El Lissitzky, el artista visionario de la Revolución
En octubre de 1917, la Revolución rusa ha triunfado y el mundo entero asiste al nacimiento de un Estado que saluda a un nuevo ser humano y a nuevo humanismo. Los bolcheviques comienzan a escribir una historia a la que era necesario dotar de símbolos, imágenes y palabras. Y dentro de esas vanguardias rusas, El Lissitzky lo era todo: Artista y agitador. Abstracto y teórico. Vanguardista, renovador, propagandista. El Museo Picasso de Málaga le dedica este verano una gran exposición.
JULIA LUZÁN (MÁLAGA)
Fue un hombre que se forjó en el convulso periodo entre las dos Guerras Mundiales, que innovó el arte de la Revolución. Rotundo, matemático en las formas y sobrio en la utilización del color, Eliezer Markóvich Lissitzky (1890-1941), un judío ruso de familia acomodada y librepensadora, vivió desafiando la idea burguesa del arte sólo por el arte y demostró ser el creador multidisciplinar de tipografías, carteles, pinturas, arquitecturas y espacios que enseña la antológica La experiencia de la totalidad, en el Museo Picasso de Málaga, una ciudad que, mientras aguarda la inauguración de una sede permanente del museo del Hermitage de San Petersburgo, se ha convertido en la capital del arte ruso en España.
En octubre de 1917, la Revolución rusa ha triunfado y el mundo entero asiste al nacimiento de un Estado que saluda a un nuevo hombre y a nuevo humanismo. Lenin está al mando, los bolcheviques comienzan a escribir una historia a la que era necesario dotar de símbolos, imágenes y palabras. Los artistas, “los ingenieros del alma”, como los bautizó Stalin, llenaron la nueva Rusia de ciencia, técnica, libros, arte. En el entusiasmo inicial de la Revolución, artistas como Kandinsky, Lissitszky, Rodchenko, Kandinsky y Chagall enfilaron el camino hacia la abstracción, mientras los tres principales movimientos de vanguardia -el constructivismo, el racionalismo y el suprematismo- se hacían un hueco en la escena artística.
En París, a muchos kilómetros de distancia de Moscú, Picasso exhibe en 1907 sus Señoritas de Avignon y Braque se apunta con sus paisajes (“pequeños cubos”, los llamó un crítico despistado) a la nueva vía que mostraba el pintor malagueño. Ahí estaba el cubismo, el movimiento que marcó los años previos a la Primera Guerra Mundial de 1914. A la par, otro ruso, Wassily Kandinsky, daba desde Múnich sus primeros pasos hacia la abstracción, y en Moscú se creaba el suprematismo, una variedad geométrica de la abstracción.
En ningún país se concentró tanto talento como en la Rusia soviética de las primeras décadas del siglo XX. Artistas e intelectuales lograron crear obras y proyectos de una modernidad apabullante con un entusiasmo que los hizo visionarios. Para los rusos acomodados la facilidad que tenían para viajar por Europa antes de 1914 hizo que su arte estuviese abierto a todas las influencias modernas.
La explosión revolucionaria transformó la pintura y las artes. Las dos escuelas de artes en Rusia, la de Vítebsk, con Chagall, Lissitzky y Malevich, y la Vktutemas de Moscú, una especie de Bauhaus rusa, fueron las sedes del constructivismo, esa simplicidad matemática, un mundo sin objetos que dejaba de lado el arte burgués, considerado decorativo y elitista. Huyendo de la mera contemplación, El Lissitzky ideó su propia teoría con los Proun (Proyectos para la Afirmación de lo Nuevo), elementos geométricos bidimensionales a medias entre la arquitectura y la pintura. Y en mayor escala, en las salas para las exposiciones temporales del Picasso malagueño, se ha reproducido el Prounenraum (el espacio del Proun), la habitación que el artista creó para la Gran Exposición de Arte de Berlín de 1923, un recinto que materializa las tres dimensiones buscadas en sus Proun. El visitante participa, no se queda inmóvil ante una pared, mira, observa y piensa.
José María Lebrero, director del Picasso de Málaga, resalta la importancia de mostrar la obra de El Lissitzky como el representante absoluto de las vanguardias rusas: “Un artista muy significativo con una gran implicación social, un artista puro. Él representa la unión del arte y la revolución”. Oliva María Rubio, comisaria de la exposición, resalta el porqué de la elección del artista: «Queríamos trazar la trayectoria artística de El Lissitzky en un momento en que España está sumida en una gran crisis, económica y de valores, para mostrar cómo su ambición era la del artista total, con su fe en el progreso, en la revolución. Quiso hacer del arte un intento de transformar el arte y la vida. Sobrepasó la expresión personal para convertirse en proyecto social y conectó países y culturas, la arquitectura y el diseño, el Este con el Oeste”.
Lissitzky fue además un pionero en la utilización del fotomontaje, la tipografía y el diseño de libros de una modernidad tan aplastante que no ha sido superada todavía. Cuando era inconcebible mezclar en la misma página texto e ilustraciones, él lo hacía. Diseñaba recortes circulares, superposiciones, fotomontajes, colocaba letras de gran tamaño, flechas y llamadas a la lectura. Lograba efectos ópticos sorprendentes como en sus carteles de Lenin sobresaliendo de entre una gran masa de obreros y campesinos, o en las cubiertas de las obras de Tolstoy o Gorki.
Flaco, alto, calvo y con ojos de mirada intensa, posiblemente febriles por la tuberculosis que le consumía, El Lissitzky dejó pocas pistas sobre su vida personal, una correspondencia interesante y los recuerdos de su mujer, la también diseñadora Sophia Küppers. Iliá Ehrenburg (1891-1967), activista, novelista, poeta y periodista ruso, gran amigo de El Lissitzky, con quien colaboró en las actividades de propaganda (juntos editaron la revista Viesch), traza un retrato muy personal del artista en sus memorias: “Lisitzky creía con firmeza en el constructivismo. En la vida era amable, extremadamente bondadoso, a veces ingenuo. A menudo estaba enfermo; cuando se enamoraba lo hacia al estilo el siglo pasado, ciegamente, lleno de abnegación. Pero en el arte se semejaba a un matemático inflexible, se inspiraba en la exactitud, su delirio era la sobriedad. Era un hombre de una inventiva insólita, capaz de presentar una exposición de tal manera que la pobreza de los objetos expuestos pasara por abundancia. Sabía construir un libro de manera nueva. En sus dibujos se veía el sentido del color y la maestría de la composición”. Tan sólo se le olvido añadir la gran frustración del artista al no haber podido ejecutar algunos de sus proyectos de arquitectura, su gran vocación. Ninguno de los sucesivos planes quinquenales llevados a cabo por los soviets en la URSS, tuvieron en cuenta sus proyectos de rascacielos, de viviendas, de mobiliario para el nuevo hombre ruso. Como premio de consolación, le encargaron el diseño de los pabellones de las exposiciones mundiales que mostraban el poderío en el mundo de la Unión Soviética.
En los años veinte, El Lissitzky pasó grandes temporadas en Suiza intentando superar crisis agudas de la tuberculosis que le llevaría a la muerte. En su forzada inmovilidad descubre la fotografía. De esa época es su famoso autorretrato El constructor (1924), un rostro, una mano que sujeta un compás sobre sus ojos es la metáfora de lo que él consideraba el futuro: “El cuadro se ha derrumbado junto con el viejo mundo que lo creó. El mundo nuevo no necesitará cuadritos. Si necesita un espejo, ahí tiene la fotografía y el cine”. Sí, le atrae la nueva herramienta de propaganda, el cine, y se encarga de diseñar la revista URSS en Construcción, un escaparate de los avances industriales del nuevo Estado. Hace suyos los esloganes que inflaman los noticiarios de la época con inauguraciones de presas, fábricas, obreros gozosos: “Las calles son nuestros pinceles, las plazas nuestra paleta”. Los símbolos zaristas caen, la revolución crece. Las fábricas desplazan a las ciudades a los campesinos.
A finales de los años 30, las purgas de Stalin, los procesos que tuvieron lugar en Moscú entre 1936 y 1938, dejaron cinco millones de presos, siete millones de detenidos, un millón de ejecutados y dos millones de muertos en los campos de deportados. El Lissitzky permanece ajeno a la maldad del régimen. Esconde la cabeza. De su boca no sale una crítica. Muere en Moscú un frío 30 de diciembre de 1941. Su hijo Jen se trasladará años después a vivir su vida de jubilado en la sierra de Ronda. El destino les ha unido tantos años después en las salas del museo Picasso de Málaga.
‘El Lissitzky, la experiencia de la totalidad’. Hasta el 24 de septiembre en el Museo Picasso de Málaga. Posteriormente en las salas de La Pedrera, Barcelona.
Comentarios
Por Adso, el 26 junio 2014
En mi opinión siguen siendo los más modernos. Muy buen texto!
Por antonio fuertes, el 26 junio 2014
bueno el articulo esta muy bien pero al final caemos en la mentira y la manipulacion con las cifra.En todos los años de el gobierno de Stalin(digo todos no del 36 al 38)son aprox.850.000 los fusilados,el pico mas alto de prisioneros fue en el año 38 con casi 2500000 de prisioneros asi que un poco mas de seriedad que siempre dejais un tufillo de querer quedar bien con el bolsillo y no con la verdad
Por Nely García, el 27 junio 2014
Las revoluciones creativas son permanentes, y las sensibilidades en continuo descubrimiento, de nuevas sensaciones.
Los artistas suelen ser polifacéticos.