El ‘neorruralismo’ de Juan Aballe, creer en una vida más sencilla y mejor
La mirada llena de contradicciones de Juan Aballe sobre el neorruralismo, sobre jóvenes ‘urbanitas’ que escapan al campo con la esperanza de encontrar una vida más sencilla y mejor, la necesidad de creer en una Arcadia, con todos sus tropezones, se ha transformado en una melancólica propuesta de imágenes que puede verse ahora en una exposición en la Galería Cero de EFTI, en Madrid.
«Este proyecto nace en un momento, entre 2011 y 2013, en que varios de mis amigos más cercanos, y con edades en la treintena, algunos ya vinculados con la agroecología, se plantean irse de la ciudad. Mi compañera y yo también. Pero…».
Pero en Juan Aballe, como en tantos otros, late una seria contradicción que le impedía decidirse del todo. «Por un lado, estaba mi idealización del campo, pero, por otro lado, no terminaba de creerme que ese paraíso se acoplara bien a mí. Porque el campo te da libertad respecto a muchas dependencias de trabajo y consumo que nos atan en la ciudad, pero soy consciente de que también requiere una dedicación de tiempo y esfuerzo para conseguir lo básico para tener un mínimo de confort, cosas de las que en la ciudad apenas nos acordamos, desde recoger y picar leña para calentarte hasta cultivar la huerta y atenderla para recoger lo que comas… Y yo soy más de emplear el tiempo en actividades más intelectuales. Ese dilema de empleo del tiempo es el que me echaba para atrás. Era un pensamiento que en parte me ilusionaba, pero también sentía que mi relación con la naturaleza tenía una fuerte carga de idealización. Country Fictions surgió como una manera de explorar mi relación con el medio rural y de lidiar con esos sentimientos contradictorios desde la fotografía».
De ese conflicto, de esa búsqueda de una Arcadia, al mismo tiempo que relativizas esa idealización, parte Country Fictions, un trabajo fotográfico que se convirtió en libro (editado por Fuego Books) y ahora en una exposición que puede visitarse en la Galería Cero de la Escuela de Fotografía EFTI, en Madrid. Un trabajo hecho de tiempo y reposo, como los buenos frutos de la naturaleza, y de reflexión. «Una mirada, además, sobre las diferentes zonas rurales y poco habitadas de la Península Ibérica, la visión entre idílica, nostálgica, desencantada.. de la partida de juventud urbanita hacia el campo como opción de vida, cómo búsqueda. Mi objetivo no era describir un modo de vida, sino generar imágenes que sirvieran como fragmentos de una vida imaginada, como una serie de ensoñaciones que conformaran un relato abierto. Son fotografías que se debaten entre la esperanza y la duda, entre una mirada romántica y un cierto desencanto. Country Fictions es también una búsqueda, una forma de lanzar al aire muchas preguntas que yo mismo me hacía. Desde la reflexión sobre la representación de las utopías rurales hasta la idea imaginada del retorno a un campo abandonado, la fotografía me permitía componer un ensayo visual y emocional que planteara muchas de esas cuestiones. Pero, sobre todo, Country Fictions tiene que ver con la necesidad humana de creer en una vida más sencilla y, en definitiva, mejor”.
– ¿Tus amigos, muchos de los cuales son los protagonistas de las 34 imágenes que, tras muchas selecciones, formaron el libro, despejaron dudas y se fueron finalmente a vivir al campo, siguen allí?
– Sí, sí, algunos, sí, a pueblos de la Comunidad de Madrid, a los Pirineos, pero la mayoría sigue teniendo un pie en la… civilización, por decirlo de alguna manera…
Country Fictions es también una parada, un alto en el camino en la apresurada vida que llevamos, para mirar hacia los inmensos espacios despoblados de la Península Ibérica, a tantos pueblos abandonados, a tanta tierra vacía, a superficies gigantescas con densidades desérticas; en lo formal, bebe del documentalismo norteamericano, que históricamente -y desacertadamente- ha tratado la colonización del Lejano Oeste como de la tierra vacía (despreciando, claro, a los pueblos indígenas). Y en esta recolonización -con todos los matices del mundo- de la tierra ibérica por parte de los urbanitas, consecuencia de tantas crisis -personales, sociales, económicas-, en este llamado neorruralismo, a Aballe le han salido instantáneas de profunda melancolía, muy hopperianas.
La obra fotográfica de Aballe combina la tradición formal documentalista con un interés por explorar la capacidad del medio para generar emociones más allá de la propia realidad representada, asumiendo la subjetividad y ambigüedad como atributos intrínsecos a la fotografía. Para Aballe, las limitaciones del lenguaje fotográfico son, al mismo tiempo, su mayor virtud. «Se trata», dice él, «de un medio que plantea una compleja relación con la realidad: una fotografía no es un fragmento del mundo; es una fotografía».
«Hoy día», continúa, «que vivimos en este consumo permanente de imágenes, me interesan aquellas sobre las que puedes volver una y otra vez, de las que no te cansas, y que nunca das del todo por sabidas, que te sugieren emociones distintas en tiempos distintos». Y ahí está esa mujer ensimismada en su propia reflejo en el cristal de una caravana, que nos lleva a preguntarnos: ¿Ha encontrado su sitio?, ¿está feliz?, ¿está tranquila?, ¿ha encontrado su temperatura, por fuera y por dentro? Y nos percatamos de que en esa imagen lo que contempla a través de la ventana no es el paisaje, sino que se está mirando a ella misma, a su interior, a su pasado y a su presente, tan distintos; ¿armónicos, discordantes?, a cómo construir el futuro…
«Vivimos a un ritmo muy acelerado, con un ruido tremendo, y es lógico que mucha gente quiera huir de ese tempo estresante», dice Juan Aballe, «pero, claro, hemos de ser conscientes de que, cuando quitas el ruido, lo que queda eres tú, y quizá ahí veas cosas que quizá no quieras ver, que no te gusten…». Perderse para encontrarse.
A fin de cuentas, el paisaje, como señala el filósofo francés Alain Roger, es una invención, una proyección de nosotros mismos, nuestras emociones y pensamientos, que se ancla sobre todo en el alma del Romanticismo; y la misma naturaleza que unos puedan sentir como liberalizadora, a otros les puede resultar insoportablemente opresiva. Un tema que ya hemos tocado en El Asombrario a través del cine, y sobre todo de la película francesa Vie Sauvage, de Cédric Kahn, también en torno a esa búsqueda de paraísos alejados de la civilización consumista occidental.
«Las imágenes de Country Fictions evocan una memoria de la Naturaleza, late en ellas un melancólico anhelo de regreso a una naturaleza primitiva habitada por el mito del buen salvaje. Sin embargo, el viaje propicia el hallazgo de que la naturaleza originaria sólo existirá representada en nuestra imaginación», ha escrito sobre este proyecto la historiadora de arte Carmen Dalmau, directora de la Galería Cero, donde se expone.
La muestra de Country Fictions en la exposición de EFTI enfoca hacia pueblos y paisajes del Pirineo Navarro, Asturias, la sierra de Cádiz, Segovia y Cuenca. Ahora su autor anda planeando irse un tiempo fuera, a California, dando continuidad a una idea, un ideal, una obsesión, un sueño, dentro de esa búsqueda de una vida mejor, de la necesidad de creer en una vida mejor… Y es que ve a Europa más Viejo Continente que nunca, bloqueada, desorientada, sin ilusión. «Y a mí este ambiente general y constante de crisis me acaba afectando, por agotamiento. Sin embargo, cuando voy a América, al Nuevo Continente, es como si encontrara aire, como si el viento se llevara tanta decepción y frustración. Aquí ahora el propio ambiente nos ahoga y coarta mucho la creatividad».
Terminamos con la bella reflexión que del trabajo de Juan Aballe ha escrito Eduardo Momeñe, todo un referente de la fotografía al que Roberto Villalón entrevistó recientemente en El Asombrario «Quizá fue Henry David Thoreau uno de los primeros que lo habló. No es tan solo el hecho social/sociológico/sicológico de la vuelta a aquel lugar que prometía una mente libre de impedimentos. Lo que promete un pequeño lago como Walden es algo más que una cabaña en la que vivir, ahí se acabaría todo, incluido el sueño, en este caso ‘otro sueño americano’. Las fotografías de las que hablamos surgen del viaje hacia Walden, son americanas, no son producto de los bosques de Rousseau, tampoco de los poemas de Shelley en Los Alpes. Mientras Thoreau escribía Walden, Carleton Watkins fotografiaba la naturaleza inmaculada y salvaje de América, él en el medio de todo aquello, otra manera de ser poeta, la naturaleza comenzaba a escribirse en prosa, en una nueva prosa. Es allí donde probablemente comenzó un nuevo viaje, tan solo era necesario habitar los paisajes de Watkins con los ‘asentamientos’ de Thoreau. Ya es un nuevo paisaje, ya habitado de otra manera. James Agee y Walker Evans hasta Cormac McCarthy, una de las referencias de Country Fictions, es esa narración americana. También Jonas Mekas, quien dice: “Miré el paisaje y no me hablaba”. Es el viaje de Country Fictions, es la cámara de Country Fictions, esa manera de escribir, la distancia visual exacta, también la vocación descriptiva del medio y gran formato. Transcurrimos por un paisaje proyectado por quienes lo miran, lo viven, todo es uno, nosotros construimos el paisaje, tratamos desesperadamente de romper su mutismo. Es un viaje desde dentro, escrito, fotográfico, el mejor viaje».
‘Country Fictions’, de Juan Aballe. En la Galería Cero de la escuela EFTI (Fuenterrabía, 13, Madrid). Hasta el 19 de marzo. www.efti.es El fotolibro del trabajo ‘Country Fictions’ está editado por Fuego Books.
Comentarios
Por Fuego Books, el 02 marzo 2015
Aunque no hay demasiada mención del mismo en el artículo, os recordamos que podéis disfrutar de «Country Fictions» en formato libro también. Podéis echarle un ojo en http://www.fuegobooks.com
¡Viva «Country Fictions»!
Por iurde, el 04 marzo 2015
Da la sensación de que Juan Aballe no ha entendido nada de lo de irse al campo, o de la vida en el campo en general.
Hay tantos prejuicios en este artículo, tanto paternalismo de intelectual urbano hacia el «ignorante» aldeano y tanto cliché que no sé si es culpa del redactor o del propio Juan Aballe.
Por otro lado, vivir en el campo no es ninguna ficción: la mitad de la Humanidad es rural, y alimenta a la otra mitad, además de alimentarse a sí misma.
No sé si la vida es dura en el campo si se pretende vivir de la meditación oriental, o de prácticas agrícolas relacionadas con la Luna y las «energías cósmicas»; pero con sentido común, racionalidad, esfuerzo, espíritu crítico y buen humor, además de cuatro perras, se puede vivir muy, pero que muy bien, en el medio rural.
Y eso no implica embrutecerse ni perder oportunidades de elaboración intelectual o artística.
Para nada.
Más bien, al contrario.
Otra cosa es que desde Madrid, o New York, no se vea.
Pero, sinceramente, nos da igual.
Por max, el 04 marzo 2015
gracias.
😀
Por Monchu, el 05 marzo 2015
Te doy la razón. El vivir en el campo implica de mano una capacidad económica o posibilidad de generarla con tu profesión. Si no tienes idea de cultivos o ganadería, y no dispones de tierras y tienes que meterte en una casa semiderruida y tratar de sobrevivir, te auguro poco futuro. Hoy las aldeas no son como antes y están generalmente bien comunicadas, los «aldeanos» manejan internet y están al tanto de lo que pasa en el mundo. Cierto que allí la vida se lleva a otro ritmo, y es mas asequible. Esta muy extendida la idea de «irse a vivir al campo» por los urbanitas. Pocos lo consiguen. Pero por probar que no quede. De echo es el único futuro que queda a los pueblos.
Por iurde, el 06 marzo 2015
Pues sí.
Pero uno, que lleva más de 20 años viviendo en el campo, se harta de oir y leer que en el medio rural nos comen las moscas, pisamos caca de vaca y oveja permanentemente, no podemos ir al cine ni a un concierto, nos lo perdemos todo (será todo lo que no está en Madrid, como si esa ciudad fuera el centro de algo), estamos aislados del mundo y vivimos embrutecidos y en el siglo XIX.
Bobadas.
El acceso a mi casa está sin asfaltar, pero tengo ADSL, una rica vida social y cultural, acceso a tanta o más información que mis amistades urbanas colgadas y dependientes de Facebook y además de ganarme la vida (modestamente, pero suficiente para mis necesidades), tengo un contacto con el paso de las estaciones y el ritmo de la Naturaleza que para sí quisieran muchos ricos.
Tengo bosques detrás de casa, y veo a menudo fauna salvaje desde mi ventana.
Y no, esto no es un cuento de hadas, ni nos regalan nada.
Establecemos redes de solidaridad intergeneracional, intercambiamos conocimientos (tú me enseñas inglés y yo las fases de siembra. Tú cuidas a mis hijos y yo te reparo el coche. Tú me llevas al hospital y yo te ayudo con el tejado…).
Hasta nos da para montar candidaturas alternativas, de izquierdas, anticapitalistas, ecologistas y de progreso.
Francamente, no envidio nada a quienes viven en una ciudad.
Pero a menudo en España se sigue pensando que el medio rural se parece más a lo que era en tiempos de nuestros abuelos que a lo que es también en el resto de Europa.
¡Que tenemos internet y formación superior, caramba!
Ya está bien de clichés que identifican rural con ignorante, atrasado y aislado…
Paletos de ciudad.
Kalekumeak, se los llama en euskera.