“El mal puede no extinguirse, pero puede callar momentáneamente”
“El mal puede no extinguirse, pero puede callar momentáneamente frente a la manifestación de alguna de las formas del amor y la belleza”. Nos lo dice así la escritora Valeria Correa Fiz (Rosario, Argentina, 1971) en esta entrevista a propósito de su nuevo libro de relatos, ‘Hubo un jardín’ (Páginas de Espuma), en los que la naturaleza se desborda, la propia de sus personajes y la exterior. “Pienso que una de las dimensiones del terror contemporáneo es la indiferencia social y la falta de empatía ante la tragedia ajena”.
¿Cómo has conseguido controlar desde la primera página la brutalidad que incluyen estos magníficos cuentos sin que resulte incómoda la exuberante plasticidad de tu relato?
Creo que la brutalidad no resulta tan incómoda para el lector por el tratamiento estético que hago de ella. En mis cuentos, lo brutal forma un conjunto indisoluble con lo bello de la vida y ambas categorías recorren juntas todas las páginas del libro: es mi modo de concebir el mundo. Todo lo que nos rodea es híbrido y mestizo en acto o potencia. Las categorías taxativas, puras, son solo un modo de ordenar y fijar un mundo que está en permanente metamorfosis: nuestros bellos cuerpos vivos serán, parafraseando a Clara Janés, objeto del cortejo amoroso de la verme blanca y la mosca azul cuando estemos bajo tierra.
Desde el principio se percibe la absoluta franqueza de tu lógica, cómo armas la cabeza de cada relato, cómo equilibras cada detalle, cómo hilas imágenes y texto hasta conformar un todo compacto, pero cuya movilidad desarma al lector. ¿Fue complicado renunciar a lo convencional, a lo que se espera de un cuento en favor de este espectáculo visual y emocional que ofreces? ¿No te dio miedo manejar el revolucionario y explosivo contenido y continente que sostiene tu imaginación?
No, en absoluto. La lucha por el pudor y la honestidad es una de las más feroces que un escritor puede tener. Si uno se esconde, el lector percibe la falta de verdad en lo que se escribe. No me importa lo que piensen de mí, tampoco si lo que escribo es políticamente incorrecto. Me interesa revelar mi visión del mundo. Lo siento como una libertad personal que he conquistado.
Me parece un hallazgo enfrentarme al comienzo de este libro, para el lector es sin duda una prueba de pericia, de inteligencia y de resistencia. Pero me gustaría saber si dudaste en algún momento en usar a Claudio, un personaje tan irreverente y tan sádico con lo establecido, como tarjeta de presentación para esta colección de prodigiosos relatos en que la dureza es una línea que le borra de un plumazo la sonrisa al horizonte.
No dudé, porque pienso que una de las dimensiones del terror contemporáneo es la indiferencia social y la falta de empatía ante la tragedia ajena. Claudio es un personaje duro y excesivo, pero porque nadie repara en él, nadie lo asiste y es un hombre solo con graves problemas mentales.
‘Hubo un jardín’ es un libro de un lirismo poco común, de un lirismo funcional. ¿Cómo estableces lo que es necesario para fijar la emoción al paisaje y a la indumentaria emocional de cada personaje? Supongo que coincidirás conmigo en que ese equilibrio es poco común en la literatura actual y, sin embargo, en tu narración es un oremus de extraordinaria alternancia. ¿Desde dónde te has enfrentado a esa exigente dualidad estética y argumental, desde tu cuerpo poético o desde tu cuerpo narrativo?
Soy una obsesiva de la forma; dar forma es el acto creativo y estético por excelencia. Creo que la clave para conseguir el equilibrio que mencionas está en dosificar el lirismo para que no perturbe la narración y que esté al servicio de la trama para crear atmósferas o connotar aspectos de la psicología de los personajes. En relación con la segunda pregunta, algunos de los aspectos técnicos y formales de un cuento y un poema son diferentes, pero su efecto no lo es. Escribo ambos géneros con la idea de que en el lector aniden imágenes lo suficientemente potentes como para ser sentidas en y con el cuerpo.
También hay mucha crítica social entre sus páginas. Has señalado con mucho acierto la inacción, casi la retratas en cuentos como ‘La Celestial’ como si fuese un loco obsceno recorriendo las calles. Todos tus cuentos hieren, provocan heridas finas que pican como pica la sal sobre la boca desahuciada de un sediento. Y, sin embargo, la brutalidad que incluyen no pretende ser un acto de venganza, sino un acto de justicia. Y entonces vuelve a aparecer la palabra equilibrio, una palabra a la que se ajusta cada frase, cada párrafo, cada página. ¿Cómo lograste no decantar la balanza hacia la más que justificada venganza?
Para mí la literatura es un espacio de dudas y de preguntas. No me interesa escribir para hacer militancia política, sino ofrecer un lugar de reflexión, un marco lo suficientemente amplio para que el lector se plantee lo que piensa. Mucho más que saldar cuentas o buscar venganzas me interesa ofrecer un sitio de pensamiento.
No te olvidas de recalar en las mil fisonomías del maltrato, ni tampoco en la culpa que genera el abuso cuando es la única salida. Todo en tu libro es belleza y controversia. ¿Cómo se habita rodeada de ese ruido contradictorio que construyen al mezclarse ambas palabras?
Un escritor es alguien que con ausencias y cicatrices construye un buen personaje, uno de carne. Hace tiempo escribí un aforismo que espero responda esta pregunta acerca de vivir habitada por ese sintagma contradictorio que es “la belleza y las mil fisonomías del maltrato”: Con la mano quemada, escribo acerca del fuego.
Hay que recalcar también al hablar de tu libro, Valeria, la manera en que la brillantez y la efervescencia de la poesía dialogan con la perversidad cotidiana. Sorprende la facilidad que tienes para construir la cara de la tragedia para, acto seguido, luchar hasta despojarla de cualquier lugar común. Tus imágenes impiden la supervivencia de todos aquellos diablos y fantasmas que pueblan tus historias. ¿Cómo consigues de forma tan extraordinaria que la maldad calle, que sea tan solo el llanto nulo que acaba siendo en cada capítulo sin coger nunca el socorrido atajo hacia los finales felices?
Es posible que para muchos de los personajes de mis cuentos no haya redención posible y, por lo tanto, final feliz. Son personajes marcados por la culpa, por secretos inconfesables, pero siempre hay espacio para la ternura, la compasión y otras formas del amor en mis relatos. El mal puede no extinguirse, pero puede callar momentáneamente frente a la manifestación de alguna de las formas del amor y la belleza.
Otro aspecto importantísimo del libro es la multiplicidad de atmósferas y cómo su profundo estómago hipnotiza al lector. La concreción estética que anega ‘Hubo un jardín’ es monumental. ¿Hubiese sido posible conseguir el resultado obtenido sin el apoyo de tu identidad poética, Valeria?
No, no lo creo. Cuando escribo, tengo la sensación de estar descubriendo algo que ya estaba ahí, que me era preexistente. Mi obligación se reduce únicamente a la tarea de encontrarlo. Mi identidad poética es la que me ayuda a desautomatizar la mirada y a encontrar las atmósferas necesarias para mis historias y todo lo que está escondido, a la espera de ser descubierto.
Los jardines de Valeria Correa no son paraísos, podría decirse incluso que desmienten al mismísimo Dios, sino escondites para los vivos, para los muertos y para los que desean morir. ¿Te ha resultado complicado acceder a esa pluralidad? ¿Tuviste claro desde el principio que no excluirías a ninguno de los habitantes que menciono más arriba?
No es algo que me haya planteado, sino que surgió de un modo natural en mis cuentos. Para mí es difícil desprenderme de la gente que amé. Los muertos, mis muertos, son importantes e integran, a su modo, mi mundo, el mundo de los vivos.
Otra cosa que me parece excepcional de tu libro es que enuncias muy bien el misterio, lo meces durante algunos párrafos, pero después se lo entregas al lector de una forma en que jamás se desvanece, al contrario, de una forma en que toma más cuerpo. ¿Cómo consigues llevar a cabo ese gesto de generosidad y al mismo tiempo de osadía sin que tus cuentos pierdan su exuberante magia? ¿Y cómo consigues que, a pesar de eso, el misterio continúe perteneciéndote de manera absoluta?
El buen cuento descansa sobre la elipsis y el secreto. El lector de cuentos es una persona inteligente que sabe leer entre líneas, que juega al mismo juego que el escritor: sabe escuchar los silencios y sacar sus propias conclusiones. Dosificar la información de suerte tal que el misterio se conserve es un acto de complicidad y generosidad con el lector. Un buen cuento se acaba, pero nunca se termina.
En tu cuento ‘Hotel Eden’ introduces un hecho que pone la piel de gallina. Me gustaría saber cómo has conseguido modificar las raíces de dos hermanas que vienen del mismo árbol genealógico de una forma tan atractiva y tan atrayente, y sin enfrentarlas. Sin hacer esa fea distinción entre el bien y el mal. Una lee a Mann y cree en el prójimo y la otra ama a un ‘dealer’ y la libertad absoluta. ¿Cómo consigues que brillen por igual en el antagonismo más furibundo? ¿Cuándo pensaste que por cada Eva bíblica hay una Lilith pagana y que ibas a simultanearlas de manera tan acertada en tu espléndido libro?
Intento que cada una de las hermanas obre de acuerdo con sus principios y sus gustos. No juzgo a mis personajes, sino que escribo para que sea el lector quien haga un juicio de valor de ellos.
En todo el libro te presentas como una narradora muy ecléctica, generosa, aventurera y aventurada, muy amena en la localización emocional de tus personajes, a pesar del drama que se esconde detrás de cada uno de tus cuentos. No te parapetas nunca detrás del ritmo lento que parecen demandar los relatos de este tipo ¿No tuviste miedo de que este hecho pudiera mostrarte como una autora caprichosa y poco ortodoxa?
Escribo lo que me gusta leer y me interesan los relatos que descansan sobre la tensión narrativa y la estilística, los que permiten intuir al lector desde las primeras líneas que existe un leve aire de amenaza en la trama. Creo que tengo cuentos más veloces y cuentos más sosegados, pero como poeta cuido mucho el ritmo de mis textos: el cuento sin ritmo es un artefacto fallido para mí.
También debo decirte que cada uno de tus párrafos es un certero hechizo. No hay página que no llame a las puertas de la memoria del lector. Al leerte, quizás los lectores mal intencionados podrían llegar a pensar, por el peso de cada frase, que hubieras ido en busca de la trascendencia, pero para los lectores avezados es un hecho palpable que te has volcado para que la naturalidad no dejase de colaborar contigo. ¿Qué ‘feedback’ has recibido hasta ahora respecto a estas dos opciones que te acabo de mencionar?
Algunos lectores han jugado a encontrar aforismos escondidos en los cuentos, pero no es algo que yo haya buscado. Creo que son hallazgos que derivan de mi vena poética, del estado de asombro con el que vivo: el misterio de la vida se revela en lo mínimo y me gusta dejarlo por escrito en pequeños detalles.
Para terminar, me gustaría darte la enhorabuena porque no le temes al humor ni tampoco a su siempre malentendida profundidad. Algo que queda patente en tu cuento ‘Un amor imaginario’, un cuento incendiario en el que con total sencillez despojas de esa pátina cargante al siempre elitista Realismo mágico. Siendo de donde eres, ¿no sentiste cierto pudor al hacerlo?
No me siento obligada a seguir ninguna línea estética. Un libro es para mí el fruto combinado de la libertad artística y el deseo y, como tal, debe funcionar como una revelación de la verdad más pura que aflige al artista en un momento determinado.
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