El fantasma que Truman Capote dejó en la Costa Brava

Truman Capote, autor de ‘A Sangre Fría’, ‘Música para Camaleones’ y ‘Plegarias Atendidas’, entre otras, en febrero de 1966. © Rue des Archives/Ital / CC:

“Para dar vida a la muerte, Capote vino a este lugar, a esta confabulación entre los sueños y el paraíso”. Leila Guerriero ha desandado los pasos que en su día dio el prolífico escritor estadounidense en la Costa Brava: se ha hospedado en los mismos lugares que él, ha intentado desenmarañar la memoria que aun pervive de esos tres años en los que el autor de ‘A sangre fría’ decidió refugiarse en el pueblo catalán de Palamós, ha tejido con esmero la volátil historia que todavía queda impregnada en ese pequeño lugar en el que casi nadie sabía quién era Truman Capote. Y lo hace en ‘La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava’ (Anagrama).

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Hospedada en Sanià, donde disfrutó de una residencia artística en el mismo lugar, la misma habitación, en la que se alojó Capote, Guerriero transitó durante casi dos meses este camino tortuoso de reconstrucción. “Llegué con toda la obra de Capote releída, sus biografías y libros nuevos que fui comprando y consiguiendo por sugerencia de otros expertos”, introduce. No había tiempo que perder. Llegó un miércoles, y el jueves la periodista ya tenía entrevistas agendadas.

Ella misma lo cuenta en su texto: “No siempre sucede, pero hay instantes en los que las historias empiezan a transformarse en otra cosa, en los que un periodista debe deponer las ideas que tenía acerca de aquello que iba a contar, admitir que ha perdido el control y cambiar de rumbo”. De esta forma, sin demasiados bandazos, pero con el zigzagueo habitual de quien mapea una memoria casi voluble, Guerriero fue tejiendo su particular investigación: “Los periodistas siempre trabajamos con la memoria de la gente, incluso cuando entrevistas a alguien por un suceso que no ha ocurrido mucho tiempo atrás. Es normal encontrar contradicciones y versiones contrapuestas. Estamos habituados a lidiar con esto”, comenta a El Asombrario.

Además, la hazaña tenía todavía otro gran hándicap: durante la estadía de Capote desde la primavera de 1960 hasta el verano de 1962, muy poca gente excepto un par de personas tenían conciencia de que estaban tratando con un gran escritor norteamericano, ya consagrado. “La mayoría de la gente se dio cuenta después, por eso adornan sus recuerdos y testimonios. Es comprensible que quieran hacer ver que estuvieron más cerca de él de lo que estuvieron en realidad”, admite la escritora.

Por eso, para armar su texto final, Guerriero dispuso todas las piezas de un puzle en el que la imagen de referencia estaba distorsionada, y aun así ha conseguido un bonito relato. Lo escribió en soledad. Lo dice en el libro: “Cuando escribo, me aparto del mundo para hundirme en un tiempo sin tiempo en el que nada sucede salvo lo que sucede dentro de mí”. Un tiempo sin tiempo parecido al que debió sentir Capote. La propia Guerriero lo confirma al asegurar que el autor lo más que hizo en la Costa Brava fue esperar.

Esperar con impaciencia y ahínco por querer terminar la que sería su obra cumbre, A sangre fría. Para eso, tendrían que ejecutar la pena de muerte que se cernía sobre los asesinos Perry y Dick. “Lo más interesante que pasa en la cabeza de un escritor pasa ahí, en su cabeza. Además, Capote no hablaba español y la gente con la que tenía algún trato no hablaba inglés”, enuncia Guerriero al comentar los retos que ha debido superar a la hora de conseguir los testimonios adecuados y precisos para condensarlos en el ajustado título: La dificultad del fantasma.

“A toda hora recorro la casa intentando que algo me hable, preguntándome qué pensaba Capote, qué sentía, dónde preparaba los martinis que, aquí, empezó a beber en cantidad”, nos dice una Guerriero empeñada en saberlo todo. Al menos, todo lo que se puede saber. Para ello, se entrevistó con descendientes de aquellos que trataron con el escritor estadounidense, preguntó en los comercios casi inexistentes ya en los que supuestamente Capote se dejaba caer, y releyó toda la correspondencia del momento. “En sus cartas, ahí sí pude encontrar rastros de cómo se sentía”.

La autora también explicita su propio desarrollo durante los dos meses que indagó en la Costa Brava. Rutinas, chanzas, dudas. En definitiva, comentarios personales que muestran a una Guerriero cercana. “Capote siempre dijo cosas muy interesantes acerca del proceso creativo. Nunca quise ponerme a su altura, pero ir tras Capote me hizo pensar mucho en mi propio proceso creativo. De alguna manera, sentía una especie de comunión con esa necesidad que él tuvo de apartarse del mundo para escribir y yo también tengo”.

Dice Guerriero también en su libro: “Los periodistas vivimos de la memoria ajena. Nos alimentamos de eso como criaturas de la noche. Es nuestro tesoro”. En Palamós, donde Capote recaló en varias ocasiones, esa memoria era reducida, a veces insostenible, otras, como mínimo, líquida. En cambio, la autora asegura no irse con sensación de impotencia. “La impotencia te confronta con el querer más, que no haya algo e intentar sacarlo de algún lado. Me fui más con la sensación de pena que me da la pérdida de la memoria de alguna gente que fue valiosa, lo que refuerza mi idea de que es importantísimo la recolección de testimonios por parte del periodista”, se responde.

“La escritura es el rastro de un cuerpo y el cuerpo es su víctima gozosa”, afirma Guerriero en su obra. Lo hace justo antes de abordar las críticas que tuvo la publicación de A sangre fría y el destino fatal de su autor. Tras seis años de postergaciones, el 14 de abril de 1965 los dos asesinos y protagonistas de la magna obra, que vio la luz en enero de 1966, fueron ahorcados. Capote pagó las lápidas de ambos.

Era famoso, casi millonario, y solo tenía 41 años. El mundo se le empezó a venir abajo. Su condición de outsider salió a flote y sus obras posteriores no funcionaron tan bien con A sangre fría. El 25 de agosto de 1984 murió repitiendo la palabra mamá y la frase “siento frío”, tal y como recuerda Guerriero. En su sangre, restos de Valium, Dilantin, codeína, Tylenol y barbitúricos.

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Comentarios

  • El fantasma que Truman Capote dejó en la Costa Brava - Guillermo Martínez

    Por El fantasma que Truman Capote dejó en la Costa Brava - Guillermo Martínez, el 30 noviembre 2024

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