio pública.
Un libro que recomendarías.
Un libro de referencia para mí es Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio, todo un ejercicio de creatividad que provoca también la del lector, la acrecienta.
Un lugar al que te gusta regresar.
Al río del olvido, de Julio Llamazares, el Curueño en León. En concreto, a su nacedero, donde todo sigue existiendo. También Sanabria, ese espejo de soledades que es su lago, según Unamuno, es uno de los escenarios de retorno habitual. Y hasta hace unos años diría Doñana, más de 30 años llevo bajando, pero no sé si volveré.
¿Optimista respecto al futuro?
Tengo que serlo. Cuando te dedicas a restaurar paisajes y a gestionar la biodiversidad en escenarios complejos o a la comunicación ambiental, no queda otra. Sé que no voy a salvar el mundo, pero puedo solventar algunas cosas en mi barrio y en mi pueblo. Y eso me ayuda a vivir con esperanza. Pero también soy realista y el mundo en el que vivimos va a ser muy distinto dentro de cinco años. La sociedad no es consciente de los cambios que vamos a tener que afrontar.
Comentarios
Por UN LIBRO EN CALMA | El gato en el jazmin, el 15 octubre 2023
[…] tozudo, quiso que nos encontráramos en Málaga pocos días antes del confinamiento, convocados por Raúl Alcanduerca, en La Térmica. Y ahí empezó todo. Empezaron las ganas de hacer cosas juntos, los mensajes de […]