El gusto por la belleza llena de ‘Art Déco’ la Juan March
‘El gusto moderno Art Déco en París, 1910-1935′ es la primera muestra que se dedica en España a este estilo que marcó el periodo de entreguerras en Francia y es también la primera exposición fuera de un museo generalista o de artes decorativas. La cita, con 350 piezas, algunas realmente exquisitas: en la Fundación Juan March de Madrid.
Tan francés como el champagne y el glamour. El Art Déco surgió en el París de principios del siglo XX ante la necesidad de dar fin a un ciclo de tristeza y abrir el corazón a la alegría. Supuso la entronización del hedonismo en una Europa que vivía entre el desastre de la guerra y la huida hacia delante a lomos de la sofisticación, el brillo y el lujo. París era una fiesta en aquellos años locos que no presagiaban el furor de otra guerra mundial, devastadora y cruel. Si nació como una reacción contra el Art Nouveau, fue posteriormente lo más moderno de la modernidad, uno de los ejes de esos cambios que transformaron a Europa en el período de entreguerras. El Art Déco –apócope de artes decorativas- invadió todo el mundo del arte, pero, sin embargo, no forma parte del arte moderno. El patito feo de las bellas artes, despreciado por las vanguardias por su alianza con la industria y el capital.
En total, son 350 piezas las que forman El gusto moderno Art Déco en París, 1910-1935 en la Fundación Juan March de Madrid para mostrar el significativo periodo en el que la belleza y el estilo marcaron el diseño. Un relato coherente y no una mera yuxtaposición de obras para reivindicar el Art Déco como arte. La exposición en la March, que lideró la transición estética del gusto desde su inauguración en 1975, es un desafío, una declaración de intenciones para demostrar que no se trata sólo de artes decorativas, que también, y que pasados cien años, es hora de dejarse de tonterías y admitir que comparte con el arte moderno mucha de su genética, como el alto valor comercial de sus creaciones.
De todos los estilos que caracterizaron el arte del siglo XX , éste fue el más ecléctico, el más variado y el que mostró mejor sus influencias. El Art decó bebió en las fuentes de los romanos, de los aztecas, del arte africano y egipcio, sobre todo de este último gracias al entusiasmo popular que generó el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon por Howard Carter en Luxor en 1922.
Fue uña y carne con las vanguardias, aunque no quisieran mezclarse. Un cajón de sastre que asimiló todos los estilos del arte, el cubismo, futurismo, constructivismo. Alargó las formas, introdujo la geometría en nuevas piezas y entronizó la línea ondulada.
Las pinturas de Léger y de Sonia Delaunay mostraron lo cerca que estaban de un arte mercantil y burgués. Joan Miró diseñó tapicerías de estilo cubista para sillas por encargo del galerista Daniel-Henry Kahnweiler. Magritte vivía gracias a los carteles Art Déco que dibujaba. Raoul Dufy diseñaba tejidos para las fábricas de seda de Lyon. Léger pasaba horas en el taller de confección de Madeleine Vionnet, la mujer que patentó el corte al biés de los vestidos, y fue el modista Paul Poiret quien encargó a Man Ray las primeras fotos de sus modelos.
La fascinación que despertaron los Ballets rusos de Diaghilev con los decorados de Picasso y los de los futuristas asombraron a los vividores de aquel París que por el día miraban circunspectos los avances de la burguesía y cuando el sol se ocultaba se desmadraban en los music hall en los que reinaba Josephine Baker y su falda de plátanos.
Las vanguardias y las artes decorativas tuvieron puntos de contacto, pero fue la fascinación por la escultura africana la que trazó vínculos entre ellos. La moda por lo africano contagió a los franceses. Se escuchaba música de jazz en los garitos más infectos, se compraban máscaras africanas, se diseñaban joyas con forma de leopardos o panteras, y Picasso pintaba Las señoritas de Avignon, cautivado por la belleza de las máscaras africanas de la colección del Trocadero. En 1931, la Exposición Colonial Internacional de París ratificó el gusto francés por los objetos de inspiración africana, como la silla de Pierre Legrain o los sillones elefante de Jacques-Émile Ruhlmann, que se exhibieron en uno de los pabellones. La moda por lo africano no fue pasajera; para las vanguardias era la metáfora del “potencial nuevo y perturbador del arte moderno”.
Lo que ha sido llamado “el último estilo total”, por agrupar todas las disciplinas artísticas, se coronó en la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales Modernas que se celebró en París en 1925. Allí, el estilo Art Déco, ninguneado por todos como expresión del arte, se coronó como un fenómeno de masas. La muestra fue un éxito. Participaron 28 países -Alemania y Estados Unidos estuvieron ausentes-, tuvo 16 millones de visitantes y fue algo así como los Juegos Olímpicos del diseño, donde los pabellones de las naciones competían por ganar los puestos de honor. La Torre Eiffel se iluminó de arriba abajo durante los meses de la exposición con el anuncio de los automóviles Citroen. El pabellón Primavera, de los grandes almacenes Printemps, construido por los arquitectos Henri Sauvage y Georges Wybo con un techo recubierto de placas de cristal fundido de Lalique, causó sensación. Hasta Le Corbusier, enemigo declarado años más tarde del Art Déco, diseñó el pabellón de L’esprit nouveau, donde mostraba el interior funcional de una casa.
Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación Juan March, aduce como uno de los motivos de esta exhibición mostrar la belleza de tantos objetos y reivindicar un arte que nunca ha sido considerado como tal: “No puede explicarse la historia del arte moderno sin la historia del Art Déco”, afirma.
Tim Benton, comisario invitado de la muestra, parte de la idea de que el Art Déco es “una respuesta a la modernidad. Pretende volver al orden, pero rechaza el clasicismo. Es un clasicismo moderno y un movimiento moderno decorado. Difícil de definir, se reconoce, sin embargo, al instante. Sobre todo en algunos de sus motivos, la rosa cubista, la fuente helada, las líneas geométricas en zig zag o las líneas ondulantes. Es la expresión del deseo dentro de la sociedad de consumo. El movimiento moderno rechazó la palabra estilo, pero el estilo es la esencia vital del Art Déco, es el estilo con lo que la gente expresa su personalidad, se distingue de los demás”.
El Art Déco se desarrolló en el campo de la moda y creció con la publicidad. Los maniquíes de Pierre Imans y Siegel & Stockmann jugaron un gran papel a la hora de diseñar el cuerpo esbelto del futuro. La revista Vogue los adoptó rápidamente y Man Ray jugó con ellos en sus retratos. Paul Poiret, Jeanne Lanvin y Coco Chanel arrastraron a las mujeres a una nueva era de glamour impregnada del nuevo estilo. A una artista como Sonia Delaunay se la rifaban los clientes con sus tejidos y diseños de formas geométricas. París se convirtió en la capital de la moda y la Exposición Internacional le dio el espaldarazo definitivo.
Posiblemente fue Paul Poiret, el modisto de la alta costura, quien mejor supo captar el estilo déco. Poiret diseñaba moda, pero tenía sus divisiones de perfumes y de decoración de interiores. Con él se articuló el espíritu del charme parisino. Era un comunicador nato. Estaba en todas partes y organizaba fiestas que deslumbraban, como la que llamó Las mil y dos noches, mezcla de orientalismo, lujo y diversión. Los mismos elementos que trasladaba a sus abrigos quimono o a sus turbantes de sultán.
A Poiret le salió una dura competidora en Jeanne Paquin con sus vestidos de líneas rectas. El modelo de noche Chimère supuso su ascensión a los altares al ser expuesto en el pabellón de la Elegancia de la Exposición de las Artes y ser fotografiado por Man Ray. Los vestidos garçonne llenos de lentejuelas, cuentas e hilos metálicos que atraían la luz fueron la mejor imagen, la más icónica.
Pero la silueta más déco fue, sin duda, la del robe de style, introducida por Jeanne Lanvin. Sus vestidos de amplias faldas largas y cintura entallada eran una vuelta al clasicismo, a las esculturas griegas que reforzaba en sus largos vestidos de noche de satén cortados al biés. No tienen más que recordar las películas de Hollywood con esas actrices elegantes, dominadoras, envueltas en los mejores vestidos de Lanvin o Elsa Schiaparelli, que se perfumaban con esencias francesas de Chanel nº 5, Shalimar de Guerlain o Arpege de Lanvin, guardadas en los frascos míticos de Lalique.
Los años 20 en París fueron también la época de los interioristas; formados muchas veces como artistas, transformaban el interior de los apartamentos parisinos con piezas de puro arte. Aquellas habitaciones con muebles de maderas preciosas, ondulantes, magníficos, que luego lanzarían al cine de Hollywood los estadounidenses, se vieron en las primeras películas francesas. Fue un periodo mágico, trasplantado con éxito a Estados Unidos. La arquitectura del Rockefeller Center es un perfecto ejemplo, con su vestíbulo adornado con las alegorías del trabajo y la publicidad. Aunque donde de verdad eclosionó el Art Déco fue en los “museos flotantes”, los grandes trasatlánticos, como el Normandie, el último grito de la técnica naval francesa, competencia directa del Queen Mary, y un derroche de exquisitez del primero al último camarote o salón. A su decoración contribuyeron los mejores artistas y fue durante muchos años el emblema del lujo, hasta que lo requisó el gobierno de Estados Unidos con la intención de adaptarlo para el transporte de tropas.
La pirueta final de la exposición de la Fundación Juan March es el gran espacio blanco que entroniza el viaje y la velocidad. Los motores hacían andar los coches, pero sus coloridas y bellas carrocerías lo hacían deseable. Los coches deportivos eran la pieza codiciada y el mundo del lujo se volcó en mostrarlos como parte de ese nuevo mundo moderno. El viaje del gusto moderno acaba como empezó, entre muebles, vajillas, jarrones y la traca final, la chaise longue de Le Corbusier en acero cromado y piel (1928). ¿Obra de arte decorativo o de arte, a secas? Juzguen ustedes.
‘El gusto moderno. Art Déco en París. 1910-1935’, puede verse en la Fundación Juan March de Madrid hasta el 28 de junio.
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