¿El feminismo está de moda?
¿Por qué la palabra feminismo ha sido y, en determinados círculos, sigue siendo muy impopular? Medios de comunicación y mujeres con proyección pública como la actriz Emma Watson encabezan la continuidad de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Una lucha que todavía está vigente. Una desigualdad que aún sigue viva.
Sí, el feminismo está de moda, eso parece. Al menos esta palabra maldita ha empezado a pronunciarse en la frase “Sí, soy feminista” y a aparecer en las portadas de las revistas. El número de diciembre de la edición británica de Elle coloca a la actriz Emma Watson bajo la advocación “The fresh face of feminism” –“La cara fresca del feminismo”— y denomina su número “The feminism issue”. Además, ha lanzado una campaña bajo el lema “Así es una feminista” con camisetas que llevan la frase.
Juraría que es la primera vez que una de las llamadas revistas “femeninas” –que aglutina bajo esa denominación todos los contenidos de moda, belleza, estilo, lujo, mujeres, y que son decisivas desde el punto de vista del negocio publicitario— utiliza abiertamente la palabra en su portada. Como también es la primera vez que una actriz guapa y con futuro, la mencionada Emma Watson, una de las más brillantes del star system actual, se planta ante el mundo y dice: “Sí, soy feminista”. Es cierto que lo hacía amparada por el foro de Naciones Unidas, como Embajadora de Buena Voluntad. Pero Emma, en un discurso impecable, expresaba algo sencillo al pronunciar esta controvertida palabra. “Ser feminista es simplemente declararse a favor de la igualdad entre hombres y mujeres”. ¿Hay alguien en su sano juicio que rechace o critique semejante toma de postura?, venía a decir la actriz.
Es la misma pregunta retórica que la escritora norteamericana Siri Husvtedt expresaba en voz alta en una reciente entrevista en el diario ABC . A la pregunta “¿Se considera feminista, cuál es, en su opinión, el verdadero significado del término feminismo?”, ella respondía: «Por supuesto, me considero feminista. Me cuesta trabajo imaginar que alguien no sea feminista. ¿El feminismo no es, simplemente, una declaración de la libertad humana?”.
Resulta que no lo entienden así muchas personas, miles de ellas, hombres y –lo que es más sorprendente— mujeres, como bien apunta Emma Watson, preguntándose por qué la palabra feminismo es tan impopular. Sin embargo, sorpresa; otra lujosa revista femenina, esta vez la edición británica de Harper’s Bazaar, y en su número de diciembre, ¡utiliza la impopular palabra en su portada! La actriz Carey Mulligan (Shame) habla, según titulan, “on feminism and fame”.
Dentro descubrimos que Mulligan es la protagonista, junto a Meryl Streep y Helena Bonham-Carter, de la película Sufragette, dirigida por Sarah Gavron y con guión de Abi Morgan (La guionista de Shame) de próximo estreno. ¿Una película sobre la lucha feminista de principios de siglo?
Algo está cambiando, sin duda. Aunque sólo sea en la satinada superficie de las revistas de moda dirigidas a las mujeres, o en los labios de una bella estrella naciente, que nada tienen de antisistema. De hecho, ese es, en mi opinión, el primer peldaño para un cambio más profundo, para un cambio de verdad: que las palabras se pongan de moda. Y los ejemplos se multiplican, desde el descaro –este sí medidamente antisistema—de la actriz y guionista Lena Dunham (Girls) hasta la multiplicación de campañas que se han convertido en virales –#banbossy,#likeagirl—o las provocativas reflexiones de la directora operativa de Facebook Sheryl Sandberg en su libro Lean in. Hay una nueva generación de jóvenes actrices que no sólo han desterrado aquello tan incomprensible de “no soy feminista, soy femenina”, sino que levantan la mano y dicen: “Sí, claro, ¿qué pregunta es esa?”.
Se empieza en las palabras y se acaba en los hechos. Porque las palabras son conceptos y precisamente el feminismo ha hecho históricamente hincapié en la importancia de esa raíz oculta bajo lo que expresamos y cómo lo expresamos. Y el discurso de Emma Watson lo explica a la perfección: esa raíz oculta que nos impide llamar a las cosas por su nombre o decir con naturalidad “soy feminista” igual que decimos “soy socialista”, “soy neoliberal” o “por supuesto, creo en los derechos humanos” –de hecho es algo tan obvio en nuestras democracias occidentales que nadie se ve obligado a decir semejante cosa- es el miedo. El miedo puro y simple. ¿A qué?
A todo aquello con lo que padres, madres, profesores y jefes han amenazado a las niñas y a las mujeres desde el principio de los tiempos, para evitar que rompieran la cadena de dominio: el miedo a perder su identidad, su identidad como mujeres, identificada con su identidad como seres humanos y miembros de la civilización y del club de la razón. Una identidad que los que ostentan el poder definen y encierran en una caja con su correspondiente etiqueta. Por eso las palabras son tan importantes, porque –y quien ha leído el Génesis lo sabe— otorgan la existencia y la identidad. Dios dijo y fue. Así, quien detenta el poder de definir a través del lenguaje ostenta el poder a secas. Decir –nombrar- es decir lo que es y lo que no. Por eso tiene tanta importancia que los adjetivos que denotan profesiones prácticamente sólo sean masculinos y que lo masculino se identifique sistemáticamente en el lenguaje con lo neutro. No es casual, ni menor, por más que algunos académicos monten en cólera y desprecien el debate cada vez que surge. Un debate con un largo rastro de dolor en su estela. Basta con leer a Henry James (Washington Square), Edith Warton (La Solterona, La Casa de la alegría) o Jean Rhys (El amplio Mar de los Sargazos) para conocer la absoluta falta de libertad de las mujeres para escoger su destino.
Entonces, volvamos al principio: ¿por qué tienen tan mala fama las palabras “feminista” y “feminismo”? Si simplemente significan igualdad de derechos entre hombres y mujeres. ¿Entonces? ¿Por qué ese miedo?
He aquí varias razones:
1. El desprestigio es consustancial a la propia historia del feminismo. Ya aparece a finales del siglo XVIII, cuando las feministas pioneras –Théroigne de Méricourt, Olympe de Gouges…- desarrollan la primera literatura política feminista basándose en la idea de que si la ciudadanía es una cualidad universal –para ricos y pobres, amos y sirvientes, nobles y plebeyos-, como sostienen los filósofos de las Luces, también debe serlo para las mujeres. Olympe, Théroigne y las demás tuvieron que enfrentarse a la amenaza de no ser consideradas mujeres porque querer ser libres era propio de hombres, es decir, contradecían su naturaleza por reclamar sus derechos políticos. Las armas fueron todas: se las tachó de seres desnaturalizados, monstruos, desclasadas, locas.
2. El discurso del patriarcado no ha variado hasta hoy: las feministas son feas, peludas, gritan y son agresivas hasta el punto de perder el juicio a la hora de defender sus argumentos, y, lo que es peor, son una amenaza para la supervivencia de la civilización y de la especie porque…. ¡odian a los hombres! Denunciar la opresión política se lleva al terreno de lo emocional, la crítica se convierte en odio. Lo que nace como una más de las ideas de igualdad de la Revolución Francesa y de la Ilustración, que componen los cimientos de nuestras democracias occidentales modernas, se asimila a un problema personal contra los hombres. ¿Y quiénes odian a los hombres? Las que se sienten rechazadas por ellos: las que son poco deseables, poco atractivas, repugnantes en una palabra. Las que son, en definitiva, poco femeninas. Por tanto protestar, reclamar, exigir no es de mujeres. Es de seres que han perdido su condición de féminas.
3. Creo que cualquiera de las mujeres que lean estas líneas tendrá una historia de infancia y adolescencia que contar, cuando intentaban tomar el mando en los juegos o simplemente expresar sus ideas respecto de la igualdad de derechos, a todos los niveles, con sus compañeros masculinos. ¿A quién no la han llamado “mandona” cuando trataba de dirigir un juego? ¿A quién no le han dicho que iba por la vida con unas tijeras cuando ha hecho valer su superioridad sobre un rival hombre? ¿A quién no le han advertido que para conseguir novio era mejor no mostrarse demasiado inteligente, porque a los hombres no les gustan las mujeres que están por encima de ellos? ¿Quién no ha sentido la amenaza de la soledad por marisabidilla? Yo misma he vivido muchas de estas situaciones y he recibido los apelativos –despectivos— de intelectual, sabionda, ahuyentanovios… Las denominaciones del acervo popular son muchas y variadas. La más tremenda, la de marimacho –quizá yo era demasiado flacucha y no he tenido el honor- cuando una chica, todavía hoy, quiere jugar a “juegos de chicos”.
4. Estas campañas de “feminidad como Dios manda” son el pan nuestro de cada día. Decenas de colegios en España subvencionados con dinero público siguen separando a chicos y chicas, en nombre de no se qué supuestos debates sobre lo beneficioso que es para las chicas estudiar sin la mirada de ellos para no sentirse inhibidas (!!!!). Una gran parte de las nuevas madres y de los nuevos padres acaban haciendo en algún momento el comentario sobre la diferencia que los bebés ya muestran desde la cuna “aunque son educados iguales” y la inclinación “natural de las niñas hacia el rosa, los juegos de muñecas y la coquetería”, a pesar de que se les ofrecen cochecitos y pantalones. Y, lo que es todavía peor, quién no ha escuchado esa reflexión odiosa que muchas madres repiten una y otra vez: es que las niñas son más retorcidas, es que son más difíciles, mientras que ellos son más noblotes, más inocentones, van más de frente… Vale, nadie dijo que hombres y mujeres fueran idénticos física o emocionalmente. Pero, ¿por qué son ellas las retorcidas. ¿Por qué siempre “lo femenino” acaba siendo sinónimo de manipulación, complejidad, falta de claridad, líos? Con estas y otras muchas palabras la semilla de la discriminación –y del desprecio- está plantada.
5. Hay un ejemplo reciente en la vida española que ha causado un gran escándalo: las declaraciones de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol afirmando que “las mujeres embarazadas son un problema para las empresas”. Luego matizó sus palabras. Se refería, explicó, a la actual regulación que es la que las “convierte en un problema” y que la protección legal de la maternidad en la empresa, mediante el derecho a bajas o jornadas reducidas, debería desaparecer “para no discriminar negativamente a las mujeres”. Mónica de Oriol representa el último capítulo del descrédito de la igualdad entre hombres y mujeres: la idea de que para ser iguales hay que tratar a todo el mundo igual –cuando la clave está en reconocer la igualdad de derechos y, por tanto, el derecho a una desigualdad en el trato para fomentar esa igualdad si se parte de una situación previa de desigualdad. No, no es un trabalenguas, es lo que se llama discriminación positiva. Pero la confusión no es sólo preceptiva de nuestro país. Llega a tal nivel que incluso en Estados Unidos la revista Time incluyó la palabra “feminismo” en una lista de los términos que les gustaría ver desaparecer en 2015. Algo por lo que pidió perdón más tarde.
El feminismo –y las mujeres- ha tenido que defenderse desde sus comienzos, pero también ha caído –por supuesto— en luchas estériles. Hoy hay una nueva generación para la que lo esencial es expresarse con libertad y parece que esa falta de prejuicios llega de la mano de un mundo más proteico, en el que la identidad es precisamente la falta de ella o su construcción libre, su invención, la creatividad a la hora de definirla. Un mundo donde se habla de transgéneros, de Street Style o de abolición de los roles sociales. Es en este ambiente en el que los viejos tópicos sobre que una mujer feminista no puede usar tacones o preocuparse por la estética, que han complicado inútilmente el debate, ya no tienen sentido. Hoy todo el mundo se viste como le da la gana, y no por ello deja de defender con coherencia sus ideas políticas y sus derechos. La cosificación esteticista ya no es sólo cuestión de mujeres. Basta con estar al día de las revistas de tendencias más en vanguardia.
Sin embargo, hay algo que el discurso de Emma Watson confirma: la necesidad de una nueva estrategia. De ahí la campaña Heforshe que apela a la necesaria involucración de los hombres (y los niños) en esa batalla por el reconocimiento de la igualdad de derechos. Convierte la cuestión, a la postre, en lo que es: una lucha por los derechos humanos y no un absurdo debate sobre la identidad femenina, que es lo que el patriarcado ha intentado desde el principio. No estoy de acuerdo en que ser vulnerable sea cosa de mujeres –algo que parece traslucirse en algún momento de la intervención de Emma Watson—, pero sí en que el feminismo clásico, el que luchaba por la liberación sexual en los años sesenta y setenta, se dejó arrebatar la reflexión sobre algunas cuestiones, que son cruciales en la vida de las mujeres, como la maternidad o la relación con los hijos y el desarrollo profesional y personal de las mujeres a pesar de ella.
Les recomiendo un interesante ensayo, Maternidad y creación, que bucea sin tapujos en los conflictos que la maternidad suscita y que el feminismo ha querido obviar. La consecuencia es que quienes han retomado la bandera son lo que yo llamo “las falsas feministas”, todas esas mujeres que hoy en día ostentan puestos de poder, pero en realidad enarbolan las leyes del más rancio patriarcado. A saber: esas que siguen diciendo que son femeninas y no feministas, porque en realidad no saben lo que es el feminismo ni ellas mismas saben lo que son, o que se dejan atrapar en el debate de que ser ama de casa y sólo ama de casa es una elección libre y lo importante es elegir, porque no es posible tenerlo todo, y si lo quieres todo, allá tú. Y para terminar, no dejen de ver este vídeo. ¡Seamos siempre como chicas!
Comentarios
Por Juan Pedro, el 30 noviembre 2014
Siempre he detestado que 2 palabras construidas con las mismas bases linguisticas disten tanto de su significado. Machismo – Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres. Feminismo – Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres. Podria decir que a la mujer le queda mucho trabajo por hacer para conseguir una igualdad plena pero no debemos caer en el error de siempre…Ambos, tanto hombre como mujer le queda mucho por hacer. Es cierto, que la palabra feminismo, a pesar de ser una persona que intento tener un trato igualitario a pesar de mi educacion tradicional, me chirria «un poquito» el oido. Hay muchos hombres como yo…semi adaptados al siglo XXI, intentando llevar una vida rica y variada, como la dieta…..quizas en un mundo tan marketiano y capitalista, se deberia de buscar una palabra mas neutral que favoreciera a la causa. Respecto al punto 3, en mi humilde opinion creo que todos esos comportamientos que muchos hemos visto en nuestra infancia, creo, que esta mas que superado en su gran mayoria, al menos en España. Punto 4, decenas de colegios??? lo son, unos 150 para ser mas exactos de los cuales unos 60 subvencionados…y bajando…q supone esto? un 1,3% del total de escolares…lo que nos viene a decir que el 98,7% de los escolares en España tienen una educacion coeducados…y bajando…asi q en mi opinion, el punto 4 es un topicazo que viene ya de la era franquista. Punto 5, otra trivialidad, que se supone que va a decir esa personaje viniendo del circulo de empresarios…se esperaba decir que es el hombre el que necesita igualar los derechos frente al embarazo y disfrutar de mas vacaciones y descuentos fiscales y ayudas para estar tanto tiempo como la mujer con su hijo? of course that not…que es lo que va a decir esa mujer si no es lo que dijo…una estupida es lo que es, como supongo que todo el circulo de empresarios. Punto 2, sere honesto, no puedo recordarlo al 100% pero las pocas activistas feministas que he conocido, joder, cumplen el cliche, rapadas, pelitos sobaqueros, etc…es lo que me he encontrado, lo siento pero ha sido asi…hacia ciertos refranes que siempre he dejado orientar mi vida, uno de ellos, cuando el rio suena, agua lleva…jaja…bueno, sin mas, tengo fiebre, no he podido aguantar no contestar, escribo desde un teclado sin comas, pido disculpas, y realmente, me ha parecido este articulo muy muy convencional.