El día en que quedé hipnotizado con la película del burro Paolo
Esta es la historia de una no-entrevista a Oskar Alegria (Pamplona, 1973), cineasta atípico que antes ya nos ha asombrado con ‘Emak Bakia’, la búsqueda de la casa en la costa vascofrancesa donde Man Ray rodó su cinepoema ‘Emak Bakia’, y con ‘Zumiriki’, el relato de un náufrago en los bosques del Pirineo navarro que persigue reconectar con la naturaleza y su infancia. Ahora nos deja pegados a la pantalla con otra búsqueda: ‘Zinzindurrunkarratz’, su ‘road movie’ con el burro Paolo hacia la memoria rural y el pasado de unos valles, hacia el último pastor trashumante de la sierra navarra de sus antepasados. Este fin de semana se estrena en Madrid.
Intercambio de correos del 18 de abril:
“Hola, Oskar, ¿qué tal te va la vida? Nos gustaría hacer algo para El Asombrario sobre tu nueva película, Zinzindurrunkarratz”.
“Rafa!, cuánto tiempo!, qué bueno volver a saber de vosotros. Para la entrevista abajo te va el enlace a la película, procúrate un lugar tranquilo para… oír bien el silencio. Y adjunto te dejo un dossier por si quieres echarle un ojo (después de verla será mejor, no antes). Me vas contando, estaré de viaje del 23 al 28 de abril en San Francisco y del 13 al 20 de mayo en Taiwan, por eso quizás lo mejor es antes de irme a Asia. Como mejor te encaje. Gracias de nuevo y van abrazos desde Pamplona. Oskar”.
Intercambio por Whatsapp del 21 de mayo:
“Hola, Rafa, espero que todo bien por vuestro Rincón. Aquí Alegria desde Taiwán, la indómita. Maravilla de plaza y maravilla de gente, las salas llenas de jóvenes que preguntan y repreguntan. Y este fin de semana es el estreno en Cineteca Matadero. Te dejo un cartel para pasar la voz entre cómplices del silencio y amigos del noble arte del rebuzno. Un abrazo desde el Lejano Oriente”.
“Menuda experiencia, Oskar. Ay, que se me ha echado encima el tiempo para escribir algo. Tú cuando vienes? Estamos a tiempo para entrevistarte y publicar el artículo para el fin de semana”…
Quince horas después:
“Acabo de aterrizar. 15 horas subido en el aire… ¿Cómo hacemos?”.
“Oskar, no te parezca mal. Acabo de ver Zinzindurrunkarratz en casa. Y creo que es mejor que no te entreviste. Voy a escribir algo. No quiero romper la magia de Paolo, el burro, los silencios y los sonidos recuperados. Es mejor entrar en ella sin tantos datos ni análisis. Se lo recomendaré así a nuestros lectores. No sé, quizá sea hastío de tanto tertuliano en la tele analizando todo, retorciéndolo, estrujándolo todo hasta que no te dejan ya ni un resquicio de opinión ni sabes ya de dónde partió la conversación, se pierden las esencias, no quiero hacer eso con tu hipnótica película”.
La magia de Zinzindurrunkarratz, su pausado ritmo –tan oriental–, su elogio de la lentitud, de la luz y de las sombras –tan oriental–, no puede desvirtuarse con las palabras de una entrevista, por muy antiperiodístico que esto suene (para eso somos El Asombrario).
Tras 41 años sin usarse, Oskar Alegria recupera la vieja cámara de su padre. Así comienza la película. Oskar decide grabar en Súper-8, con esa cámara, su nuevo trabajo, un viaje al pasado, al pueblo navarro de los abuelos, el padre y la madre, a la infancia, a lo pequeño, a los detalles.
Pero los viajes al pasado nunca son perfectos. La cámara graba, con esos colores desvaídos de los 70, pero sin sonido. Así que resulta una película casi muda, a la que Oskar le añade sonidos que va recuperando, como hacen en Japón con los objetos rotos, que los reparan cerrando con oro las fracturas, pero dejando bien visibles las cicatrices (el kintsugi). Eso es más o menos lo que hace Oskar en esta bellísima, poética e hipnótica película sobre su viaje de una semana con el burro Paolo desde el pueblo de Artazu (un centenar de habitantes) a una montaña lejana para llevarle al último pastor trashumante de la sierra de Andia una serie de utensilios, como una radio y un kaiku.
Una road movie de la lentitud, una epifanía de la memoria, una pastoral de grillos, lechuzas, golondrinas, ranas, viento y río. “Esta película habla de un camino, pero sobre todo de la manera de caminar”. De sacos rotos, de caminos remendados. El kintsugi. De la madre que falleció una semana antes de comenzar el camino. Y del monte de la infancia de su madre, que, también en esos días, ardió. De los recuerdos de los recuerdos de la madre que fue perdiendo casi todos los recuerdos, pero hubo uno que nunca soltó: el del viento sobre un trigal.
Un adagio que nos conmueve. Porque Oskar ha compuesto una pastoral con esos sonidos que asociamos con otros tiempos más lentos y silenciosos: unas campanas lejanas, los cencerros de unas ovejas, la voz de una madre que se fue, la nana que canta otra madre, unas golondrinas, unos grillos, las pisadas sobre un manto de hojas secas, el rebuzno de alerta de Paolo, el rebuzno de cortejo de Paolo, el sonido del viento en la sierra de Andia. “Los pastores nombraban los lugares por los sonidos, veían con las orejas. Este valle es Zinzin, por la suave melodía del viento en él”. Y de ahí al título de la película. Del sonido seco de la caída de una piedra, del sonido del crujir de un rayo. Y de ahí al título de la película.
“Una cámara para filmar lo callado. Y sobre todo para registrar los gestos perdidos” (son todas frases que van apareciendo como subtítulos en la película, y que van marcando el tempo): “El ordeño a mano. El caminar taciturno. Abrir nueces con nueces. Comer fruta del filo (del cuchillo o la navaja). Partir el pan contra el pecho”. Y compartirlo después.
Sonidos, gestos y gente. Sobre todo algunos artesanos y los pastores. Llegó a haber más de un centenar en esta sierra; ya sólo queda uno: Bixente, a cuyo encuentro van el humano y el burro joven de panza blanca. A la gente que se va encontrando les pide, el humano, que cierren los ojos y recuerden y expresen sus recuerdos. Alguno solo repite tres veces la palabra horror, refiriéndose a la Guerra Civil. Otro no lo verbaliza, se lo guarda para él.
Paolo aparece en el minuto 15.32 del metraje, y parece un peligro porque amenaza con comerse todos los planos. Pero Oskar logra el equilibrio, y graba moscas, mariposas y mariquitas, y una amapola aislada, el cielo y la noche.
Zinzindurrunkarratz es un viaje imperfecto al pasado. Porque la cámara y las bobinas de Súper-8 son juguetonas y a veces no graban o graban mal o se funden al negro. Y Oskar con lo que sueña es con una película completamente blanca, “hecha solo de comienzos”. Todo lo valioso se envuelve en blanco. “Me gustaría envolver esta película en un manto blanco”.
Sale al encuentro Nur, una perra coja. Y un caserío abandonado. Una fuente. Un río. La lechuza. El silencio. El pasado. Lo blanco. La madre muerta. Una ermita. El prado de las brujas. La peña de las águilas, “para tomar lecciones del abismo”. 427 ovejas cruzando un puente de piedra, el plano más largo de la película. Y suena un soplido de soprano sobre un viento de encina. Y suena el fuego de una chimenea “y la serenata de moscas y mosquitos en las orejas de Paolo”.
“El paraíso para Paolo es un mundo sin moscas. El paraíso para Oskar es una película en blanco y en silencio, donde todo es blanco y nacimiento”.
El canto del cuco. Una bandada de cuervos. “Lo más sagrado del pastor es su silencio”. “El camino hace el montaje”.
El sueño del director es una película en blanco, pero en esta hay también mucha noche, mucha oscuridad y fundidos al negro, y tormentas, y el crujido del rayo, karratz, hay melancolía y dolor por lo perdido, sin aspavientos, sólo con viento…, suave, zinzin.
“Filmamos como recordamos, sin dominio del enfoque”.
Una road movie del tiempo, un viaje a los sonidos y la imagen de la infancia, nuestra autentica patria. “Nuestra infancia fue igual, bellamente imperfecta. Llena de veranos magenta y recuerdos sin foco y con un viento irrepetible”.
41 años después ahí están Oskar y el joven Paolo, tercos en el recuerdo, persiguiendo imágenes distorsionadas. La película es un bucle, como la vida. Se le ocurre al humano que ha de filmar la propia película para salvarla. Grabar los recuerdos de los recuerdos. Y el burro ni asiente ni disiente. Está. Que es lo mejor para ser.
“Mi sueño es una película completamente blanca”.
Y al final, 90 minutos después de metraje, 41 años después de vida, lo consigue. Logra esa película blanca, porque cuando Paolo y Oskar llegan al destino, donde está Bixente, el pastor trashumante, para darle el kaiku y la radio, la niebla, en lo alto de la montaña, lo envuelve todo. Y todo se vuelve blanco. Un mundo sin moscas. Un paraíso en blanco. Un mundo en bucle. Y todo también fundido en negro.
Postdata de Andrés Rubio: «Zinzindurrunkarratz es un poema visual y sonoro que requiere de la audiencia una predisposición a la poesía, y en este sentido la película resulta formativa y educa la sensibilidad. El burro Paolo es el personaje con el que empatizamos, y se lo merece porque no puede ser más simpático, como también lo hacemos, entre los humanos, con el abuelo y el padre. Pero la verdadera protagonista es la madre, y en los silencios, en los campos de cereal barridos por el viento y la luz, el poema se convierte en elegía y enlaza así con la mejor tradición lírica española, de Jorge Manrique y los místicos a Claudio Rodríguez y su «siempre la claridad viene del cielo». Se trata de una película extraordinaria que ojalá convoque no sólo a cinéfilas y cinéfilos, sino también a un público amplio en busca de nuevos efectos especiales: la inmersión en el silencio como cántico y homenaje».
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