El difícil arte de entrevistar bien

El escritor Truman Capote, entrevistado en Ámsterdam. Él mismo era un gran entrevistador. Foto: Eric Koch / Anefo

Todo un género periodístico y literario. Para disfrutar con entrevistas maestras, os recomendamos una selección de las realizadas a grandes escritores y publicadas a lo largo de los años por la prestigiosa revista ‘The Paris Review’. Selección recogida por la editorial Acantilado en dos gruesos volúmenes por los que pasan autores imprescindibles del siglo XX como Capote, Dorothy Parker, Borges, Nabokov, Susan Sontag, Cortázar y Faulkner. A este último el periodista le pregunta: “Hay quien dice que no entiende lo que usted escribe, ni siquiera después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría?”. Y Faulkner le da una respuesta que ya es todo un clásico: “Que lo lean cuatro veces”.

De vez en cuando me gusta trabajar en el Taller la entrevista, un género literario apasionante por el que siento devoción, sobre todo cuando el entrevistado es un escritor. Igual que en la ficción tratamos de armar un personaje inventado, en la entrevista tenemos que construir también a ese personaje de no ficción con el que estamos conversando. Aparte de hacer buenas preguntas, hay que estar atento a los detalles: cómo se mueve, si gesticula, a quién o a qué mira cuando habla.

De ahí que me haya hecho tremendamente feliz la exquisita edición (como todas) en Acantilado de una selección de las entrevistas a grandes escritores publicadas a lo largo de los años por la prestigiosa revista The Paris Review. Dos volúmenes con más de mil páginas cada una por la que pasan una buena parte de los autores imprescindibles del siglo XX. La nómina es tan abrumadora (Capote, Dorothy Parker, Borges, Nabokov, Susan Sontag…), que uno no sabe por dónde empezar, y lo mejor, creo yo, es ir saltando de nombre en nombre, como en una rayuela, en función de nuestros intereses, de lo que nos atraiga, aunque siempre abiertos a descubrir a autores con los que no hemos hablado nunca. Porque de eso se trata, de conversar con ellos.

Abrir el libro al azar y encontrarse, por ejemplo, con esta respuesta de William Faulkner cuando Jean Stein le pregunta (una pregunta tópica, sí, pero inevitable también a veces) en 1956, un año después de recibir el Premio Nobel, si sus libros están basados en experiencias personales. El autor de El ruido y la furia responde: “No sabría decirlo. Nunca me he parado a pensarlo, porque no es relevante. Un autor necesita tres cosas: experiencia, capacidad de observación e imaginación. Con dos de ellas, y a veces incluso con una sola, se puede suplir la carencia de las otras. En mi caso, las historias suelen empezar con una única idea o un recuerdo visual. Desarrollar la historia es entonces una simple cuestión de escribir hasta llegar a ese punto y explicar sus causas o sus consecuencias. Un escritor trata de crear personajes creíbles en situaciones creíbles y emotivas, narrando los hechos de la forma más conmovedora posible. Y, obviamente, tendrá que utilizar su entorno como una de sus herramientas. Yo diría que la música es la forma más sencilla de expresarse, pues fue la primera en aparecer en la evolución histórica de la experiencia humana. Pero, puesto que mi talento es el lenguaje, no me queda más remedio que expresar torpemente con palabras emociones que la música expresaría mejor y de forma más sencilla. Pero yo prefiero las palabras, porque prefiero leer que escuchar. Prefiero el silencio al sonido, y las imágenes que evocan las palabras surgen del silencio. Los truenos y la música de la prosa resuenan en silencio”.

Toda una lección de escritura, sin duda. Famoso por tener una prosa complicada, llena de subordinadas que a veces se extienden páginas, le pregunta el periodista: “Hay quien dice que no entiende lo que usted escribe, ni siquiera después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría?”. Y Faulkner le da una respuesta que ya es todo un clásico: “Que lo lean cuatro veces”. El periodista regresa a esas tres condiciones para poder escribir: la experiencia, la capacidad de observación y la imaginación. “¿Incluiría también la inspiración?”. De nuevo Faulkner, con su ironía y acidez habitual: “No sé lo que es. He oído hablar de ella, pero nunca la he visto”.

Nuestro particular juego de la rayuela, que tiene la ventaja de que caigamos donde caigamos siempre ganamos, puede llevarnos a Isak Dinesen, un personaje muy distinto a Faulkner en tantos sentidos y que resulta igualmente atractivo, por esa mirada que tuvo, tan moderna y transgresora y a la vez tan tradicional. Si lo pienso bien, como el propio Faulkner. Entrevistada en Roma en 1956 por Eugene Walter, la conversación está dividida en cuatro actos o momentos, y uno disfruta muchísimo de la inteligencia y la ironía de esta baronesa que tuvo una granja en África. Y una vida de película. Aunque ya había publicado en su Dinamarca natal, fue en África donde comenzó a escribir algunos de los cuentos que luego reuniría en Siete cuentos góticos. “Más tarde, cuando fui consciente de que tendría que vender la granja y volver a Dinamarca, empecé a escribir. Para centrarme en otras cosas empecé a escribir cuentos. Dos de los Cuentos góticos los escribí allí. Pero antes había aprendido a contar cuentos, porque, fíjese, tenía el público perfecto. Los blancos ya no aguantan que les cuenten historias, se remueven inquietos o se quedan dormidos. Pero como a los nativos todavía les gusta, les contaba toda clase de historias, lo que se me ocurría, por disparatado que fuese”.

Faulkner, Dinesen, Cortázar, Murdoch, Atwood, Auster… No me canso de leer estas entrevistas. Uno siempre aprende algo nuevo de los grandes autores, en una conversación sobre el arte de contar historias que se remonta muy lejos, a la época prehistórica, cuando nuestros antepasados dibujaban escenas en las paredes de las cuevas en las que se refugiaban para intentar averiguar quiénes eran y por qué estaban allí.

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