El naturalista Luis Miguel Domínguez, de nuevo en marcha ‘aquí y ahora’
Hay personas que son el espejo de la resiliencia, esa capacidad de resistir las adversidades que surgen en el devenir de la vida. El naturalista y documentalista Luis Miguel Domínguez es un buen ejemplo de ello. El ictus que en 2019 irrumpió en su camino, lejos de frenarle, le impulsó a salir adelante. Ahora, muy recuperado, prepara un nuevo libro en el que recoge las memorias de una trayectoria vital que nos hará viajar por ese mundo biodiverso en lo humano y lo natural. Su título: ‘Hapa na sasa’, que en suajili o kiswajili, significa ‘aquí y ahora’. Para editarlo ha lanzado una campaña de ‘crowdfunding’ para conseguir su financiación colectiva en la plataforma Libros.com. Le falta muy poco para conseguirlo.
Luismi, para los amigos, busca mecenas para la obra de un vallecano que ha dado la vuelta al mundo con el afán de acercarnos a realidades que no pueden sernos ajenas. Fundador del Gabinete de Historia Natural, lugar de encuentro de amantes de la naturaleza en el centro de Madrid, y de la plataforma Lobo Marley, Domínguez nos habla de su ‘aquí y ahora’ echando la vista atrás.
¿Cómo se supera una situación como la que truncó tu trayectoria en un momento de grandes proyectos en lo personal y lo profesional?
Lo del ictus fue una catástrofe. Los médicos usan la palabra ‘superviviente’ cuando se refieren a los que han pasado por ello y, como en mi caso, quedan tocados. Es muy habitual acabar en una depresión, pero yo opté por no dejarme caer en el agujero y centrarme en la rehabilitación, afortunadamente con mucho apoyo de mi entorno. También decidí que tenía que continuar con el proceso de creación, ahora que puedo hacerlo y pese al esfuerzo que supone. Ayer mismo estuve siete horas escribiendo, con un solo dedo de la mano derecha. Y es agotador. Pero el libro va avanzando, ya está en el horno y Libros.com está apoyándolo mucho.
Supongo que esta obra tiene mucho que ver con la necesidad de recopilar una vida tan intensa como la tuya.
Me sacudió un tsunami que dejó heridas físicas, que me ha echado 10 años encima. Yo siempre he sabido que la vida es finita, pero ahí tomé conciencia. Para sacar fuerzas, me aferré al sentido del humor y a la memoria y vi que tenía una historia que contar, un libro sobre una vida preciosa que creo que es de interés general, quizás un poco decimonónica en estos tiempos, pero que refleja un gran compromiso con la vida, la naturaleza y la justicia.
Tus documentales en televisión abrieron muchos ojos a lo que ocurría fuera de nuestras fronteras ¿Cómo acaba un chico de Vallecas dando la vuelta al mundo con una cámara?
Estoy muy orgulloso de mis orígenes vallecanos, hijo de trabajadores sin un duro. Era un chaval con muchos sueños que para conseguirlos fue escalando peldaños. Hay mil anécdotas divertidas, pero reales, que los hicieron posible. De niño, a mí me inspiró, como a tantos, el trabajo de Félix Rodríguez de la Fuente. Me descubrió mi vocación. Como quería hacer televisión como él, me iba a Prado del Rey con unos casetes grabados en casa y me ponía a esperar a que Jesús Hermida, Joaquín Prats o quien fuera me recibiera. Al final un día, de tanto ir, conseguí una oportunidad. Antes, ya colaboraba en una emisora de radio pirata, Onda Verde, luego fue Onda Madrid y más tarde La Ser.
¿Por qué el nombre de tu libro es en kiswajili, la lengua de los masai?
Era muy joven cuando decidí que en vez de inglés iba a aprender kiswajili. Me veía más relacionándome con gente de África oriental que con financieros londinenses. En un prime viaje a esa zona del mundo, en los años 80, conocí a un misionero, el padre Echevarría, que me dio clases de esa lengua y luego las completé en Madrid con los Padres Blancos. Debo decir que hablarlo me ha servido mucho en mis viajes a Tanzania, Kenia, Zambia, Congo o Mozambique.
¿Cómo prefieres que te califiquen: periodista, naturalista, explorador…?
Me considero sobre todo un naturalista antropólogo. Siempre me ha interesado mucho aprender de etnografía, conocer tribus y la formas de vivir de otros grupos humanos. También la ecología me interesa, por supuesto, pero no solo. De hecho, ahora, a los 58 años, me he matriculado en la universidad por primera vez, en Antropología Social y Cultural en la UNED. Yo he sido autodidacta, pero siempre ha sido importante en mi trabajo el rigor científico, como lo ha sido denunciar las injusticias con los pueblos indígenas. De hecho, he sido miembro de la ONG Survival muchos años. Podría haber estudiado antes, más joven, pero el cuerpo me pedía viajar, expediciones y aventuras. A nivel periodístico, tuve una gran escuela con profesionales como Iñaki Gabilondo.
¿Qué viajes han dejado más huella en tu vida?
He tenido la suerte de conocer muchos países en Europa, África, Sudamérica y Asia. Me falta Oceanía. Lo más importante es que en todos he pasado temporadas intensas, al menos de dos o tres meses, y con expediciones a la antigua usanza. En Tanzania viví un año, que fue muy importante. También hice la hégira desde Mauritania, una aventura de 2.000 kilómetros con un amigo mauritano que me acompañaba. Y desde luego, me dejó mucha huella recorrer el sur de América, conocer Brasil de arriba abajo, convivir allí con tribus muy aisladas, incluso no contactadas, ser testigo de la deforestación. De aquel viaje salió la serie para televisión Amazonía, la última llamada, de 12 capítulos. Pero ya antes había estado grabando Vietnam, vida tras la muerte (1997), un país donde no se había filmado nada debido a la guerra y era también fascinante.
Tras 40 años recorriendo el planeta, conociendo las gentes que lo habitan y sus mundos naturales, ¿cómo definirías la situación actual?
Si me dicen cómo estaría todo en 40 años, ni me lo creo. Somos una especie suicida. Fue en 1989 cuando Sting lanzó su campaña por la Amazonía y aún hoy se sigue masacrando. Ahora hay más regulación ambiental, pero son temas que no pueden quedarse en el ámbito de las ONG. Deben estar en la agenda política internacional, que los gobiernos se impliquen de verdad. En el caso de España, hay ONGs que han tenido poca mano dura, debido a la dependencia de los fondos que tienen. El sistema las ha asimilado.
Un triunfo reciente, en el caso de España, ha sido la protección del lobo ibérico, en lo que has estado muy implicado.
Efectivamente. Me propuse movilizar a la sociedad hasta que el gobierno tuviera que decir que sí, y se logró. Para ello organicé Lobo Marley, pero no como una organización con socios, que al final corre el riesgo de que se autofagocite para mantenerse. Y si precisamos apoyo financiero, nunca los faltó: cuando nos pidieron 50.000 euros de fianza por tirar unas casetas de cazadores, los conseguimos en dos horas. Lo del lobo es un ejemplo de que la sociedad civil debe mandar en los políticos. Y son los gobiernos los responsables de cuidar los bosques, no puede ser que se inhiban y el trabajo lo hagan las ONGs. Ahora estamos en lograr que se proteja en toda Europa.
¿Crees que la gente joven está lo suficientemente movilizada hoy por temas ambientales?
Son una oportunidad, pero les faltan referentes como los que yo tuve, no tienen inspiración. Tienen la mente preparada para captar un liderazgo, porque no dejan de ser cachorros, y lo que reciben es demasiada superficialidad, con el foco puesto en la estética, en la robótica. Les damos poco alimento del que habla de la naturaleza. Sólo hay que ver la televisión, donde no hay programas para ellos. No existen. Para mí es muy satisfactorio tener jóvenes entre mis seguidores. En mi vida fue fundamental aprender de naturalistas, que son los que ven las huellas en el suelo. Este libro que escribo ahora no está dirigido especialmente a la gente joven, pero sería fantástico que les interesara.
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