‘El estilo remordimiento español’, al desnudo
¿Quién no ha visto alguna vez esos muebles oscuros con pies de león y cabezas de jesucristos o de conquistadores labradas con su yelmo y su perilla puntiaguda? El artista Álvaro Perdices ha indagado en el ‘estilo remordimiento español’ que esos muebles representan, esa grandilocuencia cutre y neoimperial tan afín al franquismo. El resultado de su investigación artística es una magnífica exposición, ‘Espejo y Reino / Ornamento y Estado’. La muestra se exhibe en el Museo CA2M de la Comunidad de Madrid, en Móstoles, y está abierta con entrada libre hasta el 21 de agosto.
Álvaro Perdices ha recreado en el museo de Móstoles las paredes del Salón de Reinos del antiguo palacio del Buen Retiro de los Austrias, en Madrid, del siglo XVII, un recinto próximo al Museo del Prado que está en proceso de ser reconvertido en anexo de la pinacoteca por el arquitecto británico Norman Foster. Perdices ha fijado en las paredes fotografías del viejo palacio en un estado de decadencia inmediatamente posterior al traslado del Museo del Ejército, que tuvo su sede ahí hasta 2005, antes de ir a Toledo. Se muestran asimismo dos audiovisuales grabados por él en el proceso. A su vez, el estudio del arquitecto Juan Herreros ha diseñado una extraordinaria pieza que sirve para articular el proyecto creativo de Perdices. Una suma de talentos que convierte esta muestra, comisariada por María Virginia Jaua, en una de las más interesantes presentadas en la temporada artística de Madrid en lo que va de 2022.
¿Podrías decirme qué es el estilo remordimiento?
El término remordimiento se usa jocosamente para definir un estilo que imita al Renacimiento peninsular. Se puede ver en muchos edificios, principalmente en sus
ornamentaciones, y a la vez comienzan a producirse muebles baratos y toscamente labrados con cabezas de conquistadores, jesucristos, patas de león y grifos teñidos de nogalina que adornarán las estancias de edificios públicos y los domicilios de las clases medias y altas. Esta moda se extenderá hasta mediados de los años 60, cuando es sustituida por el denominado estilo castellano, que por ejemplo acaba inundando los paradores de turismo de la época.
¿Y de dónde surge semejante corriente?
Los movimientos historicistas de finales del siglo XIX continúan en España durante el primer tercio del siglo XX. Los Estados modernos europeos se refundan y tratan de vincularse con un pasado antiguo y heroico. Reviven arquitecturas vinculadas a pasados históricos de hegemonía política. Y el Renacimiento español, particularmente el plateresco, había tenido su mayor desarrollo en la España Imperial.
¿Es solo un tema de mobiliario o se puede extender a toda una recreación cutre de interiores monumentales?
Creo que podría extenderse por afinidad estilística a elementos ornamentales y arquitectónicos. Un claro ejemplo sería la Casa de las Siete Chimeneas en Madrid, hoy sede del Ministerio de Cultura y Deporte. Un inmueble prácticamente reconstruido en su totalidad por Chueca Goitia en 1957. Otro ejemplo extensible a la pintura serían los diferentes conjuntos decorativos de alegorías de Josep María Sert, que serán tremendamente exitosos tanto en España como en Estados Unidos.
La fascinación por este imaginario decorativo español tuvo en Estados Unidos mucho éxito entre gente con dinero.
Sí, fue así tanto en la costa este como en la oeste, convirtiéndose en una suerte de nuevo exótico. El conjunto neoespañol del Castillo Hearst que la arquitecta Julia Morgan proyectó a partir de 1919 en California para el magnate de la prensa William R. Hearst, reflejado en la película de Orson Welles Ciudadano Kane, sería uno de los ejemplos de esta tendencia. Una suerte de rémora que morirá en sí misma.
¿Cómo se asocia este estilo al franquismo?
Al terminar la Guerra Civil, en 1939, el franquismo tiene que dotarse de edificios e instituciones con los cuales reconstruir el país y crear una imagen de poder y grandeza. La mayor parte de los arquitectos modernos racionalistas se han ido al exilio, y otros como Matilde Ucelay son inhabilitados en consejo de guerra. El régimen franquista busca un vínculo con el pasado. Los arquitectos más relevantes son Villanueva y Herrera. Optan por Herrera y construyen el Ministerio del Aire y edificios adyacentes que imitan como si fuera cartón-piedra El Escorial. Se da la paradoja de que Herrera en realidad no era arquitecto, sino ingeniero militar.
El Salón de Reinos del siglo XVII y lo que quedó del palacio del Buen Retiro formaron el Museo del Ejército entre 1841 y 2005. Durante el franquismo, la cutrez de este régimen militar quedó reflejada allí. ¿Cómo y por qué el régimen lo convirtió en su espejo?
Franco encuentra en el Museo del Ejército el lugar idóneo para perpetuar e inscribir su victoria en la historia de los ejércitos españoles. De hecho, la sala dedicada al bando nacional será llamada Sala de la Cruzada. Un término que plantea la liberación del país de esos seres infieles. Asocia libertad con la limpieza de toda idea e individuo no afín al franquismo. Varias salas del museo se musealizan con elementos españolizantes. E incluso un retrato enorme del dictador triunfante en un paisaje rocoso emula a personajes históricos del Barroco y el Romanticismo. Otra sala significativa es la de Condecorados, presidida por un retrato de Franco acompañado de los retratos de sus militares victoriosos, y una sillería dorada muy ornamentada, propia de un salón del trono.
¿Visitaste el Museo del Ejército cuando eras niño?
Lo hice durante una visita escolar. Debía de tener ocho o nueve años. Debió de ser el año 1979. En aquella época todavía los colegios públicos estaban muy instrumentalizados, con directores y profesores afines al régimen. Mi colegio era el Gonzalo Fernández de Córdoba y estaba dirigido por una monja teresiana bastante férrea.
¿Te impresionó?
Recuerdo el Salón de Reinos con muchísimos estandartes colgados y una multitud de vitrinas con armaduras, maniquíes y banderas dentro que se caían a trozos.
La tienda de Carlos V, que es la estrella del museo, ¿te gustó?… ¿es original?
Sí que me gustó, claro, porque es una tienda con tejidos antiguos, de manufactura indoportuguesa, probablemente realizada en torno a 1534. ¿Original? Perteneció a Alfonso Martin de Soussa, y de ahí parece que pasó a Felipe II, siendo depositada en Toledo. En la década de los años treinta del siglo XIX pasa al Museo de Artillería, que se instala en el edifico que hoy conocemos como Salón de Reinos. Este es un estupendo caso de las historias de la historia, o de cómo se construye la Historia… O de eso que decía McLuhan: “el medio es el mensaje”.
¿Cuándo viste ese museo desmantelado? ¿Recuerdas el momento?
Trabajando en el Museo del Prado, su director de entonces, Miguel Zugaza, me pidió que me ocupara de la exposición de Cai Guo Quiang. Se pensó que el artista chino utilizara el Salón de Reinos para producir su obra en los meses de septiembre y octubre de 2017. Así que a mediados de 2016 empecé a visitar este espacio para ver las necesidades técnicas y es en ese momento cuando empiezo a fotografiar y filmar su interior.
¿Qué lugar tiene el ‘estilo remordimiento’ en tu exposición?
En un lugar tremendamente visible están dos tótems de muebles apilados procedentes de los talleres del Centro Penitenciario Ocaña I. Uno se compone de once arcones de los años sesenta y otro de dos mesas de finales de los cuarenta. Estos muebles eran construidos y labrados por los presos. En aquellos años, muchos eran presos políticos que tenían que esculpir esas garras de león y caras de conquistadores que hemos comentado. En palabras de la comisaria de la exposición, María Virginia Jaua, el rostro de sus verdugos.
Y aparte del mobiliario, ¿cómo se refleja ese estilo en las fotografías de la exposición?
También está presente en elementos ornamentales del edificio que fotografié, como pinturas y grutescos desconchados de este mismo estilo que acaban apareciendo en distintas imágenes y en uno de los vídeos que integran la instalación.
Esa cutrez visible en muchas de las tomas de tu exposición, ¿refleja la esencia de la dictadura o va más allá?
Creo que refleja lo conservador, lo recalcitrante, la falta de espíritu crítico y la vulgaridad que siguen impregnando este país, desde la clase política al ciudadano. No en vano en España nunca hubo Ilustración, y el Tercer Estado de Sieyes tampoco tuvo su reflejo. La cultura en cualquiera de sus formas se usa y se entiende como mero entretenimiento, y no como un pilar básico de la educación del ciudadano. A veces parece que lo que interesa es que el ciudadano sea un vulgar inculto, completamente adocenado, inmerso en el ruido de la feria de turno.
¿Y crees que tiene relación ese ‘estilo remordimiento’ con el modelo neoliberal de depredadores inmobiliarios y de la desvalorización de la arquitectura, el arte y los creadores que se sigue estilando en Madrid?
No podría responder de manera muy precisa a esta pregunta. Pero sí es verdad que Madrid es una ciudad vinculada al poder y a una idea de Estado centralista. El Ayuntamiento de la ciudad carece de un equipo de arquitectos y urbanistas que desarrollen planes de modernización y nuevas formas de habitabilidad para la urbe. Muchos de sus alcaldes se han caracterizado por un profundo desapego de la modernidad, abrazando justamente la desvalorización del espíritu moderno. Frente a la demolición de la Pagoda de Fisac está la colocación de las esculturas de Botero o recientemente esas figuras de resina imitando vulgarmente las Meninas. Madrid, como en el franquismo, es una ciudad vulgarizada desde los poderes políticos.
La decadencia de los Austrias quedaba paliada en el Salón de Reinos y en todo el palacio del Buen Retiro gracias a obras de Velázquez y Zurbarán, y otros cuadros que llenaban las paredes de un edificio poco notable, ¿no es así?
Sí. El palacio se construye rápidamente, con materiales baratos. Su exterior es parco y su fábrica pobre. Sin embargo, su interior alberga la colección de arte contemporáneo más importante de la época. A las obras que formaron parte del Salón de Reinos habría que añadir la galería de paisajes o un numeroso conjunto de obras del barroco romano.
Lo que queda del palacio va a ser significativamente cambiado tras la reforma de Norman Foster. ¿Es tu proyecto una crónica fotográfica para guardar en la memoria lo que había, una invocación triste a la historia de España?
Creo que no es una crónica en sí misma. El proyecto de rehabilitación de Foster elimina una serie de capas de la historia reciente del edificio, y por ende de este país. Su eliminación está basada en su supuesta carencia de interés histórico, estético, artístico. Ahora bien, ¿quién decide y por qué se decide que estas capas no tienen interés? ¿Desde dónde se fundamentan estas jerarquías? ¿Hay jerarquías de aquello que es importante y se debe conservar y de aquello que debe eliminarse?
Se va a reconstruir el Salón del siglo XVII. De alguna manera es un falso histórico y se eliminan una serie de capas de la historia reciente que hablan de una cutrez, de un anquilosamiento muy próximo y cercano en el tiempo. Capas que son y forman parte de la historia de este país. ¿Se pretende fomentar una cierta amnesia de este pasado reciente que forma parte de nuestra historia? El propósito de mi exposición es de alguna manera reescenificar estas últimas capas hoy ya perdidas en un archivo visual que se manifiesta como la otra cara de la moneda frente a la reescenificación del Salón de Reinos del XVII. ¿Pero cuál es más original? ¿El que se va a reconstruir como museo o el recién destruido? Creo que sería revelador la coexistencia de estos dos Salones de Reinos como síntomas del Estado.
¿Hasta qué punto lo que has fotografiado es fiel al original o ya el paso del tiempo había malbaratado los espacios por completo?
Es bastante fiel en cuanto que estas últimas capas de la historia no se realizaron con materiales nobles o por medio de diseños de buenos arquitectos, como sucedió en el fascismo italiano. El franquismo era de contrachapado, barniz y purpurina. Esos son inconfundiblemente los materiales que aparecen en muchas de estas fotografías.
Era el centro de un imperio, luego el centro de un régimen fascista criminal, y ahora tú fotografías desconchones en las paredes y moquetas raídas. ¿Es un no-lugar, una sucesión de pasillos para los fantasmas?
Quizás un trampantojo que quería seducir y asombrar a sus visitantes por medio de las imágenes y las viejas glorias. La realidad es que los pendones y banderas de estas victorias se estaban cayendo a pedazos dentro de las vitrinas, sus esquinas caían deshilachadas, el polvo se acumulaba en su superficie. Se estaban desintegrando. Si hubo victoria, fue sin futuro.
Era un centro para el poder y sus mascaradas y sus mentiras. Como en ‘El mago de Oz’, cuando Dorothy y sus amigos descubren que detrás del gigante que los asusta solo hay un tipo gris con un megáfono. ¡Hasta qué punto ese espacio palaciego es un refugio de impostores, de la impostura asociada a todo poder?
El medio es el mensaje… Aunque detrás de estos grutescos, de estos escudos, grifos o personajes heroicos no haya más que escayola o un lienzo, las imágenes no dejan de ser mentiras cuidadosamente confabuladas y utilizadas por quienes las encargaban para difundir su mensaje de propaganda.
¿Por qué tomas las fotografías desnudo?
Al entrar me doy cuenta de que este espacio dotado de una profunda representación de lo masculino, del poder y de lo militar, está en un estado de absoluta vulnerabilidad. Intuí que podía ser significativo estar en las mismas condiciones que el edificio. Mi yo ciudadano, mi cuerpo, mi mano, la cámara y el trípode también entraban y eran parte de esa imagen que bordea lo fotográfico. Éramos un intruso y un bufón que se inmiscuía en un espacio. Este cuerpo desnudo de hombre, pero no heroico, se reflejaba como fantasma en aquellos lugares reservados para las armas o para la replicación de la imagen de un rey o de un caudillo. Recuerdo a mi padre decirme muchas veces: “Te harás un hombre cuando hagas la mili”. Bueno, nunca la hice, y el cuerpo de este hombre se introdujo en ese ámbito de imposición militar a su manera.
Es una muestra con muchas capas. ¿Cómo la organizasteis? ¿Cómo la jerarquizasteis?
El orden y la superposición están claramente organizados en tres estratos, que pueden entenderse como tres momentos en el tiempo. Cada estrato corresponde a un tipo de imagen y tiene un tratamiento distinto para diferenciarse. No existen marcos, solo imágenes superpuestas. El fondo de una pared, un conjunto de imágenes fotográficas de detalles arquitectónicos colocadas en dos niveles y grapadas sobre lo anterior, y un conjunto de instantáneas de una fiesta salpicadas sobre las anteriores encapsuladas en metacrilato, algo así como una fotografía del papel cuché.
Hay una triple piel, la del antiguo palacio reflejado en las fotografías que cubren las paredes, la de la estructura creada por el estudio del arquitecto Juan Herreros, y la de los objetos. Y una cuarta, la del artista que toma las fotografías desnudo y la de los propios espectadores. Más los dos vídeos. ¿Cómo afrontaste este reto de hacer inteligible un relato tan complejo?
Creo que el arte contemporáneo es heredero de una tradición más cercana al museo de ciencias naturales, donde el objeto es aislado en una pared blanca y sujeto a un análisis que se me antoja calvinista. Pienso en la Reforma y el interior blanco de esas iglesias desnudas. Pero si visualizamos los espacios del sur de Europa, por ejemplo cualquier palacio italiano o el mismo Salón de Reinos, existía una relación por capas, las paredes no eran blancas, estaban decoradas con frescos, texturas, molduras, existía una relación subjetiva y contaminante entre ellas. Este proyecto plantea experimentar ese tipo de lugar, un trampantojo sin paredes blancas. Plantea observar cómo funciona esta trama de imágenes en la que el espectador y su reflejo son cazados por este dispositivo barroco que hemos construido.
Comentarios
Por Javier Ugarte Pérez, el 28 julio 2022
No estoy de acuerdo en que España no tuviera Ilustración. Desde Carlos III hasta Jovellanos o Leandro Fernández de Moratín (entre otros) fueron ilustrados. Saludos