El pecado de la caridad

CLESS

Ilustración: CLESS

NOTA DE AUTOR: Cada semana encuentro una razón para enfurecerme, un argumento troglodítico al que hacer frente, un insulto al que atar corto. Hace siete días escribí sobre la tensión sexual no resuelta porque necesitaba aislarme de la intransigencia, del abuso, del desprecio y la mezquindad con la que algunos individuos y colectivos pretenden hacernos comulgar. Seguiré haciéndolo. No voy a anestesiarme frente a la injusticia pero sí voy a escribir, de vez en cuando, de relaciones afectivas, de música, de poesía, de desnudos integrales y hasta de sexo por whatsapp porque necesito que la indignación no monopolice mi vida. Me niego a que se cuelguen la medalla de mi insatisfacción, a que presuman que haberme robado la sonrisa, a que alicaten de consternación mi entorno. No quiero ser el perro que ladra cuando un sospechoso transita por delante de su puerta. No me gustaría que ustedes, lectores, se acostumbrasen a mi rabia y se decepcionasen el día que me dé por hablar de paquetes, de una sobredosis de amor o del olor que desprenden las saunas. Que no les guste mi frivolidad porque necesiten mi cabreo. No se lo consientan.

Dicho esto, hoy no es uno de esos días.

Una de las mejores máximas televisivas de la última década es esa que pronuncian todas aquellas personas, animales o cosas vinculadas de alguna manera a Gran Hermano. “En la casa, todo se magnifica”, dicen. A veces pienso que en Twitter sucede lo contrario: fuera de la red social es donde todo se magnifica; cuando un tuit se saca de contexto, cuando se convierte en una declaración oficial en rueda de prensa, cuando se malinterpreta y se transforma en un calvario para quien lo escribió. Me cuido mucho de soltar el dedo y denunciar contenidos en las redes sociales. Por eso, cuando lo hago, estoy convencido de que las ideas ahí volcadas abandonan el masivo código de la opinión para mutar en agresión, en provocadora vulneración de la ley y los Derechos Humanos.

Hará como unos quince días que una doctora en medicina, médico forense y funcionaria del ministerio de Justicia, exponía en Twitter la que era su opinión y, por lo tanto, todo el mundo debía respetarla aunque pensase lo contrario. Esta mujer promocionaba el libro Conocer y sanar la homosexualidad. Escribía que, como médico, había visto mucho sufrimiento en los que “practicábamos” la homosexualidad y que ella, y los suyos, nos ayudarían a encauzar nuestra sexualidad de acorde a nuestra naturaleza corporal.

Ella, retratada frente al Valle de los Caídos junto a su esposo, un ex director de informativos de Intereconomía, siguió haciendo uso de su libertad para explicar que no rechazaba a las personas homosexuales, solo repudiaba la práctica homosexual. Un argumento tan lógico como decir que no se tiene nada contra las personas de derechas, solo contra las personas que votan a la derecha. La mujer terminó de engarzar su collar con perlas tipo “no hay que juzgarlos ni discriminarlos, solo ayudarlos si nos lo piden” porque la homosexualidad “no procede de una verdadera complementariedad afectivo-sexual”.

La denuncié. A la red social y puse un enlace a la policía.

Sé que podía haberme enfrentado al nivel intelectual de esas afirmaciones de la misma manera que hubiera hecho ante las opiniones de un friki de esos que salían en Crónicas Marcianas. Pero no lo hice. No pude hacerlo porque intuí que ninguno de esos personajes tendría nunca una responsabilidad, ética y civil, dentro de nuestra sociedad, más allá del puro entretenimiento. Y esa mujer, doctora en medicina, la tenía. Eso me inquietó. Como me preocuparía un político que desobedece la Constitución, me angustia pensar que existen médicos que ignoran a la Organización Mundial de la Salud que, si bien no es una institución sospechosa de progresista, ya dejó claro en 1990 –la lentitud ofende- que la homosexualidad no era una enfermedad.

No caigan en la tentación de pensar que se trata de un hecho aislado. Esta misma semana, un joven de Jaén denunciaba a su médica de cabecera que le dijo, en plena consulta, que ser homosexual era antinatural y que había tratamiento.

Lo realmente peligroso de España, país en el que la apología del terrorismo está lógicamente perseguida y castigada pero la apología del fascismo no, es que aún hay pensamientos anclados en 1970. Queremos vender la marca España como sinónimo de progreso, de eficacia, de modernidad, y aún tenemos personas en ámbitos de poder que creen que la homosexualidad se cura, que el aborto es pecado, que un acto sexual que no se abre al don de la vida es vicio.

¿Se imaginan ustedes a una funcionaria alemana, o a las nuevas generaciones de Unión Demócrata Cristiana, posando orgullosa ante una esvástica? Yo no. Y eso también nos diferencia de Alemania, no solo su economía.

Me desagrada el paternalismo, esa especie de caridad pecaminosa con la que las ‘buenas cristianas’ nos quieren curar. Me parece incluso más peligrosa que la de aquellos descerebrados que nos insultan y nos agreden porque al menos a éstos la Justicia les puede parar los pies. Detesto que envuelvan de amor y compasión su homofobia. Bajan tanto el listón del discurso, convierten el razonamiento en un adorno, trasladan sus opiniones a un fundamentalismo religioso tal que es imposible el diálogo y de ahí nace nuestra impotencia. No denuncié el ejercicio de su libertad religiosa. Denuncié su intento de dominación, su apropiación indebida de la verdad, sus injurias, su apología del fascismo, su contribución a un mundo peor.

No hace falta que les diga que el perfil de esa mujer sigue abierto. Pero ahora me doy cuenta de que cerrarlo no hubiera solucionado el problema de creerse superior a los demás, de sentirse en la obligación divina de imponernos sus creencias y valores, de no aceptar una ley aprobada por el Parlamento de su país porque su fundamentalismo religioso está por encima de las leyes de los hombres. Simplemente, apartaría de nosotros ese cáliz. Pero el cáliz continuaría envenenado.

ANTERIORMENTE EN WE’RE NOT IN KANSAS ANYMORE

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Comentarios

  • Iñigo

    Por Iñigo, el 04 septiembre 2013

    Una vez más gracias Sr. Paco Tomás por su artículo exponiendo a tan oscura y retorcida «presunta caída», admiro su arranque al denunciarla, bravo!. Qué agudamente analiza Ud. el efecto de esa caridad pecaminosa.

  • Cavernarius

    Por Cavernarius, el 04 septiembre 2013

    El problema es la religión, como casi siempre. Un sistema de pensamiento profundamente irracional que tiende a la imposición de ideas preconcebidas (por otros y en épocas arcaicas), por encima de todo.

    Cuando salga otro mostrenco como esa doctora, lo que hay que hacer es utilizar su propio argumento contra él: «no tengo nada contra los cristianos como personas, lo que aborrezco es la práctica del cristianismo y su manifestación pública»; «los cristianos sufren un trastorno de personalidad esquizoide, hay que ayudarlos a superarlo y a que puedan vivir como personas normales»; etc.

    No sirve para nada, lo sé, pero al menos se queda uno muy a gusto.

  • Belén

    Por Belén, el 04 septiembre 2013

    Que osada, que cínica, que mezquina, que gris, que pobreza, que tristeza. QUE MIEDO.
    Cuanto siento que el ser humano sea tan raro todavía
    Esta mujer, creerá realmente lo que dice ?
    no puede ser…
    Un gran abrazo Paco

  • isabel

    Por isabel, el 04 septiembre 2013

    Me encanta lo que escribes y cómo lo cuentas. Te ayuda el ser fieramente humano y poseer talento para la escritura. Respecto a la señóra esa, resulta tan patética que, realmente, lo que da es pena. El problema con ella y gente como ella, que se apoyan en su profesión para defender lo indefendible, es que pueden hacer mucho daño. Todavía hay gente muy ignorante a la que las palabras de un pseudo experto pueden convencer. Pero, creo que son pocas, son ellos. Me lo imagino siempre haciendo lo contrario de lo que defienden. Ellos con ligueros y ellas con fustas. Que les den.

  • Juvenal

    Por Juvenal, el 18 septiembre 2013

    Si te vale mi opinión de católico practicante, sí que es una enfermedad lo que tiene esa supuesta doctora, que retuerce la psiquiatría a su antojo. Como tal enferma, tiene una distorsión visual que le impide leer tanto la bibliografía médica completa como la realidad de la práctica diaria de los profesionales de la salud mental. Con semejante problema, es lógico que quiera «curar» la homosexualidad «por caridad». Es que se siente Damián de Veuster, porque quiere sacar de la isla que, según otros, se merecen los homosexuales, y reintegrarlos a la «normalidad heterosexual». Total, es cuestión de hacerles fosfatina la mente y luego reconstruir. Una quimioterapia. Como un artículo de hace 200 años que encontré, buscando otra cosa, que relataba el tratamiento a un andrógino que mostraba claros comportamientos masculinos: bienintencionadamente, el galeno proponía la extirpación de los genitales y una pequeña reducción quirúrgica del pene-clítoris porque le resultaba más «funcional» esa cirugía que otra. Claro que, en doscientos años, la humanidad ha evolucionado un poquito… salvo para algunos. Y lo mismo que te planteas qué clase de ingeniero planificó, con el respaldo de su título, un dique que no convenía y se partió, otros hacen en medicina.

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