El Patio Maravillas resiste en un Madrid que resiste
Sobre el centro social autogestionado El Patio Maravillas, de Madrid, se cierne una orden de desalojo. Fértil espacio que da cabida a movimientos ciudadanos, proyectos sociales, políticos y culturales, habitó en un primer edificio en la calle del Acuerdo, del que fue desalojado en 2010. Tras okupar otro espacio en la calle del Pez 21, que fue restaurado por sus nuevos inquilinos y en el que El Patio lleva cuatro años y medio desarrollando su actividad, llega esta nueva orden de desalojo y denuncia por la vía de lo penal con el argumento principal de que el inmueble está en ruinas. Pero los ‘patieros’ no claudican así como así y estos días resuena en redes sociales la campaña #AlertaPatio, de apoyo a este proyecto.
El 25 de octubre, esta campaña tiene uno de sus actos más visibles, con la convocatoria de la concentración #OkupaElPatio. En Pez 21 habrá una gran fiesta-movilización de la gente del barrio y de los usuarios y simpatizantes del Patio, que llenarán el edificio de actividades y grabarán vídeos para demostrar que no hay ruina que valga y que este centro social está vivo, fuerte… Y lo seguirá estando.
El Patio Maravillas (patiomaravillas.net) resiste en un Madrid que resiste. Que resiste pese a la especulación, pese a los que consideran esta ciudad un objeto para abuso y disfrute, pese a lustros de políticas interesadas. Que, a pesar de todo ello -o quizás gracias a ello-, dice basta y renace de sus cenizas una y otra vez.
El Patio Maravillas se resiste. A que lo desalojen de la calle del Pez, a que conviertan el edificio que habita en un hotel de moda más, en una tienda más, en un producto más de una ciudad diseñada a espaldas de sus ciudadanos. A que el barrio de Malasaña pierda vitalidad y diferencia. A que el sonido de los diálogos y encuentros que se suceden entre las paredes del edificio de Pez 21 -los Om de las clases de yoga, los acordes de los coros que en él ensayan, las asambleas de colectivos como Juventud sin Futuro o No somos delito, o el bandoneón de las clases de tango- cambien por un desnaturalizado hilo musical de bloque de apartamentos turísticos, restaurante, gran almacén globalizado…
Y Madrid se resiste. A que sigan especulando con ella. A seguir perdiendo habitantes jóvenes que no se pueden permitir vivir en el Centro (o en el país, pero esa es otra historia).
Con claroscuros, eso sí, porque si algo define a Madrid es la contradicción permanente en que vive inmersa. Capaz de votar elecciones tras elecciones a un gobierno de derechas tanto en la alcaldía como en la comunidad, y, a la vez, cuna del movimiento 15M. Con habitantes que tanto alzan la voz y salen a la calle en mareas para luchar contra los recortes como otros que ven pasar la vida de manera pasiva. Que tanto pueden recuperar espacios abandonados y convertirlos en huertos urbanos, restaurarlos y darles vida, como convertir los puntos de reciclaje de las calles en auténticos vertederos de basura y orinar en la vía pública sin ningún pudor. Y todo ello en un escenario donde el metro cada vez vuela menos, cuya emblemática estación de Sol ha sido vendida al mejor postor publicitario; y donde los servicios públicos -la limpieza, la sanidad o la educación- se han visto drásticamente mermados y están “en venta” para pasar a manos privadas.
Dos caras de una ciudad que quizás por estos enormes contrastes puede ser abono fértil para el intenso activismo ciudadano que desembocó en el 15M. Un activismo representado por proyectos como El Patio Maravillas y tantos otros colectivos y centros sociales autogestionados que en algunos casos ya fueron desalojados de sus espacios (pero no de sus ideas).
El Patio Maravillas es un ejemplo donde se pone en práctica eso que llaman «la inteligencia colectiva», con una organización horizontal y asamblearia que se gestiona a sí misma y que aboga por una democracia directa. Muchos dirán que no es posible funcionar sin líderes visibles en la cúspide. Que se asomen un día a este espacio y a otros centros autogestionados y quizás vayan cambiando de idea. En El Patio no fue un proceso fácil llegar a este tipo de organización, cuenta Inés Llinás, participante y una de las portavoces de El Patio; que explica que en el camino hubo mucho que aprender y tienen mucho que seguir aprendiendo, pero que han llegado a un sistema bastante efectivo y con diversos niveles de participación según uno quiera implicarse más o menos.
Sus orígenes, recuerda Llinás, están en 2007, tras la participación de grupos activistas como Tsunami y otros movimientos sociales de Madrid en el evento periódico Rompamos el silencio, en el que ya denunciaban la especulación urbanística, el modelo de democracia o la enorme burbuja en la que vivíamos antes de que ésta estallara. Así que okuparon un edificio público en desuso en la calle del Acuerdo, 8 (en el barrio del Conde Duque), que serviría de escenario para la semana de reivindicación Reclama las calles. Pasó la semana y hubo ganas e ilusión de quedarse en ese espacio para crear un centro social autogestionado, lo que dio lugar al Patio Maravillas. En ese primer momento abrió sus puertas a todos aquellos colectivos que querían formar parte del proyecto para convertirse en lo que ya es ahora: “Una especie de contenedor de actividades”, explica Llinás, “que demuestra que las cosas pueden hacerse de otra forma”.
El proyecto fue madurando como asamblea y en 2010 llegó el primer desalojo, tras el que se sucedió inmediatamente una nueva okupación en el barrio de Malasaña del inmueble de Pez 21. Porque si de algo está sobrado el centro de Madrid es de edificios vacíos que están dejando morir en ruinas para especular después con ellos y con sus solares mientras hay constantes desahucios.
Invirtamos en la fiebre del oro de Olimpiadas y Eurovegas imposibles, convirtamos los mercados en escaparates para turistas y hagamos del Centro un parque temático parece ser el leit motiv de algunos. Pero otro lema recorre Madrid estos días: “El Patio no se vende. El Patio se defiende. Construye el efecto Patio. Defiende Madrid”.
“Para nosotros, la okupación no es un fin en sí mismo, la concebimos como una herramienta. El Patio aspira a lograr una cesión (de un espacio) por parte del Ayuntamiento que no implique cortapisas a nuestra libertad, porque sería algo que no aceptaríamos en ningún caso; también que se reconozca la riqueza que generamos los espacios sociales y se permita, por tanto, que haya espacios autogestionados dentro de la ciudad”, explica Inés Llinás.
El espacio de la calle del Acuerdo era público, mientras que el de Pez es privado (actualmente de la empresa Nivel 29, dedicada a la promoción y gestión inmobiliaria). Representantes del Patio, tras infructuosos intentos de acercamiento al Ayuntamiento, okuparon hace unas semanas la recepción de las Oficinas Municipales del Ayuntamiento de Madrid para conseguir una reunión en la que plantear una posible cesión de algún espacio público en desuso que todavía no haya pasado a manos privadas. El Patio señala al Ayuntamiento como “responsable del modelo de ciudad” que debe ofrecer soluciones en situaciones como éstas.
Mientras llega o no el desalojo, la posible cesión de un espacio o no, en El Patio prosigue la vida. A diario pasan por Pez 21 centenares de personas que participan en las actividades libres y gratuitas que en él se ceebran o para tomarse una cerveza en su “kafeta”. En él tienen su sede colectivos como Cerremos los CIE, No somos delito, Yo sí sanidad universal, Malasaña acompaña, los Coros de Ladinamo y Pez, la Oficina Precaria, Juventud sin Futuro o Asamblea Malasaña, y se dan a diario clases de inglés, de yoga, de salsa, tango, de sikuris, hay talleres de lectura, de relatos, un ciclotaller…
En la imaginativa campaña de defensa de El Patio la mayoría de los colectivos que lo pueblan han contado lo que sería para ellos #UndíasinPatio Muchos destacan que sin sitios como este centro no les queda otra alternativa más que la calle, a pesar de la cantidad de edificios disponibles y a punto de ruina en Madrid que esperan ser resucitados. Y ello en contraste con otros inmuebles que, si bien resplandecen de oropeles, también están muertos y carecen de vida real, de aliento y de gente con proyectos, con ganas de construir sociedad y ciudad.
Pese a lo límite de la situación, en El Patio no se plantean las cosas de manera dramática: “Preferimos invertir las energías en ilusionarnos”, apunta Llinás.
Nos vemos en El Patio. Nos vemos en Madrid.
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