El corazón del Amazonas nos emociona desde Matadero
Un contenedor se hace protagonista de la escena. Es uno de esos cientos de miles que cada día viajan por el océano y los mares de la Tierra. Pero este es especial: en su interior están los ‘Guardianes del Corazón de la Tierra’. El que ejerce de portavoz de ese frágil mundo de los territorios amazónicos es Bane, un miembro de la comunidad Huni Kuin que se ha convertido en el eslabón entre dos civilizaciones distintas y cada día menos distantes. Bane es el protagonista de la obra que Conquesta del Pol Sud, en colaboración con el Teatro Español, ha traído a Naves de Matadero , donde se representa este fin de semana, si bien después podrá verse en otras salas en España.
Nada sobra en un espectáculo en el que la música, el testimonio, la danza y la imagen se entrecruzan para llevarnos de viaje, sin movernos del sillón, del Báltico a esa frontera invisible entre Perú y Brasil, que poco tiene que ver con los mapas. Más bien nos acerca a un inmenso y frondoso espacio habitado por pueblos y gentes que aún no han sido abducidos por la tecnología y que siguen en conexión con la naturaleza primigenia. Y es que Guardianes del Corazón de la Tierra no es una obra teatral al uso. Es un documental dramatizado en el que la realidad, a la vez que toma cuerpo, se hace con el alma del público gracias a unos mensajes que, no por sencillos, dejan de emocionar, porque nos son contados desde esa conexión con la vida natural que durante cientos de miles de años fue intrínseca a la humanidad y que en unas décadas parece olvidada.
La aventura de esa producción surgió cuando Carles Fernández Giua, el director, y Eugenio Szwarcer, escenógrafo y responsable audiovisual, iniciaron un viaje en un carguero de contenedores por el Mar Báltico para entender y sentir en directo lo que es la globalización en este planeta. Fue un amigo de Eugenio quien les presentó a Txana Bane, de la comunidad Huni Kuin (“la gente de la tierra”, en su lengua). Había nacido en el corazón de la selva amazónica, nieto e hijo de destacados militantes en la lucha por los derechos indígenas en Brasil. Txana, por cierto, es alguien que “cura” a través de la música de su guitarra y de las canciones sagradas de su pueblo Huni Kuin, situado a las orillas del río Tarauacá, en el estado de Acre.
Pero, además, Txana Bane es un puente. Tras salir de su tierra para estudiar en la ciudad, acabó viajando a Europa, donde se casó y donde hoy vive parte del año, en concreto en Alemania. “Conocerle dio un vuelco a nuestra búsqueda. Él se dedica a divulgar la cultura de su comunidad indígena y ha creado en Jordao, en su territorio amazónico, una comunidad a la que lleva grupos pequeños de occidentales para que conozcan su cultura. Las comunidades en esa zona viven un momento muy complejo en el que deben decidir si se abren o no al exterior”, apunta Carles.
Tras unos días con Bane, planificaron viajar a aquel lugar al que les trasladaba en cada conversación, uno de esos escondidos rincones del mundo, amenazados, pero que aún conservan su esencia. Allí encontraron, para descubrírnoslo ahora en escena, que la vida está hecha de tiempo de calma y la presencia de “lo común” en el día a día, más una naturaleza que todavía ejerce su reinado, no exento de peligros, allá donde las garras del consumo desenfrenado no han dejado grandes cicatrices. “Cuando estás allí, se renuncia a la inmediatez que aquí nos tiene presos, se usa el tiempo de otro modo, se recupera la importancia de la idea de comunidad. Por ello, en la obra planteamos muchas preguntas, desde una mirada crítica hacia ese mercado que vimos cuando estuvimos en el carguero, pero también contamos nuestras experiencias personales en el viaje por ese mundo que nos era ajeno”, añade el director.
Que nadie busque soluciones para lo que se plantea a lo largo de la hora y media larga que dura. “Lo que dejamos son cuestiones abiertas, porque no se trata de dar nada masticado a quienes vienen, sino que reflexionen a través de nuestros diálogos”, añade Eugenio. “Los indígenas amazónicos son personas que hasta hace poco más de 30 años estaban esclavizados por los explotadores del caucho, humanos que incluso ahora hay gente que cree que no existen. Pero están ahí. El padre de Bane hizo un documental de su tierra que logró que fuera premiado en Estados Unidos. Gracias al dinero que sacaron pudo comprar un territorio que otros de fuera querían adquirir”, comenta.
Esta es una de las historias que en el transcurrir del viaje dentro de ese contenedor nos van narrando mientras, de repente, nos vemos navegando por el río Jordao en una canoa a motor, nos encontramos volando hacia las copas de esos gigantes arbóreos que proporcionan toneladas de lluvias, nos sobresalta toparnos con una peluda araña de las que habitan en la frondosidad de la selva, nos llega la imagen del asesinado activista amazónico Chico Mendes… Y también, sin salir de ese rectangular espacio, nos impacta esa mina de carbón de Hambasch, que está arrasando un bosque milenario en Alemania, pese a las protestas ecologistas desde hace años.
Bane nos habla de sus rituales, de su aldea Terra Viva, adonde cada año lleva varios meses a sus hijos para que se integren en su cultura paterna. Y nos cuenta de sus ancestros. Y rasguea las cuerdas mientras otra de las protagonistas, la peruana Gabriela Olivera, danza a su alrededor; también ella con una historia de raíces quechuas que acabaron perdidas en la vorágine de Lima y que ha sabido recuperar.
“Si me preguntas un recuerdo especial de aquel viaje, diría que fue el intercambio. Cuando estuvimos allí hicimos un taller de teatro y los Hana Kuin nos correspondieron mostrándonos sus ritos y sus historias. Están orgullosos de su cultura”, responde Eugenio. Tampoco puede evitar mencionar algunas de las amenazas que están ahí, a la vuelta de la esquina. La tala ilegal para ampliar la frontera agrícola, la minería del oro y otros metales hoy codiciados para objetos que nunca verán, la pesca no autorizada, el comercio que ya mete por los cauces, cada día, toneladas de productos que antes no necesitaban.
Carles reconoce que regresó pensando en la dificultad que sería llevar al teatro una experiencia tan intensa. “Queríamos generar un impacto emocional fuerte, que al ver la obra se sienta algo similar a lo que se vive en la Amazonía en este momento de confusión y cambio. Es un mundo frágil y hemos buscado acercar a la gente a esas sensaciones”. La gran ovación al término de la obra dejaba claro, el otro día en Naves Matadero (sala Fernando Arrabal), que lo han conseguido.
Después de este fugaz paso por Madrid, podrá verse en Olot (Girona) y después iniciará una gira por diversas ciudades, aún por determinar. También tienen previsto viajar con ella a Bruselas. La pantalla en la que van desfilando los subtítulos (en este caso para entender el portugués de Bane) son una ventaja para que el viaje continúe sin fronteras.
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