‘El desajuste del mundo’ del que avisó Amin Maaluf hace 15 años
Contaba el escritor y periodista franco-libanés Amin Maaluf en ‘El desajuste del mundo’ que se había encontrado –estamos hablando de 2009– con que se decía que de todas las amenazas mundiales la más problemática podría ser el calentamiento climático. Se sorprendía al escuchar que en un futuro cercano las emergencias climáticas iban a atenazar las vidas de nuestros hijos y nietos. Se confesaba escéptico… Y decidió informarse.
Sería hace ya más diez años. Cuando cayó en mis manos El desajuste del mundo. Lo leí suplantando su personalidad; creyéndome que lo escribía yo mismo. Seguí ese camino porque por veredas similares han viajado personas muy diferentes; más o menos creyentes, o crédulas que no es lo mismo.
Contaba Maaluf (Beirut, 1949) en este libro que se había encontrado –va ya para 15 años– con que se decía que de todas las amenazas mundiales la más problemática podría ser el calentamiento climático. Se sorprendía al escuchar que en un futuro cercano las emergencias climáticas iban a atenazar las vidas de nuestros hijos y nietos.
Se confesaba manifiestamente escéptico, no fuera a ser otra de las mentiras de los grandes canales de comunicación y poderes fácticos que manipulan nuestras vidas. No se tratase de uno de esos cataclismos climáticos lanzados con mala intención. Por lo cual decidió informarse, cual persona sensata que quiere entender el presente para adivinar algo del futuro.
Se fue a buscar, donde si no, a la ciencia. Por entonces los estudios sobre el clima se hicieron más convergentes y más insistentes. Dado que no se sentía poseedor de una cultura científica digna de tal nombre buceó en los papeles científicos y logró descifrar varios códigos: efecto invernadero, tasa de carbono, consecuencias de que se derrita Groenlandia o que se desplacen enormes bloques de hielo antártico, afecciones ecosociales, etc… Casi no daba crédito a que los barcos podían cruzar el Ártico de lado a lado en verano; algo impensable y no demostrable en tiempos de estudiantes.
Cuando se paró a reflexionar sobre lo leído, lo consideró como una posible certidumbre nada imaginaria. Pero, claro, ¿cuánto contaba la opinión de un escritor sobre este asunto? ¿Qué podía aportar él a la creencia mundial sobre el problema? Decidió que no podía estar callado pues se consideraba alguien a quien le importaba la gente, su bienestar. Además, se había ocupado a veces en entender los descarríos de la condición humana global, escasas veces meditada por la gente corriente, pues ya se encargan de esconderla las fuerzas de opinión que nos dominan y sus medios de difusión. Pero además era escritor, no podía permanecer al margen. No quería fiarse de que el tiempo le diese o quitase la razón de algo sesudamente formulado. Porque es conocido que aquello de que el porvenir ya dirá, todo está escrito, solo lo aplauden los ignorantes, y las empresas que hacen negocio energético, en este caso.
¿Qué hacer entonces?, se preguntaba. Actuar, incluso aunque se tuviesen algunas dudas, de forma especial por la inmediatez o no de la posible crisis climática. Actitud, decía, que puede parecer irracional, pero la reivindicaba como propia. No solo se basaba en su nueva convicción personal, ni solo en la aplastante mayoría de gente de ciencia que la ha demostrado, ni tampoco en las subjetivas muestras de que el clima ya estaba cambiando. Aunque, a decir verdad, la verdad no depende de las mayorías.
Por todo lo visto, manifestaba que en la cuestión de las alteraciones climáticas, para mal por lo visto hasta entonces, había que actuar en consecuencia, incluso antes de comprobar la casi seguridad de que se tiene razón.
Ante todo el embrollo se decía que cabían dos respuestas ante hipótesis contrarias: que llegaran las crisis climáticas por la dejadez global o que no se confirmaran los nefastos presagios debido a la acción global, o casi. En el primer caso, visionario el escritor franco-libanés, algunos países se esforzarían por hacerlo bien; otros harían algo pero poco; no faltarían aquellos que aplicasen medidas cosméticas, más que nada para acallar alguna protesta ciudadana y para no parecer los malos de la película, también por supuestos miedos a que se tambalease su actividad económica y estropease los hábitos de consumo.
Parece que ante este panorama la tasa de carbono atmosférico seguiría aumentando. Consecuencias: más calor, más alteraciones climáticas repentinas y desmesuradas, y, en el más triste final, la humanidad entera, o casi, en estado de emergencia vital. En suma, una respuesta inadecuada, por más que los destrozos no fuesen del tamaño que aquí exponemos. Entonces habría que explicar si se ha fallado en las previsiones y por qué: un estupendo estudio de aprendizaje.
La otra hipótesis planteaba que la población entera se movilizaba y conseguía parar los desperfectos. Difícil pero seguía siendo una hipótesis, por más que los vientos ideológicos trajesen otras señales.
Sea como fuere, me gustaría acabar este artículo, que me ha dictado Amin Maaluf con una cita textual de su libro El desajuste del mundo: “Si nos mostrásemos incapaces de cambiar nuestros comportamientos y la amenaza climática resultase ser real, lo habríamos perdido casi todo. Si consiguiésemos cambiar radicalmente nuestros comportamientos y la amenaza resultase ilusoria, no habríamos perdido absolutamente nada”.
Es más –me gustaría añadir–, habríamos llevado a cabo un ejercicio de alianza internacional, útil para otros momentos críticos que sin duda vendrán.
PD: Si es el caso de que no han reparado en las ideas de Amin Maaluf, aún están a tiempo. Dan para mucho pensamiento y debate, más ahora que nos encontramos ante un tremendo choque de civilizaciones.
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