El libro y yo: las memorias prepóstumas de Terry Gilliam

Terry Gilliam.

Terry Gilliam.

Terry Gilliam.

Reseña del libro ‘Gilliamismos. Memorias prepóstumas de Terry Gilliam (Minneapolis, 1940) editado por Malpaso (2016). 

Por MATEO DE PAZ

Se dice que cada hombre lleva un libro en su interior, advierte Groucho Marx en sus memorias, aunque esto sea casi tan exacto como la mayoría de las generalizaciones. También decía que, fuera del perro, el mejor amigo del hombre es un libro. Dentro del perro está demasiado oscuro para leer. No erraba el tiro lingüístico el humorista judío, pues cada memoria es como un edema (mejor un lema) que expulsa y purifica toda la mierda incrustada en los conductos más rencorosos del pasado, y las de Terry Gilliam no escapan de este asunto: ataca a los hippies de los años sesenta, a los Estados Unidos de América y sus gentes nada afables, a los productores y compañeros de reparto en el segundo grupo de humor más grande de todos los tiempos, a actores y fuerzas naturales y, sobre todas las cosas, a sí mismo y el yo que cuenta, desde el nacimiento hasta el fin (“sí, por fin”), más de setenta años de historia.

Gilliamismos, aunque en la advertencia inicial el sexto Python diga lo contrario, es el libro interior que el director llevaba dentro, un libro que a mí, desdichado viajante de comercio, me hubiera gustado escribir. No obstante hace falta vivir aventuras, demasiadas creo yo: engañar a tu país para no ir a Vietnam, enrolarte en el segundo mayor grupo humorístico de todos los tiempos –antes ya lo he señalado, pero no que los hermanos Marx estén un pequeño paso por delante– y terminar dirigiendo películas extraordinarias y alguna otra para olvidar. Allí Gilliam dice, en la advertencia inicial, que no es el libro que su hija y él se habían planteado escribir, ya que el plan era otro, hacer un libro grande, caro y elegante, de los que tanto lucen en una mesa de centro, el típico libro que le alegraría el salón a una prima de mi mujer, que no lee, sino decora (esto no lo escribe él, sino yo, una frase que dejaré anotada para mis memorias prepóstumas). Esto es lo que ha conseguido: hacer un libro un poco grande, no demasiado caro y bastante elegante con el que darle un repaso a las cañerías del pasado y llegar hasta el momento en el que los días se hacen muy largos y los años muy cortos. Es cierto. Uno puede vivir cien años y escribir sus memorias, echar la vista atrás y darse cuenta de que el tiempo vivido, aunque seas Terry Gilliam, ha sido un ligero y breve desvanecimiento, donde la vanidad y la soberbia, junto con la bondad y el buenrollismo, viven sin restricciones.

El libro lo leí del tirón, una noche en que, casualmente, había visto Almost the Truth (Casi la verdad), el documental que el grupo de humoristas grabaron para celebrar el cuarenta aniversario de su formación. La traducción de Gilliamismos aprueba con nota y su presentación, con imágenes de sus colaboraciones como animador y fotografías en blanco y negro de la infancia y en color de la edad adulta, es lo que el público espera de un tipo que fue dibujante; otra cosa habría sido una decepción frustrante y cara, esta vez sí, algo que sus seguidores no entenderían. El libro habla de sus primeras influencias del cómic y de la madre naturaleza, de sus vaivenes en la universidad cambiando varias veces de carrera, de su empeño por que lo declararan inútil para el servicio militar, del miedo al ácido porque veía que muchos se quedaban idiotas y él ya había accedido al mundo de la imaginación sin su ayuda, de su viaje por España, donde constantemente lo confundían con El Cordobés, y de su viaje a Londres para que todo se iniciara. Finalmente allí comenzó la locura y la leyenda, vistiendo pelo largo, calzando unas cangrejeras con calcetines en televisión y dibujando una serie de viñetas en directo, mientras Eric Idle, Dick Vosburgh, Jenny Handley, etc., decían cosas ingeniosas para el programa We Have Ways of Making You Laugh de la pequeña pantalla. No estaba mal para que un granjero de Minnesota comenzara a involucrarse en la bien hablada corte del humor inglés, pero el libro no es solo un instrumento para hurgar en la memoria, sino un canalizador de viejos traumas juveniles que llegan hasta la edad adulta. Por ejemplo, mientras él trabajaba en su casa en las animaciones de los Monthy Python, el resto del grupo se hacía las fotos promocionales durante los ensayos. Esto explica que el animador y futuro director de cine no apareciera en muchas de ellas y que les exigiese hacerlas solo cuando él estuviera presente, es decir, muy pocas veces (si un lector interesado visitara a día de hoy la página de Wikipedia dedicada al grupo, no la inglesa, donde están los seis, sino la española, vería que quienes faltan son el muerto Chapman y Terry J. ¿Qué tendrían que decir ellos a esto?). Poco a poco empezó a hacer de tonto del pueblo y a salir de su estudio para interpretar papeles chorras en las escenas humorísticas de Flying Circus, escenas esporádicas, breves y secundarias (el cardenal Fang de los sketches de la Inquisición Española es el más conocido). También de sus complejos a la hora de hablar con cinco tipos salidos de Oxford y Cambridge que habían caído en las garras de la pronunciación culta. Luego llegaría el éxito, las giras y largometrajes (Los caballeros de la mesa cuadrada, La vida de Brian y El sentido de la vida), la separación y su consolidación como director independiente (Brazil, Las aventuras del barón Munchausen, El rey pescador, Doce monos, Miedo y asco en las Vegas, Los hermanos Grimm, etc., cada cual más rara y diferente, aunque casi todas ellas tengan en común que son versiones, adaptaciones u homenajes de obras literarias) y los fracasos. El caso más sonado fue el desastre de El hombre que mató a Don Quijote, su mayor obsesión, y que dio como resultado el documental Perdido en La Mancha, una obra que cuenta cómo un fenómeno natural tan necesario como el agua de lluvia puede arruinar un proyecto. Sin embargo, Gilliam nunca ha desistido de hacer realidad su sueño de contar su versión de la obra cumbre cervantina, y cerca de veinte años después, lo ha retomado con una nueva producción y nuevos actores: Adam Driver y Michael Palin, otro Python. Solo espero que esta vez, esa película que siempre ha llevado Gilliam en su interior, como un libro, no le dé la razón a la generalización más diabólica que existe para un creador: si un proyecto no encaja a la primera, será mejor que te olvides de él. Pero la experiencia nos dice que uno no sale adelante celebrando solamente los éxitos, sino superando también los fracasos.

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