El mejor diseño firma un pacto con la artesanía
LA EXPOSICIÓN ‘FUERA DE SERIE. COSAS QUE EL DISEÑO PUEDE CAMBIAR’, ABIERTA EN EL ESPACIO CENTROCENTRO, MUESTRA EN 16 PROYECTOS CÓMO, EN TIEMPOS DE ESCASEZ, SE PUEDEN ALIAR EL MEJOR DISEÑO CON LA ARTESANÍA PARA CONSEGUIR OBRAS DE GRAN AUTENTICIDAD. ENTREVISTAMOS A SU COMISARIA, LA PERIODISTA ANA DOMÍNGUEZ SIEMENS.
ANDER CALUMBO
Ana Domínguez Siemens, la veterana periodista de diseño, sabe olfatear como muy pocos los proyectos más estimulantes, imaginativos y divertidos de ese mundo en ebullición. Y ese conocimiento lo ha volcado en la muestra de la que es comisaria, Fuera de serie. Cosas que el diseño puede cambiar, abierta en el espacio CentroCentro Cibeles del Ayuntamiento de Madrid hasta el 1 de septiembre. Con la ayuda del arquitecto Jorge López Conde, que ha realizado el montaje de la exposición, los 16 proyectos que la componen transmiten el amor por el diseño a través de nombres como Thomas Krall, Hella Jongerius o Álvaro Catalán de Ocón. Creadores que, en contacto con el virtuosismo artesanal de comunidades locales a las que aportan sus ideas, consiguen alcanzar obras de gran autenticidad.
Pregunta. ¿Cómo se concibió la exposición y cuál fue la prioridad a la hora de elegir a los diseñadores y equipos que participan?
Respuesta. Me llamó CentroCentro para que hiciera una exposición de diseño que tuviese que ver con el concepto de Smart City, un tema que se inauguraba con esta muestra y que seguiría con otras sobre el mismo asunto. Como sabe, Smart City es un tema que tiene que ver con la ciudad hiperconectada, con la ciudad de la tecnología (o algo así), pero yo pensé que en la medida en que se trata de “ciudad inteligente”, ¿qué hay más inteligente que saber utilizar los recursos existentes para progresar? Así, mi prioridad fue recopilar una serie de proyectos que he ido viendo por el mundo en los últimos años y que tenían que ver con recuperar artesanías, procesos industriales o simplemente con la sabia utilización de la escasez (caso de Florie Salnot con las mujeres saharauis, que solo cuentan con arena caliente y botellas de plástico), en un modo en que el diseñador aplica su visión para dar nueva vida a una manera de hacer.
P. La idea, muy bonita, que articula la muestra es que el diseño no solo nos hace la vida más feliz sino que además puede servir para el desarrollo de las comunidades locales. ¿Es así?
R. Era importante también tener en cuenta que el público que asiste a ver las exposiciones de CentroCentro no es el mismo que el de un museo de diseño, por lo tanto los proyectos se pueden ver desde un nivel muy básico que transmite al ciudadano que el diseño no se refiere a productos caros y de formas extrañas, sino que el diseño puede estimular la economía o ser un agente para el cambio social, ambas ideas muy pertinentes en este momento de crisis. En ese sentido, varios de los proyectos muestran esa vertiente en la que el diseño es crucial para el desarrollo de comunidades locales, por ejemplo el de los hermanos Campana en Vietnam o el de Hella Jongerius con la tribu Shipibo de Perú, comunidades que han desarrollado colecciones que ellos fabrican y se venden ahora en las tiendas más “cool” del planeta. El diseño en estos caso ha aportado a las comunidades un valor añadido a las cosas que ellos ya sabían hacer, permitiendo que su producto fuera competitivo en el mercado del primer mundo. Pero no sólo a esas comunidades remotas.
P. Sí, también a lugares aquí al lado, por ejemplo en el caso del trabajo que ha hecho Tomas Krall en la Real Fábrica de cristal de La Granja.
R. Sí. Tomas Krall ha hecho una colección a partir de los viejos moldes que se usaban para hacer quinqués. ¿Está la gente al tanto de que la fábrica está a punto de morir, que apenas tienen pedidos? Ojalá hubiese más diseñadores y más empresarios que arriesgaran en proyectos como este, que de paso ponen su granito de arena en preservar nuestro patrimonio, la labor inestimable de esos maestros artesanos que vamos camino de perder por falta de una visión contemporánea del negocio y el producto.
P. ¿Hasta qué punto esta idea de darle valor a los oficios tradicionales tiene encaje en la sociedad contemporánea? ¿Hasta qué punto estos proyectos pueden abrir nuevas vías?
R. Pienso que es seguramente la vía de acción más interesante en la sociedad contemporánea, especialmente en estos tiempos poco boyantes. No exige ninguna gran inversión tecnológica y además contamos con la maestría de los artesanos, heredada desde siglos. ¡No hay nada más sostenible! Además, hay algo muy importante a tener en cuenta: el consumidor del siglo XXI está a la búsqueda de objetos que tengan una diferencia. Es por eso que la gente compra en mercadillos, recicla, reutiliza y se interesa por lo artesanal. Pero la artesanía suele ser decepcionante ya que se dedica a repetir hasta la saciedad modelos anticuados, casi tan maquinalmente como lo hacen las fábricas… El buen diseño sumado a estos métodos de trabajo es la clave para conservar nuestro patrimonio a la vez que se estimula el consumo y la economía.
P. Un ejemplo espléndido de esto que dice es el proyecto de botellas recicladas y tejidos de Álvaro Catalán de Ocón.
R. Sí. Álvaro ha trabajado en Colombia con artesanos indígenas, de dos tribus diferentes, desplazados a Bogotá. Su proyecto tiene un aspecto ecológico, puesto que recicla botellas de plástico, y un aspecto social, ya que podría llegar a convertirse en un medio de vida para estos artesanos. El diseñador ha ideado unos moldes sobre los cuales hacer una serie de lámparas de distintas formas. De cada botella se conserva el tapón y la rosca para sujetar los componentes eléctricos, el resto se corta en tiritas convirtiéndose en la urdimbre sobre la que aplicar la trama. El artesano es libre de utilizar los colores y dibujos como quiera y esto resultó ser un verdadero ejercicio antropológico porque sus obras son casi retratos de ellos mismos.
P. ¿Y qué nos puede contar del proyecto de alfombras que se unen en una inesperada geometría?
R. Ese es un proyecto de BCXSY, una pareja que tiene su estudio en Holanda. Lo llevaron a cabo con las mujeres beduinas del desierto de Negev en Israel. Las alfombras son como paisajes desérticos que hablan del lugar donde fueron creadas.
P. Y del desierto de Negev a Murcia. ¿Cómo surgió la alfombra Trepitjada?
R. Martín Azúa es un gran diseñador que sigo desde hace años. La alfombra está hecha por mujeres de la región de Murcia que saben mucho de cómo trabajar el esparto. Me parece genial que Martín se haya atrevido a trabajar con un material que a priori tiene tan poco atractivo, y, sin embargo, ha hecho esta alfombra a base de suelas de alpargata y unos taburetes que se pueden usar en distintas posiciones y que se han convertido en objeto de deseo de mucha gente.
P. ¿Por qué hay en la exposición algunos proyectos de producción industrial, no artesanales?
R. Es importante también no centrarnos solo en la artesanía, en todas partes hay gente que tiene pequeñas fábricas y talleres, gente que sabe trabajar con cosas y que podría dar una nueva salida a su negocio si un buen diseñador se dedicara a pensar en su modo de producción. Por eso quise incluir algunos ejemplos de ese tipo. Por ejemplo, la silla de aluminio de Michael Young, que se fabrica en Hong Kong en una fábrica que se dedica a hacer carcasas para ordenadores. Esta gente advirtió al comienzo de la crisis que no tenían su fábrica a pleno rendimiento y llamó a Michael Young para que visitara sus instalaciones y pensara si podía hacer algo allí. De hecho, Michael ya hizo anteriormente un trabajo increíble de mobiliario a base de tubos de bicicleta.
P. ¿Y el proyecto de mesa de Jaime Hayón?
R. El caso de Jaime Hayón es parecido al del Michael Young, porque también es una manera inteligente e inesperada de trabajar con un proceso industrial. La mesa Tambor se hace en una fábrica francesa que se dedica a producir componentes para aviones. Los moldes que se utilizan para eso son enormes y cuestan una fortuna, de modo que para una empresa pequeña como Sé, que es quien produce la mesa, sería imposible acceder a ellos. Pero Jaime descubrió un “cementerio” de moldes usados para hacer el morro de los aviones y es reutilizando uno de ellos como hace la mesa a partir de una plancha de metal.
P. Una empresa de alpargatas, mujeres zulúes, tejedoras colombianas que hacen lámparas maravillosas con botellas de plástico… Cosas que el diseño puede cambiar. ¿Cabe ese optimismo en el futuro del diseño, donde la repetición de modelos a veces sobresatura la percepción?
R. Por supuesto que sí. ¿Cómo nos va a fallar el optimismo cuando vemos de lo que son capaces de hacer los buenos diseñadores, a veces casi sin recursos a los que agarrarse? Lo que sí es preocupante es que sólo la educación hará que nuestros modos de percibir los muebles y objetos que nos rodean cambien, y de la educación sí que no soy muy optimista… Tenemos ideas preconcebidas sobre lo que tiene que ser nuestro paisaje doméstico y convendría que perdiéramos el miedo a romper algunas reglas. El otro día al sacar de las cajas los objetos que se iban a exponer, una persona agarró una pieza de porcelana y me dijo: “qué pena, esto no está bien terminado”. Es un ejemplo de cómo todavía creemos que las cosas para que sean bonitas tienen que ser perfectas, sin valorar que el pequeño fallo es el que nos transmite que las cosas están hechas por seres humanos, no por máquinas. ¡La imperfección es positiva!, hay que asumirla y valorarla. Esta es una lección fundamental que aprendí del gran maestro Gaetano Pesce. Si pudiera ayudar a transmitir ese mensaje, me daría por satisfecha.
P. ¿Cómo ha sido el trabajo de instalación de la muestra con el arquitecto Jorge López Conde?
R. Jorge ha sido una recomendación de Andrés Jaque y ha sido un acierto total. Le pedimos que intentara que su trabajo reflejara también ese espíritu de la exposición, es decir, que utilizara los materiales o modos de construir de una manera ingeniosa e inesperada, cosa que hizo con creces, sobre todo teniendo en cuenta el limitado presupuesto. El resultado es muy curioso y hace que la exposición sea aun más interesante de visitar.
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