El ‘microteatro’ del Siglo de Oro sube a escena
Todo está inventado. Cuando parece que el ‘revolucionario’ concepto del microteatro empieza a asentarse en las programaciones escénicas, la Asociación Cultural Teatrava nos recuerda que el género data del siglo XVII. Vuelven a Madrid los entremeses de Quevedo o Cervantes. Son ‘Los Microclásicos’. Un viaje en clave de comedia, de sátira, del mejor mal gusto y los mejores palos, los cuernos más grandes, los mejores enredos y los mejores amores canallas.
¿Cómo interpretar, dirigir y producir teatro del Siglo de Oro tal y como fue concebido? Sabemos que las piezas de Lope y Calderón (cabezas de cartel entre todos sus contemporáneos) estaban concebidas por encargo, con el objetivo de agradar a la nobleza del momento. Sabemos que en ocasiones se representaban tan sólo una vez y que el coste de vestuarios y de decorados excedía en proporción al más caro montaje actual. Pompa y lujo para hacer historia con unos textos que sí formaron a pasar parte de ella, algo que no ocurrió con sus revestimientos.
Imposible hoy en día concebir el teatro como se hacía en la época: los presupuestos se ven cada vez más recortados, una obra aspira a ser representada tantas veces como sea posible para encontrarle el rédito económico y la sobriedad se suele imponer en los decorados para resaltar el papel del actor y del texto. En muchas ocasiones, los clásicos se acortan para que no resulten tan pesados, y la reducción de obras nuevas pareció llegar a su summun con la llegada del microteatro: obras de apenas un cuarto de hora, representadas en un espacio mínimo, por las que pagar un precio reducido.
Pero, ¿qué ocurre si lo juntamos todo? La breve duración del microteatro mezclada con la cadencia y las historias del Siglo de Oro. No estaríamos inventando nada nuevo, pero sí redescubriéndolo: los entremeses que Quevedo, Cervantes o Quiñones escribieron para ser representados entre acto y acto de las grandes comedias duraban apenas un cuarto de hora, eran accesibles para las clases populares y los gastos que suponían las representaciones eran muy bajos. Teatrava rescata ahora el género –prácticamente relegado hasta el momento a libros de texto y manuales– para conseguir, entre muchas otras cosas, representar el teatro tal y como era concebido en su momento.
Actores descarados y en ocasiones soeces (en el mejor sentido de la palabra), textos soltados con ritmo pero sin afectación, ademanes que entran en el griterío del teatro de calle y ausencia de sensación de cartón, porque ni siquiera hay cabida para él. El trabajo de la compañía no sólo cuenta con un gran afán didáctico; también con un resultado ajustado a la realidad de la época, muy alejado de la hondura moral de los textos del Siglo de Oro y del virtuosismo exacto y cerrado de las habituales representaciones del teatro clásico. Teatro de calidad, con un punto de ternura sin pretensiones, hecho para disfrute de actores y público.
Concebido para ser representado en la calle, el espectador hará bien en imaginarse siendo asaltado por la compañía al aire libre, en medio de un paseo o sentado en una terraza; las salas no son el mejor lugar para representar este tipo de comedia. Ojalá en este Madrid algún día esto ocurra y el pavimento público acoja un tipo de cultura apta para todos los públicos y más que digna para enriquecer a la ciudad.
El programa se representa en jueves alternos en el Cine-Estudio de la calle Magallanes; no es sólo una clase de literatura, es también –si se consigue olvidar las represivas paredes de la sala– un auténtico viaje en el tiempo. Un viaje en clave de comedia, de sátira, del mejor mal gusto y los mejores palos, los cuernos más grandes y los disfraces más cutres, los mejores enredos y los mejores amores canallas. Algo tendrán para haber sobrevivido con tan buen tino hasta nuestros días.
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