El mejor Gene Hackman: ‘La noche se mueve’

Gene Hackman en una escena de la película ‘La noche se mueve’.

Cuando decaen las noticias sobre la fea muerte de Gene Hackman, regresa lo mejor de su legado, una de sus conmovedoras creaciones de los años 70, donde su cara de hombre común, algo rudo, expresa con una naturalidad desarmante la zozobra de un ser caído. ‘La noche se mueve’, un filme ‘noir’ de Arthur Penn, en el que Hackman interpreta a un detective privado, se estrenó hace 50 años y vuelve a exhibirse, ahora en formato digital, en una restauración del sello Criterion.

Fue sorprendente la repercusión crítica que provocó el fallecimiento de un actor retirado del cine hacía más de dos décadas, un consenso impremeditado que no guardaba tanto relación con la popularidad que otorga el cine como con la existencia de un intangible: un aura, un don, el duende, si lo queremos en español, la mera presencia que bastaba por sí misma para atraer miradas ajenas. Gene Hackman parecía un trabajador compulsivo, uno de esos secundarios, protagónicos, que uno reconoce fácilmente en España (Landa, López Vázquez).

En su catálogo laboral figuran más de un centenar de papeles: películas relevantes, de saldo, apariciones secundarias, siempre bien pegado a Hollywood; hubo que esperar casi al final de su carrera para admirarlo de nuevo en una luminosa excentricidad (Los Tenenbaums, de Wes Anderson), emotivamente transfigurado en padre de una familia de lunáticos.

Al recordarlo en las semanas posteriores a su fallecimiento, los reducidos listados que recogían sus mejores interpretaciones solían excluir tres de sus películas más importantes: Otra mujer, de Woody Allen; Marea roja, de Tony Scott, y La noche se mueve. Tres obras dispares: un drama íntimo, una de suspense en un submarino y un policial que no parece un policial. Son obras suyas en el sentido en que su mera presencia crea un centro gravitatorio en torno a él.

Nada más justo que en La noche se mueve, donde del primer plano al último Hackman apenas desaparece de nuestra vista. Este ambiguo policial, ambiguo hasta su resolución es, sin duda, una tragedia, con rasgos de la tragedia griega (“el sufrimiento, la muerte y las peripecias dolorosas de la vida humana, con un final funesto que mueve a la compasión”, copio de la definición del diccionario de la Academia): la tragedia de un hombre caído. Llevado por el azar (o el destino, si lo queremos griego), manejado por fuerzas que desconoce. Como otras tramas detectivescas, la meramente criminal de La noche se mueve es confusa, aturullada, plagada de sobreentendidos, aunque uno sigue fácilmente la línea principal: el encargo que recibe un detective privado para que investigue la desaparición de una adolescente de 16 años y la encuentre, lo que él cumple con celo y profesionalidad. Pero la película discurre más allá de la intriga criminal. Apenas vislumbra uno el trasfondo de esa intriga, Penn se desvía de ella y se interna en la vida íntima de su héroe, en la relación inestable que mantiene con su esposa, desgastada por ausencias, desinterés e infidelidad, y en el fugaz conocimiento de otra mujer que halla en Florida, adonde le conduce la investigación.

Hackman (el detective Moseby) y su esposa orbitan en esferas distintas, como lo muestra Penn al comienzo de la película: ella quiere ir al cine a ver un filme de Eric Rohmer, Mi noche con Maud. Él se niega. Ya ha pasado por esa experiencia y contemplar una de sus obras era “como ver secarse una pintura”. Prefiere un partido de beisbol o jugar a los bolos; pero también al ajedrez. Rasgos de carácter y de dedicación profesional que lo distancian de la mujer que ama, cuyo amante posee parte de lo que a ella le atrae (es culto, devoto de la música de Bach, del arte), pero no el amor. Cuando Hackman se obstina en conocerlo y lo confronta, entenderá el vacío que se ha ido abriendo en el matrimonio. Reconstruir la relación, como pretende, implica atravesar el dolor y la aceptación, que solo es posible si se da un amor real. 

Durante ese proceso conoce a la mujer de Florida. Allí ha encontrado a la adolescente, viviendo con su padrastro en una casa junto al mar. Una noche, Hackman se acuesta con esa mujer, amante del padrastro. Ella, digamos, lo seduce y él la sigue. Lo vemos, pero solo vemos una apariencia, como luego desvelará Penn. Toda la secuencia de Florida, la de su relación con esos tres personajes, desvela la fragilidad de Hackman, su pasado herido de niño abandonado por sus padres, criado por parientes, su dependencia obsesiva del trabajo, su condición de solitario que vive a través de los demás, de las gentes que conoce esporádicamente en sus casos y de las que no obtiene más que un regusto.

El caso, aparentemente, ha concluido. Pero no: ahora es cuando emerge lentamente la trama criminal de la que Penn apenas ha dado signos: un caso de contrabando de antigüedades, las sórdidas relaciones personales entre sus implicados, vinculados al mundo del cine, por el que, gracias a los contactos de su madre, una mediocre ex actriz, merodea la adolescente, que emula la vida sexual de su progenitora acostándose con hombres que ella ha conocido. Entonces, el ritmo contemplativo de la película se desborda y Hackman da los últimos pasos de su tragedia. 

Cabría escrutar en esta película una antología de momentos áureos de Hackman, una especie de compendio de interpretación para futuros actores, en el que vemos a un actor pleno tensar el arco de su arte con quietud japonesa, conducir a su detective por un laberinto de sentimientos (de la ira a la frustración, de la ternura a la comprensión) que suenan como una orquesta afinada, en armonía, y dejan en quien los contemplan una refinada emoción. Un espectáculo que mueve al asombro. El espectáculo Hackman.

‘La noche se mueve’ está disponible, en alquiler, en Prime Vídeo.

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