‘El corazón del daño’: amor y odio entre madres e hijas
Amor y odio materno-filial. No todas las hijas son felices al lado de sus madres y no todas las madres son felices al lado de sus hijas. A veces la maternidad no garantiza habitar en un Olimpo emocional y este libro habla sobre ello. ‘El corazón del daño’ –tercera novela de la poeta argentina María Negroni (Rosario, 1951)– es un libro imprudente y profundo, una oración sin concesiones, sin vanas resurrecciones, sin piedad ni paz, que, sin embargo, salva a todo aquel que deja caer su mirada sobre cualquiera de sus párrafos.
Hay un antes y un después en el lector que escoge como lectura ‘El corazón del daño’. Hay una vida que se recompone y se alimenta por primera vez sin intermediarios. Hay una docilidad inesperada entre estas páginas llenas de verdad, pero de esa verdad capaz de señalar la vida de una madre, de herirla y adorarla en un equilibrio que abre en canal a quien lee y a quien escribe.
María Negroni ha escrito uno de los libros más bellos y crudos que yo he leído, un libro en el que las heridas no huelen a sangre, y el dolor y la rabia son dos poderosos salvoconductos para que este libro no acabe siendo un ensimismado ajuste de cuentas, una venganza torpe y deslucida.
María Negroni usa la poesía como liberación entre las páginas de este diario camuflado de novela, de esta elegía en la que se loa a quien se ama por encima de uno mismo, y sin necesidad de que le haya llegado la muerte.
Negroni dialoga con su madre como si aún estuviese en el útero materno, como si el líquido amniótico fuese capaz de amortiguar el paso del tiempo y sus estragos. No todas las hijas son felices al lado de sus madres y no todas las madres son felices al lado de sus hijas. A veces la maternidad no garantiza habitar en un Olimpo emocional, y este libro habla sobre ello:
“Eso es lo que busqué, Madre.
Darte, como en el Apocalipsis, un libro a comer”.
“Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida.
Nunca amaré a nadie como a ella”.
Un libro que desmitifica sin la violencia –pero con una pulcritud aterradora– con que lo hacen otros libros el territorio de la maternidad, esa ecuación que demasiado a menudo no encuentra el resultado para el que fue enunciada:
“Todo lo que pedía entonces era un poco de generosidad, algo que no exigiera más premio que mi pequeña existencia”.
Hay mucho dolor en este libro, pero no de ese dolor arquetípico de la hija malquerida; la hija que narra su desgracia no es un monstruo de sangre rancia y vengativa; no, es una mujer lúcida que despliega su dolor desde la suprema serenidad narrativa. Las reflexiones con que alienta y alimenta cada página son generosas cicatrices que extiende sobre la equivocada biografía de su madre:
“La tristeza puede mover montañas, transformar un foso de leones en una alfombra roja”.
“Con la altiva perseverancia de un mártir, exigía de mí ¡que fuera ella!”.
“No quise ser una mariposa que ningún entomólogo pudiera fijar”.
Negroni escoge cada palabra como sin con ella pudiese redimir y redimirse de ese fiasco de aliento agrio que son en ocasiones las relaciones materno-filiales:
“La literatura es una forma elegante del rencor. (Qué frase escandalosa)”.
“Los celos duermen con la boca abierta.
Mi madre dice: Celosía.
Yo intentaba ser buena, del tamaño del cielo, la mejor”.
“Así es, Madre.
Hay pájaros que ponen huevos de hierro”.
Y al hacerlo consigue que El corazón del daño sea un festín de belleza desde todos los ángulos a los que les confiere su feroz existencia. El homenaje a otros como homenaje al propio dolor, como la transformación de una esclavitud que jamás debió serlo.
“Incluso autoritaria y fría, más vale una madre que ninguna”.
Negroni habla de la paciente resurrección tras la muerte emocional infligida por una madre despiadada y controladora que te hace sentir injusta. Negroni habla de cómo se domina esa contradicción sin caer en la locura, sin renunciar a la buena hija que salió de la entrañas de esa madre:
“Con vos nunca se gana.
Me pongo respetuosa, y nada.
Me pongo insolente, y nada también.
Parece el juego del gallito ciego.
Ningún razonamiento.
Sin remediable todo”.
Habla de que una hija abocada a la rebeldía siempre busca su salvación en la revolución política y social, aunque su madre la persiga también por esa decisión tomada casi a la desesperada:
“Una militante no es una puta ni lo quiere ser”.
Y construye el mundo real como si de un juego sublime se tratase, se agarra a la palabra como se agarra el suicida inseguro al último beso que le lanza el arrepentimiento antes de saltar al vacío:
“La palabra nace siempre de un deseo de mutismo, odia las normas, escribe frases que son ladridos y también plegarias”.
“La poesía es la continuación de la infancia por otros medios”.
Ojalá todos los escritores y escritoras del mundo supieran contar la verdad como ella la cuenta, ojalá supieran contar sus fracasos desde la belleza rotunda desde la que ella lo hace. Porque el dolor no debe ser un sendero escabroso, sino la senda en cuyo final la oscuridad encuentra su sepulcro:
“Una página después de otra para salir de la infancia, para volver a la infancia, para entender que el amor falta, siempre, en todo amor”.
“¿Y si la locura de escribir nos viene de no alinearnos con las madres?”.
Todo es solución y resolución en este libro de liberadora dureza en el que su autora se siente incompleta y abre la boca para exhalar maravillosas sentencias que le vienen dictadas desde otras vidas. Ella sabe amplificar su aliento desde el aliento ajeno. Nobokov, Pizarnik, Carson, etc… la acompañan en ese titánico paso a la edad adulta de una mujer de más de 70 años que mantiene una integridad exultante sobre el abismo más concienzudo al que puede enfrentarse un ser humano. Cuantísima belleza hay en este libro delgado que engrosa la sangre y la memoria de quien lee.
El corazón del daño es un confesionario al que no sabría acceder ni el más brillante de los sacerdotes. Una plegaria contrapuesta a la respiración de cualquier Dios, ese desierto en el que cada espejismo supone una revelación colectiva. Es un libro imprudente y profundo, una oración sin concesiones, sin vanas resurrecciones, sin piedad ni paz, que, sin embargo, salva a todo aquel que deja caer su mirada sobre cualquiera de sus párrafos. Negroni se expone sin pudor, y nos expone sin pudor, y en esa exposición nos garantiza la salvación.
No dejéis de leerlo, cada capítulo esconde la verdad de demasiados seres humanos, cada sentencia libera con acierto la longeva mordaza que el respeto filial nos fija sobre la boca. El corazón del daño es liberador, irreverente y extraordinario, un libro que nos abraza y calma nuestra irredenta incertidumbre, ese libro que se convierte en cuanto se abre en un regalo bilateral.
‘El corazón del daño’. María Negroni. Random House. 143 páginas.
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